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-EL
TRIANGULO-
un cuento de Camilo Moreno
Platillo
1
Carne de cañón
Sus
dulces y sus galletas cayeron aparatosamente sobre el asfalto, no tenia
tiempo para recogerlas, en cualquier momento podían atraparlo, ya estaba
advertido, era obedecer o morir, la culpa no era suya, aquel cliente lo
demoro más de lo normal, sus agitados pasos retumbaban en las paredes
causando un eco ensordecedor y desesperante, era oscuro pero no era de
noche, su corazón latía de una forma salvaje, se le había hecho tarde,
la calle estaba vacía, ya todos estaban ocultos.
Los chasquidos que emitían sus zapatos eran cada vez más rápidos
y frenéticos, pero esta vez una respiración agitada marcaba el paso
de un hombre que estaba al punto del desespero, tan solo le faltaba
una calle para llegar a su morada, pero no por ello estaba mas aliviado,
por el contrario sentía que su corazón estaba a punto de estallar. La
sombra de la muerte se poso sobre su espalda, una mueca de horror puro se
dibujo en su rostro, el ruido de la camioneta era mucho mas terrible de lo
que el se había imaginado, anteriormente había visto y escuchado muchas
en el semáforo donde vendía sus dulces y sus galletas, pero esta era diferente,
venia acompañada de la risa de la muerte.
Su
rostro estaba pálido como la pared en la que estaba recostado, aún no
sabía si lo habían visto. Decidió correr, no pudo, estaba atado al
pavimento, “la muerte” se reía cada vez mas duro, ya estaba a la
vuelta de la esquina, y él seguía quieto e intentando hacer enormes
esfuerzos inútiles, dos lagrimas resbalaron por sus mejillas, entonces,
se oyeron risas, esta vez humanas, lo habían visto e
iban hacia él.
Ocho
jóvenes se bajaron de una camioneta roja y armados con bates y pistolas
lo rodearon, uno de los jóvenes le habló, sus palabras llenas de odio
golpearon como dardos envenenados en su corazón, lo trataron con
desprecio y agresividad, se mofaron de él, lo empujaron, lo arrastraron,
y finalmente decidieron jugar béisbol con su cabeza. Los miembros del
grupo de limpieza social parecieran haberlo disfrutado mucho, se tomaron
fotos, degradándolo y causándole secuelas irreparables, había dejado de
ser persona, ya no era más
que un viejo muñeco de trapo, su cara abultada y deforme pedía
clemencia, mientras las lagrimas recorrían moretones y huesos rotos, los
jóvenes se rieron a carcajadas y finalmente decidieron terminar su
“juego” pegándole un tiro en una pierna.
Al
final lo dejaron tirado en la calle, recostado en su propio charco de
sangre, ya había amanecido y los habitantes volvían a salir de sus
madrigueras, el terror había pasado, aunque todos sabían que por la
noche iba a ser igual, quizás peor.
Decidieron llevar al moribundo al hospital, tal vez se podría salvar…
En
las paredes seguía retumbando la risa de la muerte que se preparaba para
volver, era tan solo cuestión de horas.
Platillo
2
Brazo de reina
Los
mercenarios ya se habían ido, el asedio había terminado, él, el único
sobreviviente de la corte suprema de los caballeros rojos seguía vivo y
aun no había sido capturado. Miro a su alrededor y se percato que su
estancia parecía mas un
calabozo que cualquier otra cosa, era un sitio húmedo y horrible con
telarañas en todas partes, un
imperceptible olor a muerte rondaba en todo el recinto.
Se
sintió ofendido ¿como era posible que un caballero de su jerarquía
estuviera viviendo en un sitio como aquel? Sintió asco de sí mismo y
tras unas cortas vacilaciones decidió salir en una gesta para buscar el
honor y la gloria que como caballero legitimo le eran pertenecidos desde
su nacimiento, cogió su
capa, su espada, y salio de aquel recinto en busca de nuevos horizontes.
La
luz del sol cayo en sus ojos como un baño revelador de vieja sabiduría,
honraría a los caballeros rojos, lo juró por el nombre de su reina. Bajó
a toda velocidad por los caminos empedrados de aquel viejo pueblo, para
encontrarse tan solo con la desolación y la ruina que habían dejado a su
paso los mercenarios, a un costado del camino habían desperdigadas unas
raciones de comida y un poco mas adelante observo con rabia y asombro como
levantaban del suelo a un comerciante moribundo que al parecer había sido
brutalmente golpeado por los mercenarios. Maldijo su cobardía y juró
esta vez por el nombre del comerciante no descansar hasta dar muerte a los
cobardes asesinos. Sacó la espada de su funda y con delirante rabia salió
corriendo detrás de los fantasmas invisibles de los mercenarios, la
gente, admirando su valentía volteaba solo para verlo correr, lamentando
no tener su estirpe ni su nobleza.
Corrió
tanto y tan deprisa que sin darse cuenta se hallo fuera de su reino, su
tranquilo y arcaico pueblo se veía terriblemente aplacado por este otro,
estaba en el reino de las masas grises, la mirada de estos habitantes era
diferente, estaba llena de odio y soledad. Se sintió mas repudiado que
nunca, en verdad aborrecía ese lugar mas que nada, sus magnificas
estructuras tan solo le producían miedo. Sin descansar busco a sus
enemigos por todas partes.
Hacia
el medio día diviso a sus adversarios en el horizonte, tal como le habían
dicho los habitantes de su pueblo los mercenarios estaban montados en un
enorme carruaje rojo, con extraordinaria agilidad le cerró el paso,
estaban frente a frente, se miraron fijamente a los ojos pero ninguno
pareció ceder, era un digno duelo de caballeros de verdad. Ha pesar de
que su enemigo era mucho más grande que él, no se sintió intimidado,
por el contrario, la adrenalina fluyo por sus venas con inimaginable
fuerza, sin previo aviso emprendió la carrera al igual que su enemigo,
corrió tan rápido como pudo y con un valiente grito de guerra se
abalanzo sobre su oponente…
Voló
por los aires como un frágil muñeco de felpa, había sido vencido pero
sin embargo sonreía, grupos de ejecutivos uniformados corrían por las
calles pavimentadas tan solo para verlo morir, su espada en realidad no
era más que un viejo tubo oxidado y su capa un trapo roído y andrajoso,
pero solo hasta ese entonces se dio cuenta:
miro a su enemigo, un enorme bus rojo que decía transmilenio. Volvió a
sonreír, ni siquiera era el “carruaje” de los “mercenarios”, había
regresado a la aplastante realidad de la que había huido hace muchos años,
lo ultimo que escucho fue a un ejecutivo decir - … atropellaron a un
loco…
Entonces
cerró sus ojos por última vez...
Platillo
3
Postre de balas
Sus
botas paramilitares pateaban todo lo que había a su paso, se atravesó un
perro en su camino, lo pateo en la cabeza con toda su fuerza, con sadismo
disfrutó como salía chillando por las calles. Odiaba todo lo que había
a su alrededor, especialmente a
los pobres y su miseria, odiaba su piel mestiza y sus atuendos, su forma
de hablar y sus torpes y bruscos movimientos, no se corría ante nada ni
por nada, empujo viejitas, niños e intencionalmente mendigos y
pordioseros.
Observó
con desprecio cómo la muchedumbre se reunía alrededor de un “loco”
moribundo que había sido atropellado, esa conglomeración de sudor y
humedad, revolvía sus entrañas, estuvo a punto de matar a alguien, tan
solo un ligero remordimiento por lo que había hecho la noche anterior lo
detuvo, no había sido tan gracioso como le habían dicho que era, aunque
en cierta forma lo había disfrutado, muy en el fondo sabia que no estaba
bien lo que había hecho, al ver la cara llena de moretones de la victima
recordó que su padre había muerto en una situación similar, había sido
golpeado hasta la muerte por un grupo de guerrilleros.
El
lo había visto todo, estaba oculto debajo de una cama, por eso los
guerrilleros no lo pudieron ver, desde ese día había nacido su
resentimiento hacia los pobres, aunque tuvo que admitir que había una
cierta relación entre aquel hombre y su padre. Sin querer las lágrimas
brotaron de sus ojos, no podía creer lo que le estaba pasando, se sentó
en un parque a replantear su vida, era la primera vez que lloraba desde la
muerte de su padre.
Duro
varias horas en el parque pero al fin había tomado una decisión
totalmente suya, y esta vez nada ni nadie podían hacerlo cambiar de
parecer, con paso firme y decidido se dirigió a la guarida de sus
“amigos”, lo estaban esperando en el apartamento del líder de la
banda, esa noche saldrían en otra cacería irracional.
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