Comentarios a la anécdota
Últimas palabras de la madrina Sofía
¿Cómo no ser vulnerables a la muerte de los seres amados? No hay guerrero que no lleve a cuestas unos cuantos fantasmas, unas voces que desde el cariño ultraterreno son sutiles consejeras, compañía en las noches tristes, sostén inasible en los peores días. Casi no hay un día de mi vida despoblado del recuerdo de alguno de mis muertos queridos. Y madrina Sofía, luz de mi infancia y redentora del café con leche, viene a menudo a prepararme un desayuno o a disimular un desgarro en alguna camisa muy usada o a arrullar con su voz de fruta madura la melancolía que a veces me ciega y me esconde en una gruta de sospecha y desazón. No sé su paradero: sé que ella sabe el modo de aproximarse. Cuando era chico y me sentía solo, me gustaba meterme en su habitación y abrazar la almohada donde dejaba caer sus ensueños. Esa fragancia que de ningún modo consiente en meterse en palabras, me anuncia su visita. Las plantas se ponen verdes de un modo muy singular y las ventanas se encaprichan con reflejos imposibles, que parecen sugerir una ronda de velas encendida tras el telón de un escenario del allende. El testamento de madrina Sofía está definitivamente incorporado a nuestra herencia, como un diario de navegación donde la clarividencia convive con la redención, y donde cada presagio es a la vez una historia simple, de un ama de casa peculiar deletreando términos del infinito, en el usual lenguaje del apio y la albahaca. Es una mamá ayudando con los deberes del escolar, una esposa cuidando el sueño del marido ajetreado, una hacendosa presencia que cocina por igual salsas y recetas para navegar en ese mundo de niebla con que están hechos los sueños y los recuerdos. Hay un pase mágico, casi garabateado, que se hace con las manos y los ojos, y que ella denominaba "encender el corazón". Transcribo la descripción que ella hace de este pase:
En la anécdota cuento cómo me dejé dominar por el deseo de venganza, ya he contado que ella fue literalmente "cazada" por reclamar justicia en tiempos oscuros de la historia. Con los años, vencida la efusión y el derroche vano de rencor, yo puedo ver su martirio como la consumación de nuestra sospecha: madrina Sofía era un ser de otro mundo; pasó a través de sus niños, de su nagual amado, de sus compañeros brujos, pasó como un cometa, como una ráfaga, endulzó nuestros días, nos cuidó, nos amó como sólo ella pudo, y cuando su tiempo se acabó, regresó al país de las madrinas buenas, que yo imagino poblado de criaturas celestes, árboles frutales exóticos, pájaros mansos y música con gusto a miel y almendras. Galo |