Comentarios a la anécdota
Un guerrero de fuerte corazón está lleno de añoranza. Toda evocación a la que me enfrentan estas anécdotas me deja el sabor de lo que fue, de lo sabroso que fue y de lo inevitable que es el hecho de que ya no será. ¡No, amor mío, como ayer te amé ya no te amaré jamás!. Sí, hay gente que ha pensado en cosas como el eterno retorno, pero el goce (o displacer) de que las cosas un día se repitan está en la necesaria perduración de la memoria. Sin el recuerdo de que ya vivimos algo, ¿no ha de parecernos nuevo? Bajo la exigencia de la muerte uno brindará con agua del Leteo y su memoria se extinguirá como su vida misma. Si hay un retorno, obedece más a la física que a la psicología, cosa que estuvo en un lugar, en algún momento volverá a estarlo, siendo que todas las posibilidades se verifican en una extensión infinita de tiempo, que bien puede ser circular. Pero no puede servirnos de consuelo, para cada mortal (o inmortal desmemoriado que es casi lo mismo), el tiempo tiene esa apariencia de siempre estar pasando y yéndose, arrastrando hacia atrás horas y gente, amores y angustia, yoes que fuimos otros serán ya, algo parecido a la niebla de Unamuno anda devorando a cada instante lo que en ese instante estaba, todo instante un instante después será pretérito: toda cosa en su futuro está condenada a ser pasado. Añoranza es el amor sobrio del guerrero por todo lo que se llevó o le llevó el tiempo, es el no hacer del apego, del aferrarse, del habitar el pasado para huir del vertiginoso ahora. He visto a Trinidad hace un tiempo, y miento: no era ella, no la he visto. No la mía, la que con ineficacia esboza esta anécdota. La del sueño del nagual: Trinidad mi predestinada compañera, mi mujer nagual, la del cantar de mis cantares. Aquella Trinidad se desmenuza en la añoranza, ésa que ahora no es. Y no se extinguió el amor ni dejamos de frecuentarnos: es que no pudimos darle ese lugar fuera del mundo, lo quisimos en éste, en una cama un día y otro, en una caminata juntos, en una casa compartida, lo quisimos a salvo y aquél amor, aquella bruja pasión, no era para estar a resguardo, para extenderlo en los años y disfrutarlo cotidianamente. Al invitarlo a quedarse él quiso irse y soñarse libre y del mañana. Nuestro amor fue más que nosotros: no se entregó. Es una estrella en un cielo poblado: un día cualquiera quizás no la distingamos de otra, un día quizás ya no brille más, porque allá en su lejos habrá muerto sin que lo sospecháramos un día remoto. ¿Acaso no nos enteramos demasiado tarde que el brillo de una estrella que nos aliviara un estío o nos diera a suspirar, es quizás la tardía noticia de sus últimos días, que ya esa estrella no existe? Me pasa cuando miro una fotografía de entonces, tal vez ese rostro vela la cruda realidad de que ya no existe la que ostentó ese rostro que cautivó mi alma y le dio exquisita penuria a incontables días de romanticismo y nostalgia. ¿O será que sigue madurando, que espera su momento, que de veras nos espera al final de un tránsito terrible que atraviesa otras bocas, otras cruces, desencuentros, engaños, reveses y luces tardías? El guerrero no está exento de amor. Incluso puede ser toda su vida una cruzada en los territorios del amor, cargados de dragones y promesas incorruptas. Desenamorar su intento no parece inteligente: el amor es quizás la mejor estrategia del guerrero, minucia solitaria en un universo abismal que lo amenaza. Quizás la única clave de esta historia, es lo inextricable de la unión entre el amor y la tristeza, y parece que de este material sensible y abrumador está hecho el corazón del guerrero. Sin esos ojos de Trinidad aleteando impávidos y despreocupados en mis ventrículos, inútilmente las aurículas elaborarían el sueño que anda por las venas y me sostiene fuerte sobre el sendero destruído, no desprovisto de flores ni de ángeles ni de desdichas y falsos atajos, hasta el día decisivo, en que, toda mía o para siempre ajena, la mujer que el Águila soño sólo por mí me dé la mano y desde el allende me ponga para siempre detrás del escenario terrestre de aflicción, allá donde me espera un beso definitivo y furioso y final. Galo
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