Comentario
sobre El Don del Aguila
Era
una notable sensación para mi examinar las citas sacadas de El Don del
Aguila. Yo sentía inmediatamente la fuerte espiral del intento de los
chamanes del México antiguo actuando tan vívidamente como siempre. Yo
sabía entonces, más allá de toda sombra de duda, que las citas de este
libro estaban regidas por su rueda del tiempo. Más aún, yo sabía que
este había sido el caso con todo lo que yo había hecho en el pasado, tal
como escribir El Don del Aguila, y que esto es así con todo lo que hago,
como al escribir el presente libro.
Puesto
que me encuentro en la imposibilidad de aclarar esta cuestión, la única
opción que me queda es aceptarlo con humildad. Los chamanes del México
antiguo tenían otro sistema cognitivo en funcionamiento, y desde las
unidades de ese sistema cognitivo, ellos podían afectarme hoy día de la
forma más positiva e inspiradora.
Debido
al esfuerzo de Florinda Matus, quien me comprometió en aprender las más
elaboradas variaciones de las técnicas chamanísticas habituales diseñadas
por los chamanes de los tiempos antiguos, tales como la recapitulación,
fui capaz de ver, por ejemplo, mis experiencias con don Juan Matus con una
fuerza que yo nunca había podido imaginar. El corpus de mi libro El Don
del Aguila, es el resultado de tales visiones que yo tenía de don Juan
Matus.
Para
don Juan Matus, recapitular significaba revivir y reorganizar cada cosa de
la vida de uno en un simple barrido. El nunca se preocupó por las
minucias de elaboradas variaciones de esa antigua técnica. Florinda, en
cambio, tenía una meticulosidad completamente diferente. Ella empleó
meses entrenándome para entrar en aspectos de la recapitulación
que hasta hoy me es imposible de explicar.
“Es
la inmensidad del guerrero lo que tu has experimentado”, explicó.
“Las técnicas están ahí. Gran cosa. Lo que es de suprema importancia
es el hombre usándolas, y su deseo de llegar hasta el final con ellas”.
Recapitular
a don Juan en los términos de Florinda dio como resultado visiones de don
Juan del más vívido detalle y significado. Era infinitamente más
intenso que hablar con don Juan mismo. Era el pragmatismo de Florinda lo
que me daba asombrosas profundizaciones en posibilidades prácticas que no
eran de ningún modo el interés del nagual Juan Matus. Florinda, siendo
una mujer verdaderamente pragmática, no tenía ilusiones sobre ella misma,
ni sueños de grandeza. Ella decía que era un arador que no podía
permitir errar una sola vuelta del camino. “Un guerrero debe ir muy despacio”, recomendaba, “y
hacer uso de todo elemento disponible del camino del guerrero. Uno de los
más notables elementos es la capacidad que todos tenemos, como guerreros,
para enfocar nuestra atención con fuerza inquebrantable en
acontecimientos vividos. Los guerreros pueden enfocarla incluso en gente
con la que nunca se han encontrado. El fin resultante de este profundo
enfoque siempre es el mismo. Reconstruir la escena. Trozos enteros de
comportamiento, olvidados o totalmente nuevos, se hacen disponibles para
un guerrero. Inténtalo”. Seguí su consejo y, por supuesto, me enfoqué en don Juan, y
recordé todo lo que había pasado en cualquier momento dado. Recordé
detalles que no me había propuesto recordar. Gracias al trabajo de
Florinda, yo era capaz de reconstruir enormes trozos de actividad con don
Juan, así como detalles de tremenda importancia que me habían pasado por
alto completamente. El espíritu
de las citas de El Don del Aguila era más chocante para mi porque las
citas revelaban el profundo énfasis que don Juan había puesto en los
elementos de su mundo, en el estilo del guerrero como epítome de la
realización humana. Ese impulso había sobrevivido a su persona y estaba
tan vivo como siempre. Sinceramente yo sentía que don Juan nunca se había
ido. Llegué al punto de oírle realmente moverse por la casa. Le pregunté
a Florinda sobre esto. Ella dijo; “Oh, eso no es nada. Es sólo el vacío
del nagual Juan Matus que llega a tocarte, no importa dónde su conciencia
esté en este momento”.
Su
respuesta me dejó más confuso, más intrigado, y más abatido que nunca.
Aunque Florinda era la persona más cercana al nagual Juan Matus, ellos
eran asombrosamente diferentes. Una cosa que ambos compartían era el vacío
de sus personas. Ellos ya no eran gente. Don Juan Matus no existía como
una persona. Pero lo que existía en lugar de su persona era una colección
de historias, cada una de ellas a propósito con la situación que estaba
tratando; historias didácticas y bromas que llevaban la marca de su
sobriedad y su frugalidad.
Florinda
era lo mismo; ella tenía historias. Pero sus historias eran sobre gente.
Eran como una alta forma de chismorrear o chismorreo elevado, debido a su
impersonalidad, a inconcebibles alturas de efectividad y disfrute.
“Quiero que examines a un hombre que tiene un enorme parecido
contigo”, me dijo ella un día. “Quiero que lo recapitules como si lo
hubieras conocido toda tu vida. Este hombre fue transcendental en la
formación de nuestro linaje. Su nombre era Elías, el nagual Elías. Yo
le llamo ‘el nagual que perdió el cielo’”.
“La
historia es que el nagual Elías fue criado por un sacerdote jesuita,
quien le enseñó a leer y a escribir, y a tocar el clavicordio. El le
enseñó latín. El nagual Elías podía leer las escrituras en latín tan
fluidamente como ningún erudito podía. Su destino era ser sacerdote,
pero él era indio, y los indios en aquellos días no encajaban en las
jerarquías clericales. Ellos eran de aspecto demasiado imponente,
demasiado morenos, demasiado indios. Los sacerdotes eran de las clases
sociales superiores, descendientes de españoles, de piel blanca, ojos
azules; ellos eran distinguidos, presentables. El nagual Elías era un oso
en comparación, pero él luchó mucho, enardecido por la promesa de su
mentor de que Dios vería que él era aceptado en el sacerdocio”.
“El
era el sacristán de la iglesia donde era cura párroco su mentor, y un día,
una verdadera bruja entró en ella. Su nombre era Amalia. Dicen que ella
era un comodín. Sea como fuere, ella terminó seduciendo al pobre sacristán,
que se enamoró tan profunda, tan desesperadamente de Amalia que él
terminó en la cabaña de un nagual. Con el tiempo, se convirtió en el
nagual Elías, una figura a tener en cuenta; culto, instruido. Parecía
que la posición de nagual estaba hecha para él. Le permitía el
anonimato y la efectividad que le era negada en el mundo”.
“El
fue un ensoñador, y tan bueno en eso que llegó a los más recónditos
lugares del universo en estado incorpóreo. A veces él incluso traía
objetos que habían atraído su ojo a causa de las líneas de su destino;
objetos que eran incomprensibles. El los llamaba ‘invenciones’. Tenía
toda una colección de ellos”.
“Quiero
que enfoques tu atención de recapitulación
en esas invenciones”, me ordenó Florinda. “Quiero que acabes inhalándolas,
sintiéndolas con tus manos, aunque tú nunca las has visto excepto a través
de lo que yo estoy diciéndote ahora. Hacer este enfoque significa
establecer un punto de referencia, como en una ecuación algebraica en la
que algo se calcula jugando con un tercer elemento. Serás capaz de ver al
nagual Juan Matus con infinita claridad, usando a alguien más como punto
de corroboración”.
El
corpus del libro El Don del Aguila es una revisión en profundidad de lo
que don Juan me había hecho mientras él estaba en el mundo. Las visiones
que tuve de don Juan debido a mi nueva técnica de recapitulación
- usando al nagual Elías como punto de corroboración - eran
infinitamente más intensas que cualquiera de las visiones que yo había
tenido de él mientras estaba vivo.
Las
visiones de recapitulación en que yo estaba inmerso carecían del calor de lo
vivo, pero tenían en cambio la precisión y la exactitud de objetos
inanimados que uno puede examinar a placer
|