-¡Chiquillos cabrestos! ¡Vayánse a su casa!- escuchamos que nos gritaba desde adentro de su cuarto. Enseguida lo vimos parado en el quicio de la puerta reflejando en su rostro el enojo que nuestra irrupción violenta le causaba. No tenía razón, o al menos ya debería haberse acostumbrado a nuestras visitas, además de que el tenía la culpa; para que nos contaba esas cosas que nos emocionaban tanto y que provocaban la risa de los mayores.
-¡Yo nunca voy a molestar en sus casas!¡Le voy a dar la queja a sus papás!- continuaba diciendo en tono alterado.
-No se enoje, don Jorge, solo queremos que nos platique cosas. ¿Ya ve como es? Andele, no sea malo- le dijo Juan, con la cara mas inocente que pudo.
-Hoy no tengo ganas- contestó un poco mas calmado.
-Andele, no sea malo- coreamos todos.
-No, bueno..., quién sabe...orita no me acuerdo de nada- decía mientras se le iba pasando el coraje. A mi se me hace que en realidad ni se enojaba pues siempre terminábamos divirtiéndonos con sus relatos. Se le notaba que el también disfrutaba, lo mismo que su hijo Cosme, quién se mantenía a una prudente distancia desde donde le brindaba todo el apoyo posible a su padre.
-Miren, tengo mucho qui´hacer. No he terminado los pantalones de Sotero, y va a venir por ellos al rato- nos explicaba mientras se dirijía a su máquina de coser, que se encontraba en el centro de la enrramada.
-Ya ve don Jorge, eso nos dijo desde l´otro día. ¿A poco no ha acabao?- le reprochó Jaime.
-Nooo, que voy a acabar, y mas que me la pasé pensando como le voy a hacer para darle a mi María una estrella. Cuando fui al fin del mundo pude traer munchas pero se me olvidó que a ella le gustaban-comentaba mientras buscaba no se qué en los cajones de su máquina.
-¿A poco usté a ido al fin del mundo?, no le creo- le dijo Juan, con un tono que no fallaba. Seguro le picaría el orgullo y nos contaría esa aventura.
-Como de que no. Uuuh, me acababa de casar cuando fuí. No había nacido todavía m´hijo Cosme-contestó rapidamente, ya en nuestro poder.
-Yo no quería ser ignorante-continuó ya encarrilado-, toda la gente hablaba de que estaba muy lejos, de que había unos animalotes, unas barrancotas, un montón de cosas, y la verdá, yo no me iba a quedar con la duda. Lo pior es que nadie había ido, tampoco ahora. Imaginénse nomás a la gente hablar de algo que no conoce, que feo, yo por eso dije: tengo que ir, y fui. Seguro que mi Cosme se acuerda todavía.¿Te acuerdas m´hijo?
-Si apaá.- lo apoyó inmediatamente Cosme.
Como dudar entonces. Aunque no había nacido todavía
el lo recordaba muy bien.
-¡Nooo! pues que una tarde me decido y que me obligo.-Mañana mismo me voy al fin del mundo, total, que me puede pasar. Le dí su maiz a mi yegua la Colorada, bonita, grandota, como las yeguas de entonces, no como las di´ora que mas bien parecen burras. Le dije a mi María que me preparara mi comida pa´l viaje.- ¿Cuál viaje, tú?- me preguntó. Entonces le conté lo que había planeado y se emocionó muncho, quería ir también, pero tuvo que aceptar que no se podía porque tenía que hacer la comida para cuando regresara, seguro que iba a traer hambre. Me acosté temprano porque tenía que salir antes de que la guía de divisara. Estuvimos platicando y me dijo de lo muncho que le gustaban las estrellas. En su pelo se vería una muy bien. No, una diadema estaría mejor. No supe cuando me quedé dormido pero al primer canto del gallo yo ya estaba ensillando a la Colorada. A que mi yegua, también estaba contenta, ya sabía lo que nos esperaba. María en la cocina estaba calentando el café y echando en el morral mi bastimento.
No dilaté casi nada, de un salto me subí a mi yegua, y aunque no me la recargo, eso no cualquiera lo podía hacer. Me acuerdo todavía como algunos que se creíban buenos jinetes nunca se pudieron subir a la Colorada si yo no les ayudaba deteniéndola mientras ellos se subían a algún troncón de mezquite. Y todavía batallaban, pobres. A quien se le ocurría querer hacer lo que Jorge Espinoza.
-Pues vámonos. Me despedí de mi María y al galope salí del rancho. Que les cuento, tenía un galope tan rápido pero tan suave que aunque devorábamos la distancia me sentía como en una nube. Tomé la dirección de la laguna y cuando llegué a ella quise bordearla, ¡pero que mi colorada era dejada!, no quiso darle la vuelta por mas que le jalaba la rienda. Yo sabía que ninguna yegua nadaba como ella pero en ese tiempo la laguna estaba muy honda. ¡Se lanzó al agua y a nadar como un pescado! Bien pronto la pasamos.
Seguimos nuestro camino y nos paramos a almorzar en los eucaliptos
que están al pie de los cerritos, ya para empezar el desierto. Eran
como las ocho de la mañana y ni sus luces del fin del mundo.
Subí otra vez a Colorada y a correr toda la mañana.
Cruzamos el desierto, pasamos un cerro azul que no se ve desde aquí.
Al mediodía estábamos atravezando un río bien grandotote
donde hay munchos pinos, parecidos a los huizaches, bueno... creo que así
eran. Tuvimos que pasar por un cañón y a la sombra de una
piedrota comimos; yo mis gordas y mi yegua su maiz. A media tarde algo
me indicó que ya merito llegábanos. De por si la Colorada
iba rápido y luego yo que iba como ido, pos no me di cuenta de nada
hasta que sentí el golpe tan recio en la cabeza que el sombrero
me quitó. Ya no cabía. Me tuve que bajar de la yegua por
no ir echao sobre la cabeza del juste.¿ No que no?, iba por buen
camino,¡si señor!. Un rato mas y tuve que dejar mi yegua,
pobrecita, tal vez por ser animal no tenía derecho a conocer d´esas
cosas. ¡Nooo!, mas delante de plano tuve que caminar de rodillas
pos me dolía la cintura de ir agachao. Después tuve que gatear,
aunque de todos modos a cada rato algo me raspaba el espinazo. Estaba un
poco oscuro y como que tenía calor pero no me detenía, ¡como
iba a regresar sin lograr mi hazaña! ya me imaginaba a Mariano Natividad
riédose de mí. El también tenía munchas aventuras,
como cuando besó a la llorona y hasta por poco se casa con ella.
¡Ah no!, como iba yo a ser menos, tenía que llegar.
La cosa se puso muy pero muy difícil y ya no pude avanzar ni a rastras, la verdad ya la cabeza no cabía. Ni modo, resollé hasta dentro y que hago mi último esfuerzo, estiré la mano lo mas que pude y ¡zaz!, que siento la correa, moví mis dedos hasta que logré agarrarla, pero solo con la punta de los dedos, le hice muncho la lucha pero nunca pude cortar con la navaja aunque fuera un pedacito. Ahora pienso que estuvo mejor así pero ese día si me puse muy triste. Nomás imaginénse, que tal si corto de mas y por allí se empieza a descoser. ¿A quién mas le iban a echar la culpa? Pues solo a mí. Eso sí, pa´que negarlo, ni yo coso tan bien. La verdad que si estaba bien cosida la tierra al cielo y la correa bien dura.¡ Mirénlos!¿ De que se ríen?¿No me creen?¿ Quieren que les enseñe los raspones que me hicieron las estrellas en la espalda? Lo bueno es que no quemaban, que si no.... Lo malo es qué no me acordé de cuanto le gustaban a mi María. ¿Verdad que si m´hijo?
-Si apaá- dijo Cosme.