Comentario
sobre El fuego interno
El
Fuego Interno como libro fue uno de los resultados de la influencia de
Florinda Matus en mi vida. Ella me guió a enfocar esta vez sobre el
maestro de don Juan, el nagual Julián. Tanto Florinda como mi detallado
enfoque sobre el hombre me revelaron que el nagual Julián Osorio había
sido un actor de cierto mérito -pero más que un actor, él había sido
un hombre licencioso, interesado exclusivamente en la seducción de
mujeres; mujeres de cualquier tipo con las que entraba en contacto durante
sus representaciones teatrales. Era tan extremadamente licencioso que,
finalmente, su salud se debilitó, y llegó a infectarse de tuberculosis.
Su maestro, el nagual Elías, le encontró una tarde en un campo
abierto en las afueras de la ciudad de Durango, seduciendo a la hija de un
rico hacendado. Debido al esfuerzo, el actor tuvo una hemorragia, y la
hemorragia se hizo tan fuerte que estaba al borde de la muerte. Florinda
dijo que el nagual Elías vio que no había modo de ayudarle. Curar al
actor era una imposibilidad y lo único que él podía hacer como nagual
era detener el sangrado, lo cual hizo. El estimó conveniente hacerle una
proposición al actor.
“Yo
me marcho a las cinco de la mañana para las montañas”, dijo. “Está
a la entrada de la ciudad. No falles. Si no vienes, morirás; más pronto
de lo que tú piensas. Tu único recurso es venir conmigo. Yo nunca seré
capaz de curarte, pero seré capaz de desviar tu inexorable paso al abismo
que marca el fin de la vida. Todos nosotros seres humanos vamos
inexorablemente a ese abismo más pronto o más tarde. Yo te guiaré a
evitar el enorme ancho de esa grieta, bien a la izquierda o a la derecha
de ella. En tanto no caigas, tú vivirás. Nunca estarás bueno, pero
vivirás”.
El
nagual Elías no tenía grandes expectativas sobre el actor, que era vago,
despreocupado, autoindulgente, quizás incluso un cobarde. El se
sorprendió bastante cuando el día siguiente a las cinco de la mañana
encontró al actor esperándole en las afueras de la ciudad. El le llevó
a las montañas, y con el tiempo se convirtió en el nagual Julián -un
hombre tuberculoso que nunca fue curado, pero que vivió hasta tener
quizás ciento siete años de edad, andando siempre al borde del abismo.
“Por supuesto, es de enorme importancia para ti”, me dijo Florinda una
vez, “que examines el andar del nagual Julián al borde del abismo. El
nagual Juan Matus no se preocupó de saber nada sobre eso. Para él todo
eso era superfluo. Tu no tienes tanto talento como el nagual Juan Matus.
Nada puede ser superfluo para ti, como guerrero. Tú debes dejar que los
pensamientos, los sentimientos, las ideas de los chamanes del México
antiguo vengan a ti libremente”. Florinda
estaba en lo cierto. Yo no tengo el esplendor del nagual Juan Matus. Como
ella había dicho, nada podía ser superfluo para mi. Yo necesitaba cada
apoyo, cada peculiaridad. No podía permitirme pasar por alto ninguna
visión o idea de los chamanes del México
antiguo, no importa cuán traído por los pelos pudiera haberme parecido.
Examinar
el andar del nagual Julián por el borde del abismo significaba que la
capacidad para enfocar mis recuerdo podía extenderse a los sentimientos
que el nagual Julián tenía sobre su extraordinaria lucha para permanecer
vivo. Yo estaba conmovido hasta la médula de los huesos al descubrir que
la lucha de ese hombre era una pelea segundo a segundo, con sus terribles
hábitos de indulgencia y su extraordinaria sensualidad enfrentadas a su
rígida adhesión a la supervivencia. Su pelea no era esporádica; era la
más sostenida y disciplinada lucha para permanecer equilibrado. Andar por
el filo del abismo significa la batalla de un guerrero intensificada hasta
tal punto que cada segundo contaba. Un sólo momento de debilidad podía
haber arrojado al nagual Julián al abismo.
Sin embargo, si él conservaba su visión, su énfasis, su interés
enfocado en lo que Florinda llamaba el borde del abismo, la presión
aflojaba. Lo que él estaba viendo no era tan desesperado como lo que
estaba viendo cuando sus viejos hábitos comenzaron a apoderarse de él.
Me parecía que cuando yo miraba al nagual Julián en aquellos momentos,
yo estaba recapitulando a un hombre diferente; un hombre más apaciguado,
más despegado, más sosegado.
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