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Extractos
de "La rueda del tiempo", 1999, Plaza & Janés Editores, S.A.
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Esta
serie de citas especialmente seleccionadas fue recogida de los ocho primeros
libros que escribí sobre el mundo de los chamanes del México antiguo. Las
citas fueron tomadas directamente de las explicaciones que me fueron dadas
como antropólogo por mi
maestro y mentor don Juan Matus, un indio yaqui chamán de México. El
pertenecía a un linaje de chamanes cuyo origen se remonta a
los chamanes que vivieron en México en tiempos antiguos.
De la manera más efectiva que pudo, don Juan me introdujo en su mundo,
que era, naturalmente, el de esos chamanes de la antigüedad. Don Juan estaba,
por lo tanto, en una posición clave. Él conocía de la existencia de otro ámbito
de realidad, un ámbito que no era ni ilusorio ni producto de estallidos de
fantasía. Para don Juan y el resto de sus compañeros chamanes -había quince
de ellos- el mundo de los chamanes de la antigüedad era tan real y tan pragmático
como algo pudiera serlo.
Este
trabajo comenzó como un intento muy
simple de coleccionar una serie de viñetas, dichos e ideas del saber de
aquellos chamanes sobre los que podría ser interesante leer y pensar. Pero
después que el trabajo estaba progresando tuvo lugar un imprevisto cambio de
dirección: me di cuenta de que las citas por sí mismas estaban imbuidas de
un extraordinario ímpetu. Revelaban un encubierto tren de pensamiento que
nunca me había sido evidente antes. Fueron apuntando en la dirección en que
las explicaciones de don Juan habían tomado durante los trece años en los
que él me guió como aprendiz.
Mejor que ningún tipo de conceptualización, las citas revelaban una
insospechada e inflexible línea de acción que don Juan había seguido para
promover y facilitar mi entrada en su mundo. Para mí vino a ser algo más que
una especulación que si don Juan había seguido esa línea, ese debe haber
sido también el modo en el que su propio maestro le había empujado al mundo
de los chamanes. La
línea de acción de don Juan Matus fue su tentativa intencional para atraerme
a lo que él decía era otro sistema cognitivo. Por sistema cognitivo él
entendía la definición estándar de cognición: los procesos responsables de
la conciencia de la vida diaria; procesos que incluyen memoria, experiencia,
percepción, y el uso experto de una sintaxis dada. La opinión de don Juan
era que los chamanes del México antiguo tenían en verdad un sistema
cognitivo diferente al del hombre ordinario. Siguiendo
toda la lógica y el razonamiento de que disponía
como estudiante de ciencias sociales, yo había rechazado su opinión.
Le dije una y otra vez a don Juan que lo que estaba afirmando era descabellado.
Eso era para mí una aberración intelectual como mínimo. Llevó
trece años de trabajo por su parte y por la mía desbaratar mi confianza en
el sistema normal de cognición que hace el mundo que nos rodea comprensible
para nosotros. Esta maniobra me empujó a un estado muy extraño: un estado de
casi desconfianza en la por otra parte implícita aceptación de los sucesos
cognitivos del mundo diario. Después de trece años de fuertes asaltos, me di
cuenta, contra mi propia voluntad, de que don Juan Matus estaba realmente
procediendo desde otro punto de vista. Por tanto, los chamanes del México
antiguo deben haber tenido otro sistema de cognición. Admitir esto quemó mi
ser mismo. Me sentí como un traidor. Me sentí como si estuviera sosteniendo
la más horrible herejía. Cuando
él sintió que había vencido mi peor resistencia, don Juan apuntó tan lejos
y tan profundo como pudo en mí, y tuve que admitir, sin reservas, que en el
mundo de los chamanes, los chamanes practicantes juzgaban el mundo desde
puntos de vista que eran indescriptibles para nuestros recursos de
conceptualización. Por ejemplo, ellos percibían energía como fluye
libremente en el universo; energía libre de las ataduras de la socialización
y la sintaxis, energía vibratoria pura. Ellos llamaban a este acto Ver.
El principal objetivo de don Juan era ayudarme a percibir energía tal
como fluye en el universo. En el mundo de los chamanes percibir energía de
una manera tal era el primer paso obligatorio hacia una visión más
envolvente, más libre de un sistema cognitivo diferente. Para despertar una
respuesta vidente en mí, don Juan utilizó otras unidades foráneas de
cognición. Una de las unidades más
importantes, él la llamó la recapitulación,
que consistía en un sistemático examen de la vida de uno, trozo a trozo; un
examen hecho no a la luz de la crítica o de encontrar faltas, sino a la luz
de un esfuerzo por comprender la vida de uno, y cambiar su curso. La afirmación
de don Juan era que una vez que cualquier practicante ha visto su vida de la
manera desapegada que la recapitulación
requiere, no hay modo de volver a la misma vida.
Ver energía como fluye en el universo significa, para don Juan, la
capacidad de ver a un ser humano como un huevo luminoso o bola luminosa de
energía, y ser capaz de distinguir, en esa bola luminosa de energía, ciertos
rasgos compartidos por los hombres en común, tal como un punto de brillantez
en la ya brillante bola luminosa de energía. La afirmación de los chamanes
era que en ese punto de brillantez, que los chamanes llamaban el punto de
encaje, era donde la percepción era encajada. Ellos podían extender este
pensamiento lógicamente a expresar que era en ese punto de brillantez donde
nuestra percepción del mundo era manufacturada. Por raro que eso pueda haber
parecido, don Juan Matus estaba en lo cierto, en el sentido de que esto es
exactamente lo que sucede. La
percepción de los chamanes, por lo tanto, estaba sujeta a un proceso
diferente que la percepción del hombre ordinario. Los chamanes afirmaban que
percibir energía directamente les llevaba a lo que ellos llamaban hechos
energéticos. Por hechos energéticos ellos entendían una visión obtenida
viendo energía directamente que les llevaba a conclusiones que eran finales e
irreductibles; ellos no podían enredarse en especulaciones, o tratando de
ajustarlas a nuestro sistema estándar de interpretación. Don
Juan decía que, para los chamanes de su linaje, era un hecho energético que
el mundo que nos rodea es definido por los procesos de cognición, y esos
procesos no son inalterables; nos son dados. Son una cuestión de
entrenamiento, una cuestión de practicalidad y uso. Este pensamiento fue
extendido más, a otro hecho energético: los procesos de cognición estándar
son el producto de nuestra educación, nada más que eso. Don
Juan sabía, más allá de cualquier sombra de duda, que lo que estaba diciéndome
sobre el sistema cognitivo de los chamanes del México antiguo era una
realidad. Don Juan era, entre otras cosas, un nagual, que significa para los
chamanes practicantes, un líder natural, una persona que era capaz de ver
hechos energéticos sin detrimento de su bienestar. El estaba, por tanto,
capacitado para dirigir a sus compañeros exitosamente en vías de pensamiento
y percepción imposibles de describir. Considerando
todos los hechos que don Juan me había enseñado sobre su mundo cognitivo,
llegué a la conclusión, que era la conclusión que él mismo compartía, que
la unidad más importante de tal mundo era la idea de intento.
Para los chamanes del México antiguo, el intento
era una fuerza que ellos podían visualizar cuando veían energía como fluye
en el universo. Ellos consideraban que una fuerza que lo impregna todo
intervenía en cada aspecto del tiempo y el espacio. Era el impulso detrás de
todo; pero lo que era de inconcebible valor para aquellos chamanes era que el
intento -una abstracción pura- estaba íntimamente apegado al hombre. El
hombre podía manipularlo siempre. Los chamanes del México antiguo se dieron
cuenta de que la única manera de afectar a esta fuerza era a través del
comportamiento impecable. Sólo los practicantes más disciplinados podían
lograr esta hazaña. Otra
estupenda unidad de este extraño sistema cognitivo era la comprensión y el
uso de los chamanes de los conceptos de tiempo y espacio. Para ellos, el
tiempo y el espacio no eran los mismos fenómenos que forman parte de nuestras
vidas en virtud de ser una parte integral de nuestro sistema cognitivo normal.
Para el hombre ordinario la definición estándar de tiempo es un continuum no
espacial en el que los
acontecimientos ocurren en sucesión aparentemente irreversible desde
el pasado a través del presente hacia el futuro. Y el espacio es definido
como la infinita extensión del campo tridimensional en el que las estrellas y
las galaxias existen; el universo. Para
los chamanes del México antiguo, el tiempo era algo como un pensamiento; un
pensamiento pensado por algo irrealizable en su magnitud. El argumento lógico
para ellos era que el hombre, siendo parte de ese pensamiento que era pensado
por fuerzas inconcebibles para su mentalidad, aún retenía un pequeño
porcentaje de ese pensamiento; un porcentaje que bajo ciertas circunstancias
de extraordinaria disciplina podía ser redimido. El
espacio era, para aquellos chamanes, un reino abstracto de actividad. Ellos lo
llamaban infinito, y se referían a él como la suma total de todos los
esfuerzos de las criaturas vivientes. El espacio era para ellos más accesible,
algo casi práctico.
Era como si ellos tuvieran un porcentaje más grande en la formulación
abstracta del espacio. De acuerdo con las versiones dadas por don Juan, los
chamanes del México antiguo nunca consideraban el tiempo y el espacio como
oscuros abstractos del modo en que nosotros lo hacemos. Para ellos, tiempo y
espacio, aunque incomprensibles en sus formulaciones, eran una parte integral
del hombre. Aquellos
chamanes tenían
otra unidad cognitiva llamada la rueda del tiempo. El modo en que ellos
explicaban la rueda del tiempo era diciendo que el tiempo era como un túnel
de infinita longitud y anchura, un túnel con surcos reflectores. Cada surco
era infinito y había
un número infinito de ellos. Las criaturas vivientes eran
compulsivamente obligadas, por la fuerza de la vida, a contemplar en un surco. Contemplar
en un surco solamente significa ser atrapado por él, vivir ese surco.
La meta de un guerrero es focalizar, a través de un acto de profunda
disciplina, su atención inflexible en la rueda del tiempo a fin de hacerla
girar. Los guerreros que han tenido éxito en hacer girar la rueda del tiempo
pueden contemplar en cualquier surco y sacar de él lo que ellos deseen. Ser
libre de la fascinante fuerza de contemplación en uno solo de esos surcos
significa que los guerreros pueden mirar en cualquier dirección: mientras el
tiempo se retira o mientras avanza sobre ellos. Visto
de esa manera, la rueda del tiempo es una abrumadora influencia que se
extiende a través de la vida del guerrero y más allá, como es el caso de
las citas de este libro. Parecen haber sido
ensartadas juntas por una espiral que tiene vida por si misma. Esa
espiral, explicada por la cognición de los chamanes, es la rueda del tiempo.
Bajo el impacto de la rueda del tiempo, la intención de este libro se
convirtió en algo que no había formado parte del plan original. Las citas se
convirtieron en el factor dominante, por si mismas y en si mismas, y el
impulso que me impusieron fue el de que quedaran tan cerca como me fuera
posible del espíritu en el que las citas fueron dadas. Fueron
dadas en el espíritu de frugalidad y rectitud máximas.
Otra cosa que traté de hacer infructuosamente con las citas fue
organizarlas en una serie de categorías que pudiera hacer
más fácil leerlas. Sin embargo, la categorización de las citas se
hizo insostenible. No había modo de establecer categorías de sentido que me
cuadrara con algo tan amorfo, tan vasto como un mundo cognitivo total.
Lo único que se podía hacer era seguir las citas, y dejarlas crear un
esbozo del armazón de los pensamientos y sentimientos que los chamanes del México
antiguo tenían acerca de la vida, la muerte, el universo, la energía. Son
reflejos de cómo ellos comprendían no sólo el universo, sino los procesos
de vivir y coexistir en nuestro mundo. Y más importante aún, apuntan la
posibilidad de manejar dos sistemas de cognición a la vez sin ningún
detrimento para el yo. Traté
muchas veces de analizar esa sensación de miedo, pero inmediatamente me
cansaba, me aburría, instantáneamente encontraba mi búsqueda infundada,
superflua y terminé abandonándola. Pregunte a don Juan sobre mi estado de
ser. Necesitaba su consejo, su estímulo.
“Sólo estás asustado”, dijo. “Eso es todo lo que hay. No
busques razones
misteriosas para tu miedo. La misteriosa razón esta justo ahí
enfrente de ti, a tu alcance. Es el intento de los chamanes del México
antiguo. Tu estás tratando con su mundo. Y ese mundo te muestra su cara de
vez en cuando. Por supuesto, tú no tienes esa visión. Tampoco la tenía yo
en mi tiempo. Tampoco la tenía ninguno de nosotros”.
“!Está usted hablado en acertijos, don Juan!”
“Sí, lo estoy, por el momento. Esto será claro para ti algún día.
Ahora, es idiota tratar de hablar sobre eso, o explicar algo. Nada de lo que
estoy tratando de mostrarte tendría sentido. Alguna inconcebible banalidad
tendría infinitamente más sentido para ti en este momento”. El
estaba absolutamente en lo cierto. Todos mis miedos estaban desencadenados por
alguna banalidad, de la que estaba avergonzado entonces, y estoy avergonzado
ahora. Yo estaba asustado de una posesión demoníaca. Tal miedo había
sido incrustado en mi más temprana vida. Algo que era inexplicable
era, naturalmente, algo malo, algo maligno que tendía a destruirme. Mientras
más profundas se hacían las explicaciones de don Juan sobre el mundo de los
chamanes antiguos, mayor era mi sensación de necesitar protegerme. Esta
sensación no era algo que pudiera ser verbalizado. Era, más que la necesidad
de proteger algo, la necesidad de proteger la veracidad y el innegable valor
del mundo en el que nosotros los seres humanos vivimos. Para mi, mi mundo era
el único mundo reconocible. Si era amenazado, había una inmediata reacción
por mi parte, una reacción que se manifestaba en alguna cualidad de miedo,
que siempre estaré en la imposibilidad de explicar; este miedo era algo que
uno debe sentir para captar su
inmensidad. No era el miedo de morir o de ser herido. Era, más bien,
algo inconmensurablemente más profundo que eso. Era tan profundo que
cualquier chamán practicante estaría en la imposibilidad de tratar siquiera
de conceptualizarlo. “Tú
has venido, por un camino indirecto, a situarte enfrente del guerrero”. Dijo
don Juan. En
ese tiempo él enfatizaba sin cesar el concepto del guerrero. Decía que el
guerrero era en realidad mucho más que un mero concepto. Era un modo de vida,
y ese modo de vida era el único freno al miedo, y el único canal que un
practicante podía utilizar para dejar al flujo de su actividad moverse
libremente. Sin el concepto del guerrero, los obstáculos en el camino del
conocimiento eran imposibles de superar. Don
Juan definía al guerrero como el luchador por excelencia. Era un talante
facilitado por el intento de los chamanes de la antigüedad; un talante en el
cual cualquier hombre podía entrar.
“El intento de aquellos chamanes”, decía don Juan, “era tan
intenso, tan poderoso, que podía solidificar la estructura del guerrero en
cualquiera que lo utilizara, incluso aunque pudiera no ser consciente de ello”.
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