Dedicado a los pobres animales
que son obligados a comportarse como humanos...
Dedicado al animal que el bruto atropella y la fiera devora.
- VENGAN HIJOS DE LO PERMITIDO,
QUE NO TUVIERON MIEDO DE DEJAR EN DESTIERRO TODA LA MATERIA QUE CARGABAN.
VENGAN, QUE LOS LLEVARÉ POR EL ESPACIO
Y LES MOSTRARÉ QUE LA VIDA NO ES EL SENTIR NORMAL Y SI LA PERCEPCIÓN
DE LO DESCONOCIDO.
Dos perros estaban durmiendo.
Uno de ellos despertó. Se limpió los
ojos con la pata, sacudió la cabeza porque tenía cosquillas
en las orejas, bostezó, se estiró, se arqueó todo
y pensó:
Espero que sea un buen día; que el gato
del vecino esté en la puerta, que lo pueda correr, que al correr
derrumbe la botella de leche, que yo pueda tomar un poco y la culpa sea
de él.
Miró a su compañero, todavía
dormido, y le mordió la oreja.
- ¿Por qué me fastidias?
- ¡Sólo quiero que veas el tiempo!
Está bonito. Podríamos salir a dar una vuelta.
- Prefiero dormir un poco más, me acosté
muy tarde.
- ¿Qué has estado haciendo?
- No te importa.
- Pero... me interesa. Eres mi compañero
y tengo que saber lo que te pasa. Si te preciso, algún día,
te busco, no te encuentro...
El perro dormilón interrumpió:
- Mira, yo tengo suficientes pulgas en el cuerpo
para saber lo que hago y por dónde ando.
- Muy bien, veo que te has levantado malhumorado.
Sigue durmiendo.
Comenzó a caminar, solo, y vio que realmente
el gato lo estaba esperando como siempre, porque también se divertía
con aquel juego matinal.
Era tan monótona la vida...
Cuando el perro estuvo cerca, el gato se limpió
las patas como si no lo hubiera visto.
El perro trató de correrlo y el gato no se
movió. Comenzó a ladrar y este no se movió. Se acercó
con furia y el gato, sin dejar su lugar, sacó las uñas y
se las mostró.
- ¡Espera! ¿Qué es lo que quieres?
¿No juegas más?
Yo te corro todos los días, mientras derrames
la leche y pueda tomar un poco... ¿Qué mal hace eso?
- Hoy no tengo ganas. Más bien quien te va
a correr soy yo.
- Estaríamos en contra de las leyes evolutivas.
El gato puso la otra garra para afuera.
- Te estás tornando convincente. Es probable
que corra.
El gato se quedó muy contento sin correr
y el perro se alejó sin poder tomar la leche. En su camino encontró
una ventana abierta, se acercó, apoyó sus patas delanteras
sobre el marco e investigó el interior.
Era una casa muy grande. La sala estaba vacía;
de un salto entró en ella. Todo estaba limpio y transparente. Los
pisos eran de cerámica, reflejaban su cuerpo.
El sol comenzaba a alumbrar con sus primeros rayos
a través de muertas ventanas sin cortinados.
Con la luminosidad apareció un corredor y
otra sala mayor que lo invitaba a penetrar en sus espacios.
Una escalera gigante se irguió ante él.
Sintió dentro suyo alguna marcha que había guardado en la
memoria sin saber cómo, y comenzó a subir queriendo imitar
un príncipe.
Nadie lo veía, entonces podía hacer
cosas que a veces le mandaban y él se negaba.
Cuando llegó al último escalón,
miró para atrás. Se entristeció porque no había
nadie para observarlo; pero también eso era una alegría.
Siguió andando y vio varias puertas, casi
todas entreabiertas, ninguna cerrada.
Papeles en el suelo, poco desorden, pero todo indicaba
que había sido abandonada. Miró puerta por puerta. Encontró
una caja de zapatos y dentro de ella una cría de dos perritos.
Los cachorros no tenían madre, no tenían
nada. Habían sido también, aparentemente abandonados.
- ¿Qué voy a hacer?
Son pequeños y a esa edad no se tiene conciencia
de lo que se Es.
Pero deben estar hambrientos.
Salió de la casa y fue en busca de aquel
gato que siempre derrumbaba la botella de leche.
Allá estaba todavía, mirándose
las uñas.
- ¡Escucha! ¿Quieres ayudarme a llevar
esa leche?
- Sería lo último que haría.
- ¡Espera! Te diré lo que pasa ...
- y le contó lo que había visto -.
El gato se entusiasmó:
- ¿Pero esa casa es realmente tan interesante?
- Sí. Es muy interesante. Y está llena
de cuartos.
- Y... ¿será que uno puede soñar
en esa casa?
- Lo que tú quieras. Ella te brinda toda
y cualquier posibilidad.
- ¿Es más grande que la casa en que
vivo?
- ¡Terriblemente mayor! Es una mansión.
El gato decidió acompañarlo y cooperar.
Vieron una rama con muchas hojas. Levantaron la
botella, con cuidado para que no se quebrara, y cuando la colocaron sobre
ella consiguieron arrastrarla.
Cuando llegaron cerca de la ventana, dejaron la
leche fuera y entraron a la casa.
El gato comenzó a soñar, también
pensando que ya era más que un príncipe.
Tal vez un rey poseedor de coronas.
Vio gatos y gatas bailando en el salón. Resoplaba.
Saludaba. Hacía todo lo que había visto en la televisión
de modismos humanos.
La imaginación era muy fértil.
La soledad de los animales le había generado
una segunda mente que le permitía sobrevivir en equilibrio, contrarrestando
la monotonía de una vida vacía.
Mientras tanto el perro llegó al cuarto donde
estaban los perritos y arrastrándolos despacio, los hizo bajar escalón
por escalón. Los agarró con los dientes por el pescuezo y
los llevó donde estaba la leche.
Cuando el perro ya había derramado la leche
en el piso y los pequeños se estaban alimentando, volvió
a entrar en la casa para buscar a su extraño compañero.
Lo llamó por su nombre. Así descubrió
que la voz parecía repetirse. Le gustó. Comenzó a
ladrar fuertemente. Le daba la sensación de que había muchísimos
perros iguales a él.
Al rato oyó un grito. Era el gato, pidiendo
que se callara porque con el ruido estaba quebrando un momento de meditación
y concentración que él tenía.
- ¿Qué es lo que estás haciendo?
- dijo el perro -.
- Estoy en silencio.
- Pero te pasas la vida en silencio. ¿No
haces otra cosa?
- ¿Con quién podría hablar?
- Conmigo.
- Bueno, tú... ¿qué es lo que
sabes?
- Yo sé cosas que tú no sabes.
- ¿Qué, por ejemplo?
- Mira. En mi inquietud he descubierto que hay seres
que pueden precisar de nosotros para salvarles la vida.
- ¿Salvar la vida? ¿Para qué?
A mi lo que me interesa es encontrar una bella casa
donde me pueda quedar.
Si llegase a venir un amo y me encontrase en la
casa y gustase de mí, me trataría como a un rey.
Estaría mucho mejor que en la otra casa,
donde lo único que saben hacer es colocarme en la puerta de calle
cuando llega la mañana porque dicen que el olor a gato es infernal.
- Pero eso no te solucionaría el problema
de existir.
Estarías un poco mejor en tu vida. Pero nada
tiene que ver el estar mejor con lo que se Es.
Tú perderías un amigo, que sería
yo, porque tal vez no podría llegar hasta aquí.
- Tendría otros amigos. O tú piensas
que un hombre con dinero sólo tiene gatos...
- Pero no me has contestado si te gusta estar en
silencio.
- Me gusta, sí.
- Y ¿por qué?
- Porque en el momento que expongo mis deseos, el
mundo me muestra que nada puedo tener.
- ¿Alguna vez soñaste entrar en una
casa como esta?
- No.
- ¿Y no te has dado cuenta que por tener
un amigo te enteraste que la casa existía? De lo contrario estarías
lamiéndote las patas en una casa de pobres.
- Sí... es cierto. Pero pobres o no pobres,
me dan de comer.
Lo ideal sería estar constantemente atento
para ver si se muda alguien aquí, y cuando lo haga me encuentre
dentro de la casa.
El gato, a pesar de todo, persistía en su
egocentrismo.
El perro, viendo los perritos durmiendo, ya alimentados,
decidió continuar con la vuelta matinal.
El sol estaba alto.
Sentía hambre, pero la leche se había
acabado. Entonces, comenzó a escarbar latas y escarbar latas...
en una de ellas perdió el equilibrio y cayó haciendo un gran
barullo.
Cerca estaba uno de aquellos cazadores que andaban
buscando las patas de los perros porque no entendían lo que estos
Eran.
Cuando quiso escapar, ya estaba prisionero, siendo
llevado detrás de una rejas. Se lamentaba, sentía por primera
vez lo que era perder la libertad.
Y... ¿qué sería de su amigo
gato, ahora? ¿Con quién hablaría mostrando sus vanidades
y su vacío interior?...
Llegó la noche y el gato se extrañó
de que su amigo no hubiera vuelto. Por lo menos por curiosidad, quería
saber qué había pasado con los perritos que dormían
afuera.
Cuando salió por la ventana para retornar
a la casa donde sabía que lo esperaba por lo menos un poco más
de comida, no vio a los pequeños.
Tal vez algún transeúnte o viajante
extraño los había cargado y se los llevó - pensó
-.
Fue para su casa. Llegó a la puerta, la arañó;
y la dueña, como siempre lo hacía, lo dejó pasar.
Entró. Buscó calor, sin precisar calor;
una aproximación, sin precisar aproximación. Su plato de
leche y comida estaba listo.
Dormitó.
Al otro día, de mañana, fue puesto
en la calle como siempre al lado del litro de leche.
Comenzó a limpiarse las patas y las uñas;
era el trabajo que sabía hacer: pasarse la lengua el día
entero.
Esperó inútilmente que el perro llegase,
su gran amigo que siempre pasaba; que hacía que lo corría,
la leche se derramaba y todo aquello que era necesario para llenar el tiempo.
El perro no llegó. No llegó.
¿Habrá ido a dormir a la casa grande
en vez de hacerlo, como siempre, en la calle? - se preguntó
el gato -.
Decidió ir donde él normalmente dormía.
Encontró al compañero de pocos amigos.
El gato subió a un tapial y desde allí
comenzó a gritarle hasta que lo despertó:
- Escúchame, ¿dónde está
tu compañero?
- No sé. ¡Ni me importa! La vida es
de él.
- Sí. Pero es tu vida, también. ¿O
tú puedes dormir tan bien solo como acompañado?
- A mí me da lo mismo. Ya le dije a él
y te lo digo a ti:
Tengo mis propias pulgas en el cuerpo y soy adulto,
entonces no preciso de nadie. Me rasco solo.
El gato, al ver que el otro poco se interesaba del
amigo, salió en su búsqueda. Fue hasta la casa y encontró
la ventana abierta. Su corazón vibraba. Comenzó a sentir
angustia y desesperación.
Por primera vez notó que existía algo
diferente en su vida.
Aquel perro todo sucio, bobo, tonto, que a veces
lo corría, que era corrido, se había vuelto en su interior
más que un simple momento o un pasatiempo.
Lo buscó y no lo encontró...
- Si yo tengo olfato y capacidad sensitiva para
buscar una casa a centenares de kilómetros, si fuera necesario,
también tengo que recordar cómo era el olor de mi amigo para
poder encontrarlo.
Así empezó la peregrinación.
Le llevó un día, dos, tres, ... Ya estaba extenuado. Mordía
pedazos de comida donde encontraba, cualquier cosa servía, lo importante
era seguir con vida, porque había comprendido que era necesario
hallar a su compañero, pues de esa forma se encontraría a
sí mismo en un "algo" de existir que desconocía.
Lentamente se aproximó al lugar donde los
perros eran guardados antes que los dueños los buscasen. Su amigo
podía estar allí.
Pero, ¿cómo, un gato, entraría
en un lugar como ese?
Eran los mayores enemigos desde los tiempos en que
existieron como perro y gato.
Tenía que descubrir alguna forma.
Recorrió el barrio, encontró dos perros
que tenían casa, que tenían dueño y eran cuidados.
Al ser cuidados, los perros no lo atacaron porque
no era un gato cualquiera. El les contó la historia.
- ¿Qué podríamos hacer para
salvar a tu amigo?
En poco tiempo tramaron una idea fantástica.
Uno de los perros propuso:
- Yo dejaré que me apresen. Que me tomen
por las patas y me lleven.
Tú le indicarás a nuestros dueños
quiénes fueron los que me llevaron, para que vayan a buscarme.
Mientras tanto, dentro de la prisión que
hacen para nosotros, trataré de descubrirlo. ¿Qué
nombre tiene?
- No sé - respondió el gato - pero
puedes decirle:
¿Tú eres aquél que corre a
los gatos y los gatos te corren?
Y él sabrá quién es.
¿Tú eres aquél que salta las
ventanas y da de comer a los perros pequeños?
Y él sabrá quién es. Entonces
se dará a conocer.
- Una vez que esté dentro, veré si
hay forma de abrir las jaulas... nos juntaremos, haremos una revolución,
una guerra. Unidos, tal vez consigamos escapar. Es una alternativa.
- Un tipo extraño como ese tiene valores
ocultos que sería bueno conocer. Después de todo, aquí
llevamos una vida tediosa y sería bueno descubrir un amigo que pasó
contra el mundo.
Entonces salió fuera de los muros de la propiedad
y fue al encuentro de los que cazaban las patas de los perros.
Cuando estuvo dentro de la cárcel, investigó
profundamente:
- ¿Aquí está un fulano que
es así, así, así...?
- Debe ser aquel.
- Sí, debe ser.
Lo encontró.
Reunió a todos los perros y tejió
una mentira:
- Allá afuera hay más de cincuenta
que están esperando por nosotros, prestos a formular el mayor escándalo
si fuera necesario. Tenemos que hacer un tumulto aquí para que los
guardias se alarmen, y lleguen a pensar que estamos rabiosos, desesperados
o cansados de esta vida de perros; y así, tal vez consigamos que
él escape, puesto que es muy importante para salvar el equilibrio
de la Conciencia de un gato.
- ¡¿De un gato?! - aullaron los perros
- Pero... ¿desde cuándo nosotros pensamos en gatos?
Si hubieras hablado de perros y a su vez abandonados,
todavía. Pero, ¡de un gato!
Los perros estaban asombrados y confusos.
- Sí, un gato. Es posible que entre perros
y gatos exista una unión, y sea el inicio y el fin de todas las
luchas que hemos tenido.
Tal vez podamos vivir en equilibrio y como amigos.
¿Qué les parece?
- Estás loco.
Después de varias horas de discusión
consiguió convencerlos.
Muchos no iban por el gato y sí por su amigo.
Otros iban por lo propio; perros que ya estaban cansados de esperar a los
amos que no venían, mostrando que el amor que decían tener
nunca se practicaba.
Estaban prisioneros, condenados a muerte.
Varios se habían olvidado que tenían
dueños y éstos habían olvidado el derecho de aquellos
a existir.
A la hora marcada, comenzaron. Todos ladraban. Todos
se quejaban. Hacían que se peleaban sin pelearse. Fue un perfecto
desorden.
La prisión entera parecía estar hirviendo.
Eran pocos hombres, pero trataron de separar a los perros. Cuando estuvieron
entre ellos, fueron atacados. Cayó el manojo de llaves. Los perros
hábiles intentaron abrir los candados. Lo consiguieron.
Aprovecharon para escapar, a la salida de un camión
por el portón.
El perro principal de raza, aquel que se había
ofrecido como prisionero, guió a los otros.
Se dirigieron a la residencia en que vivía
y avisaron a su compañero que no accionase el plan previsto.
Todos los que con él llegaron pudieron conocer
al gato.
Se ocultaron. Se dispersaron. Todos habían
aprendido una profunda lección de vida.
Aquel amigo del gato tuvo su libertad. Había
conquistado nuevas amistades. Y aprendió que la unión de
las fuerzas le podía dar posibilidades de prolongar su existencia
y ser mucho más de lo que había sido antes; que vivir vanamente
pensando en pequeñas cosas, no tenía significado.
Y sumar las acciones era mejor para la sobrevivencia,
desenvolviendo virtudes que anulaban el egoísmo.
El gato descubrió que lamerse las patas el
día entero en una vanidad concentrada, no tenía valor; que
aquel sentimiento que había aparecido como un vacío, se manifestaba
por primera vez en forma de amor.
Él no sabía lo que era el amor, mas
se había sentido vacío y eso era lo importante, tanto que
cambió todo el ciclo de pensar de su existir.
- ¿Sabes que vales más que tu vanidad?
- Y tú vales más que tus ladridos
bobos.
- Una cosa te digo.
No tendré más amistad con aquel sinvergüenza
que lo único que sabe hacer es contar las pulgas de su cuerpo.
- Buena idea.
- De aquí en adelante dormiré del
lado de afuera de la ventana de la casa grande.
Si a la persona que viene a ocuparla le agrada que
yo esté como cuidador, todo bien.
Si al entrar dice:
"El gato ya existe en la casa y esta existe con
el gato. Dejémoslo", nos quedamos. Si uno de los dos fuera echado,
buscaremos otro lugar. ¿Qué te parece?
- Perfecto.
- Pero... hay una condición: tú deberás
buscarme alguna que otra comida, como eres felino te mueves diferente que
yo.
- No te quieras aprovechar de mi amistad. Yo busco
mi alimento y tú buscas el tuyo.
La capacidad de existir está en el equilibrio.
Si lo practicamos podremos ayudarnos mutuamente.
¿Lo has entendido?
- Creo que tienes razón, la pereza no lleva
a nada.
Terminó el día.
Al ponerse el sol, meditaron;
¡Cómo hay seres que pueden parecer
insignificantes! Pero cuando se tiene la necesidad de sobrevivir, surgen
factores pequeños o grandes que pueden crear soluciones aparentemente
imposibles.
La unión, la fuerza y la conciencia colectiva
remueven todo aquello que podemos estar Negando, idealizando una realidad
profunda y ETERNA.