Extractos de "La rueda del tiempo", 1999, Plaza & Janés Editores, S.A.
del original: "The Wheel of Time", Carlos Castaneda, 1998, Laugan Productions.

  

Comentario sobre Viaje a Ixtlán

Por el tiempo en que estaba escribiendo Viaje a Ixtlán, una disposición de lo más misteriosa  predominaba a todo mi alrededor. Don Juan Matus estaba aplicando algunas medidas extremadamente pragmáticas a mi conducta diaria. El había trazado unos pasos de actuación que quería que yo siguiera rigurosamente. Me había dado tres tareas que tenían sólo las más vagas referencias a mi mundo de la vida diaria, o a cualquier otro mundo. Quería que me esforzara en mi mundo diario por borrar mi historia personal por cualquier medio concebible. Luego, quería que detuviera mis rutinas y, finalmente, quería que destronase mi sentido de autoimportancia.

“¿Cómo voy a hacer para cumplir todo esto, don Juan?”, le pregunté.  “No tengo idea”, respondió. “Ninguno de nosotros tiene idea de cómo hacer eso pragmática y efectivamente. Sin embargo, si comenzamos el trabajo, lo conseguiremos sin nunca saber qué vino a ayudarnos”.  “La dificultad que tú encuentras es la misma dificultad que yo mismo encontré”, prosiguió. “Te aseguro que nuestra dificultad nace de la total ausencia en nuestras vidas de la idea que podría espolearnos a cambiar. En el tiempo en que mi maestro me dio esta tarea, todo lo que yo necesitaba para ponerla en práctica era la idea de que podía hacerse. Una vez que tuve la idea, lo conseguí sin saber cómo. Te recomiendo que hagas lo mismo”.   Entré en las más retorcidas quejas, aludiendo al hecho de que yo era un científico social acostumbrado a directrices prácticas que tenían solidez, no a algo vago que dependía de soluciones mágicas más que de medios prácticos.

“Dí lo que quieras”, respondió don Juan riendo. “Una vez que hayas terminado de quejarte, olvida tus dudas y haz lo que te he pedido que hagas”. Don Juan estaba en lo cierto. Todo lo que yo necesitaba ,o más bien, todo lo que una misteriosa parte de mí que no estaba abierta necesitaba, era la idea. El “yo” que yo había conocido a través de toda mi vida necesitaba infinitamente más que la idea. Necesitaba entrenamiento, estímulo, dirección. Me quedé tan intrigado por mi éxito que las tareas de borrar mis rutinas, perder mi autoimportancia y soltar mi historia personal se convirtieron en un puro deleite.

“Te has dado de frente con el estilo del guerrero”, dijo don Juan a modo de explicación por mi misterioso éxito.

Lenta y metódicamente él había guiado mi conciencia a focalizarse cada vez más intensamente sobre una elaboración abstracta del concepto del guerrero que él llamaba el estilo del guerrero, el camino del guerrero. El explicaba que el estilo del guerrero era una estructura de ideas establecida por los chamanes del México antiguo. Aquellos chamanes habían derivado su construcción por medio de su capacidad para ver energía como fluye libremente en el universo. Por lo tanto el éxito del guerrero era el más armonioso conglomerado de hechos energéticos, verdades irreductibles determinadas exclusivamente por la dirección del flujo de energía en el universo. Don Juan afirmaba categóricamente que no había nada acerca del estilo del guerrero que pudiera ser argüído, nada que pudiera ser cambiado. Era en sí misma y por sí misma una estructura perfecta, y quien quiera que lo siguiera estaba acorralado por hechos energéticos que no admitían argumento ni especulación sobre su función y su valor. 

Don Juan decía que aquellos chamanes antiguos lo llamaban el estilo del guerrero porque su estructura abarcaba todas las posibilidades vitales que un guerrero podía encontrar en el camino del conocimiento. Aquellos chamanes eran absolutamente minuciosos y metódicos en su búsqueda de tales posibilidades. De acuerdo con don Juan, ellos eran en verdad capaces de incluir en su estructura abstracta todo lo que es humanamente posible.

Don Juan comparaba el estilo del guerrero a un edificio, siendo cada uno de los elementos de ese edificio un mecanismo de apoyo cuya única función era sostener la psique del guerrero, en su papel de chamán iniciado, para hacer sus movimientos fáciles y llenos de sentido. El afirmaba inequívocamente que el estilo del guerrero era la construcción esencial sin la cual los chamanes iniciados podrían naufragar en la inmensidad del universo.  Don Juan llamaba al estilo del guerrero la suprema gloria de los chamanes del México antiguo. El lo veía como su más importante contribución, la esencia de su sobriedad.  “¿Es el estilo del guerrero tan abrumadoramente importante, don Juan?”. Le pregunté una vez. “Abrumadoramente importante es un eufemismo. El estilo del guerrero es todo. Es el epítome de la salud física y mental. No puedo explicarlo de ninguna otra manera. Para los chamanes del México antiguo haber creado una estructura tal significa para mí que ellos estaban en la cumbre de su poder, en la cúspide de su felicidad, en el ápice de su alegría.  En el nivel de la aceptación o rechazo pragmático en el que yo pensaba que estaba sumergido entonces, abrazar el camino del guerrero, completa e imparcialmente, era poco menos que una imposibilidad para mí. Mientras más explicaba don Juan el camino del guerrero, más intensa era la sensación que yo tenía de que él estaba realmente maquinando para derribar todo mi equilibrio  La dirección de don Juan era, por lo tanto, encubierta. Lo manifestaba él mismo con sorprendente claridad, no obstante, en las citas sacadas de Viaje a Ixtlán. Don Juan había avanzado sobre mi con brincos y saltos a tremenda velocidad, sin darme yo cuenta de ello, y estaba de pronto echándome el aliento en el cuello. Yo pensaba una y otra vez que estaba o a un paso de aceptar, de una manera fiel, la existencia de otro sistema cognitivo, o estaba tan completamente indiferente que no me preocupaba si ocurría de un modo o del otro.

Por supuesto, estaba siempre la opción de salir corriendo de todo eso, pero eso no era sostenible. De algún modo, los cuidados de don Juan, o mi intenso uso del concepto del guerrero me habían endurecido hasta tal punto que ya no era ese asustado. Yo estaba atrapado, pero realmente, esto no tenía diferencia. Todo lo que yo sabía era que yo estaba allí con don Juan mientras durase.

Indice del libro  ~  Libros de CC

 Comentario sobre Relatos de poder 

Relatos de Poder es la marca de mi última caída. En el tiempo en que los acontecimientos narrados en el libro tuvieron lugar, yo sufrí una profunda conmoción emocional, un derrumbamiento de guerrero. Don Juan Matus dejó este mundo, y dejó a sus cuatro aprendices en él. Cada uno de aquellos aprendices era tratado personalmente por don Juan, y les fue asignada una tarea. Yo consideré esa tarea un placebo que no tenía significación alguna en comparación con la pérdida.

No ver a don Juan nunca más no podía ser aliviado por pseudotareas. Mi primer argumento con don Juan fue, naturalmente, decirle que yo quería ir con él.

“Tú no estás preparado, aún”, dijo. “Se realista”.  “Pero yo podría estar preparado en un abrir y cerrar de ojos”, le aseguré.  “No dudo de eso. Tú estarás preparado, pero no para mí. Yo demando perfecta eficacia. Yo demando un intento impecable, una disciplina impecable. Tú no tienes eso aún. Lo tendrás, estás llegando a eso, pero no estás ahí aún”. “Usted tiene poder para llevarme, don Juan. novato e imperfecto”. “Supongo que lo tengo, pero no quiero, porque sería un vergonzoso desperdicio para ti. Te expones a perderlo todo, te lo aseguro. No insistas. Insistir no está en el dominio de los guerreros”.

Esa exposición fue suficiente para detenerme. Interiormente, sin embargo, yo anhelaba ir con él, aventurarme más allá de todo lo que yo conocía como normal y real.

Cuando llegó el momento en que don Juan realmente dejó el mundo, se volvió una luminosidad coloreada, vaporosa. El era pura energía, fluyendo libremente en el universo. Mi sensación de pérdida era tan inmensa en ese momento que quería morir. Me desentendí de todo lo que don Juan había dicho, y sin ninguna vacilación, procedí a arrojarme a un precipicio. Yo razoné que si yo hacía eso, en la muerte, don Juan habría sido obligado a llevarme con él, y salvar cualquier trocito de conciencia que hubiera quedado en mí. Pero por razones inexplicables, tanto si lo veo desde las premisas de mi cognición normal o desde la cognición del mundo de los chamanes, no morí. Fui dejado solo en el mundo de la vida diaria mientras mis tres cohortes fueron dispersadas por el mundo. Yo era un desconocido para mí mismo, algo que hacía mi soledad más intensa que nunca.

Me veía a mí mismo como un agente provocador, un espía mediocre, que don Juan había dejado atrás por oscuras razones. Las citas sacadas del corpus de Relatos de Poder muestran la desconocida cualidad del mundo; no el mundo de los chamanes, sino el mundo de la vida diaria; el cual, de acuerdo con don Juan, es tan misterioso y rico como algo pueda ser. Todo lo que necesitamos para arrancar las maravillas de este mundo de la vida diaria, es suficiente desapego. Pero más que desapego necesitamos suficiente afecto y abandono.

“Un guerrero debe amar su mundo”, me había advertido don Juan, “para que este mundo que parece un lugar tan común se abra y muestre sus maravillas”. Estábamos, en el momento en que expresó esa afirmación, en el desierto de Sonora.  “Es una sensación sublime”, dijo, “estar en este maravilloso desierto, ver esos escarpados picos de pseudomontañas que fueron realmente formados por el flujo de lava de remotos volcanes. Es una gloriosa sensación descubrir que algunas de aquellas pepitas de obsidiana fueron creadas a tan alta temperatura que aún conservan la marca de su origen. Tienen abundante poder. Vagar sin rumbo por aquellos escarpados picos y descubrir de hecho un trozo de cuarzo que capte ondas de radio es extraordinario. El único inconveniente a este maravilloso cuadro es que, para entrar en las maravillas de este mundo, o en las maravillas de otro mundo, un hombre necesita ser un guerrero: sereno, dueño de sí, indiferente, curtido por los asaltos de lo desconocido. Tú aún no estás curtido de esta manera. Por lo tanto, es tu deber perseguir esa realización antes de que puedas hablar de aventurarte en el infinito. Yo he gastado treinta y cinco años de mi vida persiguiendo la madurez de un guerrero. He ido a lugares que desafían toda descripción, persiguiendo esa sensación de estar curtido para los asaltos de lo desconocido. Fui discretamente, desapercibido, y volví de la misma forma. Los trabajos de los guerreros son silenciosos y solitarios, y cuando los guerreros van o vienen, lo hacen tan poco llamativamente que nadie se da cuenta. Perseguir la madurez del guerrero de cualquier otra forma sería ostentoso, y por lo tanto inadmisible”.  Las citas de Relatos de Poder eran el más intenso recordatorio para mí de que el intento de los chamanes que vivieron en México en los tiempos antiguos estaba aún actuando impecablemente. La rueda del tiempo se movía inexorablemente a mi alrededor, forzándome a investigar surcos sobre los que uno no puede hablar y seguir siendo coherente.  “Basta decir”, me dijo don Juan una vez, “que la inmensidad de este mundo, sea el mundo de los chamanes o el del hombre ordinario, es tan manifiesta que sólo una aberración podría impedirnos reconocerlo. Tratar de explicar a seres aberrantes que esto es como estar perdido en los surcos de la rueda del tiempo es la cosa más absurda que un guerrero puede emprender. Por lo tanto, él se asegura de que sus viajes sean sólo la propiedad de su condición de ser un guerrero”.

Indice del libro  ~  Libros de CC

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