Cuando entraba a mi cuarto de pensión,
lo primero que hacía era colar la oreja en la pared.
Yo no sé lo que las viejas vecinas tenían
pero, eran entretenidas cuando había algo que se les escapaba; porque
habían vivido al cuete la vida entera.
Me pregunto cómo se puede llegar a viejo
desconociendo tantas cosas...
Aquel día, como hacía mucho calor,
dije: "Tal vez me duerma una buena siesta; me saco los zapatos y me quedo
tranquilo". Pobrecitos, cómo caminaron... Y quiero dejar aclarado
que no es porque no tenga coche. Tengo coche, sí, pero camino. Cada
piedra que piso me da una alerta, y cada vez que me tuerzo el pie, puedo
putear a algún conocido.
Entonces, aquella tarde, como decía, me
recosté y escuché que estaban las dos viejas: "...y bichi,
bichi, bichi, je, je, je." , aquellas risitas que guardan picardía.
Eran tan inocentes, habían sido invadidas
por las telas de arañas, más que por las experiencias.
Aproximé la mejor oreja, de las dos que
tengo, y traté de escuchar lo que una vieja le decía a la
otra:
J - Yo... mirá
Porota, insisto e insisto. Machimbre es algo vinculado a los machos.
P - ¡Ah!,
no seas grosera. No seas grosera.
J - Sí.
Machimbre tiene que ser un macho grande, un macho nervioso, hasta violento.
P - ¡Callate!
El que te escuche va a pensar que sos una retardada mental.
J - ¿Y vos
qué sos? Decime, ¿por qué te agitas cada noche en
la cama cuando dormís? ¿Por qué te agitas, eh? ¿Qué
hacés?
¡Vamos contame, contame, contame!
P - Me agito porque
tengo pesadillas.
J - Y ¿por
qué tenés pesadillas?... ¿Sabés por qué?
Porque lo que te está faltando a vos es un machimbre.
P - ¡Ah,
dejame de jorobar!
J - Porota, yo
voy a salir a dar una vuelta por el barrio ¿sabés a quién
voy a ver?... A Don Gerónimo.
P - ¡¿Y
qué tiene que ver la ferretería con esto?!
J - Es muy simple.
Yo le voy a preguntar a Don Gerónimo, si sabe qué es un machimbre:
"Mire Usted, ¿sabe? Las mujeres, como nunca hacemos trabajos
manuales, y que esto y aquello... que es tan común en los hombres..."
Ese cuento de siempre, ¿no le hemos estado apostando esa historia
a los hombres?
P - ¿Y cómo
lo vas a hacer, Josefina?
J - Mirá,
yo creo que voy a aguantar este sol, me pongo la capelina, y voy a la ferretería.
Porque yo sé que él cierra por el frente, pero detrás
hay una puertita. Entonces, yo doy una de tonta, golpeo las manitos y en
una de esas me atiende. ¿Qué te parece?
P - Hacé
lo que quieras Josefina, pero vos, sos una retardada mental.
J - Porota insisto,
siempre te hizo falta un machimbre.
P - ¡Callate
la boca! Y cuando salgas no golpees la puerta, no te olvides que el vecino
debe estar por llegar.
El vecino era yo. Oreja colada.
"Machimbre", "Macho gigante"... ¡Pero estas
viejas tienen cada fantasía en la cabeza!
No puedo dormirme; porque seguro que de aquí
a poco vuelve con alguna respuesta. ¿Qué será lo que
habrá escuchado?
El calor era grande. Ligué el ventilador;
pensión de pueblo. Mojé la toalla y la colgué con
dos ganchos de ropa en frente de él, así el viento me llegaba
más fresco.
Sentí los pasos, rápidos y cortitos.
Y cuando entró en el cuarto la Porota le dice:
P - ¿Y?
J - ¿Qué
tal?
P - ¿Qué
respuesta traés?
J - No quieras
ni saber. No quieras ni saber cómo yo estaba tan bien orientada.
P - ¡No digas!
¿Será que yo tampoco...? ¡Dime, cuenta! ¿Qué
fue lo que pasó? ¡Dime!
J - Bueno, te voy
a decir:
Mirá, cuando llegué al frente de la
ferretería, estaba cerrado. ¿Vos sabés la hora que
era, no? Estaba cerrado. Entonces, di una de tonta mirando para todos lados
y en eso pasó un chico, y le digo, tan fuerte como para que el ferretero
desde el fondo, escuchara:
- Pibe! Por una casualidad, ¿sabés
a qué hora abre la ferretería?
- No, señora. Pero mire, el ferretero
vive ahí, ¿por qué no habla con él?
- Pero yo no puedo molestar a ese señor
a esta hora. Entonces... yo...
Yo vuelvo más tarde, aunque el sol está
muy fuerte, pero yo, yo vuel... yo... yo... ¡Ah! ¡Qué
mal que me siento!
Y en eso, sentí al ferretero, que cuando
pensó que me sentía mal, que era el sol que me estaba haciendo
mal; salió hasta la puerta, "no va a ser que se muera el cliente,
y no le pueda sacar las moneditas que viene a gastar."
P - ¡Che,
te estás volviendo vieja ladina, zafadita, también vos, ¿eh?!
¿De dónde sacas esas cosas?
J - Pero, che.
Vos sabés que cuando uno quiere saber las cosas, hay que descubrirlas.
¿No te parece?
Yo no salí a tomar el sol estúpidamente.
Soy vieja, pero no tan tonta así. Podré ser ignorante, pero
no tonta...
Y yo escuchaba detrás de la parecita de cartón,
que toda pensión tiene.
¡¿Qué sería para ella
el "machimbre"?!
J - ...entonces
el ferretero me llevó más a la sombra...
- Siéntese aquí vecina, siéntese
aquí. Yo sé que Usted es vecina nuestra.
¿Qué está haciendo por aquí?
- Nada. Eh... sabe, yo estoy precisando... yo
no sé cómo decirle a Usted de esas cosas...
- ¿Pero, qué le pasa? ¿Por
qué se pone así, está nerviosa?
Vamos quédese tranquila. Le voy a dar
un poquito de agua. ¿Quiere agua heladita?
- No, no, no, no... me hace mal a la garganta.
- Bueno, bueno aguarde ahí.
Y yo miraba para todos lados, no sabía que
hacer.
¿Qué podían pensar los vecinos?
Yo sentada en la puerta de la casa del ferretero, ¡qué papelón!
¿Te imaginás?
P - Bueno contame,
¿qué pasó?
J - Entonces, en
eso, justo que él me trae el agua, y yo estoy tomándola de
lo más tranquila, pensando cómo le iba a preguntar qué
era machimbre, pasa Don Gervasio. ¿Te acordás de Don Gervasio?
P - Y cómo
no me voy a acordar de Don Gervasio. ¡Tiene una pinta, que si lo
pudiera arrastrar pal cuarto, lo arrastraba!
J - Te dije que
sos una tarada, ¿viste que sos una tarada?
P - ¡Ah!
no seas tonta, vos sabés que yo no soy capás de arrastrar
ni una mosca.
J - ¡Ah,
sí! Pero las historias que has contado...
P - ¡Callate
la boca! Bueno, contame la historia del machimbre.
J - Bueno la historia
del machimbre era que... ¡ah, sí!... ¿Cómo?...
¡Ah! Bueno, pasa Gervasio y dice:
- ¡Buenas tardes! ¿Cómo le
va?
- Bien, bien, bien.
- ¿Qué pasó ahí,
con la vecina?
- Nada, está un poco fatigada por el calor.
Parece que no sabía bien a la hora que abrimos y...
Yo estaba mirando que el dueño de la ferretería
se ponía nervioso.
- ¡Gervasio!
- ¿Sí?
- ¿Cómo le fue con el machimbre
que le mandé?
Es ahora que me entero. Ya sabía. Ya sabía que era cuestión de conversaciones de hombres.
- Eh... algunos clientes se quejaron que eran muy grandes, y otros que eran pequeños. Parece que no tienen todos la medida que deben.
Yo también, cuando fui joven me di cuenta
que unos eran grandes, otros eran cortos, unos chuecos... No entiendo lo
de la medida; no tenía la respuesta total. Yo quería saber
qué era machimbre.
Y ahí, entonces el dueño de la ferretería
me vio masticando, mordiendo las palabras, y dijo:
- ¿Qué le pasa vecina?
- Nada... Que ya me empiezo a sentir bien, me
voy a ir, me voy a ir... me voy a ir... ¡Me voy a poner a caminar!
- No, quédese tranquila, no molesta. Quédese
tranquila.
Escúcheme, Gervasio, y entonces ¿qué
hago? ¿Voy a tener que mandarle otros machimbres?
Y me preguntaba por qué sería que él
cargaba tanto la palabra machimbre, eh? Estaban hablando en clave. ¡Y
claro! Tenían que hablar en clave porque había una mujer
seria como yo, respetable, anciana, de edad. No, no tan joven, no tan vieja,
no, no... ¡Qué desespero! ¡Qué confusión
que tenía en la cabeza!
¿Qué sería machimbre?
Cuando adquirí coraje y le iba a preguntar,
el ferretero me mira y dice:
- ¡Qué pálida que está!
Y bueno, me desmayé.
P - ¿Te
desmayaste? No digas...
J - Sí,
me desmayé. ¿No viste que demoré mucho tiempo para
volver? A los diez minutos o quince, junto con ese tal Gervasio, me despertaron
y yo no sabía más qué hacer; mal conseguía
ponerme de pie. El ferretero me acompañó, caminé dos
pasos y cuando me alejaba le agradecí mucho. Y dije:
- Pero cuántos inconvenientes le he dado...
- Pero al final no me ha dicho para qué
ha venido a visitarnos.
¿Para qué vino? ¿Qué
precisaba de mi comercio?
- Ehh... ¡Ay, no sé cómo
decirle! Creo que me olvidé... me olvidé... eh... cómo
pesa la edad...
- No, no es la edad vecina, es el calor.
¿Sabe? Me parece que la presión
no le debe andar bien, por eso usted se desmayó.
- Yo vuelvo después, en todo caso. Después
vengo con mi compañera, salgo a caminar un poquito y... y... y bueno,
me voy.
- Bueno, aguarde un instante, por favor.
¿Le mando más machimbre, o no?
- No, lo que ya mandó me mostró que
no servía, y lo nuevo no va a ser tan bueno como eran los de antes.
Ya sabía. Machimbre es macho corrupto, tipo
que se dedica a la droga, chupandín. ¡Eso es machimbre! No
llega a ser macho, macho como los de antes. Eso... no sirven como los de
antes.
Y ahora me extraña mucho que ese tal Don
Gervasio estuviera preocupado para que le mandaran machimbre. ¿Pa
qué? ¿Eh?
Las personas a veces parecen serias, pero son medio
dudosas.
Me pongo a ver las cosas mejor. ¡Pena que
las vea de vieja, que no las haya visto antes, cuando era tan joven!
¡Un señor como Don Gervasio, con esa
apariencia!
P - ¡Che!
No me saques de los espejismos que yo tengo. ¿Me vas a destruir
a Gervasio, también?
J - No, sólo
te estoy contando lo que pasó.
P - Me vas a decir
que Gervasio anda buscando de esos tipos por ahí, también.
J - ¡No!
Y qué se yo, tal vez sí.
Sólo sé que él dijo que no
eran los mismos que los de antes. Y daba a entender que estaba hablando
de los machos.
Machos buenos eran los de antes. Dijo que eran flacos,
gordos, que no sé qué, que era grande, que era pequeño,
que... que... que no era lo que él quería.
¡Estaba claro que no era lo que él
quería. En frente mío ¿qué iba a decir, que
era como un clavo, que no entraba, no salía, cualquier cosa?
Pero no le iba a decir "Macho, macho, usted no
me mandó; me mandó porquería".
P - Callate Josefina,
que ya debe haber llegado el vecino, que con todas tus taraderas, no pudimos
escuchar si él llegaba o no.
Ya viste que él, cuando duerme, habla en
sueños; y debe estar en una historia... ¡Prestá atención,
a ver si escuchás!
Y no fue que la vieja desgraciada encostó
la oreja en el mismo lugar que yo, del otro lado.
Y lo más triste de la historia, es que lo
descubrí, ¡cuando me despertaba!
Tan rápido fue el dormirme y el despertar...
Lo suficiente para escuchar que las dos se apartaban de la pared, con una
risita de picardía.
¿Qué será lo que habrá
contado esta mente que tengo, cuando es castigada por el calor...?
Te he esperado impacientemente todo el día.
Sé que estabas a llegar. Varias veces recorrí desesperado
los andenes, pensando que equivocaste el tren.
Tu rostro me decía: "Llegó el Tiempo,
la hora y el momento de encontrarnos".
Cuando en la estación escuchaba otro tren
que se aproximaba, corría al encuentro de la ilusión. Sabías
que te esperaba, y tenías miedo. Miedo que pudiera verte impropia,
inadecuada.
Bajaste del vagón en el que te sentías
solitaria. Caminaste pausadamente esperando que yo pudiera identificarte,
y sin abrir los labios, preguntarte por qué habías demorado
tanto.
Con tu mirar hacia abajo, ocultando la luz de
tus ojos, disimulé un descuido, un algo que se me había caído,
y al agacharme y levantar mi cabeza, enfrenté tus ojos ...
Fue una mirada eterna... Segundos que nunca han
tenido fin.
No tuve fuerza de incorporarme. Pasaste a mi
lado como un aliento tibio, suave y renovador.
Cuando volteé para seguirte, te habías
marchado. No me habías esperado.
Me recliné en el primer banco. Respiré
profundo, hasta que una mano firme tocó mis hombros y un rostro
sin marcas, con voz gruesa dijo:
- ¿Precisa de un médico, Señor?
¿Está con algún problema?
Y escuché en mi interior: "Sí, preciso ayuda, pero un médico no me cura. Preciso ayuda, y como medicamento necesito Amor".
Salí de la estación tambaleante, ebrio
de debilidades de mi conciente en caída. Llegué a mi casa,
parecía adormecida. Abrí las puertas y los ventanales, esperando
que la luz y la brisa que daba el día transportase aún, parte
del perfume que conseguí guardar.
Me reviré en el estado de lo que se dice
"reposar" preguntándome ¿Cuándo?
¿Cuánto?
¿Cómo?