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Anédotas Brujas - imágenes y textos de Galo     

Comentarios a la Anédota     

Anécdotas brujas

Anécdotas brujas - segundo tomo

Indice de comentarios a las Anécdotas

El Relicario de Galo

 

 

Evocación de Marina
Evocación de Marina

Si pudiera llevarte de la mano
a ese lugar que más te ha ensombrecido
verías la alegría que ha existido
y lo maravilloso de antemano.

Si pudiera llevarte a ese lejano
lugar, donde sufriendo has aprendido,
te enseñaría aquello que has perdido
en temer, en mentir, en huir en vano.

Silvina Ocampo.
Amarillo Celeste, A mi infancia

 

Esa mañana Marina no me despertó. Era inusual, siendo el inquieto y travieso ser que es. Su forma de acecho es el alboroto espontáneo, la ocurrencia lúdica. Desperté solo, convencido de que algo sucedía. La mañana andaba gateando, serían las nueve. El nagual Z se había ido al Chaco, porque debía pasar una especie de iniciación chamánica menor. Estábamos en la casa de doña Carolina, vieja bruja que se unió al nagual cuando él era joven y ella tenía ya cuarenta. No le dio la talla, pobrecita, para quedarse en el equipo del nagual Z y la madrina Sofía, pero su amor sin condiciones y su extrema soledad le impidieron marcharse y pidió quedarse como una especie de ama de llaves. La recuerdo como una abuela de amargura indescifrable y sonrisa generosa, si creyera un poco más en los ángeles me gustaría creer que la sostienen en su gloria en esa remota vastedad que evoca la palabra cielo.

    El olor del café que venía de la cocina afectó fuertemente mi decisión de ir a ver a Marina. Estaba especialmente hambriento, y doña Carolina preparaba un desayuno que seguramente me haría elegir el infierno gustoso si sólo en él lo sirvieran. Silvina Ocampo diría eso es del informe, y yo le diría dejémoslo para otra ocasión. Pero al no venir Marina, la misteriosa Tonantzin que el nagual trajo huérfana de Oaxaca, pudo más mi preocupación o mi curiosidad y fui a su habitación a buscarla, donde en ese entonces dormía con Trinidad. Trini no estaba, porque estaba en la ciudad haciendo un curso de literatura y existencialismo que vino a dar un profesor discípulo del mismísimo Sartre. Trini sabía leer desde los tres años, porque le enseñó la madrina Sofía.

    Cuando abrí la puerta, encontré la habitación en penumbras. Apenas la persiana convidaba un poco de mañana, apenas se dibujaban los objetos como si el que los estaba soñando estuviera por caer en lucidez y dar al traste con ellos. El aire estaba detenido como en un cuento de Gabriel García Marquez, pero no por pesadez, sino por fortuita elección o por conmiseración ajena. Marina miraba hacia fuera sin ver y estaba triste. La envolvía una luminosidad imperativa pero desolada, sus ojos acechadores parecían escrutar una mancha de humedad en la pared, sus manos cedían y no sostenían el vuelo, le pregunté si estaba enferma y me dijo que no. Le pregunté si estaba triste y me dijo que estaba enferma. Pero estaba triste.

    No sirvió de nada que para ella evocara flores y cuentos, fabulosos tigres mitológicos, barcos de ámbar con velas de transparencia que remontaban el viento solar, castillos de aire donde las hadas hacían siesta y roncaban sinfonías; no sirvieron las cosquillas ni el café, no pudo doña Carolina con ningún manjar. Jacinto le trajo en la tarde un ramo de violetas, hasta le presté mi bicicleta, pero Marina estaba ida en su pena y con sutileza nos decía que eso pasaría. Pero sólo la madrina Sofía supo que jamás Marina dejaría su tristeza, entonces nos instó a dejarla en paz con sus pensamientos; dijo que cuando Marina encontrara lo que buscaba ver en la mancha de humedad dejaría su habitación y seguiría su vida como si nada. Pero será como si nada, aunque ella no será ya la misma.

    Al otro día, en plena siesta, llegó el nagual. Me llevó a la ciudad y me presentó gente amiga. Uno de ellos era un chamán chaqueño que perdió la voz pero ganó el canto de exóticos pájaros, y el nagual me contó que había visto a Rey Colibrí, un misterioso ser de naturaleza semejante a Mescalito, pero más del aire y del día. A mi sólo me interesaba saber qué le pasaba a la Tonantzin, si se iría ese halo gris que le enturbiaba el azul soberbio de su mirada rasgada y gatuna, si cometería sus tropelías como cada día, si hallaría lo que la madrina había dicho que buscaba en la mancha de la pared.

    Pero el nagual no me habló de ello. Cinco años después nos explicó a los hombres qué era perder la forma humana, nos hizo dibujos interesantes que aún conservo, nos habló de envase y relleno, de alma lunar y alma solar. No me decía nada su afirmación de que Marina cinco años atrás perdió su humanidad y se convirtió en una criatura de fuego esmeralda y rayo de luna.

    Dos años pasaron aún y el nagual me explicó que sin instalarse definitivamente en la tristeza nadie comprende la alegría. Marina es el ser más alegre que conozco, su algarabía contagiosa nos ha sostenido en difíciles crisis. Y si uno se atreve a preguntarle a Marina qué es la tristeza dice una frase enigmática: un colibrí que surge de una mancha de humedad. Y si uno insiste simplemente desaparece o te pisa un pie y sale corriendo, o te besa los párpados y te dice: todas las lágrimas invisibles son la tristeza, todas las lágrimas que llora la noche en silencio y que desconocen los inmortales. Y se aleja riendo, con esa transparencia y esa genuina alegría que los demás, los humanos, nos afanamos por conquistar.

Galo
 

 

 

 

 

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