Comentario
sobre Relatos de poder
Relatos
de Poder es la marca de mi última caída. En el tiempo en que los
acontecimientos narrados en el libro tuvieron lugar, yo sufrí una
profunda conmoción emocional, un derrumbamiento de guerrero. Don Juan
Matus dejó este mundo, y dejó a sus cuatro aprendices en él. Cada uno
de aquellos aprendices era tratado personalmente por don Juan, y les fue
asignada una tarea. Yo consideré esa tarea un placebo que no tenía
significación alguna en comparación con la pérdida.
No
ver a don Juan nunca más no podía ser aliviado por pseudotareas. Mi
primer argumento con don Juan fue, naturalmente, decirle que yo quería ir
con él.
“Tú
no estás preparado, aún”, dijo. “Se realista”.
“Pero yo podría estar preparado en un abrir y cerrar de ojos”,
le aseguré.
“No dudo de eso. Tú estarás preparado, pero no para mí. Yo
demando perfecta eficacia. Yo demando un intento impecable, una disciplina
impecable. Tú no tienes eso aún. Lo tendrás, estás llegando a eso,
pero no estás ahí aún”. “Usted tiene poder para llevarme, don Juan.
novato e imperfecto”. “Supongo que lo tengo, pero no quiero, porque
sería un vergonzoso desperdicio para ti. Te expones a perderlo todo, te
lo aseguro. No insistas. Insistir no está en el dominio de los guerreros”.
Esa
exposición fue suficiente para detenerme. Interiormente, sin embargo, yo
anhelaba ir con él, aventurarme más allá de todo lo que yo conocía
como normal y real.
Cuando
llegó el momento en que don Juan realmente dejó el mundo, se volvió una
luminosidad coloreada, vaporosa. El era pura energía, fluyendo libremente
en el universo. Mi sensación de pérdida era tan inmensa en ese momento
que quería morir. Me desentendí de todo lo que don Juan había dicho, y
sin ninguna vacilación, procedí a arrojarme a un precipicio. Yo razoné
que si yo hacía eso, en la muerte, don Juan habría sido obligado a
llevarme con él, y salvar cualquier trocito de conciencia que hubiera
quedado en mí. Pero por razones inexplicables, tanto si lo veo desde las
premisas de mi cognición normal o desde la cognición del mundo de los
chamanes, no morí. Fui dejado solo en el mundo de la vida diaria mientras
mis tres cohortes fueron dispersadas por el mundo. Yo era un desconocido
para mí mismo, algo que hacía mi soledad más intensa que nunca.
Me
veía a mí mismo como un agente provocador, un espía mediocre, que don
Juan había dejado atrás por oscuras razones. Las citas sacadas del
corpus de Relatos de Poder muestran la desconocida cualidad del mundo; no
el mundo de los chamanes, sino el mundo de la vida diaria; el cual, de
acuerdo con don Juan, es tan misterioso y rico como algo pueda ser. Todo
lo que necesitamos para arrancar las maravillas de este mundo de la vida
diaria, es suficiente desapego. Pero más que desapego necesitamos
suficiente afecto y abandono.
“Un
guerrero debe amar su mundo”, me había advertido don Juan, “para que
este mundo que parece un lugar tan común se abra y muestre sus maravillas”.
Estábamos, en el momento en que expresó esa afirmación, en el desierto
de Sonora.
“Es una sensación sublime”, dijo, “estar en este maravilloso
desierto, ver esos escarpados picos de pseudomontañas que fueron
realmente formados por el flujo de lava de remotos volcanes. Es una
gloriosa sensación descubrir que algunas de aquellas pepitas de obsidiana
fueron creadas a tan alta temperatura que aún conservan la marca de su
origen. Tienen abundante poder. Vagar sin rumbo por aquellos escarpados
picos y descubrir de hecho un trozo de cuarzo que capte ondas de radio es
extraordinario. El único inconveniente a este maravilloso cuadro es que,
para entrar en las maravillas de este mundo, o en las maravillas de otro
mundo, un hombre necesita ser un guerrero: sereno, dueño de sí,
indiferente, curtido por los asaltos de lo desconocido. Tú aún no estás
curtido de esta manera. Por lo tanto, es tu deber perseguir esa realización
antes de que puedas hablar de aventurarte en el infinito. Yo he gastado
treinta y cinco años de mi vida persiguiendo la madurez de un guerrero.
He ido a lugares que desafían toda descripción, persiguiendo esa sensación
de estar curtido para los asaltos de lo desconocido. Fui discretamente,
desapercibido, y volví de la misma forma. Los trabajos de los guerreros
son silenciosos y solitarios, y cuando los guerreros van o vienen, lo
hacen tan poco llamativamente que nadie se da cuenta. Perseguir la madurez
del guerrero de cualquier otra forma sería ostentoso, y por lo tanto
inadmisible”.
Las citas de Relatos de Poder eran el más intenso recordatorio
para mí de que el intento de los chamanes que vivieron en México en los
tiempos antiguos estaba aún actuando impecablemente. La rueda del tiempo
se movía inexorablemente a mi alrededor, forzándome a investigar surcos
sobre los que uno no puede hablar y seguir siendo coherente.
“Basta decir”, me dijo don Juan una vez, “que la inmensidad
de este mundo, sea el mundo de los chamanes o el del hombre ordinario, es
tan manifiesta que sólo una aberración podría impedirnos reconocerlo.
Tratar de explicar a seres aberrantes que esto es como estar perdido en
los surcos de la rueda del tiempo es la cosa más absurda que un guerrero
puede emprender. Por lo tanto, él se asegura de que sus viajes sean sólo
la propiedad de su condición de ser un guerrero”.
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