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En La rueda del tiempo Castaneda hace una selección de una serie de citas que aparecen en cada uno de los ocho libros anteriores. Un mapa de la escencia de cada libro, podríamos decir. No es mi intención copiar todo el libro en este sitio, y por la naturaleza del mismo, tampoco aportaría nada hacer otro tipo de resúmen. De manera que lo que encontrarás aquí es el complemento que agrega CC: sus comentarios sobre cada uno de los libros:

Introducción
Comentario sobre Las enseñanzas de Don Juan
Comentario sobre Una realidad aparte
Comentario sobre Viaje a Ixtlán
Comentario sobre Relatos de poder
Comentario sobre El segundo anillo de poder
Comentario sobre El Don del Aguila
Comentario sobre El Fuego interno
Comentario sobre El conocimiento silencioso

 

 


Regresa

Extractos de "La rueda del tiempo", 1999, Plaza & Janés Editores, S.A.
del original: "The Wheel of Time", Carlos Castaneda, 1998, Laugan Productions.
Traducción 1998, Gaia Ediciones


 

Introducción
 

Esta serie de citas especialmente seleccionadas fue recogida de los ocho primeros libros que escribí sobre el mundo de los chamanes del México antiguo. Las citas fueron tomadas directamente de las explicaciones que me fueron dadas como antropólogo por mi  maestro y mentor don Juan Matus, un indio yaqui chamán de México. El pertenecía a un linaje de chamanes cuyo origen se remonta a  los chamanes que vivieron en México en tiempos antiguos.  De la manera más efectiva que pudo, don Juan me introdujo en su mundo, que era, naturalmente, el de esos chamanes de la antigüedad. Don Juan estaba, por lo tanto, en una posición clave. Él conocía de la existencia de otro ámbito de realidad, un ámbito que no era ni ilusorio ni producto de estallidos de fantasía. Para don Juan y el resto de sus compañeros chamanes -había quince de ellos- el mundo de los chamanes de la antigüedad era tan real y tan pragmático como algo pudiera serlo. 

Este trabajo comenzó como un intento muy simple de coleccionar una serie de viñetas, dichos e ideas del saber de aquellos chamanes sobre los que podría ser interesante leer y pensar. Pero después que el trabajo estaba progresando tuvo lugar un imprevisto cambio de dirección: me di cuenta de que las citas por sí mismas estaban imbuidas de un extraordinario ímpetu. Revelaban un encubierto tren de pensamiento que nunca me había sido evidente antes. Fueron apuntando en la dirección en que las explicaciones de don Juan habían tomado durante los trece años en los que él me guió como aprendiz.  Mejor que ningún tipo de conceptualización, las citas revelaban una insospechada e inflexible línea de acción que don Juan había seguido para promover y facilitar mi entrada en su mundo. Para mí vino a ser algo más que una especulación que si don Juan había seguido esa línea, ese debe haber sido también el modo en el que su propio maestro le había empujado al mundo de los chamanes.

La línea de acción de don Juan Matus fue su tentativa intencional para atraerme a lo que él decía era otro sistema cognitivo. Por sistema cognitivo él entendía la definición estándar de cognición: los procesos responsables de la conciencia de la vida diaria; procesos que incluyen memoria, experiencia, percepción, y el uso experto de una sintaxis dada. La opinión de don Juan era que los chamanes del México antiguo tenían en verdad un sistema cognitivo diferente al del hombre ordinario.

Siguiendo toda la lógica y el razonamiento de que disponía  como estudiante de ciencias sociales, yo había rechazado su opinión. Le dije una y otra vez a don Juan que lo que estaba afirmando era descabellado. Eso era para mí una aberración intelectual como mínimo.

Llevó trece años de trabajo por su parte y por la mía desbaratar mi confianza en el sistema normal de cognición que hace el mundo que nos rodea comprensible para nosotros. Esta maniobra me empujó a un estado muy extraño: un estado de casi desconfianza en la por otra parte implícita aceptación de los sucesos cognitivos del mundo diario. Después de trece años de fuertes asaltos, me di cuenta, contra mi propia voluntad, de que don Juan Matus estaba realmente procediendo desde otro punto de vista. Por tanto, los chamanes del México antiguo deben haber tenido otro sistema de cognición. Admitir esto quemó mi ser mismo. Me sentí como un traidor. Me sentí como si estuviera sosteniendo la más horrible herejía.

Cuando él sintió que había vencido mi peor resistencia, don Juan apuntó tan lejos y tan profundo como pudo en mí, y tuve que admitir, sin reservas, que en el mundo de los chamanes, los chamanes practicantes juzgaban el mundo desde puntos de vista que eran indescriptibles para nuestros recursos de conceptualización. Por ejemplo, ellos percibían energía como fluye libremente en el universo; energía libre de las ataduras de la socialización y la sintaxis, energía vibratoria pura. Ellos llamaban a este acto Ver.  El principal objetivo de don Juan era ayudarme a percibir energía tal como fluye en el universo. En el mundo de los chamanes percibir energía de una manera tal era el primer paso obligatorio hacia una visión más envolvente, más libre de un sistema cognitivo diferente. Para despertar una respuesta vidente en mí, don Juan utilizó otras unidades foráneas de cognición. Una de las unidades más  importantes, él la llamó la recapitulación, que consistía en un sistemático examen de la vida de uno, trozo a trozo; un examen hecho no a la luz de la crítica o de encontrar faltas, sino a la luz de un esfuerzo por comprender la vida de uno, y cambiar su curso. La afirmación de don Juan era que una vez que cualquier practicante ha visto su vida de la manera desapegada que la recapitulación requiere, no hay modo de volver a la misma vida.  Ver energía como fluye en el universo significa, para don Juan, la capacidad de ver a un ser humano como un huevo luminoso o bola luminosa de energía, y ser capaz de distinguir, en esa bola luminosa de energía, ciertos rasgos compartidos por los hombres en común, tal como un punto de brillantez en la ya brillante bola luminosa de energía. La afirmación de los chamanes era que en ese punto de brillantez, que los chamanes llamaban el punto de encaje, era donde la percepción era encajada. Ellos podían extender este pensamiento lógicamente a expresar que era en ese punto de brillantez donde nuestra percepción del mundo era manufacturada. Por raro que eso pueda haber parecido, don Juan Matus estaba en lo cierto, en el sentido de que esto es exactamente lo que sucede.

La percepción de los chamanes, por lo tanto, estaba sujeta a un proceso diferente que la percepción del hombre ordinario. Los chamanes afirmaban que percibir energía directamente les llevaba a lo que ellos llamaban hechos energéticos. Por hechos energéticos ellos entendían una visión obtenida viendo energía directamente que les llevaba a conclusiones que eran finales e irreductibles; ellos no podían enredarse en especulaciones, o tratando de ajustarlas a nuestro sistema estándar de interpretación.

Don Juan decía que, para los chamanes de su linaje, era un hecho energético que el mundo que nos rodea es definido por los procesos de cognición, y esos procesos no son inalterables; nos son dados. Son una cuestión de entrenamiento, una cuestión de practicalidad y uso. Este pensamiento fue extendido más, a otro hecho energético: los procesos de cognición estándar son el producto de nuestra educación, nada más que eso.

Don Juan sabía, más allá de cualquier sombra de duda, que lo que estaba diciéndome sobre el sistema cognitivo de los chamanes del México antiguo era una realidad. Don Juan era, entre otras cosas, un nagual, que significa para los chamanes practicantes, un líder natural, una persona que era capaz de ver hechos energéticos sin detrimento de su bienestar. El estaba, por tanto, capacitado para dirigir a sus compañeros exitosamente en vías de pensamiento y percepción imposibles de describir.

Considerando todos los hechos que don Juan me había enseñado sobre su mundo cognitivo, llegué a la conclusión, que era la conclusión que él mismo compartía, que la unidad más importante de tal mundo era la idea de intento. Para los chamanes del México antiguo, el intento era una fuerza que ellos podían visualizar cuando veían energía como fluye en el universo. Ellos consideraban que una fuerza que lo impregna todo intervenía en cada aspecto del tiempo y el espacio. Era el impulso detrás de todo; pero lo que era de inconcebible valor para aquellos chamanes era que el intento -una abstracción pura- estaba íntimamente apegado al hombre. El hombre podía manipularlo siempre. Los chamanes del México antiguo se dieron cuenta de que la única manera de afectar a esta fuerza era a través del comportamiento impecable. Sólo los practicantes más disciplinados podían lograr esta hazaña.

Otra estupenda unidad de este extraño sistema cognitivo era la comprensión y el uso de los chamanes de los conceptos de tiempo y espacio. Para ellos, el tiempo y el espacio no eran los mismos fenómenos que forman parte de nuestras vidas en virtud de ser una parte integral de nuestro sistema cognitivo normal. Para el hombre ordinario la definición estándar de tiempo es un continuum no espacial en el que los  acontecimientos ocurren en sucesión aparentemente irreversible desde el pasado a través del presente hacia el futuro. Y el espacio es definido como la infinita extensión del campo tridimensional en el que las estrellas y las galaxias existen; el universo.

Para los chamanes del México antiguo, el tiempo era algo como un pensamiento; un pensamiento pensado por algo irrealizable en su magnitud. El argumento lógico para ellos era que el hombre, siendo parte de ese pensamiento que era pensado por fuerzas inconcebibles para su mentalidad, aún retenía un pequeño porcentaje de ese pensamiento; un porcentaje que bajo ciertas circunstancias de extraordinaria disciplina podía ser redimido.

El espacio era, para aquellos chamanes, un reino abstracto de actividad. Ellos lo llamaban infinito, y se referían a él como la suma total de todos los esfuerzos de las criaturas vivientes. El espacio era para ellos más accesible, algo casi  práctico. Era como si ellos tuvieran un porcentaje más grande en la formulación abstracta del espacio. De acuerdo con las versiones dadas por don Juan, los chamanes del México antiguo nunca consideraban el tiempo y el espacio como oscuros abstractos del modo en que nosotros lo hacemos. Para ellos, tiempo y espacio, aunque incomprensibles en sus formulaciones, eran una parte integral del hombre.

Aquellos chamanes tenían  otra unidad cognitiva llamada la rueda del tiempo. El modo en que ellos explicaban la rueda del tiempo era diciendo que el tiempo era como un túnel de infinita longitud y anchura, un túnel con surcos reflectores. Cada surco era infinito y había  un número infinito de ellos. Las criaturas vivientes eran compulsivamente obligadas, por la fuerza de la vida, a contemplar en un surco.

Contemplar en un surco solamente significa ser atrapado por él, vivir ese surco.  La meta de un guerrero es focalizar, a través de un acto de profunda disciplina, su atención inflexible en la rueda del tiempo a fin de hacerla girar. Los guerreros que han tenido éxito en hacer girar la rueda del tiempo pueden contemplar en cualquier surco y sacar de él lo que ellos deseen. Ser libre de la fascinante fuerza de contemplación en uno solo de esos surcos significa que los guerreros pueden mirar en cualquier dirección: mientras el tiempo se retira o mientras avanza sobre ellos.

Visto de esa manera, la rueda del tiempo es una abrumadora influencia que se extiende a través de la vida del guerrero y más allá, como es el caso de las citas de este libro. Parecen haber sido  ensartadas juntas por una espiral que tiene vida por si misma. Esa espiral, explicada por la cognición de los chamanes, es la rueda del tiempo.  Bajo el impacto de la rueda del tiempo, la intención de este libro se convirtió en algo que no había formado parte del plan original. Las citas se convirtieron en el factor dominante, por si mismas y en si mismas, y el impulso que me impusieron fue el de que quedaran tan cerca como me fuera posible del espíritu en el que las citas fueron dadas.

Fueron dadas en el espíritu de frugalidad y rectitud máximas.  Otra cosa que traté de hacer infructuosamente con las citas fue organizarlas en una serie de categorías que pudiera hacer  más fácil leerlas. Sin embargo, la categorización de las citas se hizo insostenible. No había modo de establecer categorías de sentido que me cuadrara con algo tan amorfo, tan vasto como un mundo cognitivo total.  Lo único que se podía hacer era seguir las citas, y dejarlas crear un esbozo del armazón de los pensamientos y sentimientos que los chamanes del México antiguo tenían acerca de la vida, la muerte, el universo, la energía. Son reflejos de cómo ellos comprendían no sólo el universo, sino los procesos de vivir y coexistir en nuestro mundo. Y más importante aún, apuntan la posibilidad de manejar dos sistemas de cognición a la vez sin ningún detrimento para el yo.

Traté muchas veces de analizar esa sensación de miedo, pero inmediatamente me cansaba, me aburría, instantáneamente encontraba mi búsqueda infundada, superflua y terminé abandonándola. Pregunte a don Juan sobre mi estado de ser. Necesitaba su consejo, su estímulo.  “Sólo estás asustado”, dijo. “Eso es todo lo que hay. No busques razones  misteriosas para tu miedo. La misteriosa razón esta justo ahí enfrente de ti, a tu alcance. Es el intento de los chamanes del México antiguo. Tu estás tratando con su mundo. Y ese mundo te muestra su cara de vez en cuando. Por supuesto, tú no tienes esa visión. Tampoco la tenía yo en mi tiempo. Tampoco la tenía ninguno de nosotros”.  “!Está usted hablado en acertijos, don Juan!”  “Sí, lo estoy, por el momento. Esto será claro para ti algún día. Ahora, es idiota tratar de hablar sobre eso, o explicar algo. Nada de lo que estoy tratando de mostrarte tendría sentido. Alguna inconcebible banalidad tendría infinitamente más sentido para ti en este momento”.

El estaba absolutamente en lo cierto. Todos mis miedos estaban desencadenados por alguna banalidad, de la que estaba avergonzado entonces, y estoy avergonzado ahora. Yo estaba asustado de una posesión demoníaca. Tal miedo había  sido incrustado en mi más temprana vida. Algo que era inexplicable era, naturalmente, algo malo, algo maligno que tendía a destruirme.

Mientras más profundas se hacían las explicaciones de don Juan sobre el mundo de los chamanes antiguos, mayor era mi sensación de necesitar protegerme. Esta sensación no era algo que pudiera ser verbalizado. Era, más que la necesidad de proteger algo, la necesidad de proteger la veracidad y el innegable valor del mundo en el que nosotros los seres humanos vivimos. Para mi, mi mundo era el único mundo reconocible. Si era amenazado, había una inmediata reacción por mi parte, una reacción que se manifestaba en alguna cualidad de miedo, que siempre estaré en la imposibilidad de explicar; este miedo era algo que uno debe sentir para captar su  inmensidad. No era el miedo de morir o de ser herido. Era, más bien, algo inconmensurablemente más profundo que eso. Era tan profundo que cualquier chamán practicante estaría en la imposibilidad de tratar siquiera de conceptualizarlo.

“Tú has venido, por un camino indirecto, a situarte enfrente del guerrero”. Dijo don Juan.  En ese tiempo él enfatizaba sin cesar el concepto del guerrero. Decía que el guerrero era en realidad mucho más que un mero concepto. Era un modo de vida, y ese modo de vida era el único freno al miedo, y el único canal que un practicante podía utilizar para dejar al flujo de su actividad moverse libremente. Sin el concepto del guerrero, los obstáculos en el camino del conocimiento eran imposibles de superar.

Don Juan definía al guerrero como el luchador por excelencia. Era un talante facilitado por el intento de los chamanes de la antigüedad; un talante en el cual cualquier hombre podía entrar.  “El intento de aquellos chamanes”, decía don Juan, “era tan intenso, tan poderoso, que podía solidificar la estructura del guerrero en cualquiera que lo utilizara, incluso aunque pudiera no ser consciente de ello”.

En resumen, el guerrero era, para los chamanes del México antiguo, una unidad de combate tan sintonizado con la lucha a su alrededor, tan extraordinariamente alerta que en su forma más pura, no necesitaba nada superfluo para sobrevivir. No había necesidad de hacer regalos a un guerrero, o de apoyarlo con palabras o acciones, o de tratar de darle consuelo e incentivo. Todas esas cosas estaban incluidas en la estructura del guerrero misma. Puesto que la estructura estaba determinada por el intento de los chamanes del México antiguo, ellos estaban seguros que nada imprevisible pudiera estar incluido. El resultado final era un luchador que luchaba solo y sacaba de sus propias convicciones silenciosas el impulso que necesitaba para abrirse paso, sin quejas, sin la necesidad de ser alabado.  Personalmente, hallé el concepto del guerrero fascinante, y al mismo tiempo una de las cosas más terribles que nunca había encontrado. Pensé que era un concepto que, si yo lo adoptaba podría atarme a una servidumbre, y podría no darme el tiempo o la disposición para protestar o examinar o quejarme. Quejarme había sido mi hábito durante toda mi vida y, ciertamente, yo habría luchado con uñas y dientes para no dejarlo. Yo pensaba que quejarse era el signo de un hombre sensible, valiente, franco que no tiene escrúpulos en manifestar su actos, sus gustos y disgustos. Si todo eso se iba a convertir en un organismo luchador, yo estaba en peligro de perder más de lo que podía permitir.  Esos eran mis pensamientos internos. Y, sin embargo, yo codiciaba la dirección, la paz, la eficiencia del guerrero. Una de las grandes ayudas que los chamanes del México antiguo emplearon al establecer el concepto del guerrero fue la idea de tomar nuestra muerte como una compañera, un testigo de nuestros actos. Don Juan decía que una vez que la premisa es aceptada, incluso en una forma moderada, se forma un puente que se extiende a través de la brecha entre nuestro mundo de los asuntos diarios, y algo que está frente a nosotros, pero no tiene nombre; algo que está perdido en una niebla, y parece no existir; algo tan terriblemente poco claro que no puede ser usado como punto de referencia y, sin embargo, está ahí, innegablemente presente. Don Juan afirmaba que el único ser en la tierra capaz de cruzar ese puente era el guerrero: silencioso en su lucha, imparable porque no tiene nada que perder, funcional y eficaz, porque tiene todo que ganar

 


  
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