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Revista literaria Palabras Malditas

 

 

La Espera
Un cuento de Moon_Rider

-¿Te das cuenta?, aquí nada ha cambiado- dijo la mujer.

El hombre volvió lentamente la mirada de un lugar a otro. Finalmente le sonrió a su amiga y dijo:

-Casi nada. Ya no están los mismos meseros, ni el hombre gordo y simpático que solía saludarnos apenas nos veía llegar. Las tazas, obviamente, no pueden ser las mismas. Y esos cuadros de ahí tampoco estaban. A primera vista parece que nada ha cambiado, pero si prestas atención a los pequeños detalles te darás cuenta de lo distinto que es ahora. Nosotros lo vemos como era antes porque es así como queremos verlo.

El mesero llegó y colocó los cafés sobre la mesa. El hombre comenzó a agitar su café con la cuchara. Ella buscó algo en su bolso, sacó un paquete de cigarros y le ofreció uno a su amigo.

-No, gracias. Hace años que deje de fumar- dijo él.

La mujer sintió que sonrojaba y por un momento dudó en encender el cigarro. El hombre se quedó callado, los ojos fijos en el café.

Ella se había sentido emocionada. De hecho había llegado quince minutos antes de la hora indicada al café. Había escogido aquella mesa junto a la ventana. La misma mesa en la que años atrás ella y su amigo habían pasado tardes enteras. Durante la espera se preguntó qué aspecto tendría ahora su amigo, y se pregunto también si él pensaba lo mismo de ella en esos instantes. Volvía a tener la misma sensación que sentía en aquellos días en que todo parecía más sencillo. O quizás lo contrario, días invadidos de pequeñas pasiones, momentos en los que las situaciones más insignificantes se volvían esenciales.

Cuando su amigo llegó ella tardó en reconocerlo. Era un hombre delgado vestido de traje oscuro. Se había dejado crecer la barba y tenia aspecto taciturno. Sonreía, pero su sonrisa parecía ajena, como si sólo fuera una mueca hecha por educación y que nada tenía que ver con la alegría. Ha cambiado tanto, penso ella, pero sus ojos siguen siendo los mismos.

La mujer lo miró un instante y sonrió. Era una sonrisa pequeña y expresiva. Hasta entonces la conversación había sido monótona, un simple juego de preguntas y respuestas. Ella decidió que había llegado el momento, una de las razones por las que había querido verlo de nuevo. Aspiró el humo del cigarro y dijo en voz baja y divertida:

-¿Recuerdas cuando nos sentábamos en la mesa de un bar o cuando veníamos aquí? ¿Recuerdas lo que decíamos, los juegos que inventábamos?

-Por supuesto -dijo él, y por primera vez pareció que su sonrisa se volvía sincera.

-¿Quieres jugar? -preguntó ella.

Él dudó un momento antes de contestar. Claro, dijo. Cerró los ojos como si estuviese muy cansado y al volverlos a abrir miró a su amiga. Empieza tú.
Ella no quiso decir de repente aquella escena que había estado imaginando durante la espera. Era una escena llena de significado, una especie de trampa. Parte verdad, parte invención. Entrecerró los ojos, se mordió la punta de la lengua y fingió hacer un gran esfuerzo mental. Sabia que esa expresión solía fascinarle a su amigo. Y entonces, esforzándose por que su voz sonara lo más natural posible, dijo:

-El hecho es que hay una mujer desnuda acostada en la cama, y un hombre, es decir el hombre con quien vive, la observa sentado en una silla.

-Es un buen comienzo -dijo él-. Y también en un buen final.

-Tu turno -dijo ella y se llevó la taza a los labios. Estaba ansiosa por escuchar.

-Es entrada la noche, digamos las dos de la madrugada. Ambos han regresado al apartamento después de una fiesta. Él va a la cocina a prepararse un trago. Ella, mientras tanto, entra a la habitación y se quita las botas y el pantalón. Pero no se quita el suéter, un suéter gris parecido al tuyo. La mujer se tiende perezosa en la cama y escucha el sonido de hielos cayendo en un vaso. Se muerde un labio, como suelen hacerlo las mujeres cuando tienen una idea divertida, y se quita las bragas. Adopta una posición sugerente y espera a que él entre a la habitación y la mire.

Ella se volvió hacia la ventana, durante todo ese tiempo no había dejado de sonreír. Se preguntó si su amigo recordaba aún aquella noche, si entendía en realidad. Penso cuidadosamente las palabras que estaba a punto de decir, no quería ser demasiado obvia. Es un juego, solo un juego, penso. Se pasó una mano por el cabello y dijo:

-Él entra a la habitación con el paquete de cigarros en la mano y un vaso de vodka en la otra. Mira a su amante y sonríe. Se quita el saco y lo coloca con cuidad en el respaldo de la silla. Se mueve lentamente sin apartar la vista de ella y se sienta. Ambos parecen divertidos y expectantes. Él bebe un trago y saca con cuidado un cigarro, se lo pone en los labios pero no lo enciende. Recorre con la mirada el cuerpo de ella… Falta algo: la habitación es oscura, pocas cosas se distinguen, sólo entra por la puerta la luz azulada del comedor, y esa luz cae exactamente sobre la cama…

El hombre bebió un trago de café y entre la nube de humo miró a su amiga. Era una mirada llena de complicidad. Ella también aprovecho para beber un trago. Lo ha entendido, penso ella, aún lo recuerda. Él hizo un ademan con la mano para que continuara. La mujer pareció meditar un momento y prosiguió emocionada:

-Ella lo mira con impaciencia, está que arde por sentir el cuerpo de su amante. Por sentir los labios de él en los suyos, por sentir el roce de su barba en el hombro. Y está tan ansiosa que tiene ganas de acariciarse, pero no lo hace, prefiere esperar. Hasta que él se acerca y…

-No -interrumpió él-. No se acerca, permanece en su sitio. Está feliz. Hay algo que acaba de descubrir, algo importante. No sabe todavía de qué se trata, pero sabe que si se acerca todo se echaría a perder. ¿Me entiendes?

La mujer entrecerró los ojos como intentando recrear la escena en su mente. Hizo un movimiento de cabeza y miró por un instante a los peatones a través de la ventana. Después se volvió hacia él y dijo en voz baja:

-Sí, te entiendo. Pero tiene que moverse. Algo tiene que pasar.

-No, no tiene que hacerlo. Si por el fuera se quedaría así para siempre, con esa sensación corriendo por sus venas. Ten en cuenta que es un momento importante, podría ser ese instante el que puede cambiar su vida. Ambos han llegado de algún modo al final, nada puede ser mejor de ahí en adelante.

-¿Pero y entonces qué? -dijo ella confundida.

-No has entendido. El hombre acaba de descubrir algo que lo obliga a quedarse inmóvil. Si tuviese una cámara fotográfica a la mano grabaría ese momento para siempre. Bastaría una foto, sólo una. Después de hacerlo ya nada importaría, ¿me entiendes? Sólo entonces podría acercarse a ella, tocarla. Con el tiempo la relación puede derrumbarse, podrían separarse y no volver a verse jamás. Imagino que habría un momento, años después, en el que ese hombre recordaría aquella noche e iría a buscar la fotografía. Quien sabe, quizás hasta la mande amplificar. Una amplificación realmente grande, digamos que abarcara una pared entera. Entonces ya no importaría que estuviese solo, no importaría siquiera buscar nuevas compañías. Nada. Todo lo que importa está en aquella enorme fotografía montada en la pared. Él sabe que forma parte de ella y podría quedarse cada noche, sentado en una silla, observando esa imagen. Eso sería suficiente para hacerlo feliz.

-Pero no hay ninguna cámara fotográfica, no puedes sacar eso así como así -dijo ella. De pronto se sintió traicionada, y en su voz había algo de enojo y tristeza.

-Sí, tienes razón. Es una lastima porque entonces a ese hombre ya sólo le quedaría la memoria. Y la memoria es algo frágil. ¿Qué sugieres entonces?

-Tienen que encontrarse, tienen que hacer el amor -dijo ella casi en tono suplicante.

El hombre la miró desconcertado y su sonrisa se fue desvaneciendo. Ella encendió otro cigarro y miró su reloj de pulsera. Por un momento recordó exactamente como habían sucedido las cosas y sintió ganas de llorar. De pronto sintió la mano de él sobre la suya. Una caricia casi compasiva.

-Claro, lo más probable es que la historia termine de ese modo -dijo él.

Ella terminó su café. Se dio cuenta de que ahora su sonrisa se parecía a la de él, una sonrisa artificial, inexpresiva. Ambos se miraron a los ojos. Se hizo un silencio incomodo. La tarde llegaba a su fin.

 


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