Extractos de "La rueda del tiempo", 1999, Plaza & Janés Editores, S.A.
del original: "The Wheel of Time", Carlos Castaneda, 1998, Laugan Productions.

  

Comentario sobre El segundo anillo de poder

 Pasaron años antes de que yo escribiera El Segundo Anillo de Poder. Don Juan se había ido hacía tiempo, y las citas de ese libro eran recuerdos de lo que él había dicho, memorias desencadenadas por una nueva situación, un nuevo desarrollo. Otro jugador había aparecido en mi vida. Era la cohorte de don Juan Florinda Matus. Todos los aprendices de don Juan comprendieron que cuando don Juan se fuera, Florinda se quedaba para de algún modo redondear la última parte de nuestro entrenamiento.  “Hasta que seas capaz de recibir órdenes de una mujer sin detrimento de tu ser no estarás completo”, había dicho don Juan. “Pero esa mujer no puede ser cualquier mujer. Debe ser alguien que tenga poder, y una cualidad de implacabilidad que no te permita ser el hombre-que-manda que tú te imaginas ser”.

Por supuesto, yo me reí de sus afirmaciones. Pensé que estaba claramente bromeando. La verdad de la cuestión fue que él no estaba bromeando en absoluto. Un día, Florinda Donner-Grau y Taisha Abelar volvieron, y fuimos a México. Fuimos a un gran almacén en la ciudad de Guadalajara y allí encontramos a Florinda Matus, la mujer más magnifica que nunca había visto: extremadamente alta -seis pies con once-, delgada, angulosa, con un bello rostro, vieja, y sin embargo muy joven.

 “!Ah, aquí están!”, exclamó cuando nos vio. “!Los Tres Mosqueteros! Los chicos dinámicos !Eenie, Meenie y Mo! !He estado buscándolos por todas partes!”

Y sin decir nada más, tomó el mando. Florinda Donner-Grau, por supuesto, estaba encantada sin medida, Taisha Abelar estaba extremadamente reservada, como era usual, y yo estaba mortificado, casi furioso. Yo sabía que el acuerdo no iba a funcionar. Estaba preparado para chocar con esa mujer la primera vez que abriera su osada boca y viniera con mierda como “Eenie, Meenie y Mo - los chicos dinámicos”.  Cosas insospechadas que yo tenía en reserva vinieron en mi ayuda, y me impidieron cualquier reacción de cólera o irritación, y me llevé con Florinda soberbiamente, mejor de lo que yo podía haber soñado. Ella nos dirigió con mano de hierro. Era la indiscutible reina de nuestras vidas. Tenía el poder, el desapego, para llevar adelante su tarea de entonarnos de la manera más sutil. Ella no nos permitía caer en la autocompasión o quejarnos si algo no estaba bastante a nuestro gusto. No era en absoluto como don Juan. Carecía de su sobriedad, pero tenía otra cualidad que equilibraba su carencia: era tan  rápida como algo podría serlo. Una ojeada le era suficiente para comprender una situación entera, y actuar instantáneamente de acuerdo con lo que se esperaba de ella. Una de sus tácticas favoritas, que yo disfrutaba inmensamente, era preguntar formalmente a una audiencia o a un grupo de gente con que estaba hablando, “¿Hay alguien aquí que sepa algo sobre la presión y el desplazamiento de gases?”. Podía preguntar tal cuestión con verdadera seriedad. Y cuando la audiencia respondía, “No, no, nosotros no”, ella decía “¿Entonces  yo puedo decir lo que quiera, verdad?” y de hecho continuaba y decía lo que ella quería. Podía decir a veces cosas tan ridículas que yo me caía al suelo de risa.  Su otra pregunta clásica era, “¿Alguien aquí sabe algo sobre la retina de los chimpancés? ¿No?” y Florinda diría barbaridades sobre la retina de los chimpancés. Yo era su admirador e imparcial seguidor. Una vez yo tenía una fístula en la cresta del hueso de la cadera, producto de una caída que había tenido años antes en un barranco lleno de púas de cactus. Había tenido veinticinco años las púas clavadas en mi cuerpo. Una de ellas, o no había salido completamente o había dejado un residuo de suciedad o desechos que años después produjeron una fístula.  Mi médico dijo, “Eso no es nada. Es solo una bolsa de pus  que hay que sajar. Es una operación muy simple. Llevará unos minutos limpiarlo”.  Yo continué con Florinda, y ella dijo, “Tu eres el nagual. Te curas a ti mismo o te mueres. Sin matices de significado, sin doble comportamiento. ¿Un nagual ser sajado por un médico, debes haber perdido tu poder. Un nagual morir fistulizado? Que vergüenza”.  Excepto Florinda Donner-Grau y Taisha Abelar, el resto de los aprendices de don Juan no sentían en absoluto afecto por Florinda. Ella era una figura amenazante. Ella era alguien que nunca les permitía la libertad que ellos sentían que se les debía. Ellos nunca celebraban sus pseudo-hazañas de chamanismo, y ella detenía sus actividades cada vez que se apartaban del camino del guerrero. 

En el corpus de El Segundo Anillo de Poder esa lucha de los aprendices es más que manifiesta. Los otros aprendices de don Juan eran un montón de extraviados, llenos de explosiones egomaníacas, cada uno tirando en su propia dirección, cada uno afirmándose él o su valía.  Todo lo que tuvo lugar en nuestras vidas desde ese momento fue profundamente influido por Florinda Matus y, sin embargo, ella nunca tomó la posición delantera. Ella era siempre una figura en segundo plano, sabia, divertida, implacable. Florinda Donner-Grau y yo aprendimos a amarla como nunca habíamos amado antes, y cuando ella se fue, legó a Florinda Donner-Grau su nombre, sus joyas, su dinero, su gracia, su saber-hacer. Yo sentí que no podría escribir un libro sobre Florinda Matus, más que si alguien más lo hacía, esta había de ser Florinda Donner-Grau, su verdadera heredera, su hija de hijas. Yo era, como Florinda Matus, solo una figura en segundo plano, puesta ahí por don Juan Matus para romper la soledad de un guerrero, y disfrutar mi paso sobre la tierra.

Indice del libro  ~  Libros de CC

 Comentario sobre El Don del Aguila 

Era una notable sensación para mi examinar las citas sacadas de El Don del Aguila. Yo sentía inmediatamente la fuerte espiral del intento de los chamanes del México antiguo actuando tan vívidamente como siempre. Yo sabía entonces, más allá de toda sombra de duda, que las citas de este libro estaban regidas por su rueda del tiempo. Más aún, yo sabía que este había sido el caso con todo lo que yo había hecho en el pasado, tal como escribir El Don del Aguila, y que esto es así con todo lo que hago, como al escribir el presente libro.

Puesto que me encuentro en la imposibilidad de aclarar esta cuestión, la única opción que me queda es aceptarlo con humildad. Los chamanes del México antiguo tenían otro sistema cognitivo en funcionamiento, y desde las unidades de ese sistema cognitivo, ellos podían afectarme hoy día de la forma más positiva e inspiradora.

Debido al esfuerzo de Florinda Matus, quien me comprometió en aprender las más elaboradas variaciones de las técnicas chamanísticas habituales diseñadas por los chamanes de los tiempos antiguos, tales como la recapitulación, fui capaz de ver, por ejemplo, mis experiencias con don Juan Matus con una fuerza que yo nunca había podido imaginar. El corpus de mi libro El Don del Aguila, es el resultado de tales visiones que yo tenía de don Juan Matus. 

Para don Juan Matus, recapitular significaba revivir y reorganizar cada cosa de la vida de uno en un simple barrido. El nunca se preocupó por las minucias de elaboradas variaciones de esa antigua técnica. Florinda, en cambio, tenía una meticulosidad completamente diferente. Ella empleó meses entrenándome para entrar en aspectos de la recapitulación que hasta hoy me es imposible de explicar.

“Es la inmensidad del guerrero lo que tu has experimentado”, explicó. “Las técnicas están ahí. Gran cosa. Lo que es de suprema importancia es el hombre usándolas, y su deseo de llegar hasta el final con ellas”. 

Recapitular a don Juan en los términos de Florinda dio como resultado visiones de don Juan del más vívido detalle y significado. Era infinitamente más intenso que hablar con don Juan mismo. Era el pragmatismo de Florinda lo que me daba asombrosas profundizaciones en posibilidades prácticas que no eran de ningún modo el interés del nagual Juan Matus. Florinda, siendo una mujer verdaderamente pragmática, no tenía ilusiones sobre ella misma, ni sueños de grandeza. Ella decía que era un arador que no podía permitir errar una sola vuelta del camino.  “Un guerrero debe ir muy despacio”, recomendaba, “y hacer uso de todo elemento disponible del camino del guerrero. Uno de los más notables elementos es la capacidad que todos tenemos, como guerreros, para enfocar nuestra atención con fuerza inquebrantable en acontecimientos vividos. Los guerreros pueden enfocarla incluso en gente con la que nunca se han encontrado. El fin resultante de este profundo enfoque siempre es el mismo. Reconstruir la escena. Trozos enteros de comportamiento, olvidados o totalmente nuevos, se hacen disponibles para un guerrero. Inténtalo”.  Seguí su consejo y, por supuesto, me enfoqué en don Juan, y recordé todo lo que había pasado en cualquier momento dado. Recordé detalles que no me había propuesto recordar. Gracias al trabajo de Florinda, yo era capaz de reconstruir enormes trozos de actividad con don Juan, así como detalles de tremenda importancia que me habían pasado por alto completamente.  El espíritu de las citas de El Don del Aguila era más chocante para mi porque las citas revelaban el profundo énfasis que don Juan había puesto en los elementos de su mundo, en el estilo del guerrero como epítome de la realización humana. Ese impulso había sobrevivido a su persona y estaba tan vivo como siempre. Sinceramente yo sentía que don Juan nunca se había ido. Llegué al punto de oírle realmente moverse por la casa. Le pregunté a Florinda sobre esto. Ella dijo; “Oh, eso no es nada. Es sólo el vacío del nagual Juan Matus que llega a tocarte, no importa dónde su conciencia esté en este momento”.

Su respuesta me dejó más confuso, más intrigado, y más abatido que nunca. Aunque Florinda era la persona más cercana al nagual Juan Matus, ellos eran asombrosamente diferentes. Una cosa que ambos compartían era el vacío de sus personas. Ellos ya no eran gente. Don Juan Matus no existía como una persona. Pero lo que existía en lugar de su persona era una colección de historias, cada una de ellas a propósito con la situación que estaba tratando; historias didácticas y bromas que llevaban la marca de su sobriedad y su frugalidad. 

Florinda era lo mismo; ella tenía historias. Pero sus historias eran sobre gente. Eran como una alta forma de chismorrear o chismorreo elevado, debido a su impersonalidad, a inconcebibles alturas de efectividad y disfrute.  “Quiero que examines a un hombre que tiene un enorme parecido contigo”, me dijo ella un día. “Quiero que lo recapitules como si lo hubieras conocido toda tu vida. Este hombre fue transcendental en la formación de nuestro linaje. Su nombre era Elías, el nagual Elías. Yo le llamo ‘el nagual que perdió el cielo’”.  

“La historia es que el nagual Elías fue criado por un sacerdote jesuita, quien le enseñó a leer y a escribir, y a tocar el clavicordio. El le enseñó latín. El nagual Elías podía leer las escrituras en latín tan fluidamente como ningún erudito podía. Su destino era ser sacerdote, pero él era indio, y los indios en aquellos días no encajaban en las jerarquías clericales. Ellos eran de aspecto demasiado imponente, demasiado morenos, demasiado indios. Los sacerdotes eran de las clases sociales superiores, descendientes de españoles, de piel blanca, ojos azules; ellos eran distinguidos, presentables. El nagual Elías era un oso en comparación, pero él luchó mucho, enardecido por la promesa de su mentor de que Dios vería que él era aceptado en el sacerdocio”.

 “El era el sacristán de la iglesia donde era cura párroco su mentor, y un día, una verdadera bruja entró en ella. Su nombre era Amalia. Dicen que ella era un comodín. Sea como fuere, ella terminó seduciendo al pobre sacristán, que se enamoró tan profunda, tan desesperadamente de Amalia que él terminó en la cabaña de un nagual. Con el tiempo, se convirtió en el nagual Elías, una figura a tener en cuenta; culto, instruido. Parecía que la posición de nagual estaba hecha para él. Le permitía el anonimato y la efectividad que le era negada en el mundo”.

“El fue un ensoñador, y tan bueno en eso que llegó a los más recónditos lugares del universo en estado incorpóreo. A veces él incluso traía objetos que habían atraído su ojo a causa de las líneas de su destino; objetos que eran incomprensibles. El los llamaba ‘invenciones’. Tenía toda una colección de ellos”.

“Quiero que enfoques tu atención de recapitulación en esas invenciones”, me ordenó Florinda. “Quiero que acabes inhalándolas, sintiéndolas con tus manos, aunque tú nunca las has visto excepto a través de lo que yo estoy diciéndote ahora. Hacer este enfoque significa establecer un punto de referencia, como en una ecuación algebraica en la que algo se calcula jugando con un tercer elemento. Serás capaz de ver al nagual Juan Matus con infinita claridad, usando a alguien más como punto de corroboración”.

El corpus del libro El Don del Aguila es una revisión en profundidad de lo que don Juan me había hecho mientras él estaba en el mundo. Las visiones que tuve de don Juan debido a mi nueva técnica de recapitulación - usando al nagual Elías como punto de corroboración - eran infinitamente más intensas que cualquiera de las visiones que yo había tenido de él mientras estaba vivo.

 Las visiones de recapitulación en que yo estaba inmerso carecían del calor de lo vivo, pero tenían en cambio la precisión y la exactitud de objetos inanimados que uno puede examinar a placer

Indice del libro  ~  Libros de CC

Many thanks to Moyra for letting me use one of her fantastic jewels for this page.
Visit her site for some amazing designs


Copyright © 1998, 1999, 2000 Criss
1