Jergal Zadh

El demonio exiliado

    El dios-demonio Jergal Zadh dominó parte del mundo cuando éste era joven, adorado por los humanos. Pero los Dioses Mayores lo desterraron a un limbo infernal, exiliándolo hasta que pudiera apoderarse del alma de un hombre. En un templo erigido en las colinas de Cimmeria, había una estatua del demonio, que sostenía una espada encantada en las manos. Para que Jergal Zadh pudiera apropiarse del alma de un humano, éste debía usar la espada tres veces en una misma noche.

    Desde su mundo infernal, Jergal Zadh contemplaba a Conan de Cimmeria, acompañado por su esclava humana Cleolanthe. Tenía un interés especial en el guerrero bárbaro debido a las profecías que anunciaban que Conan llegaría a ser Rey del reino más poderoso del mundo hyborio.

 
    Para apoderarse de su alma, envió a Cleolanthe al mundo de los mortales, y la muchacha conjuró la imagen de un gigantesco reptil alado que la levantaba por los aires. Conan, que visitaba las colinas de su nativa Cimmeria, la salvó, pero perdió su espada. Entonces Cleolanthe aprovechó esta circunstancia para conducir al bárbaro hasta el templo del demonio, y hacer que cogiera la espada de manos de la estatua. Conan lo hizo, sin sospechar la trampa. Luego, la hechicera conjuró las imágenes de una hermandad de sacerdotes de Jergal Zadh que atacaron al cimmerio forzándolo a usar la espada contra ellos por primera vez. La espada parecía tener vida propia, pues Conan los derrotó a todos, a pesar de su enorme número, pero luego cayó presa de una extraña debilidad.

    Mientras descansaba, Cleolanthe conjuró a otro ser monstruoso, y al despertar el bárbabo, usó la espada por segunda vez. Para entonces la bruja se había enamorado de él, y se negó a continuar con el plan de Jergal Zadh. En venganza, el demonio envió a una horda de seres infernales a atacar a Conan y su compañera. El cimmerio instintivamente trató de coger la espada, pero Cleolanthe se lo impidió, y derrotó a los engendros con sus poderes mágicos. Lueho, mientras Conan yacía inconsciente, cogió la espada y la arrojó por un precipicio. Al despertar el cimmerio, ella le reveló la verdad, lo abrazó, y entre sus brazos, comenzó a envejecer hasta convertirse en polvo, al romperse su lazo con Jergal Zadh.

 
    Pocos días después, Jergal Zadh intentó nuevamente apoderarse del alma de Conan, esta vez apareciéndose como un ave de fuego a los miembros de la Orden del Dios-Halcón. Por orden del demonio, un grupo de ellos atacó a Conan y Fafnir de Vanaheim, mientras paseaban por una aldea del Reino Frontera. Los guerreros lograron escapar a lomos de un caballo, hasta que su camino fue cortado por un enorme precipicio que caía en un lago. Los aliados se lanzaron al abismo, pero en plena caída, el agua se convirtió en fuego por un hechizo de Jergal Zadh. Conan consiguió aferrarse a las ramas, y salvó al vanir, que sólo contaba con un brazo. Luego se ocultaron entre el pasto para que los sacerdotes del Dios-Halcón los perdieran de vista, pero por un nuevo encantamiento, las hojas se convirtieron en serpientes.

    Otra vez escaparon, y Conan tuvo que ayudar a su amigo a trepar por una escarpada pendiente, donde fueron atacados por los halcones de la orden. Conan prendió fuego a las ramas de los árboles, para que el humo los hiciera huir. Finalmente treparon la pendiente, y encontraron un templo muy parecido al que Conan había visto en Cimmeria. Al entrar, encontraron una estatua del dios-demonio, entre los esqueletos que habían pertenecido a sus adoradores, los tesoros que le eran ofrendados, y un espejo, en una cámara iluminada sólo por una antorcha que Conan sostenía en sus manos.

    Se les apareció el demonio, para apoderarse del alma de Conan penetrando en su cuerpo. Pero improvisamente, el guerrero apagó la antorcha, con lo que cofundió a Jergal Zadh, que penetró en la imagen del bárbaro que se reflejaba en el espejo, lo cual le causó un tremendo dolor. Antes de que pudiera reaccionar, Conan arrojó una pesada estatua contra el espejo, destrozándolo en miles de pedazos. El templo se derrumbó, y Conan y Fafnir apenas pudieron escapar.

 
 
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