MEGALOPOLIS

Al llegar a la gran ciudad me maravillaré de la cantidad de automóviles que pueden circular sin colisiones. Una lluvia de colores se mezclará para difuminarse en un torbellino blancuzco que repentínamente se teñirá de rosa, azul o verde. El cielo sólamente podrá verse desde los edificios altísimos cuyos pisos superiores puedan rebasar el nivel de vialidad. ¡Ah, qué espectáculo! Un profundo cielo arriba... una maraña viva y multicolor abajo.

Me transportaré por cápsula neumática hasta cada museo, también a algunos centros comerciales interesantes y, claro está, no faltaré a la final de tele-futbol en el Estadio Central. Será emocionante estar entre esa mole animada disfrutando el encuentro de los hologramas campeones. Ganaré un poco de dinero en las apuestas, el equipo Zabores será mi favorito y no me defraudará.

Tomaré después un aerotaxi que pondrá el centro de la ciudad a mis pies. Me llevará por miles de veredas invisibles envueltas por telarañas de luces que se estrellarán recíprocamente sin hacerse daño. A pesar de la brusquedad de los movimientos, viajaré muy cómodo en ese sillón inamovible que cuidará que el sol nunca hiera mis ojos. El sonido en la cabina será increíblemente fiel y podré, si se me antoja, mirar algun programa de televisión de los que son muy animados, con un locutor ruidoso y sonriente. Después de unos pocos minutos llegaré a mi destino.

"¡Vaya!", exclamaré al salir del aerotaxi. Miles de anuncios robarán mi atención sobre cualquier otra cosa, unos rojos, otros verdes, muchos blancos; todos llamativos. En los rascacielos las luces láser pintarán anuncios que se desvanecerán a través de los minutos, pocas regiones serán respetadas, como las compuertas donde algunos empleados esperarán a que pase el siguiente aerotaxi que los regrese a sus refugios benditos.

Vehículos de emergencia con torretas como soles aparecerán regularmente ahogando con sus alaridos cualquier otro grito de la ciudad, aparecerán sorpresivamente, y se desvanecerán como relámpagos en algún cruce vial.

Rendido, a punto de ser media noche, iré al hotel Torres Regias, donde tomaré una cena ligera para luego dirigirme a mi habitación.

Ya en la cama, solitario, se me escapará una sonrisa que sólo presenciarán las penumbras, y entre sueños me preguntaré porqué sólo yo pude contemplar esas maravillas que son, en una forma inverosímil, sólamente ornamentos de la rutina urbana.

Sergio Malinto

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