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Anédotas Brujas - imágenes y textos de Galo  

Comentarios a la anécdota

Crónica del odiado y la adorada

Es anecdótico el rechazo que a ciertas personas le causa oír esta historia, acaso porque revuelca a su autor en el deleznable fango de las bajas pasiones humanas. Que el autor sea un nagual de linaje o no lo sea, debe tenernos sin cuidado. El asunto quiere converger a cosas como el odio, la traición y el amor. Pero el propósito es otro: esbozar de qué modo un guerrero está predestinado a toparse con un gran enemigo, alguien que le otorgará lo que ninguna persona desde el amor o la dependencia o la afabilidad podría: temple. El odio bien llevado, impecablemente recibido, prepara cierta fortaleza que habrá de aflorar el día que a la muerte se le ocurra cansarse de nosotros.

En toda leyenda iniciática urdida sobre el corazón del mito solar del salvador, llámese Krishna o Zaratustra o Jesús, el enemigo desempeña el oscuro papel de acicate, de complicador de causas, de enriquecedor de fábulas. El posible odio literario que nos despiertan los enemigos del ungido, favorece al héroe, que sin semejante aporte, seamos honestos, no ganaría el fervor de nadie. Luego está la dama. Como en los viejos embustes que llevaban juglares de aquí para allá en la vieja Europa, la de dragones más nobles y tierras tenebrosas menos tergiversadas por los medios, en toda epopeya es menester la magia de mujer. Cualquier historia se hace apetecible con un odiado y una adorada. Forzoso es ver que aún en esa novela que sugieren cuatro evangelistas, y a pesar de los descalabros que el demonio de la censura moral le ha causado al argumento, el héroe solar Jesús ama una prostituta y es vendido por uno de sus íntimos.

No tome el lector este montón de palabras precedentes como una oblícua indicación de la naturaleza heroica de quien escribe, si no más bien como un disculparse que no cabe en disculpas. En mi vida, como en la de cualquiera, hay más de un enemigo y más de una enamorada. Pero fue con Santiago y Mariana que el contrapunto se produjo con mayor fiereza, y si en pleno relato queda el autor mal parado, será porque no lo estaba realmente. Que Santiago se enamorara de ella y ella de mí, no me pone en el papel de traidor, pero es que yo quise sentirme así y él, mi buen amigo, se despidió para siempre: maduró el enemigo que tenía para brindarme. Una vez desencadenado el estúpido intercambio de rencores, encaramado cada cual en su distancia, afilados los puñales, no hubo otra opción que dañarnos parejamente el uno al otro.

Un día, tanta escaramuza vio su fin. Ambos estábamos apesadumbrados, vencidos. Las pérdidas habían sido irreparables, y recuerdo que el nagual Santiago se apareció por casa a la madrugada, con la cara tranquila por el mucho llanto, y yo entendí de inmediato que buscaba una tregua. Ya hacía rato que tácitamente le había ofrecido mi paz: es que no se puede. Pero tampoco se puede con el destino, y los días de tregua también cesaron. Hemos crecido en el dolor, pero nuestra estatura no ha llegado a la altura desde la cual todo el odio desaparece. ¿Veremos ese día? Quien sabe. No quisiera este mundo sin que Santiago lo habite, y es ése el que me lo hace imposible cada vez que puede.

Pero está ella. No sabría elegir con quien pasar mis últimos instantes si me pusieran en la disyuntiva de elegir (imagine el lector que una enfermera malhumorada cierra el paso y sólo permite una persona junto al moribundo). Quisiera esto para el final: el mejor de mis enemigos gozando mi partida a la derecha y mi adorada llorando la misma circunstancia inminente.. Tomaría las manos de las dos, y les daría el mejor de mis regalos: la última exhalación. Tanto les debo a esas criaturas que la mano del poder quiso entretejer en mis días terrestres. Sería un simple mortal, sin la bravura y la dulzura que, respectivamente se entiende, Santiago y Mariana incrustaron en mi corazón.

 

Galo

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