Comentarios a la anécdota
Aquí hay tres temas. Uno es la inevitabilidad de la muerte, o sea, aunque fuera la muerte de un perro, experimenté que nada se puede hacer, que la muerte tiene una inexorabilidad aplastante y demoledora. Estar consciente de esto es parte de la maestría de la consciencia de ser, porque el guerrero arde en su fuego interior con el impulso terrible de la muerte, el cual por un prodigio de impecabilidad, en una maniobra increíble, es empleado contra la muerte, mediante una sabia inversión de fuerzas y aprovechamiento de la fuerza del adversario, como en el judo. No se trata de pensar: la muerte es terrible. Se trata de sentir con todo el cuerpo y con todo el alma que cuando la muerte se desencadena nada de este mundo puede impedirlo. Pero esta inevitabilidad de la muerte tiene el poder de darle finalidad a nuestro destino y de edificarlo para que converja, para que todos los hechos, hasta los ínfimos, se ajusten al libreto del dramaturgo inflexible, el Espíritu. En el "accidente" por el cual el perrito fue atropellado, estaba la mano del Intento obedeciendo al destino y preparando el camino de la muerte inevitable. No había culpables, y mi autocompasión los buscaba, para eludir la mirada directa del destino tirano. ¿Pero no podíamos elegir, sentía yo? Sí, pero no podíamos cambiar nada. Podíamos elegir lamentarnos y agotar nuestros recursos tratando de modificar lo inevitable, o podíamos aceptar y dejar fluir, resignar la rebeldía que en asuntos como muerte y destino, va condenada a romperse la nariz contra muros de acero. Entendido esto, la frase del nagual Zacarías: "el heroísmo consiste en hacer precisamente eso inevitable que nadie quisiera hacer", significa que el guerrero impecable, sobre todo el que lleva la responsabilidad del liderazgo, el guerrero nagual, puede elegir ser instrumento del intento o ponerse a contracorriente, obstruyendo el desenvolvimiento de lo inevitable y dañándose en su rebeldía o llevando a los suyos al daño o la ruina. Heroísmo no es hacer lo que uno quiere o demostrar valentía siendo temerario y osado, sino captar la dirección de los hechos, obedecer la inteligencia de los hechos y eso significa a menudo hacer lo que nadie quisiera hacer, contra el mundo entero si es preciso, si es necesario para no ir contra el Intento. Y el tercer tema es la confrontación con el milagro. El hecho puro, claro e imposible de que el perro, Sasito, estuviera vivo cuando volvimos de enterrarlo, significaba que no hay una sola realidad, sino muchas, conviviendo tan juntas que nos parecen una sola, pero a veces, a veces el guerrero tiene el poder de ver separadas diferentes realidades, como si la visión del ojo izquierdo se separara de la del derecho y viéramos dos mundos donde nuestra razón nos fuerza a ver uno solo. Hay un universo, el mío, en el que Sasito muere inevitablemente. Hay otro, el de María, en el que la misericordia no se distrae, en que Sasito jamás es atropellado. ¿Se pueden consensuar ambas realidades? Sí. Siendo que el presente y el futuro condicionan el pasado, una memoria ilusoria de los hechos, un falso pasado, acomoda las contradicciones, y nunca o casi nunca advertimos que en el viaje de la consciencia estamos visitando innumerables universos paralelos, algunos casi idénticos entre sí, y el tonal proporciona un hilo conductor, un continuum de consenso que situamos en la sensación de yo, que lleva a la ilusión de "una vida, un mundo, un universo". Milagro es testificar una bifurcación de la realidad en dos o más universos y no tener la robustez del yo como para disimularlo. Yo era sólo un niño, y todo aquello me devastó, obsesionó y martirizó sin fin. ¿En cuántos de esos universos ya habré muerto porque era preciso para el destino de alguien? Y lo milagroso, ¿de cuantos besos es realmente capaz mi boca, en cuáles de esos mundos Trinidad está casada conmigo, en cuáles no murió Lupe, en cuáles Mariana me ha dejado por Santiago, en cuántos no escribo anécdotas? Si todo el universo puede desdoblarse con tal de que una niña huérfana no sufra una decepción, ¿estamos desamparados? Jamás. Y todo hecho trágico está justificado: si pasó tenía que pasar, y no necesariamente afectará a los que presumimos implicados. En cualquier cosa que vivimos, el único realmente implicado es uno mismo, porque un dramaturgo misterioso, el Espíritu, ha escrito para nosotros un guión que queramos o no, representaremos sobre la tierra (esto es, en los infinitos mundos y escenarios que creemos singularidad). Galo
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