Comentarios a la anécdota
Travesuras y travesías de Amanda
A veces trato de imaginar quienes fueron los primeros amantes que, acaso movidos por el afán de eternizar el goce, hallaron el camino para hacer del mero coito un ritual de placer y una convocación de magia. Qué senderos habrán andado, bordeando el prematuro desenlace, exigiendo a los cuerpos, sintiendo con todo su ser y no sólo con los órganos implicados, hasta desenvolverse en metarealidades orgásmicas insospechadas, hasta arrancarse del cuerpo y sonsacarse los dobles y quedar involucrados en ensueños lúcidos y aterradoras visones del infinito expuesto. Aquellos fueron los primeros tántricos, los que sin mediar conjeturas y quizás sólo manejados por la lujuria refinada, no supieron explicar lo que ocurría si encarnaban deidades sexuadas y les permitían connubio y hospedaje en los huesos y las fibras. Habrán sido como Amanda quizás, no ataviados por prejuicios, con la piel exigente y la mente febril ideando procederes. No hay sacudida mayor para el punto de encaje que el orgasmo tántrico, sobre todo si se alcanza en semisueño, pues lleva al brujo a un ensueño lúcido sin comparación. Las drogas, los no haceres, la poesía, la música, los pases mágicos, no tienen el efecto tan tremendo que tiene el sexo como poder desatado a la hora de mover el punto de encaje. Pero su ejecución satisfactoria requiere dones naturales o disciplina inflexible. Lo de Amanda era un don, todo su cuerpo era erógeno y respondía con elegancia, fue concebida por la reunión de un semen urgente con un vientre estremecido de placer; los padres de Amanda, sin ser brujos, supieron amarse y gozar juntos, eso le dio a Amanda la bendición de un cuerpo energético robusto y fértil, un doble incandescente y dúctil. Amanda bromeaba con nosotros: "no tengo un clítoris por ahí escondido, yo soy toda clítoris". Eso despertó muchas envidias, sobre todo de algunas niñas que sentían aversión de mirarse "ahí" con un espejo o de niñas desconectadas de su centro de placer, futuras mujeres de bostezos al techo y de prisas en quitarse de encima a esas bestias sudorosas que son los hombres ensimismados-penetrando-atribulados-muriendo. Para Wilhem Reich el orgasmo era cosa seria, reveladora de una energía vital que él denominó "orgónica" y hasta sucumbió a la tentación de pergeñar un instrumento para medir la intensidad orgásmica y deducir en consecuencia cuetiones energético-psíquicas vinculadas. Es muy posible que esa misteriosa fuerza aglutinante de los campos de energía que conforman nuestro cuerpo energético no sea otra que esta energía orgónica, líbido prefreudiana, energía fohática, generadora de polaridad y madre del principio de atracción. Rastrear energía sexual, capturar una cuerda, tomarse de ella y subir, trepar cuerpos y delicias, dejarse llevar por el sueño y por todos los dragones que despiertan en las células, respirar las feromonas suspendidas en un aliento de amante que gime justo sobre nuestros labios, revolcar a la muerte y desvanecer el yo en el otro, concurrir las pieles a una sola y húmeda tierra de milagros, expandir en tirabuzón hacia arriba los leves orgasmos que se van apareciendo pero seguir, sumergirse, apuntalar la voluntad con determinación fría de estrella lejana pero no distraer el caudal de lujuria y dejarlo colmarlo todo, colmarnos de olores y dejar que el tacto nos zambulla en cielos punzantes y palpables, mirar en los ojos del amado al que ama y no saber ya quien es quien, deslizarse por ese sueño repentino, cruzar ella la séptima compuerta orgásmica, bañarse juntos en la amrita secretada, disfrutar el bálsamo y la niñez recobrada y nada de muerte por aquí, nada de sombras por allá, hasta el empujón definitivo y final que nos lleva de este mundo a la realidad aparte, ya no hay olvido ni tormento, vamos a la otredad sublime que sólo queda al alcance de los que se han amado con todo su ser, ensoñarse juntos y ponerse a inventar universos de sueño. Galo
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