Comentarios a la anécdota
Romina inciensa mis viernes más tristes
Tal vez a este relato breve le falta destreza como para encender en el lector la perplejidad que quiero transmitir: esa curiosidad del tiempo que a veces le da por anticiparse. ¿Quién no ha tenido alguna vez un recuerdo del futuro? Suena paradójico; no niego que lo sea, sobre todo porque en las palabras uno siemrpe acaba hecho un lío. Entre todos los problemas que en racimo dan eso que se llama mente, está la naturaleza del tiempo y la errónea creencia de que es un corredor en el que se viaja en un sólo sentido, del ayer al mañana, en un perpetuo omitir de algo tan abstracto como "el ahora". Allí estaba procurando un beso de Romina, y mirando el cielo desde una terraza, recordé como en un sueño un apacible olor a incienso, me recordé pescando con un viejo, ambos sostenidos por un bote que arañaba el lago y se sometía al ritmo de espectros selenitas en la periferia. Y resulta que esa visión extraña durante años supuse que se trataba del recuerdo de un sueño que no recordé oportunamente. Hasta que llegó esa noche, en que, pescando con el nagual, viví lo soñado hace tanto, y recordé que estando con Romina estuve recordando este instante. ¿Las manos del futuro esculpen el presente con la arcilla del pasado? ¿O el porvenir es un volver? ¿O todo es porllegar? Aun cuando nos resulte inconcebible, parece que el tiempo es una cosa extraña y mutable. En sus caprichos, en río revuelto, transcurrimos. Hay un discurso de momentos que se interrumpe y luego sale disparado con palabras de memoria hacia remotos orígenes que resultan estando en lo venidero, en las metáforas finales. Los sentimientos no se dejan engañar por tamañas transgresiones, resisten al olvido, parecen rebelarse contra las infamias del tiempo y uno decide empecinarse en extrañar, evocar o anhelar, sin preocuparse si todo eso cabe en el tiempo y en qué máscara (ayer, hoy, mañana). Pero el olvido. Y pareciera que recapitular es vencer ese enemigo, el olvido, que es un pernicioso prestidigitador que en complicidad con el tiempo, nos despista para que no descubramos hasta qué punto, eso del pasado y el futuro son la misma cosa, la misma insalvable incoherencia. Pero al olvido le pongo mi pero: Romina. Debo haberla amado, porque todavía, en puntas de pie, esquivando el vozarrón de la tristeza imperante, algunos viernes trae sus ojos, su pelo rojo y aquél incienso de luna meliflua, de luna niña, de luna ayer siendo lo que mañana siendo, lo que esos viernes siendo, Romina y un beso que no di, que no le di, y el tiempo enojado por que uno ve sus mañas; y se venga matando o envejeciendo o alejando. Por mí, podrá hacer del mundo un cementerio de mi gente amada, podrá poner toda su saña en apartarme de todo lo que quise, podrá nublar cada sed de sol por venir, que yo no me la creo: el devenir es una rara farsa y no me convence. Y ni se haga ilusiones el olvido de andarse devorando todo: acá me hallará recapitulando, día tras día. Porque si es así como sospecho, que no hay pasado ni futuro, en cada momento somos todo lo que fuimos y todo lo que seremos. Galo
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