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El almuerzo Javier era, definitivamente un tipo atractivo. Le sonrió a través de la mesa. Habían llegado al café y al tradicional licor. La comida había sido extraña; tensa al principio se había ido relajando con bromas y al hablar de cosas que tenían muy poco que ver con el motivo de aquél encuentro. Poco a poco Viviana se iba sintiendo mas tranquila. Había dejado de posar, bajado sus barreras con mucho cuidado y empezado a disfrutar de la situación.El asunto, en lugar de ser incómodo era halagador. Javier seguía hablando y sonriendo. Sin lugar a dudas aquella sonrisa era encantadora. Y el brillo en sus ojos. Y todo aquel carisma. A pesar de haber sido rechazado, Javier seguía usando todo aquel encanto acumulado a lo largo de casi cuarenta años - ¿o serían cuarenta y cinco? No estaba segura, pero no quedaba nada bien preguntar. El asunto
le había caído como un balde de agua fría. Hacía
unas horas Javier la había llamado a su departamento - Tengo que
hablar contigo. ¿Que te parece si te invito a comer? - Viviana creyó
que se trataba de trabajo. Un nuevo proyecto o algo así. Sin embargo,
antes de que sonara el timbre ya estaba nerviosa. Se había vestido
y arreglado con un cuidado casi premonitorio.
Trató de explicarle con mucho tacto por que no podía ser. Mencionó algo de otra relación, que en el fondo no era muy cierto. Y más de una vez - mientras trataba de parecer madura y tranquila, de demostrarle y demostrarse que efectivamente Javier tenía motivos de sobra para estar enamorado de ella, al mismo tiempo que lo rechazaba muy finamente; le fue asaltando la locura de decirle que sí y ver que pasaba. Pero no lo hizo. Todas las barreras racionales que había estado levantando durante aquellas horas tuvieron más fuerza que los chispazos de locura. Sin embargo, la razón no triunfó totalmente. Por eso, después de que casi estaba acabando la conversación fue ella la que le hizo acordar que le debía la comida. Cuando salieron del departamento Viviana se sentía muy bien. Javier siguió conversando sobre muchas cosas, pero ahora ella lo escuchaba de otra manera, lo percibía de otra manera. Era como si algo invisible los hubiera acercado. Aquél secreto que los dos compartían hacía que se hablaran como si ya hubieran sido amantes. La comida había sido sensacional. Durante horas se habían olvidado del mundo que los rodeaba para crear un mundo propio. Aquél rechazo parecía haber sido una aceptación. Y varias veces, entre brindis y brindis, perdida en aquellos ojos azules, Viviana pensó que había hecho mal en decirle que no. Que se había negado la oportunidad de vivir un gran romance. Pero hubiera sido demasiado complicado, y a esa altura, ella no quería complicaciones. Después de aquella tarde mágica se vieron muy poco. Como tantas veces pasa en la vida, se fueron separando hasta que ya no supieron que había pasado con el otro. Durante un tiempo, ella se siguió acordando, pero poco a poco el recuerdo de aquella tarde se le fue borrando de la memoria, para entrar en esa nebulosa que van formando los sueños, archivados en un rinconcito de la memoria, pero nada más. Bueno, o nada más hasta ahora. Diez años después se volvía a acordar. A lo mejor no se hubiera acordado nunca más de no ser por este otro almuerzo. Es curioso como a pesar de que uno crea que todo es nuevo, y que en cada etapa de la vida nos encontramos con situaciones distintas, todo se va como repitiendo. La misma escena se presenta una y otra y otra vez, sólo que muchas veces no nos damos cuenta, y creemos que lo estamos viviendo por primera vez. Probablemente sea porque aunque es la misma situación, los papeles y personajes van cambiando con el tiempo. Ahora le tocaba a ella. El mismo almuerzo, las mismas palabras prácticamente, la misma incertidumbre. Nada había cambiado - O bueno, muy pocas cosas - Ya no era Javier, ni detrás de la copa estaban aquellos ojos tan azules ni aquella sonrisa. La sonrisa era distinta, los ojos eran otros, y sin embargo, era lo mismo. Ella había sido la que dijo que estaba enamorada. El quien con mucho tacto la había rechazado. Pero la tarde había sido igual. Al principio se había sentido incómoda, muy nerviosa. No había encontrado las palabras, ni podido sonreír. Pero, como hace diez años, poco a poco la tensión fue dando lugar a otros sentimientos. La intimidad y la confianza habían ido creciendo y Viviana empezó a sonreír. A pesar de que él había dicho que no, ella seguía hablando y sonriendo. Hasta que sencillamente no pudo contenerse más. Ahora sabía por qué Javier había sonreído aquella tarde. Lo más seguro es que ya había vivido la escena.
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