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>> La profecía , por Ruben Fernández
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La profecía
«Todo esto ocurrirá en la penúltima hora del nomon, antes de que las cosas de la tierra sean abandonadas por su sombra, cuando el que tiene sus pies semejantes al latón fino los dirija nuevamente hacia nosotros; la hora en que parecerán victoriosos aquellos que ya fueron una vez diezmados por su ira. Pero su mundo se hará trizas como una vasija de barro cuando explota el caliche al calor del horno. Y esto pasará, para mayor congoja, cuando los que tienen paciencia crean que ya es venido el reino de la razón, engañados por aquel que mora en la mentira y se alimenta del agua que hincha las llagas de la muerte. Entonces, sólo los justos sabrán que es inminente atravesar la puerta que nos lleva al pasado. Porque las cosas son en el orden en que han sido puestas, y no en el que los hombres las han descubierto. Así lo anunciarán, aunque los que tengan oídos no los oigan. Luego, muchos lamentarán haber caminado, a través de la historia, de espaldas a la naturaleza de las cosas, destruyendo a cada implacable paso su propio futuro sin llegar a intuirlo.» Detuvo la escritura pensativo y contempló con desagrado una pequeña mancha de tinta en el
margen izquierdo. De haber ocurrido en la primera hoja la habría copiado a una limpia, Lástima el tiempo, pensó, que había condenado a los hombres a entrever el futuro recién
cuando se halla extinguido en la insondable mar del pasado. Se masajeó la frente, hundió «Cuando esto ocurra, la voz de los dignos rasgará el silencio que ha impuesto el terror, reclamando porqué no les ha sido avisado, porqué ha callado el centinela que gira en el cielo y porqué no lo evitaron quienes guardan las llaves del entendimiento. Pero los sabios replicarán que ellos levantaron su voz de alerta a cada signo aparecido en el firmamento y sobre la faz de la tierra, una y otra vez, sin encontrar quien le prestara oídos. "Yo ví en sueños salir espíritus inmundos de la boca del dragón que trajo la máquina del
cálculo" dirá el de Tiatira. "Y de la boca de la bestia salían mercaderes y falsos
profetas que hacían señales a los reyes de la tierra y de todo el mundo. Pero estos Corrían a bendecir al monstruo de incontables brazos que les traía maderas preciosas y marfil, artefactos de oro y de plata, enormes lienzos con la imagen de otros reyes y sus mujeres, amplios palacios de paredes gruesas para protegerse de la luz que ilumina con fuerza tal que desintegra las cosas y los seres." "Ay, de aquellos que han vivido en medio de los deleites, y de los anafroditas temerosos
de la plaga que vuelve agua la sangre, y también de nosotros" dirán y se morderán la
lengua así lo escuchen los mansos, los que llegaron al final sin canela y ungüentos, sin
vino y sin aceite, cubiertos únicamente por vestidos de crudillo. "Caída es la ciudad
grande, por culpa de la soberbia que la empujó a escalar los peldaños del cielo para Se apoyó con ambas manos en la mesa y se incorporó con dificultad. Se arregló el caftán y caminó con fragilidad de enfermo hasta el samovar. Atizó el fuego, le agregó su último leño y esperó un rato de pie. La historia, en cambio, ya no espera, por más que uno cuente como futuro las cosas ya pasadas, pensó. Bebió algunos sorbos de té antes de regresar a la mesa con la escudilla humeante y proseguir su labor. «A la luz tenebrosa de los incendios y dando voces potentes como el rugido de un animal
cebado saldrá de entre las llamas, junto al humo, una queja. De la boca de quienes
vivieron en Magog saldrá, quienes en su desesperación preguntarán: "¿Qué culpa hemos de
expurgar nosotros a cargo de la insensatez de quienes tuvieron el conocimiento de los
libros y la clave de dos números que explica el universo? Todo lo aprendido ha servido
nada más que para el espejismo que nos deja abandonados como un huérfano a las puertas del
infierno, mientras aquellos a quienes le fue dada boca que habla grandes cosas y
blasfemias vuelan como ángeles hacia el reino donde no hay días y noches, encaramados en
la fortaleza que viaja." "Por los cuatro rincones del mundo hemos pregonado los signos. Deberían haber bastado
nuestras advertencias contra la calipedia y la adoración de vuestras propias imágenes. Por todos los confines de la tierra se escuchará su voz y se verá su imagen, en el oscuro cristal de los espejos donde se pueden ver las ciudades y lo que en cada una de ellas ocurre. Su voz resonará tres veces, como el Sanctus, para que nadie deje de oirla y no se pierda una siquiera de sus palabras, dentro y fuera del muro que separa los bienaventurados de los que no lo son. Caerá asimismo el muro, abatido por el peso de su injustificable soberbia.» Hizo una pausa y su mirada atravesó el vitral de la ventana hacia donde la mañana hería de mortal luz la espalda de la noche. Acaso fuese la última, reflexionó. Entonces vendría la anunciada mañana y el cielo se teñiría de un color malsano. ¿Cuántos quedarían ahí fuera? Pocos, seguramente. Algunos que como él, se habían alejado a tiempo. ¿A tiempo? Sacudió la cabeza para dispersar la ironía de sus propias ideas, se estregó los ojos para ahuyentar el cansancio y reinició su tarea, sintiendo cómo la imaginación se estrellaba a cada párrafo contra la realidad para caer rendida como un pájaro inepto para el vuelo. «Los espejos mostrarán entonces la venganza de los animales, que causará grandes estragos
entre los humanos. Y nadie se asombrará de escuchar al cerdo que habla o al mico que razona con juicio
verdadero. Por el contrario, con precipitación saldrán de toda la anchura de la tierra, de Tampoco notarán el engaño perverso de sus palabras, engalanadas como la esposa infiel que espera a su marido vestida con sus mejores prendas, ocultando con pretendida alegría la agitación en que recién la ha dejado su amante. Ni verán que sus ojos destellan llamas idénticas a las del fuego. De donde irán confiados detrás de ellos a hundirse en el lago donde todo se pudre, aún el topacio y el jaspe. Ningún hedor detectarán sus narices y nada recelarán de aquella invitación, animados por una falsa esperanza como animan al moribundo las rosadas mejillas de la fiebre. Habiendo dicho esto todas las criaturas, grandes y pequeñas, vivas o resucitadas, a
quienes el hombre arrancó las vísceras para su delirio de inmortalidad, se volverán
contra su antiguo amo y lo destrozarán a dentelladas y zarpazos, empujados por milenaria
ira. Nada podrán los desesperados intentos de sus víctimas por nadar hacia la orilla y
librarse así de tan temible suerte, porque las aguas en constante ascenso ofrecerán, en Una vez aniquilados sus eternos enemigos, los animales dejarán que sus restos se hundan
en las aguas fétidas donde se descomponen la bestia y su profeta. Y congregados en el ¿Servirían de algo aquellas advertencias o serían tomadas nada más que como una broma macabra? ¿No corrían el mismo riesgo de ser ignoradas o mal interpretadas como las anteriores? Todo dependía, se consoló, de que también encontrasen el otro libro. Y aquel tenía una propensión a ser descubierto demostrada a lo largo de miles de años. Todo dependería de los sobrevivientes, de haberlos. Aún en la claridad del final, no había suficiente luz para separar los bordes de la fe, esa certeza de que algo improbable en realidad existe, de la esperanza, esa manta conque nos abrigamos del helado infierno de nuestros miedos. «Y en los negros días en que estos terribles sucesos ocurran, los hombres que moren aún sobre la faz de la tierra podrán ser contados sin mayor esfuerzo. Ellos alzarán sus voces como alzan los sacerdotes el cáliz hacia el cielo, aunque no tengan para beber sino la hiel de sus propias lamentaciones. "Nada han podido hacer los esferistas con sus cálculos sobre las piedras de teame, ni los falsos sabios con el ábaco de dos signos, ni los reyes con sus espadas que arrojan el fuego que todo lo consume, para evitar este desastre. ¿Hacia dónde habremos de mirar para guarescernos de la ira del que todo lo ve en su espejo lleno de futuro y así salvar, al menos, la semilla de lo que fuimos para los tiempos venideros?" En aquella misma hora una mano invisible escribirá en el espejo donde se refleja la mirada del centinela que gira en el firmamento, y sus palabras serán en una lengua que todos entenderán, porque los idiomas de los hombres ya habrán perdido sus significados y la precisa humildad de los sonidos habrá arrollado la pomposa arrogancia de las palabras. A medida que aquellos sobre cuyas carnes no se haya ensañado el fuego todavía lean el mensaje, su corazón se desbordará de congoja. "Habéis comido basura, bebido rejalgar de la copa de la inmundicia y abusado hasta el
hartazgo de quellas hierbas puestas por el que nos trajo para abrirnos caminos en el alma Si alguno tiene ojos que vea, si alguno puede oir que oiga, porque venido es el tiempo en que desaparecerán de la faz del mundo los que tienen la señal que permite comprar o vender, o el nombre de la bestia, o el número de su nombre. Y destrozados quedarán los señoríos siete veces más de lo que los anteriores lo fueron en
su momento, y las casas de los poderosos no serán ya puestas por muladar sino en ruinas, y Llegada es la hora en que la mar se levante para hundir las cosas hechas por el hombre, hasta que no quede sobre la tierra ni un cuenco de barro reconocible, ni uno solo de sus falsos profetas. Esa hora ha estado avanzando desde siempre sin seguir la danza de la luna y el sol, como el tiempo de los hombres, sino obedeciendo a un reloj celestial, donde el alma de cada ser que muere innecesariamente empuja otro grano de arena hacia la cuenta final de los días de la tierra. Así ha estado escrito y sellado en los cinco libros que os fueron dados y no supisteis interpretar." Recién entonces entenderán los sobrevivientes que se aproxima el recodo del camino donde
los tiempos se unen y el futuro se confunde con el pasado, como amantes en un anhelado y Sopló la vela de la palmatoria que la mañana hacía ociosa y hundió la cara entre las manos mientras bostezaba. Los ojos le dolían de cansancio y de horrendas visiones. No faltaba mucho: una o dos horas más, a lo sumo, y su trabajo estaría acabado. Extraño honor el suyo, que no lo llenaba de orgullo sino de lástima. «Y mientras se escriban estas cosas en el espejo, la ira del que habla con los muertos se derramará sobre la mar y las montañas como un gran calor. Los hombres se convertirán en sangre y la sangre en vapor, al tiempo que la mano del centinela escriba, para consternación de quienes las lean, estas temibles palabras: En esos libros se os había advertido, con voces fieles y verdaderas, las cosas que hoy se viven, que son las finales. Resta sólo que el de Tiatira escriba el sexto y último libro, durante sus tres últimas noches. Suyas serán las palabras que pondrán fin a todos los días de la tierra tal como vosotros la habéis conocido, tras lo cual él también dejará que sus párpados cansados cubran los ojos que han permanecido abiertos de puro vértigo hasta el borde del abismo del tiempo. Y su profecía no será la de un futuro que no merecéis, sino que se contentará con ser la profecía del pasado. En tal inope contento morirá de infinita soledad, a la puerta misma de su gruta, cuando haya escrito sus últimas palabras, al cabo de los días y las noches que pasó en la montaña de Megiddo con el espíritu perturbado por las visiones de su vigilia. Para que se cumplan las profecías de los libros habéis sido dejados aquí por quienes
partieron en la ciudad que viaja, aunque ellos mismos no lo sepan. Tan abrumador será el desconsuelo que aquel mensaje siembre que muchos de los hombres que
queden morirán allí mismo de tristeza, antes de que el gran calor los abrase. Y no será Relatado todo lo cual cerrará la vasija que contiene las reliquias por él elegidas, y se dirigirá a la puerta de su gruta para ver desvanecerse la luz de la postrer mañana como se habrán desvanecido ya los llantos, los gritos y blasfemias con que los hombres habrán partido de su mundo a ninguno.» Plegó con exquisito cuidado aquellas hojas y las envolvió en un lienzo amarillo que anudó
con un hilo de seda morado. Se levantó mareado y débil y recorrió la cabaña con la mirada. Con paso de animal malherido alcanzó la pared, y de uno de sus anaqueles extrajo un óleo con una figura de mujer que enrolló con delicadeza, anudó con un hilo rojo y colocó dentro de la vasija. ¿Notaría alguien alguna vez la burlona sonrisa? No lo creyó probable. Le dio tanto trabajo regresar al anaquel que temió no poder concluir su labor. Buscó entre muchas latas hasta encontrar la deseada. Sólo con aquella larga víbora de imágenes que contenía podría ayudar a alguien ?¿algo?? a entender mejor a quienes habían sido antes. Pensaría que era un extraño caminar, el de aquellos seres cuyo héroe o rey ostentaba una redonda cabeza negra y revoleaba su cetro a cada paso. ¿Tendrían sentido del humor? Lo dudaba. En otro trozo de lienzo enrolló la hoja con la imagen de aquella pequeña cabaña. Era la
única que se había permitido incluir que tocaba su propia vida. No había sido una decisión
fácil pero, definitivamente, la cabaña tenía una dimensión más humana que los otros
edificios en los que pensó y de los que disponía imágenes. Si la primer morada había sido
el agua, que la última fuera la madera. Ató esta vez el cilindro con un hilo de cuero Afuera el cielo era cada vez más espeso y luminoso. Los colores del vitral se saturaban de una intensidad parecida a la del atardecer.¡Qué extraño! Sonrió apenas. Cualquiera hubiese pensado que ocurriría durante la noche. Cada vez más cansado, revolvió en los cajones hasta encontrar la flauta. Apoyó aquel frío de plata sobre su mejilla pero no se atrevió a hacerla sonar. Debía ahorrar su escaso aliento y, además, no era una mañana hecha para la música. Enrolló sobre el instrumento un ajado papel abarrotado de manchas y de símbolos. Hizo el nudo con una hebra de hilo azul y la colocó, junto a los demás objetos, dentro de la vasija. Allí fue a parar también el grueso libro que reposaba sobre su mesita de noche. Le esperaban quién sabe cuántos siglos más de reposo, hasta que la fuerza de la vida se abriera paso nuevamente por entre los escombros de la civilización. Quimérica terquedad, la de la esperanza. Estaba por cerrar la vasija cuando sus ojos dieron con la pequeña estatuilla de mármol. No le quedaba tiempo para meditarlo, de modo que incluyó aquel torso sin cabeza en el
viaje milenario al que mandaba aquellos objetos desde la profundidad oscura de la vasija. Rellenó la vasija con trozos de amianto y unas esferas blancas del tamaño de un ojo
humano. Hundió dentro una pequeña llave, enroscó la tapa y cerró luego el candado. Incapaz Luego arrastró los pies hasta la puerta de la cabaña y la abrió lentamente. De no haberlo
abandonado ya, su sombra habría prolongado su presencia, dócil a sus pies, en la
habitación. Ni siquiera notó su ausencia porque no volvió la vista: lo único que le
restaba por ver estaba ya asomando por el cielo, ahí afuera. Se sentó en la vieja mecedora
y se fue apagando despacio, vaivén a vaivén, respiración a respiración, casi al mismo
ritmo en que la mañana anochecía de luz, el silencio se volvía ensordecedor, y se iban
apagando, ahogadas por esa infernal claridad, una a una, las estrellas del firmamento que
tan bien había conocido. |
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