Comentarios a la Anédota |
Cronopio cronopio
Qué cosa es, realmente, el tiempo, ¿qué cosa es? Una maltratada metáfora lo concibe como un río que no sabe más que transcurrir. Un griego al que llamaban oscuro, según cuenta o miente Diógenes Laercio, habría dicho que el río nunca es el mismo río y que aquél que un día se bañó en este río ya no es éste que ahora se vuelve a bañar. Porque el volver es apariencia, porque todo se precipita y siempre se está yendo. Nos vamos de nosotros mismos también. Allá en la orilla, siempre hay un Galo que me despide; y este que se siente navegante y viaja, también hallará su último puerto en el próximo, también se quedará agitándole el pañuelo a algún otro Galo que partirá otra vez. ¿Qué cosa es el tiempo en el que nos deshacemos? ¿No va la memoria con sus manotazos de ahogado y sus manos de agua recuperando un día, un rostro, un árbol, unas palabras, como si en esto se cifrara la pertinaz labor de aspirar a la trascendencia? ¿Será aliada la memoria? Todo lo que cabe en el ayer es lo que fuimos y lo que tuvimos y lo que nos tuvo. Algo de raigambre hay en eso de recordar, algo de sostenerse en esta nada a lo que la vida nos deparó, y sin embargo, el guerrero le hace algo a su memoria: al recapitular, el guerrero madura su ayer y se libera pero lo devora, el guerrero enguye sus días pretéritos y sus amores idos y sus muertos atesorados. Se hace uno con aquellas cosas, vence la falacia del tiempo al traer a presente y eterno presente todo lo que se le ocurre a la nostalgia. Yo por ejemplo, tengo una luna de setiembre en mi ventrículo izquierdo, ahí mismo donde convive el hijo que perdí, la esposa que dejé y me dejó, el corpiño blanco de mi segunda novia (erótico trofeo, inofensivo fetiche evocador de perfume y suavidad), el curioso gesto del abuelo examinando su limonero, el Silmarilión de Tolkien que no leí pero atesoro, un incompleto mazo de tarot, un papel de chocolate donde una niña me confesó amarme, un ajedrez de plástico en el que aprendí que también la vida es una sucesión de escenarios negros y blancos donde se juega y se obedece. ¿De qué otro modo se llega al "fuerte corazón" de los chamanes sioux o de los guerreros nahuas? Cada cosa que la recapitulación recupera de aquella distracción que es la memoria va contribuyendo robustez al corazón: "rostro sabio, firme corazón" canta el viento en la danza de las salamandras invocadas, canta el fluido Ehecatl en las gargantas de las sacerdotisas y en la insustancial voz de la aurora, cuando hacia cualquier horizonte la tierra es templo y uno sonríe al sentirse heredero, camino, luz que aguanta, corazón de roble y de niebla. De esa cosa indefinida, de ese río que ya nunca será, como laborioso pescador voy sacando reflejos, peces, miserias, días, besos, tumultuosas cosas, apacibles cosas, voy probando mil anzuelos, voy estrenando cada vez una esperanza nueva. En estos días, recuperé un casette que precariamente conserva parte de una conversación entre Aureliano, Macedonia, Leónidas (Leo), Mariana y yo, la cual tuvo lugar un crepúsculo en Cuzco, Perú. Es trivial cómo comenzó, y también abundamos en lugares comunes. Pero hubo un instante en que nos encontramos hablando filosóficamente de mil cosas, algo parecía habernos puesto a debatir cosas eternas, y a Macedonia se le ocurrió grabar lo que decíamos. El hecho de estar registrando lo que sucedía es posible que a ella la pusiera en una actitud diferente, con algo de pose, y que las palabras de Macedonia no la representen del todo como ella es. Pero los demás fuimos cazados en espontaneidad porque no lo supimos hasta varios días después. Y esa previsión de Macedonia, ese juego, ha permitido que aquella tarde de vagabundos místicos y amigos inseparables de algún modo perdure, cosa crucial para un cronopio que se precie de tal, sobre todo si el tiempo ha hecho luego de las suyas y nos ha separado quizás para siempre. La improvisada fogata, los jarritos de lata con sopa crema de arvejas, el poncho indio de Mariana, la bondad de Aureliano, los ojos de Macedonia, todo se ha ido, y rara magia, Karí Katsuomí, el arte de la recapitulación, ha hecho de aquel casette y de los recuerdos un relato de poder, un diálogo hechizado, del cual transcribo aquí algunos fragmentos.
- El mundo es una ilusión – decía Leo, qque se había empecinado en eso. Hubo más risas. Qué tonto me parece todo esto si lo veo con mirada ajena, pero estar ahí con ellos, volver a escuchar esa broma de Mariana, sentir el cielo estrellado del altiplano gritando encima nuestro, es cosa de incalculable valor para mí en estos días. Este otro fragmento tiene que ver con el amor, o eso parece:
- Yo quisiera un día enamorarme como locco – suspiraba Aureliano. Y luego está el juego de los cronopios y famas. Vale transcribir algunas frases porque, si bien son dudosas por su estética o eficacia, para mi evocan mariposas, traen a la soledad de mi habitación un aroma de jazmines que llega sanando todo, su elemental literatura de adolescencia suena en mi casa, desordena almohadones, sacude cortinas, se sube a la grupa de una canción de Sabina que viene en la radio. Es martes de brujería pero ando medio compungido, todo mi poder anda tapando los huecos que una brutal pérdida ha dejado, no veo y no ensueño, las cosas me acechan y no yo a ellas... pero están mis amigos, subidos al Perú de noche aquel día, subidos conmigo en una aventura de mochilas y libros; Cortázar siempre es amigo, ya desde entonces y antes, cuando a Lupe se le daba por leernos historias de cronopios y de famas a la orilla de la cama; todo esto, perdonáme otra vez, se hace colirio y me recupera los ojos que parecen haberse ahogado en llanto. Te cuento lo que te cuento y entonces puedo dejar de oir a la flaca de manos de hueso que rasguña mi lecho o se pasea por la cocina recordándome que en la heladera hay casi nada para comer, que no he barrido el comedor, que las plantas del balcón están medio torcidas por falta de agua.
- ¿Cronopio cronopio? – nos tienta Maceddonia. Creo que está bien que el guerrero, o el que como yo, desesperadamente aspira a parecérsele, se suelte y le de rienda suelta a su charlatanería de vez en cuando. El hábito de hablar solo, el de inventar relatos de cronopios, el de filosofar porque el aire es gratis, el de hacer muecas delante de los espejos y las vidrieras comerciales de precios irrisorios, el de cantar cuando se siente que el diafragma no tolera más angustia, el de prepararse un café y no entorpecerlo con azúcar, todos son para mí no-hábitos, algo así como no haceres pero que uno busca empecinadamente para tolerar un naufragio, una ruptura o un amor que nos ha fracturado transversalmente. Son no haceres premeditados, parte de la estrategia, bufonescas conductas que restablecen la sobriedad para que el espíritu, inasible vertedero de luces y luceros, llegue a la frente del afligido guerrero y le deje un beso, una cinta roja o una pluma de águila. Y a lo lejos, allá detrás del tiempo y los días, sigue estando en esa tarde de Cuzco mi Aureliano querido y Leónidas sale a buscar ramitas con Macedonia, y Mariana se acurruca otra vez a mi lado y se duerme, cansada y protegida, y yo siento que puedo protegerla y me engaño y lo sé, pero el amor está hecho de estas ilusiones: si es que el mundo lo inventa cada cual, en mi mundo Mariana está segura al amparo de mis brazos y de su poncho indio, y yo me dormiré mucho más tarde, cuando el fuego ceda y la imaginación deje de susurrarme historias de cronopios. 24 de febrero de 2000 Galo
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