Historias cortas de un mundo
corto
El Dottor
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Personajes
D : Dottor
J : Jagunzo
P: Partidarios
No me gusta tener partido. Da el mismo reflejo
que un dogma. Es un fracaso.
Cuando el partido se crea es porque hay que meterle
el lazo en el cogote a todos los que se van a inscribir. Y eso permite
a los políticos contar cuántas manijitas tienen en la mano.
Se la pasan unos a otros.
- Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete...
- Muuuu! Muuuh! - se escucha.
- No. Todavía el grito es bajo. Precisamos
hacer campaña política.
Y entonces salen los otros. Y al otro día
le traen más fichas.
Y él cuenta:
- 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15.
Cuando tira de las correítas así,
siente que hacen:
- Muuuuh! Muuuh!
D - Está
mejorando el partido, muchacho.
Pero todavía hemos trabajado poco.
¡Sigan! Por el momento, levantando fichas.
¡Hay que levantar, porque el partido debe
tener horizontes de futuro! ¡Somos los representantes de la Nación!
¿Lo entendieron?
P - ¡Sí,
Señor! ¡Bravo!
¡Ya ganó! ¡Ya ganó!
Y salen al otro día. Vuelven con los cartoncitos
y cuenta:
- 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25.
Y nota que las manos se le empiezan a poner gruesas
porque no consigue agarrar todas, todas las corrítas juntas, no?
Y tira y hacen:
- Muuuuuu!!! ¡Muuuuh!!!
D - Parece que
ahora tenemos condiciones de ganar una banca en la Cámara de Diputados.
P - Sí,
Señor. Es un buen principio, ¿eh?
Ayer no nos conocía nadie.
Y él, para adentro piensa:
Hoy tampoco. Nadie nos conoce. Pero algún
día nos conocerán.
Y en voz alta:
D - ... porque
tenemos los principios sociales que nadie quiso cuidar del pueblo:
* Atacar el hambre de raíz
* Pagar buenos salarios
* Cinco horas de trabajo
(Aplausos y vivas)
* ¡Y dos meses de vacaciones por año!
P - ¡Sí,
Señor! ¡Ya ganó! ¡Ya ganó!
D - Muy bien. Pueden
ir a comer, muchachos, un churrasco.
¡Gracias por el trabajo que han hecho!
Ahí se da vuelta. Mira para el otro, que
es el atorrante, el asesino: su guardaespaldas.
Unos buenos bigotes, de aquéllos que se usaban
en el año 40'. Sombrero. Viste de negro. Y cada dos por tres se
limpia la punta del zapato con la pierna opuesta del pantalón. Y
se lo mira porque ¡tiene que estar brilloso!
El andaba siempre descalzo, en el medio de la calle.
Era matón, hijo de p...,
canalla, igual que el que tiene al lado: el "Patroncito".
J - ¿Y?
¿Cómo es , Dottor? ¿Ganaremos las elecciones?
Y el Dottor lo mira y le dice:
D - Por las buenas
o por las malas.
J - Me gusta cuando
el Señor habla así.
"Por las malas..." me encanta, Señor.
Me encanta.
¿Usted sabe que hasta me vuelvo más
delgado cuando usted dice "por las malas" ?
D - ¿Por
qué te volvés, desgraciado, más delgao, si te doy
de comer todos los días?
J - ¡No!
¡No! ¡No! No se vaya a ofender, Dottor.
Me vuelvo más delgao porque es el momento
en que escondo mi barriga para que mi cuchillo desenfunde rápidamente.
¿Se da cuenta, Dottor?
D - ¡Callate,
hijoeuna gran puta!
¡Guardá ese cuchillo ahí! Que
algún día voy a pensar que me querés achurar; y otro
más experto que vos, te la va a meter en el medio del cogote.
J - ¡Dottor!
Todavía no nace uno más experto que yo.
Mientras sigue limpiándose la punta del zapato,
dice:
J - ¿Sabe
por qué no hay, Dottor?
D - ¿Por
qué no hay, desgraciado?
J - Porque sino
usted ya lo hubiera alquilado como me alquiló a mí.
D - ¡No te
des una de convencido!
No te olvidés que el país no es la
porquería donde nosotros vivimos. Es sólo salir unos kilómetros
ahí afuera, y cuando sepan la posición social que yo ocupo,
y el capital que dispongo en el banco, que vos ni sabés dónde
es el banco; nada más porque tenés que quedarte de la puerta
para afuera, porque sino te echan a patadas. Ahí entonces, vas a
saber cuántos tipos como vos, tengo.
J - Mire, Dottor.Estoy
pensando que le disgusta mi presencia.
D - No. No es que
me disguta tu presencia. A veces me molesta tu memoria.
J - ¿Mi
memoria, Dottor?
Escuche, Dottor. Está hueco - golpeándose
la cabeza - ¿Cuál es su nombre, Dottor?
D - ¡Atorrante!
Miserable... ¡Cómo conocés los puntos débiles
míos!
J - No, Dottor.
Es que usted es muy calmo, y a veces me desespero, me pongo impaciente,
¿Sabe?
Yo le dije: ¿cuánto hace que no acomodo
esta barriga, eh?
D - Decime, ¿vos
sabés leer algo?
J - Sí,
Dottor. Si usted sabe que yo leo, sí.
Como los contratos que hizo con Doña Gullemina.
D - ¡¿Contratos
de la Gullemina?! ¿Qué sabés vos de eso?
J - Pues no sé,
Dottor.Sólo sé que ahora usted tiene vacas con tres símbolos
diferentes, y que yo sepa, no las marcó ninguna.
D - Pero decime
una cosa, che! ¿No te das cuenta que estás hablando de más?
J - No, Dottor.
Estoy hablando de menos. Para lo que yo gano...
Dígame, Dottor ¿cuándo me va
a aumentar un poquito el mensual, eh?
D - Te estás
poniendo peligroso.
J - No, Dottor.
No.
D - ¡Te estás
poniendo peligroso, sí! ... ¡¡¡Ah!!! ¡Cagón!
¡Hijo 'e puta!
¡Maldito! ¡¿Qué estás haciendo?!
J - Nada, Dottor.
No me gusta que grite. Le hace mal al corazón.
D - ¡¡¡AAAhhh!!!
J - Le hace mal
al corazón.
D - ¡Ahhh!!
J - Y no grite,
Dottor. No grite.
Use mi sombrero, Dottor. Puede usarlo, porque ahora,
con el frío de la muerte, usted precisará tener la cabeza
abrigada, Dottor.
EEEso. Quédese quietito. No se preocupe.
(saca el cuchillo) ¿Vé, Dottor?
No necesito los pantalones para limpiarme, el saco
del Señor basta.
Hace tiempo que tengo el estómago medio vacío,
y no me había dado cuenta de una cosa, Dottor: que mi estómago
no se alimenta más de churrascos, ni de votos comprados; y sí
de algo que yo ya estaba perdiendo.
¿Sabe lo que es, Dottor?
...
¿Cómo va a escuchar? No merece escucharme.
Pero se lo voy a decir bajito al oído, para
que el viento no lo lleve:
Yo estaba perdiendo lo que alguien dijo que no
debe perderse:
"La dignidad de un pueblo"
Y yo ya no era pueblo. Ni era digno. Ni era hombre.
Yo ya era un asco, por culpa suya, Dottor.
En la serena calma
de tu hablar
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Personajes
B : Barbero
R : Raúl
A : Aidé
S : Secretario
Ch : Chofer
Era un parsimonioso Lunes de invierno. La ciudad
había recuperado, sobre la avenida, su ritmo de mañana laboral.
Pero dos cuadras más allá, en la calle de la barbería,
se mantenía la típica resistencia a comenzar la semana.
La puerta estaba abierta, costumbre de antaño
cuando no era necesario competir con la hoja de afeitar, y el barbero de
hoy era un aprendiz.
B - ¿Cómo
le va, Doctor? - se escuchó en el preciso momento que un par de
zapatos brillosos y caros atravesó la entrada.
El hombre respondió acariciando el ala de
su sombrero, para retirarlo con un solo movimiento, sin desacomodar el
peinado a la gomina; se quitó el saco y se reclinó en el
sillón.
B - ¡Siéntese!
¡Siéntese, por favor!
Yo no sé si se dio cuenta, pero todos los
días de mañana, llega a la misma hora, y el lugar está
a su espera.
R - Gracias, gracias
- sonrió con gesto de importancia.- Realmente vos me rasurás
la barba, que cuando me miro en el espejo... ni un cortecito. ¡El
maestro de la navaja! te tengo que llamar.
B - Y Doctor...
aires de oficio.
Con una gorda brocha de cerda cubrió el rostro
duro y cuadrado del cliente, y antes de comenzar con la navaja preguntó:
B - Dígame,
Doctor, sé que no estará pensando en eso, pero ... la que
le arregla las uñas, ¿está haciendo bien el trabajo?
R - Mirá
che, te voy a decir: Cuando yo era pibe, me comía las uñas
y mi padre era un hombre muy serio y nervioso, entonces me metía
un cachetazo ... ¿Sabés cómo es un cachetazo en la
oreja, no?
B - Sííí,
Doctor. Como una explosión.
R - Y, bueno ...
después dejé de comerme las uñas. A fuerza de golpes
me fui haciendo hombre, y me dije: "¡Muy bien! Voy a hacer que
me hagan las uñas como se las hacían a mi padre; de esa forma
me va a dar pena masticarlas ..."
B - Sí,
pero... ¿está desconforme con la manicura?
R - La verdad es
que el otro día me cortó un pedacito de piel, de este dedo,
y ella se quedó de lo más tranquila. Yo no le dije nada,
pero ... ¡era para meterle un cachetazo! - gruñó con
airada indignación.
B - ¡Pero
por favor, Doctor! Mañana no la ve más aquí. Vendrá
una sobrina mía que trabaja por su cuenta y es un espectáculo.
Lo que pasa que ella se quiere instalar con un salón y lo que yo
le puedo pagar aquí, le parece poco.
R - Hacela venir.
Que me haga las uñas, y si las arregla bien, yo le pago el sueldo.
B - ¡Uh!
Mire que no es poco para lo que usted se trata.
R - ¡No importa!
Yo no le pregunté cuánto era.
B - Sí,
sí ... no, está bien. Mañana mi sobrina está
aquí.
R - Y asegurate
de que esa porquería no se cruce en mi camino.
Al día siguiente, como de costumbre, el Doctor
llegó a la barbería con la seriedad que lo caracterizaba,
y recorrió el lugar con la mirada.
B - Buen día,
doctor! ¿Cómo le va?
R - ¡Muy
bien! ¿Qué hacés? ¿Cómo te va?
B - ¡Bien!
El barbero cubrió el traje con un lienzo
blanco, antes que el hombre se relajara en el sillón.
R - Por lo que
veo, no tenés más a la funcionaria.
B - No, doctor.
No sólo no tengo la funcionaria, como que mi sobrina está
aquí.
R - ¿Ah,
sí?
El barbero asintió con la cabeza y se asomó
por una puerta que comunicaba con la parte trasera del local.
B - Vení,
vení ... - indicó moviendo la mano.
R - ¿No
tiene nombre?
B - Sí,
tiene nombre - respondió volviendo junto al Doctor.
R - ¿Cómo
se llama?
B - Aidé.
R - Aidé...
Está bien.
La muchacha, delgada y tímida, llegó
desde el fondo, empujando la mesita con los elementos necesarios para su
trabajo. El hombre la estudió, y aunque no era bella, tenía
aspecto humilde y delicado.
R - ¡Buen
día, Aidé!
A - Buen día,
Señor - saludó austera, antes de sentarse a su lado.
R - ¿Así
es que vos vas a hacer manicuría para mí?
A - Sí.
Así me ha dicho mi tío. Arreglaré sus uñas
y después me voy.
R - ¿Ah,
sí? - dijo complaciente, antes de retomar su postura y con voz ronca
agregar: - ¡Qué bien!
La brocha más blanca que nunca desprendió
una espuma espesa y suave, las toallas calentitas ... y el perfume del
jabón en la barba mezclándose con la trémula delicadeza
de una mano joven.
Una vez que el barbero terminó de afeitarlo
le pasó el lumbre, con eso le cicatrizaba todas las heridas. Ella
terminó su tarea, se puso de pie, y vio que en verdad el cliente
no era viejo, como le pareció en un principio.
Con el rostro avergonzado le preguntó:
A - Señor,
¿usted quiere que me ocupe de sus uñas todos los días?
R - Sí,
Aidé. Todos los días.
¿Y cuáles son tus pretensiones?
A - No entiendo
qué quiere decir.
R - Que cuánto
querés ganar.
A - ¡Ah!
Y, mire ... No es lo que yo quiero ganar, es lo que considero que debo
retirar por día, para poder instalar un saloncito y todo lo demás...
R - ¡Mhú!
Y, ¿cuánto es?
A - No sé
... porque usted va a ser el único cliente...
R - ¿Cuánto
es?
A - Y... - pensó
dudando - seis salarios mínimos.
R - No. Eso ya
me parece un absurdo, una barbaridad.
A - Bueno - agregó
con tono suave y humilde - Si no van a ser las cosas como a mí me
gustan...
R - Está
bien: seis salarios mínimos.
A ella le brillaban los ojos. Hasta el letrero luminoso
que pensaba colocar en la entrada de su negocio, ya lo veía como
una realidad.
El Doctor se despidió del barbero, estrechando
por primera vez las manos, y de la joven, inclinando su cabeza, que ya
había cubierto con el sombrero. Y salió del local rumbo a
la avenida.
El tío miró a la sobrina, que terminaba
de acomodar unos esmaltes y le dijo:
B - Sobrina, sigue
así; vamos a ser socios.
A - Yo no quiero
socio, tío.
B - Sí,
sobrina - agregó acercándose.- A nosotros nos une mucho más
que el trabajo.
A - Sí,
ya lo sé: la familia - discurrió alejándose.- Ya lo
sé, tío. Tal vez por eso, precisamente, no quiero ser socio
suyo.
B - Mirá,
dejate de ser tonta ... Vos sos joven, yo tengo experiencia, tengo clientela
... ¡Mirá qué tipo de clientes tengo! Si vos venís
a trabajar aquí, él va a recomendar a otro y pueden haber
muchos salarios mínimos.
Ella no respondió; buscó su abrigo
y salió dejando a su tío hablando solo.
Habían pasado quince días desde la
primera vez que atendió al Doctor, y ambos mantenían una
relación cordial y respetuosa. Esa mañana en particular,
ella notó algo diferente en su cliente, tal vez por la manera persistente
en que la miraba, o la reincidente tentativa de querer decirle algo.
R - Aidé,
- habló por fin - tengo un lugar en mi escritorio para vos.
A - ¡Pero
Doctor! Yo no sé nada de escritorios. No he tenido posibilidades
de estudiar ...
R - No importa,
Aidé - la interrumpió - ; las posibilidades surgen. Yo también
era humilde y fui creciendo y ... ahora es diferente. Tengo condiciones
de ofrecerte una oportunidad así.
A - Y ¿qué sería?
R - Vos, en vez
de hacerme las uñas aquí, me las hacés todos los días
en mi escritorio. De esa forma me facilita porque yo no puedo perder todo
el tiempo que pierdo en las mañanas hasta tener las uñas
en condiciones. En cambio, con vos allá, voy trabajando, hablando
por teléfono, haciendo ciertas cosas ...
A - Bueno... -
titubeó - lo ... lo voy a pensar ... no sé ... es que ...
tengo otra clientela para ir a atender ...
R - No importa.
Vos me hacés las uñas a mí, después salís;
no hay problema ninguno.
Cuando el Doctor se fue, ella comentó con
el tío las razones que la llevarían a aceptar.
El tío ya no la vería con buenos ojos.
Ella tampoco era ninguna tonta, pero decide ir al estudio del Doctor.
En el gran edificio, lleno de secretarias y jefes,
caminando por aquellos corredores sentía que se perdía, porque
los espacios, las puertas, la gente que iba y venía, eran diferentes
a lo que ella estaba acostumbrada.
El primer día, el Doctor le ofreció
un vestido y le dijo:
R - Para que tengas
algo mejorcito cuando venís a trabajar - luego sacó un sobre
blanco que puso en el escritorio: - Y aquí hay dinero, dos salarios
mínimos. Quiero que vayas y te compres otro vestido. Mañana
vamos a salir juntos a un lugar donde te vas a comprar buena ropa, para
andar por la calle y ... y ¿Cuánto precisás para montarte
un negocito? Pero tu tío no tiene que saber nada.
A - ¿Qué
es eso, Doctor? No, por favor ...
Al cumplirse la mañana número quince,
desde aquel cambio de modalidad en el trabajo, el Doctor, completamente
abstraído de sus papeles y mientras observaba una de las rodillas
de la joven asomarse desde el pequeño tajo de su vestido nuevo,
garraspeó y le preguntó:
R - ¿Tenés novio?
A - No, Doctor.
R - ¿Qué
edad tenés?
A - 23, tengo 23
años.
R - Y yo, con casi
40, ¿te parezco muy viejo? - inquirió con voz firme, alzando
una ceja.
A - ¿Cómo?
- exclamó mostrando su joven sorpresa - ¿Qué tiene
que ver una cosa con la otra, Doctor?
R - Estoy por proponerte
matrimonio. ¿Querés casarte conmigo? - hizo una pausa por
la expresión helada que vio en el rostro de la muchacha, para nada
disimulada - En el ambiente que frecuento, no encontré una chica
sana como vos - esperó una respuesta.
A - Doctor - balbuceó
- por favor, no nos conocemos, todavía no sé su nombre.
R - ¡Ah!
Mi nombre ... Llámame Raúl.
A - Está
bien, Doctor... Raúl - el rubor en sus mejillas la quemaba de tal
forma que bajó los ojos nerviosa. El hombre observó a la
muchacha secarse los vibrantes dedos en una toalla rosa, y los atrapó
entre los suyos sintiéndolos helados. - ¿Qué hace,
Doctor? - saltó.
R - Nada malo.
Simplemente tomo tus manos, te quiero dar un beso y decirte que ya no precisás
venir por aquí.
A - ¿Cómo
Doctor? ¿No tengo más este trabajo?
R - No, no, no
... no es eso, no. Después conversamos.
Cuando llegó cierta hora de la tarde, la
mandó a llamar. Bajaron por el ascensor particular hasta el garaje,
donde subieron a un maravilloso automóvil y salieron juntos. Ella
vio la ciudad deslumbrante y se sintió una dama.
El Doctor detuvo el auto frente a un edificio, sobre
una avenida de cinco vías. Cuando estaban frente a una puerta del
décimo piso, en el hall del ascensor, el hombre extrajo del bolsillo
un manojo de llaves:
R - Tomá,
abrí.
Ella giró las dos vueltas y cuando abrió,
el lujo la dejó atónita.
Los sillones, los cuadros, los muebles
laqueados, las lámparas de cristal, todo fue admirado por
sus ojos.
A - ¿Este
es su departamento? - preguntó al fin.
R - No, es tu departamento
- le dijo sonriendo.- ¿Cómo te llamás?
Ella le dio el nombre completo, sentándose
de golpe en el sillón. Él sacó un documento que tenía
en su bolsillo, escribió el nombre de la muchacha, antes de entregárselo
y comentarle:
R - Este es el
título de propiedad. Yo voy a pasar por aquí para que me
arregles las uñas.
A - Sí,
pero yo pensé que usted se iba a casar conmigo - se apresuró
a decir.- Es la única forma que yo puedo aceptar.
Él caminó hasta ella y se sentó
a su lado.
R - No hay duda
ninguna. Mañana mismo nos casaremos.
Al día siguiente se casaron; el Doctor Raúl
pasó a ser un Señor y ella una Dama.
Todas las mañanas le arreglaba las manos,
fuera de las otras cosas que como mujer había aprendido a hacer;
y si no lo aprendió, se esmeró en aprender, porque Raúl
era un profesor con bastante experiencia.
Se habían convertido en un matrimonio feliz,
y de costumbres caseras.
Al segundo mes, Raúl salió en el coche
a visitar unos campos. De regreso, en medio de la carretera, miró
hacia un puentecito, bajo el que corría un hilo de agua.
Detuvo el vehículo, se bajó y caminó
en su dirección. Hundió los dedos en la tierra húmeda
y tocó las piedras.
Sintió sequedad en la piel y se miró
las manos manchadas.
R - ¡Eh!
- pensó en voz alta.- Siempre las tuve así. A veces me da
rabia tenerlas tan limpias. Siempre las tuve así, y con las cosas
que hago, deben estar peor.
Llegó a la casa fuera de horario y encontró
a su mujer haciendo la comida.
R - ¿Por
qué cocinás? - le preguntó.
A - Quería
tener el placer de prepararme algo para mí. Hace tiempo que no cocino.
R - Sí,
hace tiempo que no cocinás pero te vas a desarreglar las manos -
le dijo, tomándolas entre las suyas.
A - Hablando de
eso... - comentó con picardía, dando vuelta las palmas hacia
arriba - ¿qué le pasaron a las tuyas?
R - ¡Ah!
Tuve que cambiar una pieza del coche - respondió esquivo - El chofer,
justo, no había ido y ...
A - ¡Cómo
tenés las manos!
Ella, pacientemente, comenzó a curar las
pequeñas heriditas y limpiar debajo de las uñas, lamentándose
de tanto en tanto: - ¡Qué barbaridad!
Raúl observaba cómo lo trataba con
cariño ... Ella realmente era una mujer diferente, que estaba hecha
de material más humano. Sintió angustia repentina, y sin
agresividad pero con impulso impidió que ella siguiera con su trabajo.
R - Tengo que decirte
algo - endureció las voz: - Voy a viajar.
A - ¿Vas
a viajar? - interrogó con pesadumbre.
R - Sí,
es un viaje largo. Tardaré mucho en volver...
Raúl se marchó, dejándola por
más de quince días, sin un mensaje telefónico, ni
una carta, ni alguien que supiera de él. Quince días.
Terminaba de dar instrucciones a la mucama, y mientras
llevaba el diario hacia la sala escuchó llamar a la puerta. Dejó
el diario sobre la mesa principal, e indicó que ella abriría.
Era uno de los secretarios personales de su marido,
aquél que siempre mantenía el orden en los archivos privados
de Raúl.
Lo hizo pasar, esperando que trajera mensajes de
su esposo.
S - Lamento decirle
Señora - dijo el hombre con máxima seriedad - que el Señor
Raúl ha fallecido en el extranjero. El viaje era de negocios, pero
por lugares peligrosos. Y bueno... - no le dio más detalles, se
notaba que no podía hablar más - dejó un documento,
en caso que le pasara algo. Debo entregárselo.
Ella, desesperada, nerviosa, se sintió desamparada.
Tomó el documento, en un sobre lacrado. Buscó un lugar cercano
con un poco de intimidad, sentía mucho miedo, pensó que se
vería en la calle, sin nada. El sueño había terminado
rápidamente; aún así encontró fuerzas para
abrir el sobre.
Una carta escrita con puño y letra de su
marido, decía:
"Querida mía:
A través de este documento, las personas han recibido instrucciones
para que no tengas problemas el resto de tu vida. En esta cuenta bancaria,
retirarás todos los meses, lo suficiente para vivir normal y tranquilamente.
Si me quieres un poco, no abras el negocio.
Si me recuerdas bien, cuídate mucho.
Y ... puedes vivir feliz.
Si algún día conoces a alguien que pueda reemplazarme,
en la distancia, en el recuerdo, entonces cásate otra vez.
Pero no lo hagas impulsivamente; no busques a nadie simple. Busca
a alguien que esté a altura y en proporción a lo que eres."
No pudo terminar de leer, le parecía una pesadilla,
una fantasía. El hombre guardó, respetuosamente, distancia
y silencio, hasta que ella terminó de leer. Luego preguntó:
S - Bien, Señora,
¿tiene instrucciones para darme?
A - No - le dijo.-
En este momento no sé qué hacer.
S - Lo que usted
quiera, Señora. Estoy a su disposición. Con éste número
de teléfono entra en contacto conmigo; basta usted pedirme por teléfono
las cosas y yo las mandaré a hacer.
Con su permiso, me retiro.
A - Está
muy bien. Está muy bien.
Caminó por la sala hasta detenerse frente
al diario olvidado sobre la mesa. Uno de los titulares anunciaba:
"El doctor Raúl Boldeverde ha caído
en su avión particular en el cual se dirigía a Europa en
viajes de negocios. Hasta el momento, no se lo encuentra. Las fuerzas especiales
están en búsqueda ..."
Y seguía toda la crónica, que las lágrimas
opacaron.
Cerró el diario, se reclinó en la
mesa, comenzó a llorar por ese sueño misterioso, esa fantasía,
que ahora era una burla, una estafa.
Cuando volvió en sí fue hasta su dormitorio
y pudo observar las ropas que tenía. Todo calmo y silencioso ...
El chofer en la puerta ... El coche ... Empleadas...
Se hizo llevar hasta la peluquería del tío.
Cuando llegó...
B - ¿Cómo
le va, Señora?
A - ¿Cómo
está, tío?
B - Me enteré.
A - ¿Se
enteró?
B - Sí,
¿qué pasó?
A - Nada ...
B - ¡Qué!
¿No sabés quién era él?
A - No. No sabía
quién era él.
B - Bueno... él
tenía sus negocios.
A - Ya sé
que tenía negocios. Tampoco sé qué tipo de negocios.
B - Decime, ¿vos
sos tonta o te hacés?
A - No. Yo no soy
tonta ni me hago; sólo que nunca conversamos sobre eso ... Después
estuvimos poco tiempo casados y todo me pareció tan rápido
...
B - Continúa
viviendo tu sueño...
A - Tío,
con tal de que se calle la boca, le voy a dar dinero para mejorar su peluquería.
B - ¡Sos
una sobrina encantadora! Y en los días que tengas tristeza o estés
muy sola, llamame que te hago compañía.
A - Usted no vale
nada.
B - Pero no te
olvides, eh? Que el día que te sientas sola, llamame que te hago
compañía.
A - Tome, antes
que me arrepienta.
B - ¿Cuánto
es?
A - ¿Cuánto
precisa?
B - Y... no sé.
Creo que unos 150.000 sería una buena ayuda.
A - Aquí
tiene. Un cheque por 200.000, ni un peso más.
B - No, está
bien, está bien. También no va a ser ni un peso menos.
A - Hasta luego,
tío.
B - Lamento mucho
lo que te ha pasado.
A - ¿Será
que usted sabe lamentar?
B - Sí,
¿cómo que no? Sobrina, lamento mucho que no estés
conmigo.
Ella se fue. Cuando subió al coche, el tío
la estaba mirando detrás de los cristales. Y se quedó pensando
cuán lejos estaba todo aquello...
Partió con su chofer y su coche gris oscuro.
Ch - ¿A dónde
vamos, Señora?
A - Dé unas
vueltas por Palermo. Quiero tomar un poco de aire.
Ch - Sí,
Señora.
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