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Otro cuento de hadas
de Zona_Rosa

 Las hadas aprendieron a jugar al escondite.

Doña ciudad las enseñó.

Mientras todos contamos del uno al cinco billones con la cabeza fija en nuestras tareas de todos los días, las hadas se esconden.

A veces esperan hasta que el rojo cambie de vestido para salir de detrás del semáforo sin ser vistas por los ojos que arrancaron de la esquina; A veces se asoman tras los ojos de un extraño o nos miran agachadas desde los espacios vacíos de  la vitrina de una tienda clausurada.

El error de los escépticos es querer verlas como pequeñas damiselas con alas de luciérnaga revoloteando entre los lirios de un estanque que esperan aparecerá de pronto en mitad de la avenida.

(Como Moisés logró ordeñar agua de las piedras del desierto se figuran que cualquier pendejo puede sacarle ríos al concreto sin ayuda de un buen mazo y un drenaje bien ubicado).

Aún las hadas que viven en los lirios de Xochimilco se burlan de tales nociones… O eso me han dicho.

La verdad es que  yo tampoco he podido ganar en el juego de las escondidas que nos declararon los seres fantásticos a los que rondamos el mundo en corceles de herraduras vulcanizadas.

Es esta la era del hombre, de la mujer y de las perversiones del conocimiento.. ¿O debí decir la era de la mujer, el hombre y las perversiones del conocimiento?

¿Qué tiene que ver el conocimiento con las perversiones que nos imponemos cual maquillaje antes de salir a escena?

¿ Acaso el tinte “verde envidia” tiene algo de científico?

A pesar del decir de “Revlon”, las hadas quizá dirán que no, pero como dije, aún no me he topado con alguna para preguntarle. Mi nombre, después de todo, no es Ana - Ana como en “Ana la niña que fue visitada por las hadas al nacer” - y aunque así fuera, dudo mucho que hubiese perdido mi tiempo y el de las hadas pidiendo consejos de cosmetología. De haber sido yo Ana y no yo, hubiese hecho exactamente lo mismo que hizo ella y no lo que yo hubiera hecho.

¿Y qué fue lo que hizo Ana?

Bueno, a final de cuentas supongo que hizo lo que cualquiera de nosotros hubiese hecho de estar en su misma situación… Dijo: “Aaaaaah[1]” y las hadas le dieron cuatro regalos que habían comprado para la princesa mas virtuosa del reino (que había muerto en la sala de partos adjunta por haber resultado poco mas débil que virtuosa).

 - ¿Y ahora? ¿Qué hacemos con estos regalos?

- A mi me dijeron en la tienda que no aceptaban devoluciones.

- ¡Ay! ¡A mi también!

- ¿Ya ven? Eso les pasa por comprar en la tienda del “Judío Errante”.

- ¿Y qué otra cosa podemos hacer con esta crisis?

- Modernícense chicas, compren a crédito.

- ¡Uy si! ¡Como todas estamos casadas con el gobernador del “Banco de la Ilusión” a todas nos dan crédito!

- ¡Ya niñas, ya! ¡Van a llamar la atención y acuérdense lo que le pasó al hada Felicidad!

- ¿Y qué le pasó tú?

- ¿No supiste?… ¡Ufff!… ¡Fue el escándalo del siglo!… Se la llevaron unos científicos japoneses y… ¡Ya te imaginarás!… La pobrecita se murió de cáncer … ¡De cáncer!

- ¡Shhh!

- Bueno… ¿Y entonces?

- ¡Ay! Pues yo no sé, pero yo tengo que darle este regalo a alguien…

 Y… ¡Zas!

Por andar de pedigüeña a la inocente Anita le tocaron los cuatro regalos mágicos que las hadas adquirieron en la tienda de un Judío de dudosa reputación.

 El hada Ximena le dio miradas de fuego capaces de abrasar el corazón de los hombres en el mas puro de los amores; El hada Coral le dio una voz dulce capaz de convencer al mas obstinado de los seres; El hada Falaz le dio la astucia del escurridizo viento del norte y el hada Mirán le dio un regalo secreto que nadie jamás había visto y que pocos sabían como usar.

Ana recibió los regalos graciosamente (aunque babeando un poco) y lloró cundo las hadas se fueron, justo como cualquiera de nosotros hubiera hecho.

(Cualquiera menos alguien que supiera el uso del regalo secreto del hada Mirán. Pero como ese alguien aún no se aparecía en la historia cuando las hadas se fueron, el hecho resulta irrelevante de momento).

Y Ana creció.

Usando sus regalos se hizo muy popular. Perdió su virginidad a los catorce y fue venerada en los círculos de la elite para cuando cumplió los veinte.

¡Ay que niña tan bonita!

A los veinticuatro, los regalos de las hadas la habían convertido en el brazo derecho del oficial mayor de la Secretaría de Relaciones Exteriores y para los veintiséis se postuló para un cargo en una embajada lejana cuya ubicación es mejor mantener en secreto. Tan en secreto como se había mantenido el regalo del hada Mirán.

¡Ay que niña mas bonita! (Bis)

Carismática, inteligente y divina.

“¿Por qué no se habrá casado?”

La elite que la veneraba empezó a hacerse preguntas que solo se responden con respuestas de cortinas cerradas o lenguas a medio morder.

“¿El sacrosanto embajador en Francia?”

“¿No que era maricón?”

- ¡Ya deberías casarte hijita, es hora de que escojas a un hombre y empieces a formar tu felicidad!… Después de todo tienes esas miradas de fuego que son capaces de abrasar el corazón de los hombres en el mas puro de los amores.

- ¿Si verdad?

¿Qué habría pensado la elite de haber sabido lo que la voz, la astucia y el mirar de Ana anhelaban sin poder conseguir?

Quizá habrían pensado un “¡Gracias a Dios!” pero Ana solo pensaba pensamientos que llevaban una calaverita en la etiqueta cuando se quedaba sola… Aterradoramente sola.

Su astucia solo le servía para escurrirse entre los planes y planos de los amos del cielo, su voz solo convencía a los seres obstinados y su mirar solo funcionaba para despertar el amor de los hombres.

¿De qué le servían todos esos regalos si la única persona que podría haberla ayudado a vencer la soledad ni pertenecía a las cúpulas del aire, ni era obstinada, ni era hombre?

¡Pinches hadas!

¡Debieron haber comprado a crédito para darle un regalo que sirviera para bendita la cosa!

¡Ay Rita!

Tus labios carnosos, tus lágrimas negras, tu caótica esencia, tu nariz pequeña y tu mente grande (tan despiadadamente grande).

Ana conoció a Rita tras la caída del telón de la quinta y última representación de la patética obra de teatro en la que actuaba.

- ¿Y tú que harías si fueras Alexa Rita? ¿Que harías si te vieras en una situación así?

Rita había sonreído y contestado sin titubear; Como si desde siempre hubiese esperado la pregunta de Ana.

-Primero cerraría los ojos y pensaría en el pasado… Trataría de recordar “por qué” me enamoré de ese hombre, trataría de recordar cada caricia, cada suspiro, cada momento de piel compartida, cada momento de calor compartido… Trataría de recordar qué fue lo que nos unió en un principio y luego… Luego agarraría un martillo y le machacaría todos los huesos de la mano con la que me pegaba…

La respuesta causo la hilaridad de muchos en aquella sesión de preguntas y respuestas, pero los labios de Rita no se doblaron ni medio milímetro.

- No, no es broma… Y te voy a decir por qué: Si al buscar hubiese yo encontrado todos esos recuerdos que busqué, eso habría significado que todavía los tengo y que quizá a muy a mi manera aún encuentro un “por qué” seguir con el tipo, pero no significaría que tuviera yo que soportar que un desgraciado me “surtiera” todas las noches como Nicolás  le hacía a Alexa… ¿Me explico?

¡Ay Rita!

¿Tu nariz pequeña, tu mente despiadada o tu respuesta?

Quizá fueron las tres las que pusieron en marcha los acercamientos y las salidas. Las primeras con chaperones masculinos que luego de un rato salían sobrando y las últimas - después de que los traumas y los malos sabores de los catorce, los quince y los dieciocho quedaron expuestos a la orilla de una botella de Vodka - fueron envueltas en el mas abrumador de los secretos.

¡Pinche astucia!

¡Pinche hada Falaz!

Fue su regalito el que terminó por joder la cosa.

Rita se cansó de la conveniente mordaza que cubría los suspiros de su platónica relación y dejó plantada a Ana en el bosque de árboles petrificados que “la astuta” había escogido para declararle su amor a “la cabrona actriz” que jamás se presentó.

Ana jamás se enteró si fue el despecho lo que hizo que Rita emigrara a confines lejanos con otra compañía.

La verdad yo tampoco me enteré.

“¿Si verdad?”

Pensamientos que llevaban calaveritas... O al menos después de haber buscado por cielo, mar y tierra a Rita; al menos después de haberla encontrado en la ciudad esa donde esta la embajada lejana esa cuya ubicación es mejor mantener en secreto.

Ana no pudo evitar usar su astucia, su mirar y su habla para postularse al cargo que estaba vacante en aquélla embajada, y cuando lo logró…

Entonces si: Pensamientos que llevaban calaveritas.

Si Rita se había alejado porque Ana necesitaba mantenerse en el closet, lo primero que la lógica dictaba para lograr por fin el esperado y feliz reencuentro era que Ana se decidiera a salir de entre la ropa colgada y eso era algo que la astucia le prohibía.

¿Ya ven porque es malo aceptar regalos de extraños?

¿Ya ven ahora porque fue menester “pinchear” al hada Falaz?

La misión diplomática estaba casi a la vuelta de la esquina y su entendimiento no lograba encontrar el acomode correcto de las piezas.

Ana podía ver dos futuros diferentes con cada no de sus ojos, pero ninguno de esos dos se le antojaba para completar un bosquejo de destino.

Con el ojo derecho veía un salón de clases, una cátedra de historia ajena que sin embargo pudo haber sido suya. Cientos de oportunidades pasando de largo y una vida sin influencias al lado de la mujer que amaba, pero SOLO AL LADO DE LA MUJER QUE AMABA.

La soledad que hasta entonces había mantenido como licor de diario en el cajón de su escritorio se limitaba a incluir solamente al anhelo por ausencia de una Rita y al tenerla a ella, pero nada mas a ella… ¿Que le aseguraba que su reserva alcohólica no se volvería  mas fuerte con el añejamiento de anhelos causados por la ausencia de la elite que la veneraba?

La experiencia le había enseñado que una soledad compartida, aunque pese menos, sigue siendo soledad.

Con el ojo izquierdo veía las riquezas del mundo… ¡Veía a un mundo completo que le suplicaba por dominación mientras un caótico perfume era extirpado de sus pulmones junto al resto del oxígeno que requería para respirar!

No había destino.

Cierto día, cuando faltaban menos días para que llegara la orden de partida hacia el país aquel  cuyo nombre es mejor no mencionar, llegó a la oficina de Ana  un ente que compartía el piso de donde trabajaban. Era un tipo desagradable, tenía una sonrisa chueca que parecía estar sostenida solo por uno de sus labios y llevaba en la cara la desagradable marca  de la limpieza forzosa y fingida.

Hay quienes tienen un aspecto pulcro que parece natural a pesar de que el agua no pase siquiera cerca de su semblante al transcurrir de semanas y hay quienes por el contrario, a pesar de bañarse, rasurarse y acicalarse todos los días no llegan ni a aparentar el aspecto de limpieza natural… Como si fueran entes sucios por naturaleza.

Ana recibió al sujeto con una de sus acostumbradas sonrisas desgarradoras y a pesar de que sentía el asco que le provocaban todos los sujetos como aquél, le pidió que tomara asiento porque después de todo… “Era una niña tan linda…”

- A ver licenciado, dígame: ¿En qué puedo servirle?

- ¡Ay licenciada!… ¿Cómo le haré para empezar?…

El sucio sujeto se frotó el mentón con la ansiedad de un deseo de prostíbulo, como si estuviera saboreando un par de caderas que se asomaban frente a sus ojos.

Desagradable..

¿Ya mencioné desagradable?

- ¿Por qué no empieza por el principio?

La sonrisa se hizo completa… Deformada y completa.

- Mire licenciada, la verdad.. - El sujeto se levantó, cerró la puerta de la oficina para que nadie de afuera pudiera oír y luego volvió a sentarse donde antes estaba - …Usted sabe que yo quiero el puesto que le ofrecieron en la embajada...

- Pues si licenciado pero fue el Secretario el que decidió quien se iba y quien se quedaba. ¿Qué quiere que yo haga?

- Quiero que renuncie a su comisión… Estuve hablando con el Subsecretario y me dijo que si usted rechazaba la comisión, podía hacer las gestiones para que yo me quedara con ella.

-  ¡Ajá!…- Ana junto las manos frente a su nariz  y clavo los ojos en el “Sucio sujeto” -…¿Y por qué habría yo de renunciar a mi comisión licenciado?

- Porque si usted me cede esta comisión yo puedo ayudarla con el “asunto” de su “amiga” Rita.

Demasiadas comillas en una oración.

Eso no le gustaba a Ana.

- Mi “asunto” con mi “amiga” Rita…  ¿Específicamente a qué… “asunto”… Se refiere usted licenciado?

- Usted tiene  “miradas de fuego capaces de abrasar el corazón de los hombres en el mas puro de los amores”… Un don del hada Ximena… “Una voz dulce capaz de convencer al mas obstinado de los seres”… Cortesía del hada Coral… El hada Falaz le dio “la astucia del escurridizo viento del norte”… Pero además tiene usted otro regalo de las hadas ¿Verdad?

Ana debatió su semblante entre una risa burlona y una incredulidad con cualidades de inflamación.

Veintiocho años habían pasado y obviamente su mente había sacado del albúm fotográfico las figuras de las hadas que la habían visitado al nacer.

- Licenciado mire…

- Yo sé lo que es el regalo del hada Mirán, es mas: Sé como usarlo y como puede ayudarla a usted con el “asunto” de su “amiga” Rita… Puede quedarse con ella si utiliza ese regalo ¿sabe?

        La mueca de Ana se decidió por la seriedad absoluta.

Rita… Regalos… Hadas… Si, empezaba a recordar…

- Tiene usted mi completa atención licenciado.

“El sucio” mostró los dientes.

Amarillos… Desagradables… ¿Por qué lo hizo?… ¡¿Por qué?!

- El regalo del hada Mirán es un pedacito de nada, un fragmento de inexistencia… Usted puede usar ese pedazo de nada para borrar de su vida un acontecimiento que  hubiera preferido jamás vivir.

- ¿Cómo?

- Primero lo primero mi querida licenciada…-  “El sucio” sacó de entre sus ropas un papel que contenía  la renuncia de la licenciada Ana al cargo que le daban en el país ese “cuyo nombre es mejor no mencionar” y la puso sobre el escritorio - … En cuanto usted me firme este papelito yo le revelaré todo lo que sé sobre  las hadas y sus regalos.

         Ana se quedó sepultada bajo un deslave de interrogantes sin respuesta que se dejaron caer sobre ella con la lujuria de cien mil violadores.

         Y luego la hoja de papel en el escritorio…

¿Qué era eso?

¿Una broma?

¿Estaba viviendo un episodio de una serie de misterio?

¿Están ustedes viviendo uno?

(Por favor llámenme cuando acaben de leer esta historia)

Astucia… Astucia…

- Mire licenciado… Suponiendo sin conceder que lo que usted me esta diciendo sea verdad… ¿Que se supone que “borraría” de mi vida para lograr resolver mi “asunto”?

- La partida de la señorita Rita, claro…  Usted puede “borrar” su escape como si borrara un acento mal puesto en un documento… Si logra eso, de todos modos no tendría  necesidad de aceptar la comisión… ¿Verdad?

- ¿Cómo se enteró de todo esto que me esta diciendo?

¡Los dientes!

¡En el nombre de la humanidad!

¡¿Por qué torturaba de esa manera con sus dientes?!              

¿Es que acaso no podía dejarlos ocultos como la gente decente?

- Simplemente digamos que las hadas son seres que no pueden guardar secretos.

(Manera elegante de decir que las hadas son unas chismosas)

“A caballo regalado…”

¡No, todo eso era muy repentino!

La astucia no la dejaría…

¿No la dejaría?

¡Al carajo la astucia!

Sin pensarlo dos veces, mas decidida que extrañada, Ana se encontró de pronto firmando el papel que el sucio le había ofrecido.

¡El acabose !

Rita no se fue, “El Sucio” llegó a embajador del lugar ese cuyo nombre es mejor no mencionar y Ana…

Ana jamás existió.

El pedacito de “nada” que las bondadosas hadas le habían regalado al nacer resultó mas grande de lo  que cualquiera hubiera podido anticipar y terminó borrando por completo la existencia de la muchacha.

Ana jamás existió.

¡Lo bueno es que el hada Mirán había comprado a crédito!

Cuando las hadas llegaron al hospital a dejar sus regalos  y encontraron muerta a la princesa del cuento, se tuvieron que retirar con la cola entre las patas porque esa noche, los que en otras circunstancias hubieran sido los padres de Ana, asistieron al nacimiento de su único hijo: Un niño que veintiséis  años después se casó con Rita.

¿Catastrófico no?


[1] Que en dialecto de “un día de nacido” quiere decir: “¿Qué me trajeron cua-ra-cua-cuá?”

         


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