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Los Charlies
hijos de 33 
IV
 
A
 
Memorias de C. 33
Implantadas
en estudios de codificaciones
L. N. 29 - 037 - 435 - 2
 
    El Doctor tocó el brazo a Charlie en señal de alerta cuando se aproximaban a una casilla de inspección. Un hombre de rostro cuadrado y duro, vestido de uniforme, se acercó a ellos deslizándose de una manera singular que el joven observó detalladamente.
    - Por favor, identificaciones - solicitó con tono autoritario pese a la cortesía.
    El Doctor sacó del bolsillo trasero del pantalón su tarjeta. Se la entregó a Charlie para que juntas las recibiera el uniformado. Éste las introdujo en un dispositivo electrónico que llevaba consigo. Cuando la respuesta llegó por un pequeño visor, el hombre se retiró con un suave movimiento hacia atrás. Luego les dijo:
    - Habiendo entregado las identificaciones, deben continuar.
    Caminaron.
    - ¿Ves? Ya estamos perdiendo parte de nuestra identidad.
    - ¿Para qué queremos identificaciones ahí afuera?
    - Aquí adentro eras alienígena si no tenías identificación - el Doctor hizo una pausa y agregó impulsado por sus pensamientos: - Estamos siendo rechazados definitivamente por una sociedad que hemos creado, que nos ha creado y no nos acepta; nos da libertad de acción para que nos vayamos. Ella queda virgen y equilibrada al no tener que eliminarnos.
    - ¡Qué marrulleras han sido para evitar la violencia! ¿No, Doctor?
    - Sí, muy talentosas - acordó el viejo envuelto en un susurro.
    - ¡Cuántos episodios debe usted haber enlazado para que la máquina lo deje salir!
    El rostro de Charlie se definía en la penumbra azul, tan sereno y joven que el médico relajó la tez arrugada en un gesto pávido.
    - Observaban profundamente mis reacciones cada vez que me allegaba a las puertas acompañando a mis alumnos rebeldes. La verdad es que me tentaron muchas veces, aunque lo negaron siempre. Tenía que ser una Energía como la tuya, con bastante perspicacia y sagacidad, para inducirme al paso final. Las máquinas sabían que días más o días menos llegaría la Energía que me llevaría.
    Ya empiezo a arrepentirme de haber perdido la identidad - suspiró.
    - ¡Vamos, Doctor! - alentó el joven.- ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Caminemos!
    Retomaron la marcha hacia el centro del túnel. Charlie agudizó la vista para distinguir un par de arcadas semejantes que conducían a distintos destinos.
    - ¿Adónde llevan estos corredores, Doctor?
    - No son corredores. Son puestos de comando - le informó.
    En las paredes sobresalían pequeñas cámaras, disimulados micrófonos, rendijas camufladas ocultando gabinetes de computación.
    - ¿Por dónde andamos, Doctor?
    - Atravesando las murallas. Más adelante, en el laboratorio, nos prepararán para enfrentar el clima de afuera.
    - Doctor, yo no quiero que me apliquen nada.
    - Vas a durar pocas horas si te resistes.
    - Doctor, ¡no quiero que me apliquen nada! - repitió ofuscado.- Lo que ellos quieren es inocularme alguna enfermedad para que en poco tiempo perezca y desaparezca. No voy a permitir que controlen mi salud futura.
    El médico levantó las cejas y con tono afable le dijo:
    - No había pensado en eso. Creo que mi cabeza estaba dominada. No deja de ser inteligente lo que me acabas de decir, pero tengo certeza que el exterior cambió mucho.
    - El metabolismo debe cambiar para sobrevivir a las características que presenta una nueva geografía, un nuevo clima, pero no por eso precisamos quince días para la adaptación. ¡Es mentira!
    - Eres un rebelde total.
    - ¿Hemos estado viviendo un mundo de gravedad falsa?
    ¿O estábamos suspensos en el espacio en una nave gigantesca y no en el planeta?
    ¿Qué es ésto? ¿El túnel de ensueños? ¿Un túnel de realidades?
    ¿Qué me dice, Doctor?
    - Supones que entraremos en la máquina para despertar, ¿no es cierto, preclaro alumno?
    - ¡Eso, Doctor! Y despertaremos sentados en alguna piedra, en cualquier lugar; en una materia ajena.
    - ¿Cómo sabes todo eso? - preguntó azorado.
    - En sueños he contactado siempre con dos únicos seres que gradualmente enviaron y recibieron información: Saben que no soy sobrenatural, que procedo de las plataformas y los ayudaría mucho. Sé que esperan un Mesías. Una caverna como punto de encuentro abrazará el milagro de la incorporación que por mi pedido será en una materia adulta; el cuerpo de un niño necesitaría crecer para expresar mi esencia.
    Las máquinas no han podido filtrar el diálogo telepático o definitivamente lo han permitido.
    - ¿Has mencionado que voy contigo?
    - Sí, Doctor. En estas horas que faltaban para encontrarnos, traté de adormecer. Respondieron que seríamos bien recibidos.
    - Está bien, preclaro alumno, vamos a ver si permanezco con la materia que tengo o precisaré de una nueva.
    Charlie miró hacia el piso y por un instante sólo respiró. El viejo Doctor le palmeó un hombro y el joven mirándolo nuevamente agregó:
    - Veremos, Doctor, veremos.
    El desespero en que viven es muy violento. Con el tiempo podremos enseñarle al pueblo que no somos un milagro. Aún no consiguen mantener a la gente unida de otra forma.
    - Es lo que yo te dije: vas a bajar ahí como un místico cualquiera, te van a adorar y levantarán estatuas.
    - ¡Nooo! Trataremos de esclarecer sus ideas.
    - Lo van a hacer - advirtió el médico.- Tocarán tambores, cantarán himnos... Sin nada de eso estarán insatisfechos. Ya se repitió por milenios, es atávico.
    - Doctor, ayúdeme: Eso puede cambiar, revertirse - pronunció el joven con voz firme.
    El Doctor no se dejaba convencer. Se lo veía preocupado.
    - ¿Quieres que te destruyan?
    Cuando hayan perdido los miedos y se sientan fuertes; cuando sepan que tú no eres el inmortal bajado de las estrellas ni el Mesías que esperaban, querrán matarte.
    - No, Doctor. No.
    Es cierto: siempre seremos diferentes, pero hay que demostrarles que pueden crecer.
    - ¿Y piensas que ansían crecer?
    Si hubieran querido, no habrían bajado a los estados de barbarie que tú magnificas.
    - ¡Doctor, es una esperanza más!
    - ¿Sabes cuántas veces se han jugado estas experiencias? ¿A cuántos he visto clamar respuestas, ayuda? ¿Acaso piensas que estás haciendo algo nuevo?
    ¡Nooo!
    - Doctor, las máquinas son ciegas; solamente ven a través de nuestros ojos.
    - ¿Qué me quieres decir?
    - Si usted quiere ver ahí afuera todo en desespero y locura, la máquina sólo ve desespero y locura. Pero si usted ve armonía y felicidad, las máquinas no lo quieren registrar.
    - Vamos, ¿de dónde sacas eso? - dijo el médico haciendo un movimiento con el brazo al apremiar una clara contestación.
    - Ecuacioné respuestas y le pregunté a una máquina:
    "Dos hombres sanos y dos mujeres sanas, ¿pueden dar frutos sanos?" Y la máquina dijo: "No".
    "Un hombre sano y una mujer sana, ¿pueden dar frutos sanos?" La máquina dijo: "No".
    "Dos hombres especiales de la nueva raza, con dos mujeres especiales de la nueva raza, ¿pueden dar fruto sano?"
    La máquina dijo: "Tal vez".
    "Y si yo..." - le dije a la máquina - "...veo que el fruto es sano, ¿qué me dices?"
    La máquina respondió: "El fruto es sano"
    ¿Sabía eso, Doctor?
    - No. No entré en los bancos de memoria de tu conciencia - contestó alelado.
    - ¿Usted ya hizo ecuaciones así?
    - Peores que esas - vociferó como despertando.
    - ¿Y qué le respondieron?
    - Cualquier cosa, menos lo que yo realmente pensaba.
    - Pero también usted preguntó cualquier cosa menos lo que pensaba.
    - Precisamente, era el juego de ver quién mentía más.
    - ¡Doctor! Usted no tiene compostura.
    Con pasos largos continuaban la marcha entre galerías que se bifurcaban. La luz, de azul se tornaba amarilla y por fin blanca. Fue bajo ese matiz que la entrada al puesto sanitario, dividida por una barrera metálica de diseño sofisticado, apareció ante ellos.
    - Ahora tendremos que pasar esa barrera - alertó el Doctor - ¿Nos detenemos unos días para ser contaminados o vamos directamente al infierno?
    - ¡Directamente al infierno! - contestó el muchacho sin titubear - Ya estoy cansado de vivir en un infierno de inconsciencia.
    - ¡Qué bárbaro, cómo sacudes! ¿No te das cuenta que era un paraíso?
    - ¿Paraíso de qué, Doctor? ¿Usted pensó que Adán y Eva estaban en un paraíso?
    - No, pobrecitos. ¡Qué tortura debe haber sido mantenerse castos y puros!
    - El gran problema de Adán y Eva no fue mantenerse castos y puros sino que estaban hambrientos y no tenían qué comer.
    - Ja! Ja! Ja! Eres bárbaro.
  
 IV
 
B

   

    La gran estación de salida parecía estar esperándolos con sus paredes blancas, las dos puertas de hierro con cierre computarizado, los puestos de control y el personal de seguridad rondando las cabinas. Charlie observó todo con un movimiento de cabeza, que contornó el ambiente. La voz metálica de una computadora implantó las instrucciones.
    - ¡Atención! ¡Atención! Deberán dirigirse a los recintos de su derecha para cambiarse de ropa. Las vestimentas permitidas están a su disposición.
    Juntos se dirigieron hacia unas vallas, donde uno de los agentes de seguridad les indicó presionar el dedo pulgar en un lector dactilar, que luego de registrar las huellas, encomendó:
    - Doctor 73473, por favor, derecha.
    Usted... - se produjo una pausa - llamado "alumno", "discípulo", ... ¡Qué extraño, no tiene ni número de identidad!... compartimento "Izquierda".
    Charlie miró sobresaltado a su maestro que permanecía inmutable, pese al movimiento amenazante del guardia de seguridad. Cuando éste retrocedió, ellos atravesaron las barreras.
    - ¿Qué pasó Doctor? ¿Yo no tengo número de identidad? - murmuró el joven.
    - ¡Cállate! - interrumpió el Doctor - Tú todavía no eras nada útil para la máquina. La identidad que te daba era una cédula primaria. Si sabían que los dejarías, ¿para qué ibas a estar registrado? De esta forma no te dan de baja y nadie sabe que has abandonado la gran República.
    - ¿Otra vez, "República"?
    - ¡Basta de idioteces, que ya eres tonto de más haciendo que vayamos sin prepararnos! ¡Qué locura!
    ¿Cómo he podido dejarme llevar por ti?
    Las cabinas preparadas para cambiar de indumentaria estaban unidas por una fina pared. Charlie ingresó en una de ellas y cerró la puerta. Sobre un costado encontró una abertura por la que recibió en un plástico sellado, ropa limpia y un par de botas. Tomó la bolsa, la rasgó y comenzó a desvestirse quitándose primero el cinturón analógico.
    - ¿Me escuchas? - la voz ronca del Doctor entró en su cabina por una ventanilla cercana al techo.
    - Sí, lo escucho Doctor.
    - Estas ropas, ¡cómo huelen!
    - Son preparadas especialmente con el perfume de la tierra de la Libertad.
    - Sí. Son horribles.
    - ¿Horrible, Doctor? Horrible era quedarse sin sentir. Horrible era quedarse adormecido. Horrible era ser una máquina más - objetó terminando de vestirse.- ¡Vamos! ¡Vamos camino a la Verdad, Doctor!
    Cuidadosamente abrochó el cinturón sobre la ropa y salió al encuentro de su maestro.
    - Pronto - dijo el médico al abrir su puerta y descubrir al joven esperándolo.
    - ¿Salimos?
    - Salimos.
    - ¡¿Salimos?!
 
    El trayecto desde las cabinas hasta el túnel de salida era inquietante y se reflejaba en los pasos largos e inseguros del Doctor, que respiraba con cierta dificultad. Charlie hubiera corrido hasta atravesar el límite de la ciudad, pero decidió seguir por última vez las instrucciones impartidas por la computadora, vibrando en los altavoces:
    - Diríjanse a su derecha. Continúen por la plataforma indicada con flechas amarillas.
    No miren hacia atrás. Mantengan pasos equilibrados.
    Distanciamiento máximo: 2 metros.
    Corredor: flechas amarillas.
    Duración del transcurso perimetral de bajada: 3' 33'' 22'''
    Caminen.
    - Doctor, ¡qué interesante! ¡flechas amarillas! - comentó el joven para llamar la atención de su maestro, que no respondió - No veo ninguna otra. Es tan fácil seguirla.
    ¿Está atrás mío, Doctor?
    - Sí, a 2 metros.
    - ¡Qué bien que le oigo! ¿Doctor?
    - ¿Sí?
    - 3 minutos, ¡qué poco tiempo!
    Charlie detuvo la marcha, haciendo que el médico interrumpiera la suya.
    - Parece una escalera - observó el Profesor.
    - ¿La escalera de una nave, Doctor?

Control elemental
C 370 - 2002 - 07
Edificación de almacenamiento
C 33
    El secretario del C.I.G.R. anotó.
 

 
IV
 
C
 
Elemento analógico grupal
Memorias C. 33
    - No.
    La garganta del viejo estaba seca y el ronquido de su respiración había acelerado el ritmo. Charlie trató de girar para verlo pero recordó las instrucciones y movió la cabeza de nuevo en dirección a la escalera.
    - Sí, Doctor. Verá qué fantástico.
    Comenzó a caminar aceleradamente, impulsado por una fuerza interna que surgía feroz.
    - Después que los dioses se van, quedamos nosotros. ¡Qué fantástico! - gritaba - Me parece que esta escalera va a desembocar en la caverna.
    Se detuvo y giró de perfil para encontrar el rostro del médico sacudido por las profundas inhalaciones.
    - ¡Vamos, no hay retorno!
    Algo le vino a la mente, y tomando al médico por los hombros preguntó:
    - ¿Y los micrófonos, Doctor?
    - Yo los tengo, pero a nosotros no nos querrá escuchar nadie.
    - ¿Seguro?
    - Seguro. Esos micrófonos tal vez los usemos en algún tiempo para beneficio propio.
    - Y... ¿qué durabilidad tienen, Doctor?
    - A veces duran años. La energía de ellos es...
    - Es contaminante.
    - Es limpia.
    - Está bien.
    - Tal vez podamos hacer unos efectos de sonido. A tus súbditos les va a gustar.
    - ¡¿Qué dice, Doctor?! Yo no pienso tener súbditos.
    - Si no los tienes te van a comer. Son caníbales, ya verás.
    - Doctor, no me haga llegar relatos macabros. Eso es muy antiguo. Se dice que existían - miró hacia la escalera nuevamente y retomó el camino.
    - ¡Qué inocente eres! ¿Cómo vas a bajar a esa superficie tan inhóspita siendo inocente?
    - Doctor, no soy inocente. En realidad sé lo que me espera.
    - Yo con 113 años creo haber vivido suficiente, así que un garrotazo más sería una forma de ponerle punto final a mi existencia. Pero tú, tan joven, prometías tanto en la nueva República.
    El joven se paró al pie de la escalera. Las inhalaciones cortas de sus pulmones creaban un tenue movimiento ascendente y descendente de la gris imagen.
    - ¿Por qué has decidido bajar todas...
    El viejo Doctor no había notado el estado de contemplación en el que se encontraba su discípulo hasta que terminó de recorrer los dos metros que los separaban. Fue entonces cuando se sintió cómo tragaba saliva.
    El Jefe de C.I.G.R. pudo sentir la misma sequedad en sus labios.
    - Ya queda poco... - susurró el Profesor con el aliento entrecortado. - Mira: humo, olores, cánticos, tambores. ¡Qué sueño tengo, discípulo!
    - Calma Profesor. Es la transfiguración y muerte.
    Calma Profesor, después viene la resurrección.
    Calma Profesor, comienza la Vida.
 
    El Jefe del C.I.G.R. también tuvo dificultades para respirar, pero no podía dejar de mirar esa proyección para tener un minuto en el cual relajarse y retomar la calma; despegarse emocionalmente de aquella historia y pensar que no era su protagonista.
    El humo envolvía los cuerpos con un color púrpura pegajoso.

    El Doctor perdió el control de sus delgadas piernas y Charlie volteó para servirle de sostén. No hubo prisa.
    Todo lo que se pudo ver fue la escalera girando, antes que Charlie cayera al piso y cerrara los ojos dejando en frecuencias bajas el cinturón.
 

 

 
Capítulo II
 

    El ruido de los tacos en el suelo, todavía se perdía bajo el roncar de motores de autos y colectivos.
    Siempre que bajaba del tren, cruzaba a la vereda frente a la estación, y seguía por ella hasta la calle de su casa. Era rutina diaria doblar en la esquina, mirar por la ventana siempre abierta el interior de la sala de ese hombre que "... antes que subiera este gobierno no tenía nada. Ahora miralo: terminó la fachada del chalet, se compró auto cero kilómetro... ¿De dónde afanará? "; y por supuesto entrar al kiosco del último cantón del recorrido, donde compraba los cigarrillos para el día siguiente y el chocolate para sus hijos. Aquí, su tranquilo ceremonial se vio interrumpido.
    El viejo kiosco estaba cerrado. Miró la hora: eran las nueve. Por años y hasta el día de ayer permanecía abierto hasta la diez.
    Llegó al edificio, saludó al portero, que como siempre salía a la acera para tomar un poco de aire y aprovechó para preguntar qué había pasado con el kiosquero.
    - Lo asaltaron - le contó con cara de detective privado - hoy al mediodía, pleno día. ¿Qué le parece?
    - ¿Y no llamaron a la policía?
    - Sí, después que pasó todo, llamó. Les dijo que dos tipos armados lo amenazaron y se llevaron toda la plata.
    - ¿Se llevaron mucho?
    - Noo. Era poquito, pero el pobre viejo se dio un susto...
    - ¿Y qué dijo la policía?
    El hombre movió la cabeza de un lado al otro.
    - Mire, no sé quién es pior. Le preguntaron si había pagado la cuota de protección, una que ellos pasan ofreciendo por las casa, y como el viejo no la tenía... - hizo un gesto con la mano - ¿Sabe qué le dijeron?
    Meneó la cabeza diciendo que no.
    - Le dijeron: "¡Ah! Pero usted no pagó la mensualidad de protección... ¡Claro! Hubiera sido diferente si usted pagaba".
    ¿Qué me dice? Por eso fueron a visitarlo los ladrones: para hacerle acordar que tiene que pagar la mensualidad, porque si no lo hace no tiene garantía.
    - Parece mentira... Y nosotros, una republiqueta de porquería, queremos que vengan grandes inversores a poner industrias.
    El portero concordó antes de decir:
    - Pero en todos lados es igual, ¿eh? Mire del otro lado del mar cómo surgió el nacionalismo. Y ahora están persiguiendo y matando a los extranjeros como hace cincuenta años atrás, en la Segunda Guerra.
    - Sí, me enteré. ¡Qué barbaridad! Ese es el mundo, eso es lo que está latiendo. No tiene solución.
    - Noo. Qué la va a tener...
    Subió al ascensor pensando: "Parece que la verdad está siempre con los más fuertes".
    Cuando abrió la puerta, sus dos hijos corrieron al encuentro.
    - ¡Llegó papá! - gritó un niño de siete años.
    - ¡Hola! - dijo la niña dos años más pequeña, y se colgó de su cuello cuando él se inclinó para besarla.- ¿Me trajiste chocolate?
    - No, hoy estaba el kiosco cerrado.
    - ¿Te enteraste? - preguntó su mujer llegando desde la cocina, cruzándose con la niña, que ya no tuvo interés en estar con el padre y volvió con su hermano a ver televisión.
    - Sí, me lo dijo el portero - caminó hacia ella y la besó suavemente en los labios.
    - Pobre viejo...- se lamentó cruzada de brazos, viendo a su marido quitarse el saco y la corbata.
    Él fue a la habitación y se cambió de ropa; ella en la cocina juntó los platos de los chicos y llevó la soda, el vino y los vasos para los dos a la mesa principal.
    Cuando él retornó a la sala, se sentó en la cabecera; puso un poco de vino y hielo en su vaso, y curioseó qué miraban los niños en el televisor.
    - ¿Qué están viendo? - les preguntó.
    - Los loros - respondió su hija.
    - Estamos viendo cómo los cazan - agregó el niño.
    - Hoy discutí con la vecina del primero - dijo ella dejando sobre la mesa dos platos de comida.
    - ¿Por qué? - le preguntó sin quitar la vista del programa.
    - A la mañana salgo a hacer las compras, y como el portero estaba limpiando arriba, nadie vigilaba la puerta que siempre deja abierta - le contó.- Bajé; un linyera estaba en la entrada, y la del primero lo echaba a patadas y empujones, ¿me escuchás?
    - ¡Claro! - le respondió, pero en realidad estaba absorbido por la T.V.
    - Le dije que no le pegara, pobre hombre. Y ella me dijo "es un piojoso" , entonces le contesté: "Bueno, pero no es necesario que lo maltrate. Después de todo, si él es un piojoso, alguna culpa tenemos nosotros" .
    Yo también los echo, porque sino te vienen a pedir todos los días, pero no les pego. Ella me dijo: "Si usted o mi familia contribuyó para que éste sea un piojoso, yo no tengo la culpa. Que se vaya. Acá no aguantamos a los atorrantes y vagabundos" .
    Yo por supuesto no le dije m.... - se quedó en silencio, cuando vio el rostro de su marido adquirir una expresión de pánico, y giró la cabeza hacia la imagen.
    Pudo ver entonces la forma en que trataban a las aves en cautiverio, la bestialidad con que le daban de comer, y cómo le golpeaban la cabecita sobre un tronco al que se había atorado con alimento.
    Volvió sobre la expresión en el rostro de su marido, que no aguantó más cuando escuchó reír a su hijo, y apagó el televisor despertando las quejas de los niños.
    - ¿Qué te pareció gracioso? - le gritó - Éso y un campo de concentración es lo mismo.
    - ¿Un qué? - preguntó atemorizado por la reacción de su padre.
    Bajó la cabeza y trató de controlarse.
    - Vayan a cambiarse para dormir - les ordenó su mujer, y los acompañó.
    No quiso seguir comiendo.
    Buscó el libro y sentado en un sillón se puso a leer.
 

(continuará)
 

 
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