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Revista literaria Palabras Malditas

 

 

La ventana
Un cuento de Moon_Rider

Durante todo el camino observó la lluvia estrellándose contra la ventanilla del automóvil. La voz del taxista, al decirle que habían llegado, la sobresaltó. Había logrado soñar con los ojos abiertos y, como la mayoría de los sueños, al cobrar conciencia no pudo recordar nada.

La lluvia era tan intensa que la distancia entre el taxi y la puerta de su casa bastó para dejarla empapada. Encendió la luz de la estancia y miró detenidamente a su alrededor mientras se sacudía el exceso de humedad del cabello. Todo estaba en orden, tal como lo dejó. Se sintió como una tonta, ¿qué hubiese podido cambiar durante su breve ausencia? Sin embargo, de algún modo, le pareció que realmente algo había cambiado. La sensación de encontrarse por primera vez en ese lugar, o por lo menos, mirarlo de manera distinta por vez primera. ¿hay alguien ahí?, dijo en tono juguetón. Una broma para sí misma.

Se quito el suéter húmedo y lo colgó en el respaldo de una silla. Después se despojo de los zapatos, la playera y el brasier, la temperatura era fresca y agradable, por lo que, en vez de ponerse ropa seca, prefirió quedar con el torso desnudo. El estruendo de un relámpago cimbro las paredes y una vez más miró desconfiada la habitación. Así sucede siempre en las películas de terror, dijo para tranquilizarse, sólo en las películas. Suspiro y fue a la cocina a prepararse un café.

No pudo evitar sentirse un tanto ridícula sentada sola entre tanta gente. Había llegado temprano, de modo que estuvo mirando cómo la sala se llenaba lentamente de grupos de amigos, parejas, y algunos otros solitarios. Se sintió aún más incomoda cuando a su lado se sentó una pareja de novios que no podían quitarse las manos de encima. Penso entones que los cines deberían tener una sección especial para solitarios, así tal vez sería más fácil entablar una comunicación entre ella y los de su especie. Quizás entonces los solitarios como ella dejarían de serlo, y la próxima vez podría buscar asientos en la parte más oscura y alejada, en la sección de amantes.

Había sido una película de suspenso. Sin embargo a ella le pareció de lo más erótica. Y no sólo eso, se trataba de la relación amorosa entre dos mujeres. Nunca había pensado en la posibilidad de hacerle el amor a otra mujer, tal vez por eso se sintió tan nerviosa al descubrir lo excitada que estaba durante las escenas en donde ambas mujeres se amaban. Escenas que le parecieron una eternidad.

Ya afuera la gente se amontonaba bajo la marquesina para protegerse del aguacero. Ella esperó inútilmente a que la lluvia cesara, mientras tanto cada vez más gente optaba por salir de ahí. Fue entonces cuando se percato del hombre que la miraba de forma mal disimulada entre la multitud. Ella pudo sentir cómo se movía a su espalda, reduciendo cada vez más la distancia que los separaba. Como si quisiera tomarme por sorpresa, pensó. Entonces, sin saber por qué y olvidándose de su teoría sobre las secciones de cine, avanzó hacia la calle haciéndole señas a un taxi para que se detuviera.

Se preguntó qué habría sucedido de haberle sonreído al hombre que la miraba tímidamente fuera del cine. Bebió el ultimo sorbo de café y encendió un cigarro. La habitación le parecía enorme. Giró la cabeza lentamente de un lado a otro. Cada objeto tenía su historia: los ceniceros, los muebles, el estéreo. ¿entonces por qué le resultaba tan difícil reconstruir su propia historia? No era que la hubiese olvidado. Era tan solo que su historia le parecía ahora una película al momento en que se desplegaban los créditos en la pantalla, y la sensación que tenía era que ni siquiera su nombre aparecía ahí.

Imaginó que, de haberle sonreído al tipo del cine, tal vez estaría en algún café o bar conversando con su nuevo amigo. Mejor aún, estarían ahí mismo, sentados en la estancia, hablando sobre la película. Excitándose con palabras, preparándose para hacer el amor.

Cansada de escuchar la lluvia fue al estéreo. Después de mirar los títulos de los CD´s se decidió por un disco de jazz que pocas veces escuchaba. Regalo de un amigo, hace mucho tiempo atrás.

Las primeras notas del piano comenzaron a sonar. Miró detenidamente el retrato de Thelonious Monk en la portada del disco. Un hombre negro usando lentes oscuros, la expresión de su rostro parecía meditabunda, una imagen que imponía respeto. Dejó la caja del disco a un lado del estéreo y apagó la luz. Sonrió al pensar en que la próxima vez que alguien se le quedara viendo, hombre o mujer, le lanzaría una de aquellas sonrisas seductoras que había ensayado innumerables veces frente al espejo.

Se recostó en el sillón y cerro los ojos. El sonido del piano me recuerda la lluvia. Eso era lo que aquel amigo, tiempo atrás, le había dicho al entregarle el regalo. Tú también me recuerdas la lluvia, dijo sin saber si las palabras iban dirigidas a un recuerdo o a ella misma. Resultaba agradable la sensación de la piel fresca contra la superficie rugosa del sillón. Las sombras proyectadas por el agua que escurría en el vidrio de la ventana, y la brasa del cigarro que ardía entre sus dedos, eran imágenes fascinantes. Él tenía razón, aquella música y la lluvia estaban tan ligadas como las gotas adheridas al cristal de la ventana.

Decidió quitarse el resto de la ropa y permanecer desnuda. Se arrellano una vez más en el sillón y se acaricio suavemente el muslo con las puntas de los dedos. Un whisky en las rocas, pidió a un camarero invisible. Pero el whisky nunca llegó. En vez de eso fueron sus manos las que acudieron a su auxilio. Las uñas que se arrastraban agresivas por sus muslos, trazando el camino hacia el rincón húmedo y tibio de su sexo. Separo las piernas, entregándose con suaves movimientos de cadera al ritmo hipnótico de la música que vibraba en la habitación.

El timbrazo del teléfono irrumpió violentamente en sus oídos. Al tocar el aparato con la mano sintió como si sus gemidos, la temperatura de su cuerpo, o bien, la combinación de música y deseo, hubiesen logrado invocar aquella llamada. De antemano, por alguna razón inexplicable, supo quién estaba al otro lado de la línea. Sin embargo de la emoción paso al desconcierto y después al rencor. ¿Por qué había esperado tanto tiempo para llamar? ¿Por qué había ella esperado tanto tiempo esa llamada? Dejó sonar el teléfono un par de veces más, entonces descolgó.

Estaba en lo cierto. Durante toda la conversación, que no debió durar más de un minuto, no dejó de acariciarse, de modo que su respiración era entrecortada. Entonces, humedeciéndose los labios con la punta de la lengua, dijo con voz apagada: lo siento, no estoy sola.

Colgó el teléfono y se llevo la mano a los labios. Comenzó a reír de modo infantil, sentía como si hubiese llevado a cabo la más grande travesura de su vida. Dijo su nombre en voz alta, y al hacerlo sintió como si una parte de ella se desprendiera dejando atrás un peso estorboso.

En un impulso se puso de pie, corrió a la ventana y abrió las cortinas. Era de madrugada, de modo que era poco probable que alguien pudiera verla desnuda, pero aunque hubiese sido mediodía estaba segura que habría hecho lo mismo. Adoraba el contacto de la superficie del vidrio contra su piel, la sensación era parecida a un breve toque eléctrico. Cerro los ojos y apretó aún más el cuerpo contra la ventana, el frío de la noche atravesaba la punta de sus pezones. Comenzó a tararear las notas del piano al tiempo que deslizaba el cuerpo sobre el cristal en busca de las partes más frías. Lo siento, no estoy sola. Con los ojos apenas abiertos alcanzó a mirar su reflejo en el vidrio. La sonrisa de sus labios pequeños y delgados. Las mujeres de labios delgados son las que mejor besan, dijo. Y extendiendo los brazos sobre la superficie de cristal, besó la boca de su reflejo.

Noviembre, 1997

              


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