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EL PORTAL ABIERTO
Por Randxerox, el Angel Nocturno
Lo que voy a contar, ojalá fuera mentira, ojalá fuera un producto de mi imaginación. Las revelaciones
que a continuación voy a hacer, por horribles que parezcan son desgraciadamente reales.
Lo anoto para que nadie más vuelva a intentarlo, ya que su ser será invadido por las mas horribles sensaciones de pánico infinito, y de
horrores ancestrales, que le harán desear haber sido bendecido con la
muerte.
Una de esas tardes, en que tuve un tiempo libre, decidí pasar a una librería, para ver las novedades, o
tener la oportunidad de hojear unos de esos libros extraños pero atrayentes, que en ocasiones salen a la
luz. Paseando entre los estrechos pasillos de la librería, observé debajo de obras de autores latinoamericanos, y
cerca de aquellos textos de autosuperación, inesperadamente encontré un texto extraño, que por alguna razón,
extraña también, había llamado mi atención. Era un libro aparentemente normal, un libro aparentemente
nuevo, que sin embargo, contenía un misterio muy antiguo que más me valdría no haber
encontrado, un libro escrito en Damasco, por un árabe "loco", llamado Abdul Alhazred, un escrito ominoso, que había sido prohibido por la
inquisición, y se había negado su existencia durante siglos, un libro aterrador por sus revelaciones por su
impío contenido, y que "casualmente" ahí se encontraba. Lo tomé por impulso sin saber la tragedia que iba a
ocasionar, la profunda herida en mi alma inmortal que me atormentaría hasta el infinito.
En mi casa, con luz tenue, sobre la mesa, abrí el impío libro, dónde comence, lleno de horrror, a darme
cuenta de muchas cosas. Los Primordiales , quienes habían sido derrotados por los Arquetípicos, y encerrados en
lugares distantes, aguardaban el momento para regresar, y acabar con el universo conocido, para regresarlo al
caos original. Cthulhu, el que duerme el sueño de la muerte sin estar muerto, Shun-Nigurab, el Cabrón negro de
las mil crías, de Azath-Toth, el dios ciego y estúpido compañero de Yog-Sogoth, el que es uno en todo y todo en
uno, y de muchos seres blasfemos que no quisiera recordar. El libro mencionaba que los portales servían de
barrera a los Primordiales, para que llegaran del exterior, portales creados por los arquetípicos, cuyos
sellos, solo conocían unos cuantos iniciados, cuya misión era la de mantenerlos cerrados, o de los
blasfemos, quienes trataban de cualquier manera abrir los portales.
Los hechiceros sabían el poder que les otorgaba el
conocer los hechizos, y poner durante un breve tiempo a su disposición a entidades malignas a su servicio, así
como verse favorecidos por los Arquetípicos, en una estúpida y egoísta forma de satisfacer a sus egos,
ignorantes del horror, que iban a liberar. Instintivamente, y sin deseos de hacerlo, pero guiado por un impulso
sobrenatural, comencé a leer ese horrible libro, mientras mi mente me transportaba a las profundidades de la
mar océano, en R´yleh:
-¡Iä-R´lyeh! ¡Cthulhu fhtangn! ¡Iä! ¡Iä!-
Mi voz comenzó a pronunciar éste y otros horribles versos invocando a los seres de la oscuridad, hasta que mi
esposa entró al estudio, prendiendo la luz, e interrumpiendo las oraciones de la perdición.
Cansado, y agitado, di gracias por que se interrumpiera esa infame letanía de invocaciones, que
llevarían a la destrucción del cosmos. Decidí a salir a la calle acompañado de mi perro. Nesecitaba despejar mi
mente, y planear que era lo que iba a hacer con tan nefando libro.
Salí hacia la puerta que conducía hacia la
calle, junto a mi perro, quien poco después de haber saliido de la casa, comenzó extrañamente a gruñir, como si
presintiera que algo se acercaba. Estaba oscuro, y el alumbrado público no había comenzado a funcionar, la luz
del día comenzó a perderse mas temprano de lo habitual, como si se corriese una enorme cortina sobre la bóveda
celeste. Un frío aire me hizo sentir terriblemente vivo. Recordé algo que el árabe loco había senteciado: jamás
un rito debe ser interrumpido, si algo fallase durante el ceremonial, debe
terminarse lo mas pronto el rito,
pero nunca interrumpirse. Recordé que había dejado a medias ese ceremonial que hipnóticamnete había empezado, y
que accidentalmente había dejado inconcluso. Si bien se pueden abrir los portales, se deben hacer con
cuidado, y cerrarlos cuidadosamente, cual válvula de una enorme presa, que evita que un torrente de horror, inunde el
otro lado.
-Por su olor los conocereis-, decía el texto acerca de los
primordiales, un hedor invadió el aire, leve, pero ignominiosamente despacio, cual enorme roca que se despeña por los acantilados, antes de aplastar a
un descuidado caminante. El perro comenzó a gruñir, y sentí esa presencia, nefanda e impía. cuya corrupción iba
acercándose más a mi. Sin saber cómo, estaba casi paralizado por el horror, giré levemente la cabeza, y
descubrí una visión dantesca y horrorífica. Estaba ahí, uno de los primordiales había atravesado el portal, su
cuerpo rechoncho y de apariencia inexplicable, sus asquerosas pezuñas de color verdoso rematado por horribles
flecos de vello verdoso, sus piernas cubiertas de gusanos, eran algo que no cualquiera en su sano juicio
pudiera soportar.
Pero lo mas horrible y
gotesco de todo, era su rostro, viscozo, también de coloración verdosa, acompañado de unos extraños ojos enormes y siniestros, y cuya cabeza iba rematada por tentáculos enrrollados en
forma más o menos uniforme. No pude resistir más, aunque sólo fué una visión pasajera, hecha con el rabillo del
ojo, mis piernas me impulsaron velozmente hacia mi casa.
Aparentemente, los Primordiales se mostraban torpes
cuando acababan de abrir el portal, pero se lanzarían furiosos, una vez que retomaran conciencia, a destruir el
cosmos. Al entrar a mi casa, me aguardaba mi mujer quien había estado cerca de la ventana, como testigo
silencioso de una visión infernal. Lo que ví, espero nunca, pero nunca jamás siquiera imaginar, me dije a mi
mismo, mientras cerraba la puerta, esperando la llegada del caos. Sin embargo, mi mujer me comentó:
-Que puntadas de la vecina, de salir en bata, mostrando las várices, y con su mascarilla de aguacate con
pepinos y tubos en la cabeza, salir a la calle a tirar la basura...
Creo, que ya no vuelvo a comprar esos libros.
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