Biografías
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Beatriz
por Paul Muro Lozada
¡
Ah, amigo John, éste es un mundo extraño, un mundo triste y lleno de
desgracias, sufrimientos y tribulaciones !
Drácula. Bram Stoker
Siempre
he adorado el invierno, el invierno con todo su frío y lo gris de sus
mañanas; pero este año la temperatura ha descendido demasiado, tanto que
me produce un cierto malestar. Producto del crudo invierno la ciudad se ve
más triste aún, ese día al recorrer aquellas calles descubrí un
ambiente de miseria, hasta ese entonces desconocido para mi. Pensaba en
las personas que vivían en esos barrios, gentes que llevan una vida
tortuosa y agitada; sin embargo esa angustia que aprisionaba mi mente, no
seria nada comparada con lo que sucedió aquella mañana, cuando encontré
a un viejo amigo.
Pasando por una sucia cantina, me pareció reconocer un rostro y me
detuve, exclamando:
– ¿Carlos, eres tu ! – dirigí la mirada hacia una persona, sentada
en una de aquellas mesas.
– ¿ Miguel ? – me contestó – Que penoso que me veas en esta
situación – aquel individuo estaba en un deplorable estado.
– Pero. ¿Qué te ha pasado ! ¡ Mira como estas, y tan temprano ! –
le dije, a la vez que me acercaba a la mesa.
– ¡ Y esto no es un mal día para mi ! – dijo mi amigo Miguel con una
sonrisa que expresaba un profundo sarcasmo y una gran infelicidad.
– No he sabido nada de ti desde hace mucho tiempo, pero jamás pensé
verte así, un hombre que siempre ha sabido cuidarse y estar bien. ¿Qué
te pasó? – le pregunté tratando de ayudar a mi amigo.
– Nadie sabe lo que me ha ocurrido, ha sido tanto tiempo, y luego de
todo lo que viví regresé a esta ciudad, pero nadie conocido sabe que
estoy aquí, creo que es lo mejor; pero siéntate tómate un trago conmigo
– separó un poco una silla que estaba en su mesa, y yo me senté en
ella.
– Gracias, preferiría un café – le dije.
– Mozo un café para el señor – dijo Carlos.
Un hombre con un rostro marcado groseramente por los años, atendió el
pedido y puso la taza de café sobre la mesa, apenas atiné a decirle
gracias, debido a la gran impresión que en mi había causado el estado de
Carlos.
– Carlos, por favor, nárrame porqué estás así, me gustaría ayudarte
– fueron mis palabras mientras estaba sentado en esa sucia mesa.
– No es muy grata mi historia, incluso diría que es pavorosa; sin
embargo esta gélida e invernal mañana se hace propicia para este tipo de
narraciones, como los cuentos de la infancia, ¿te acuerdas? – Miguel
hizo esta pregunta con profunda melancolía, como queriendo regresar a la
seguridad de aquella época, yo sonreí ligeramente y él continúo – En
fin creo que nuestra amistad se lo merece.
Carlos empezaba a ponerse inquieto y temeroso, en eso se detuvo.
– Por favor continua - le dije y mi amigo comenzó a narrarme su relato:
» Hace ya diez años, que partí de aquí hacia el norte del país,
buscando un nuevo mercado para el negocio de telas, que en esta ciudad
había decaído, ¿lo recuerdas?
Respondí afirmativamente y él siguió su narración:
» Bien, encontré una acogedora ciudad, adecuada para el tipo de
actividad a la que me dedicaba, y déjame decirte que me fue muy bien,
diría demasiado bien, la empresa caminaba sobre ruedas, gracias a mi
empeño y capacidad. La ciudad tenia muchas cosas agradables: grandes
avenidas, edificios, jardines, parques, museos, etc., pero la vida me
demostró el verdadero significado de la felicidad cuando conocí a la luz
que iluminó mis ojos, esa luz era una hermosa dama, como si la mujer de
“Ternura maternal” de Carl Larsson hubiera salido de su cuadro; su
nombre era Beatriz, Beatriz Mendiola.
»
Aquella bella flor vivía muy cerca de mi casa, cada vez que la veía
parecía de verdad que estaba viviendo una novela, una increíble novela.
No dejé pasar más tiempo, al ver que mi cariño era correspondido y con
el consentimiento de sus padres nos hicimos novios, posteriormente nos
casamos. ¡ Ah que hermosos años !
Una inmensa sensación de añoranza se dejaba ver a través de las
palabras de mi compañero, él siguió relatando:
» Al salir de mi oficio la recogía de su trabajo y pasábamos largas
noches conversando y leyendo. Muchas veces en la comodidad de nuestra casa
nos leíamos novelas de aventuras como las de Jules Verne. ¡ Amábamos la
literatura ! Para nosotros el Capitán Nemo, el sabio Profesor Aronnax, el
flemático Señor Phileas Fogg y él valiente Passepartout, eran personas
casi reales.
» Beatriz también encontraba en la poesía un cálido relax;
experimentaba gran gozo recitándome varios poemas e incluso, muy
encantadoramente declamaba aquel “Caravana de Gitanos” de Baudelaire,
me decía que yo era un gitano, ya que provenía de otro pueblo; todavía
siento su dulce voz decir:
Los hombres van a pie, armas en bandolera,
junto a los carromatos por sendas y rastrojos,
paseando sobre el cielo los apenados ojos
por la oscura nostalgia de lejana quimera.
» Pero la exaltación de ella llegaba al clímax cuando entonaba
febrilmente “El Barco Ebrio” de Rimbaud:
La tempestad bendijo mis albores en puertos,
¡ Más ligero que un corcho dancé sobre las olas
que se llaman los vórtices eternos de los muertos,
diez noches, sin nostalgia de las tontas farolas !
» Me contagiaba la vibración que ella sentía con la poesía, me sentía
ligero, ligero como el corcho que describe Rimbaud, liviano, liviano. Con
su voz ella podía llevar mi espíritu donde quisiera.
» A menudo también visitábamos los lugares más lindos de la ciudad,
aquella urbe día a día nos ofrecía más cosas para compartir. Las
veladas familiares eran muy divertidas y el tiempo parecía detenerse o a
veces pasar demasiado rápido...cada vez estábamos mejor, con el pasar de
los días tenia más ganas de seguir junto a Beatriz.
» Vivimos una época muy feliz; pero como dicen por ahí: todo lo que
comienza tiene un final, así que mi felicidad no duró mucho, mi linda
Beatriz comenzó a ponerse mal. Una extraña enfermedad se la iba llevando
poco a poco. Día tras día, semana tras semana, su rostro iba
palideciendo, su salud se iba quebrantando.
» Sin embargo no me dejé vencer y con la holgura económica producto de
mi buena posición, recorrí varias clínicas; la respuesta fue siempre la
misma: una padecimiento incurable no la dejaría vivir mucho tiempo.
» Beatriz fue languideciendo, perdiendo el color de su rostro y la viveza
de sus ojos se extraviaba sin remedio. Su muerte acarreó una aflicción
enorme a mi espíritu, fueron incontables y penosas las noches en la
soledad de mi habitación, ninguna diligencia lograba relajarme, ninguna
lograba quitarme ese abatimiento, sentía el frío del invierno lacerar mi
alma. ¿Cuánto tiempo pasé así ? No lo sé, no lo noté...me refugié
en mi morada.
» La cruda realidad hizo que retornará a mi trabajo, quizá ahí,
pensé, podía superar el trance y si no lo superaba me volvería loco. El
comercio de telas que tenía había menguado, pero traté de recuperarlo y
un buen día...
– ¿ Qué pasa, por qué detienes ? – le dije, apresurándolo a
hablar.
– Me parece que lo que viene es producto de mi locura – dijo Carlos
secando el sudor de su frente.
– Prosigue Carlos – comenté, y mi consternado camarada continuó su
narración:
» Siguió transcurriendo el tiempo, y una joven solicitó trabajo en mi
negocio, su expresión era dulce y su alegría muy genuina; pero, había
algo extraño, esa mirada me recordaba a alguien, aunque en ese momento no
supe a quien. Ella al ver mi inquietud, inquirió:
» – ¿ Por qué me mira de ese modo Señor ? – mientras reía
graciosamente.
» – No me digas Señor, ¿o te parezco demasiado viejo ? – le
pregunté.
» Ella pareció animarse más y me manifestó:
» – No, Señor, lo que sucede es que sé tratar con respeto a mis
jefes.
» – Eso dice mucho de ti y además de la gran confianza en ti misma, ya
que crees que te voy a dar el empleo. ¿No?– le dije.
» –¿Y no es así Señor? – respondió muy segura la mujer.
» – ¡ Ja ! – se me escapo una sonora carcajada -. Mira, para
empezar, si deseas este empleo, llámame Carlos. ¿Esta bien? – dije.
» – Correcto, Carlos ¿Desde cuándo comienzo? – replicó la
muchacha.
» – Mañana temprano vienes para darte las primeras indicaciones. Y a
propósito ¿Cómo te llamas? - le dije
» – Mi nombre es Verónica y mañana temprano estaré aquí –
respondió muy satisfecha.
Hasta ahí parecía una historia más o menos normal, Carlos pareció
adivinar mi pensamiento y me preguntó:
– ¿ Te parece algo natural, no ? Pero espera – prosiguió su historia
mi compañero:
» Esa noche fue la primera vez que volvía a sonreír luego de mucho
tiempo, el conocer a esa mujer me hizo pensar en mi amada Beatriz, y me
sentí apenado, yo le seguía siendo fiel aún después de que ya tenia
dos años de fallecida. Al día siguiente todo marchó bien, Verónica se
presentó puntualmente así como en los días siguientes. Transcurrido
algún tiempo nuestras sonrisas se iban haciendo más frecuentes, y cada
vez más nos fuimos comprendiendo mejor como personas, me empecé a
enamorar de ella; pero había algo en su mirada que me incomodaba, hasta
que de tanto especular en “eso” supe a quien me recordaba Verónica:
¡ A Beatriz !
» Seria lógico que el haber conocido a Verónica me volvería loco de
felicidad, por que traía a mi mente a la persona que tanto había
querido, con esto que digo no niego que estaba contento; no obstante
abrigaba en una parte insondable de mi alma, algo que no lo sabría
explicar adecuadamente, sólo se que sentía algo insólito, una especie
de oscuridad. Traté de no darle demasiada importancia a “ese
sentimiento” y al poco tiempo formalizamos nuestra relación, me dejé
llevar por las cosas e intenté ser feliz nuevamente.
» Al haberme comprometido con Verónica me sentí un poco culpable, me
remordía la conciencia, Beatriz estaba muerta físicamente pero su
recuerdo vivía fijamente en mi. Para acallar mis remordimientos fui a
visitar la tumba de mi querida Beatriz - para ser sincero había
descuidado de ir a visitarla -. Con resolución tomé un taxi hacia el
cementerio Metropolitano, ubicado en las afueras de la ciudad. Al llegar
al inmenso lugar, traspasé la puerta de entrada y recorrí el pasaje
principal, corredor flanqueado por ángeles de mármol de mirada compasiva
y brazos dispuestos a recibir las almas de los difuntos. A cada paso, el
frío parecía aumentar en el panteón, la muerte reina, como dice la
canción. Caminé por varios pabellones y tumbas, hasta que encontré la
sepultura de mi Beatriz. ¡ Tan grande fue mi sorpresa cuando llegué al
sepulcro de la joven que amé, que al suelo fueron a parar las flores que
llevaba ! ¡ Nunca imaginé presenciar cosa más humillante ! ¡ El
sarcófago de Beatriz había sido violado y su cadáver había
desaparecido ! Alrededor había fragmentos de mármol y restos de madera
provenientes de su ataúd, entonces al ver aquello, grité, grité como
nunca y lloré amargamente.
» Estaba resuelto en revelar a los culpables y hacerlos que paguen muy
caro aquel ultraje. Luego de momentos terribles donde el abatimiento se
combinaba con la indignación fui rápidamente en busca del guardián, y
le pregunté:
» – ¡ Hey, guardián ! ¿Qué esta pasando en esta ciudad ¡ ¡ Por
Dios ! – dije en voz alta con una voz quebrada por el dolor, el
guardián al escucharme pareció no comprender y me preguntó:
» – ¿ Señor que pasa, tranquilícese !
» – ¡ He venido a visitar la tumba de mi difunta esposa y ésta ha
sido cruelmente ultrajada y lo que es peor, el cadáver de ella ha
desaparecido ! – dije tratando de respirar algo de aire.
Inmediatamente fuimos yo y el celador a ver el dantesco espectáculo, su
sorpresa no fue menor que la mía:
» – ¡ Oh por Dios ! ¡ Qué han hecho !
» – ¿Tiene alguna idea de que miserables pudieron cometer esta
execrable acción? – interrogué al guardián.
» – Señor han sucedido desde hace poco, sucesos de esta naturaleza,
pero nunca con tanta violencia....yo he escuchado algunas cosas extrañas
al respecto.
» – ¿Qué cosas? – pregunté con aire de autoridad.
» – He sabido, pero sin certeza y confirmación que se trata de Ritos
Necrománticos.
» – ¿ Ritos necrománticos? ¿Qué clase de mente enferma puede
consagrarse a eso?– inquirí, más desazonado que antes.
» – No lo se Señor – dijo el hombre.
» El acontecimiento me dejó con una horrible impresión, como dije
anteriormente no estaba dispuesto a dejar las cosas sin resolver. Fui a la
Sociedad de Beneficencia – que es la entidad encargada de cuidar y
mantener los cementerios–, para tratar de aclarar este penoso asunto.
Aguardé un momento mientras el funcionario llegaba y cuando se aproximó
le reclamé su desatención. En su defensa el funcionario alegó que el
guardián encargado: el Señor Suárez con el cual yo había conversado en
el cementerio, estaba muy dedicado al alcohol, y seguramente que ese
acontecimiento había pasado hace más tiempo de lo que él me manifestó.
Yo no estaba totalmente convencido y seguía teniendo muchas dudas, me
revoloteaban las palabras que me dijo el guardián del cementerio: Ritos
Necrománticos, y le pregunté al empleado:
» – El Señor Suárez mencionó algo sobre Ritos Necrománticos. ¿Qué
opina de eso?
» – ¿Ritos Necrománticos?¿No me diga usted que cree en esas
patrañas? La afición del guardián por las bebidas espirituosas, lo
lleva a inventar algún cuento para aminorar su responsabilidad en los
sucesos, nosotros tenemos una teoría más plausible...
» –¿Cuál es? – pregunté interrumpiendo al funcionario.
» – No son nada más que estudiantes de medicina que roban cadáveres
para sus prácticas de anatomía.
» – ¡ Sean brujos o aprendices de médicos ! ¿Creé qué me voy a
quedar con los brazos cruzados?¿Qué no voy a hacer nada? Déjeme decirle
señor que interpondré una demanda hacia esta institución, no le van a
echar toda la culpa al guardián, si han pasado sucesos así antes, ¿por
qué no actuaron con presteza? – Salí furioso de aquellas oficinas,
luego me dirigí al Ministerio Público e interpuse una demanda, esperando
así obtener resultados rápidos para tratar de recuperar el cadáver de
Beatriz.
– Me imagino como te habrás sentido amigo – así le hablé a Carlos,
queriéndolo consolar.
– Fue algo horrible – dijo mi amigo y siguió contándome su
historia...
» Al salir del Ministerio Público me dolía la cabeza intensamente,
además tenia una espantosa sensación de mareo, poco faltó para caerme,
pero un transeúnte logró auxiliarme y pedir un taxi para llevarme a
casa. Al llegar a mi destino el taxista me ayudó a llegar hasta el
portón, y para suerte mía ahí estaba Verónica, quien preguntó que me
sucedía, yo intenté disimular, instándole a quedarse, verdaderamente me
sentía muy mal. Ella estuvo encantada de poder atenderme.
» Verónica me ayudó a acostarme, lo que siguió fue una penosa noche,
mi cuerpo era presa de una altísima fiebre y me había sumido en un
estado de semiinconsciencia. Luego de mucho tiempo me desperté, y al
hacerlo me sentí tranquilizado al ver la silueta de Verónica leyendo un
libro, ella se dio cuenta de que había despertado y volteó a verme...
Carlos interrumpió nuevamente su relato, y se dio valor tomando un vaso
de aguardiente.
»...al girar a verme Verónica...¡ No lo pude creer ! ¡ Tenia los
mismos ojos, la misma mirada que Beatriz ! Mi espíritu en ese momento
conoció el verdadero significado del pavor, intenté tranquilizarme,
seguramente era un desvarió producido por la alta fiebre que tenía, me
cubrí el rostro con la frazada e intenté conciliar el sueño, el dolor
en mi cabeza era como un martilleo constante, el tiempo pasó y me dormí
nuevamente, más este sueño fue peor que la vigilia.
» En mi sueño sentía una presencia, algo peligroso que se acercaba, yo
estaba echado en la cama en esta pesadilla, y al sentir aquella conciencia
que se aproximaba intentaba en vano moverme, parecía dominado por una
rigidez omnipotente, esa presencia profería esta frase que me llenaba de
terror: Tu rostro se ha repetido millones de veces, pero sólo lo he visto
una vez.... Tu rostro se ha repetido millones de veces, pero sólo lo he
visto una vez...
» Así pasé toda la noche y al rayar el alba estaba peor que cuando me
acosté. Recién tomaba conocimiento que había amanecido – aunque
quizá era ya muy tarde – cuando Verónica apareció, pero
afortunadamente era ella y no Beatriz, me sosegó verla tal cual era. Ella
me sirvió algo de desayuno, cosa que me ayudó a recuperarme.
» Los días siguientes Verónica trató a duras penas de reanimarme, me
invitó a salir; sin duda alguna estaba preocupada por mi ánimo y
partimos a dar un paseo, este pequeño viaje sirvió para tranquilizar a
mi cansada cabeza.
» Las hojas del calendario fueron cayendo como las hojas de los árboles
en otoño, pero me sentía cada vez más confundido y el malestar se
acrecentaba, no solamente física, sino emocionalmente, día a día
Verónica iba pareciéndose cada vez más a Beatriz, esto se vislumbraba
en sus gestos, actitudes y posteriormente en el aspecto físico. Mi mirada
se resistía a enfrentar su semblante, me espantaba esa idea, me
atemorizaba que fuera verdad, o que en todo caso me estaba volviendo loco
y todo era producto de mi imaginación, la fiebre alta que tuve esa noche,
tal vez había hecho estragos en mi mente. El caos se desarrollaba en mi
cabeza, más y más ella se parecía a la difunta Beatriz; sentía que
ella notaba la forma cómo yo la miraba – con asombro –, principiaba a
preguntarme cada vez más seguido ¿Qué me pasaba? Ella parecía entender
mis pensamientos y sarcásticamente se ponía a reír, se reía de mi de
una forma cada vez más desconocida.
» ¡ Ya no podía más !
Resuelto a no agitar más a mi amigo con mi inquietud, le dije:
– Carlos te puedo ayudar... ya no sigas más.
– ¡ No Miguel ! – dijo, a la vez que tomaba otro trago – Mi
historia aún no concluye...
» Una mañana muy gris de Septiembre las cosas llegaron a un punto
insostenible para mi, al ver a Verónica la impresión fue insoportable.
¡ No había alguna diferencia entre Beatriz y ella, eran idénticas ! Al
ver ese macabro parecido sólo atiné a preguntar con una voz que parecía
pender de un hilo: ¿Qué? ¿Cómo puede ser cierto? Ella me respondió,
riendo a carcajadas:
» – ¿Cómo puede ser qué ? ¿Qué yo sea igual a Beatriz ? – su
risa se hizo desbordante e hirió mis oídos, ella continuó:
» – ¿Es qué no te has dado cuenta? ¡ Yo soy Beatriz y he venido por
ti ! – y cuando dijo esta última palabra, observé su rostro, éste
mostraba la palidez con que Beatriz había muerto; pero en unos instantes
se oscureció hasta llegar a un tono morado, lo cual lo hacia ver
terriblemente demacrado. Aquel ser infernal – porque de otra forma no se
le puede llamar – levantó su brazo y me señaló con su dedo índice,
burlándose de mi. Mi cuerpo, antes entumecido, de pronto se llenó de
vitalidad, fue casi un milagro, creo que fue el instinto de conservación,
y corrí lo más rápido que pude, huí, huí, hasta la estación de
autobuses más cercana, y hacia el destino más lejano.
– Y desde hace dos años vengo huyendo de aquella visión; sin embargo
mil preguntas rondan por mi cabeza: ¿ Existió alguna vez Verónica ? ¿
Regresó desde su tumba Beatriz ? ¿ Me estoy volviendo loco, si es que ya
no lo estoy ? ¡ Miguel, amigo ayúdame ! – dijo suplicante Carlos.
Al llegar al final de su historia Carlos estaba ebrio y sentí lastima por
él, le ayudé a levantarse y prometí ayudarle. Si acaso es necesario
mencionarlo, yo también estaba excesivamente turbado con aquella historia
que Carlos había contado, sobretodo por que él siempre había sido un
hombre escéptico y ordenado.
Luego de salir de esa cantina lo llevé a mi vivienda, descansó un par de
días y luego busqué ayuda profesional para él.
Recorrí varias clínicas en compañía de Jenny mi prometida, a ella le
conté parte de la historia – solamente que mi amigo estaba enfermo –,
es así que encontramos en un lugar apacible y con poco tránsito una
clínica que me pareció ideal para el alivio de Carlos; el edificio tenia
dos pisos, estos pisos sobrepasaban en casi la mitad la altura de una
construcción moderna, por lo que deduje que su arquitectura se remontaba
por lo menos al siglo XIX, el edificio dominaba toda una esquina y tenía
todo él un color gris, detalles que lo hacían parecer inexpugnable.
Al llegar a la clínica pedimos una cita con el Director de la
Institución, tras esperar un momento fuimos atendidos por el Doctor en
Psiquiatría Fernando Mejía, el doctor tenia un aspecto serio pero
inspiraba confianza, por un momento tuve la impresión de estar hablando
con el mismo Sir Arthur Conan Doyle el parecido era grande.
Cuando salí de la clínica quedé convencido de la capacidad del Doctor
en aplacar la congoja de mi amigo, y no tardé en llevarlo para que inicie
un tratamiento. Durante un prolongado lapso de tiempo dediqué mi
atención a Carlos, disculpándome con mi prometida por mi ausencia para
con ella.
Las conversaciones con el Doctor Mejía fueron por demás inquietantes,
las alucinaciones seguían y me dijo que el diagnóstico era: delirio de
persecución, con accesos de depresión; sin embargo tenia posibilidades
con una medicación rigurosa de disminuir estos terribles síntomas.
Las palabras sobre mejoría en el caso de mi amigo, proferidas por el
Doctor me sosegaron y él mismo me recomendó descansar y distraerme un
poco, bromeando me dijo:
– Descanse hombre, ¿o también quiere ser paciente de esta clínica?
– Seguí la recomendación del Psiquiatra, busqué a mi prometida e
hicimos un pequeño viaje a un pueblo cercano.
Al llegar de mi viaje llamé a la clínica, respondiéndome el mismo
Doctor Mejía, me dijo que tenia que ir urgente, debido a que Carlos
había sufrido un percance; no tardé mucho en alistarme y salir, el
transcurso fue angustiante para mi, pensaba en mi amigo y en el posible
agravamiento de su estado. Llegué al sanatorio y el facultativo me lo
manifestó todo: luego que Carlos recibiera una visita se le había
encontrado en su habitación revolviéndose en el suelo y botando espuma
por la boca, en un estado horroroso, al poco tiempo murió con una
expresión de espanto en su ya fatigado rostro, cuando el doctor terminó
de detallarme lo sucedido, le pregunté extrañado:
– ¿ Visita ? ¿ Qué clase de visita Doctor ? Si yo era su único
amigo, ¿podría saber quién lo visitó?
– Aquí está – dijo tomando la relación de visitantes – era una
mujer....
– ¿Mujer, qué mujer ? – dije exaltado.
– Su nombre era Beatriz, si Beatriz Mendiola aquí esta – dijo él
–. ¿Quién era esa mujer?¿La conocía usted? – me preguntó el
Doctor.
Al escuchar ese nombre, todo mi cuerpo se enfrió y mi frente empezó a
sudar copiosamente; pero trate sin éxito de ocultar mi asombro ante el
doctor y con una voz entrecortada le respondí:
– Yo... no.... conocía ninguna mujer con ese nombre Doctor...
– Bien – dijo con un gesto de incredulidad el Doctor Mejía, que me
miraba fijamente ambicionando revelar la verdad, traté de esquivar su
mirada preguntándole:
– ¿Está seguro de que era precisamente ese nombre? – deseaba así
encontrar una explicación razonable, confiaba en que todo era una
confusión, pero me sentí decepcionado ante la respuesta del médico.
– ¿Equivocación? Ninguna mi querido Señor; pero presiento que usted
sabe algo más de lo que me ha dicho.
– No Doctor he dicho todo lo que se, no conocía a esa mujer – dije y
no me convencía ni a mi mismo.
– Bien Señor, creo que han sido demasiadas malas noches y esfuerzos,
¿no es así? La clínica se encargará de todos los trámites de
defunción – se expresó el Psiquiatra, dándome un poco de aliento.
Al salir de aquella clínica mil dudas agitaban mi cabeza.
¿Beatriz?¿Beatriz Mendiola? se repitió éste nombre infinitas veces en
un corto lapso de tiempo en mi agitada mente.
Poco tiempo paso y celebré un pequeño funeral para Carlos, mientras
veía como su féretro estaba siendo colocado en el nicho, las
interrogantes sobre su deceso seguían perturbando mi entendimiento. Me
retiré de ese lugar que me producía escalofrios e hice un esfuerzo para
borrar lo sucedido de mi memoria, y cada vez que se oculta el sol,
recuerdo a mi amigo, así como las horribles circunstancias que
envolvieron los últimos años de su vida......sin embargo el miedo a la
presencia de Beatriz no me deja dormir algunas noches...
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