El Hablar de los Pensares
 OLIVER ROBERTT
 
Fábulas Humanas.  Tú, Padre.Yo, Hijo.  Memorias del Viento. Pequeña Conciencia. De los Silencios que aún Guardo. Observaciones de Creadores. Confronto con el Creador. Aforismos y Cuentos.
 
PARTE I
Fábulas Humanas

 

 
Dedicado a los pobres animales que son obligados a comportarse como humanos...
 
 

O mejor:
 

Dedicado al animal que el bruto atropella y la fiera devora.

 
 
Nadie dejará el Valle
 
    Nevaba.
    Las montañas oscuras comenzaban a marcar surcos blancos.
    Y allá abajo, donde estaba el valle, un río seco, tres casas abandonadas.
    Un árbol que ya no era frondoso, estaba en el centro. Y las tres casas, que parecían mirarse una a otra, conversaban:
    - ¿Por qué hay eco en tus paredes?
    - ¿Por qué siento gotear el agua en tu interior?
    La otra sin hablar, dijo:
    - ¡¡¡Tengo frío!!!
    Una de ellas respondió:
    - No es agua que gotea, y sí mis paredes que lloran. Desde que sentí el pulsar de la vida, nunca estuve vacía.
    - El eco es el viento. Me niego a trabar las puertas, para que ellas al golpearse den la sensación de que alguien va o viene; se filtra por las ventanas, lanza hojas, ruidos en el corredor, esperanzas... Por eso tengo eco.
    - ¡¡¡Qué frío!!! Nadie está para prender un leño.
    Siempre fui calentada con ilusiones, promesas, risas, cantos, alegría.
    Miro la montaña y veo la amenaza de la nieve. ¡¡¡Qué frío!!!
    Mis huesos se rajan hasta los cimientos y presiento que el peso de mi espalda no aguantará y me desplomaré...
    ¡¡¡Qué frío!!!
    Quien llora, se lamenta:
    - ¿Qué podría haber hecho para no tener que llorar?
    - Y yo, ¿por qué debo seguir golpeando mis puertas? Ya se están aflojando. Dos de ellas cayeron, están en el suelo; y por los vidrios quebrados el viento penetra. Comienzo a sentir frío.
    - ¿Qué le habrá pasado a nuestro amigo el árbol? Dejó caer todas sus hojas; parece estar mudo, muerto. Pero el viento todavía lo agita y se flexiona.
    Dime tú, ¿no tienes aunque sea una queja?
    Y el árbol, como despertando, trata de no agitarse y abriendo lentamente un ojo, mira hacia la casa y...
    - ¿Sabes? En el alero tienes un nido.
    ¿Por qué lloras?
    Y tú que haces eco del viento y bates las puertas, si observas, verás que tampoco estás sola. Un gigantesco nido de hormigas está habitando tus paredes. Y en tu alero, más mezquino, veo un nido de... ¿lechuza?
    ¿Cómo dicen estar solas?
    El árbol, con gran esfuerzo, consiguió girar; su madera parecía estallar. Miró hacia la tercer casa...
    - ¿Tú tienes frío? ¿Quieres calor?
    Verás. Yo veo. Tú no quieres ver que en breve tiempo, parte de mí te dará calor.
    Levantó sus ramas y el viento lo arqueó.
    Viejo, cansado, exhaló un suspiro profundo y grave cuando el tronco se quebraba y caía pesadamente al frente de las tres casas.
    Cuatro hombres venían caminando. Se pararon frente al árbol y dijeron:
    - ¡Qué felicidad tenemos! No habrá que ir a buscar madera o leños lejos. Los encontramos justo frente a las casas; por suerte están abandonadas.
    ¿Quiénes serían los que vivieron aquí? ¿Por qué se habrán ido?
    ¡Yo me quedo con esa!
    - Y ahora... Yo me quedo con aquella otra.
    - Aquella parece asustada, pero yo me quedo con ella.
    Y así fue como las tres casas comenzaron a tener vida.
    Uno de los hombres comenzó a hachar. Pedazos de tronco aquí. Pedazos de tronco allá. Pedazos de tronco allí. Pedazos de tronco allá.
Antes del anochecer, las tres casas conocían el calor y la vida. Pero les faltaba conocer el Amor.
    La luna brillaba intensamente sobre la nieve.
    Luego de pasar unos días y gastar gran parte del cuerpo del árbol, los hombres decidieron irse por falta de agua:
    - No podemos quedarnos por aquí. El río está seco.
    Las tres casas, en dirección a la montaña, miraron las nubes negras y oscuras, negras y luminosas. Y comenzaron a gritar: "¡Agua! ¡Agua! ¡Agua!"
    Aquella que vivía del eco, dijo:
    - Tú gastaste toda el agua de tus raíces, llorando.
    - Ya no me lamento más. ¡Agua! ¡Agua! ¡Agua! Estoy pidiendo y no clamando.
    El agua comenzó a rodar. Las gotas cristalinas hicieron surco y al pasar los hombres por un puente pequeñito sobre el cauce del río, sintieron el trepidar del agua entre las piedras y sorprendidos exclamaron:
    - ¡Agua!
    - ¿Cómo, agua? Las montañas están muy distantes. Recién ahora ha nevado. Tampoco es motivo. No llueve.
    El agua llegaba cada vez en vertiente mayor, y cuando ellos supieron que el agua era buena decidieron quedarse.
    Volvieron a las casas, se adueñaron de ellas.
    Las casas se estremecieron con el canto de los hombres.
    Un simple ser dentro de cada una era motivo suficiente de alegría, dos ya era una exageración.
    Las casas miraron hacia la montaña y así se expresaron:
    - Nosotras te agradecemos, Montaña.
    No necesitabas que el agua llegase. Pero tú también, aunque eres altanera, bravía, distante, y por momentos oscura, has sentido la falta de la vida.
    No los has retenido por nosotras, ¿no?
    Lo has hecho porque tú misma quieres que te contemplen en las bellezas que peina ahora la nieve, en el agua cristalina que puedes conceder y en todas las expresiones de las nubes cubriendo tus cúspides.
    Si no hay alguien para decirte que eres bonita, maravillosa y deseosa, no te realizas.
    ¿La vanidad es un sentimiento, Montaña?
    - ¡¡No!!
    - Dinos entonces; ¿el agua es por lo que te hemos dicho o porque algo nuevo ha surgido en ti?
    Y la montaña callaba. En silencio, parecía pensar.
    Nevó. El viento dejó deslizar la nieve hasta el valle, y en un círculo blanco, bonito, cayó sobre las casas, atravesado por los rayos de la luna.
    Las casas dijeron:
    - No eres egoísta, Montaña. Nos has concedido parte de tus bellezas. Y ahora nosotras, con el fuego en nuestras chimeneas dando calor a nuestras paredes, felices te decimos:
    ¡Estamos vivas!
    Pero, ¿por qué has dejado morir a nuestro amigo, el árbol?
    Dejó de nevar. Parecía que el río no llevaba más agua. Las casas asustadas, dijeron:
    - ¿Te hemos ofendido?
    Y la Montaña, nuevamente en silencio, pensó.
    La nieve comenzó a caer. El agua corrió con mayor abundancia. Las casas no entendían, pero la Montaña sabía que no era su obra.
    Podía conceder el agua pero no la creaba. Podía donar la nieve pero no la formaba.
    Ella también estaba moribunda en su soledad, con sus cumbres limpias, negras.
    Ahora se sentía feliz de nuevo con sus laderas blancas, porque al estar blancas daba señal de que era alta, que había crecido y podía conceder aquella blancura al valle como una prolongación de sí misma.
    ... dijo a las casas:
    - Tengo ya muchos años. Ustedes son muy jóvenes para comprender. Pero mientras yo esté y las cumbres blancas permanezcan, agua les brindaré.
    Cuando mis cumbres estén oscuras, no me pidan agua. Mis venas también estarán secas.
    Me parto en pedazos pequeños y grandes. Explosiones, llantos, que ustedes aquí abajo no escuchan porque se han preocupado tanto de sí mismas...
    No existe en la materia nadie que pueda ser permanentemente altivo.
    Y no existe quien esté completamente triste.
    Si ustedes no se olvidan de mí, yo me esforzaré por no olvidarme de ustedes.
    Humo que se mezcla con la blancura de la nieve...
    Agua cristalina que canta entre las nieves eternas...
    Presten atención: ladridos de perro y gente que se aproxima.
    Este invierno va a ser muy emocionante y creo que el próximo verano nadie dejará el valle.
     
 
Ñ
 
"Y el árbol, como despertando..."
 
 
El Derecho de SER
 
    Existían dos pájaros. Lo más extraño es que se conocieron en pleno vuelo.
    Eran de especies y orígenes diferentes, pero una cosa tenían en común: estaban cansados.
    Uno miró al otro y sin decir nada comenzaron a bajar. Planearon buscando el mejor espacio. Encontraron agua, pasto y árboles.
    - Vengo desde muy lejos y en las paradas por donde estuve no encontré un sitio como éste. Confortable y poco visitado. ¿Has percibido? Cuando llegamos, estábamos prácticamente solos.
    Y el otro, que estaba preocupado haciendo la limpieza de sus alas, pico y patas, se sacudió y lo miró:
    - De donde yo vengo hablan tanto cuando estamos juntos, que mal se escucha lo que se está diciendo...
    Siento el vacío de eso...
    No sé por qué tú, estando en soledad, te puedes conformar.
    - Yo también vengo de un lugar donde tal vez se hable no sólo más, sino más fuerte que en el lugar tuyo, porque habrás percibido que mi voz es bien potente.
    Pero descubrí que la cantidad no me daba lo que buscaba y que al viajar en forma solitaria, podría encontrar lo que el grupo me negaba.
    El otro, ya secas sus alas, moviendo el pico inquietamente, dijo:
    - Explícate mejor. Yo no puedo concebir vivir fuera de mi especie.
    ¿Por qué tú piensas que vivir fuera de la especie te ha de dar saber que desconoces?
    - Si viajo lejos de donde todos los míos viajan, lugares nuevos conoceré. Si me acerco a otros que no pertenezcan a mi especie, sabiduría nueva adquiriré. Y si como lo que los míos no comen, podré crecer en conceptos de comida y tal vez de forma.
    No lo aprendí, lo descubrí. Cuando buscaba aquellos momentos de soledad, llegaron pensamientos y deseos que al principio me asustaron; me sentí enfermo. Al ver que no lo estaba me inicié a alzar vuelo y así nos hemos encontrado en este ir...
    - Dime más una cosa:
    ¿Sabes la forma de ser Feliz?
    - Bueno, hasta ahora no me pregunté lo que es "Felicidad". Sólo sé que me encuentro mejor... Y tú, acaso, buscando a aquellos que son de tu especie o pensando en lo que ellos son en la distancia, ¿eres Feliz?
    - Ya pensé en lo que es Felicidad e Infelicidad.
    Vivir de los recuerdos, vivir de lo que se tenía, es una felicidad porque me impulsa a buscarlo nuevamente.
    - ¿Tú llamas Felicidad a tener siempre lo mismo?
    - No es lo mismo y sí lo que conozco, que me colocó en una situación tal que yo considero Felicidad.
    - Pero si tú eres como eres, y te sientes Feliz, ¿qué queda para mí?
    - Que mi concepto de Felicidad tiene que ser diferente al tuyo.
    - Yo no había pensado en la Felicidad, como te dije...
    Esperemos que salga el sol nuevamente y tal vez te pueda dar una respuesta a cerca de la Felicidad.
    Decidieron quedarse donde estaban, porque viajar de noche no les gustaba. Los dos buscaron un lugar para guarecerse del viento que comenzaba a soplar.
    Todo estaba tranquilo, nubes se aproximaban.
    Ninguna otra especie de animales se manifestaba. Y ellos dos, como calmos estaban, calmos se durmieron...
    El reloj biológico los despertó. El sol alumbraba con sus primeros clarones entre las nubes.
    Estiraron las alas, movieron las patas, buscaron el agua fresca y una vez concluido esto, aquel que buscaba la soledad preguntó:
    - ¿Vamos a volar?
    - No, espera un poco; antes me dices si has pensado algo a cerca de la Felicidad.
    - Gran parte de la noche la pasé en eso; primero con más sueño que otra cosa. Sentí, por lo menos, que dormir es una Felicidad para mí.
    - ¡No! Dime lo que tú piensas como Felicidad en conceptos más profundos.
    - Bueno... Estuve contemplando tus palabras sobre especies, grupos, cantos en conjunto, conversaciones, agrupamientos ... Y realmente en eso no vi la Felicidad.
    Seguí analizando lo que me impulsó a volar, a estar solo. Y me pregunté:
    ¿Dónde está la Felicidad?
    Si Felicidad sentí antes de encontrarte o cuando dialogaba contigo.
    Pensé y pensé, y antes que el sueño me convenciera llegué a una conclusión:
    La Felicidad está en volar, en buscar lo desconocido, encontrando manifestaciones cada vez más complejas y diferentes a las anteriores. Así estaré enriqueciéndome.
    Si no hubiera partido, nada de esto hubiese sucedido. Tú serías un extraño como tantos otros que vi pasar cerca de donde estaba, inmigrando o volviendo.
    Tal vez estaría indagando qué es lo que hay en la distancia y en la soledad.
    Estar solo tiene sus virtudes porque permite pensar, y las conclusiones que pueda sacar son de mi estricta responsabilidad.
    Estando en grupo no era yo quién pensaba, y sí el conjunto.
    Ahora por ejemplo, tú me obligaste a analizar algo que no me había preguntado:
    "¿Qué es la Felicidad?"
    Para lo que yo Soy, la "Felicidad" entonces, queda definida en pocas palabras y muy simples:
    ¡VOLAR! ¡Siempre VOLAR!
    Cuidarme y protegerme para que otras aves, voraces o más fuertes, no me hagan daño.
    ¡VOLAR! ¡Siempre VOLAR! En procura del agua fresca, de los pastos movidos por suaves vientos, de la sombra de algún árbol que me pueda prometer un nido que nunca haré.
    En la promesa de todo lo que pueda tener está el secreto de la Felicidad.
    En el momento en que tenga todo lo que estoy soñando, se habrá concretizado tan rígidamente que mis anhelos perderán las alas. y mis fantasías, al ser limitadas, no tendrán más el equilibrio de la Felicidad.
    El otro pájaro que ya antes había tenido condiciones de saber lo que era la Felicidad, se quedó pensando en voz alta:
    - No es posible que en tan poco tiempo puedas modificar todo lo que yo tenía como concepto de existencia.
    Tú eres más pequeño que yo y has guardado más sabiduría.
    Si volaba en procura de los míos y tú lo hacías en procura de la Nada, de aquí en adelante iremos juntos.
    Tal vez la Nada y lo Desconocido nos prometan tantas victorias que, aunque nuestro desaparecer de la materia sea la Soledad, nos sentiremos tan completos y gigantes que aquellos que nos guiaban o nos quitaban la vida, nunca pudieron imaginar que se podría Crecer o Sentir.
    - ¿Vamos a VOLAR?
    - ¡Vamos!
    - ¿Hacia dónde?
    - Hacia donde el viento nos lleve.
    Levantaron vuelo, y cuanto más se alejaban todo lo que abajo quedaba lo veían pequeño.
    - ¡Qué intenso era el lago, el pasto, la sombra de los árboles y hasta el viento! Y mira qué insignificantes son.
    - Es verdad. Dependiendo de la llegada, de la partida, del sentir de nuestra presencia, todo se transforma.
    Y ahora me pregunto si allá abajo es tan agradable como pensábamos.
    - ¿Qué habrá sobre las nubes?
    - Nunca fui hasta allá porque pensé que era mucho esfuerzo. Bajar siempre fue más fácil.
    - ¿Vamos a seguir subiendo?
    - Despacio, para no cansarnos...
    Subieron, subieron y subieron.
    En un momento, sin percibirlo, habían pasado las nubes, que pronosticaban lluvia, temores, desequilibrio o peligro.
    Allá arriba, en quietud y silencio nunca antes sentidos, se miraron bajo el sol que brillaba intensamente.
    Hacia abajo no distinguían el lago ni el pasto; sólo veían un lechoso manto que todo lo cubría: eran las nubes.
    - ¿Qué hacemos? ¿Subimos un poco más?
    - No creo tener fuerzas.
    - Bueno, bueno. Vamos a intentarlo, así podremos seguir... ¿hasta dónde?
    - ¡Vamos!
    El aire estaba extraño.
    Sentían que algo era diferente pero no se cansaban.
    Sus cuerpos estaban más leves.
Comenzaron a cantar, cada uno en la forma que sabía. Cantar melodioso que formó un camino de colores por el cual fueron transportados hacia el espacio.
    Allá abajo se veía una esfera gigante, azul, blanca, cristalina, extraña, indescriptible.
    Miraron el sol. Parecía haber desplegado dos rayos de fuego en forma de manos y los llamaba:

    - VENGAN HIJOS DE LO PERMITIDO, QUE NO TUVIERON MIEDO DE DEJAR EN DESTIERRO TODA LA MATERIA QUE CARGABAN.
    VENGAN, QUE LOS LLEVARÉ POR EL ESPACIO Y LES MOSTRARÉ QUE LA VIDA NO ES EL SENTIR NORMAL Y SI LA PERCEPCIÓN DE LO DESCONOCIDO.
 
 

Ñ
 
"El sol, parecía haber desplegado
dos rayos de fuego en forma de manos..."
 
 
 
Un Gato y su Conciencia
 

    Dos perros estaban durmiendo.
    Uno de ellos despertó. Se limpió los ojos con la pata, sacudió la cabeza porque tenía cosquillas en las orejas, bostezó, se estiró, se arqueó todo y pensó:
    Espero que sea un buen día; que el gato del vecino esté en la puerta, que lo pueda correr, que al correr derrumbe la botella de leche, que yo pueda tomar un poco y la culpa sea de él.
    Miró a su compañero, todavía dormido, y le mordió la oreja.
    - ¿Por qué me fastidias?
    - ¡Sólo quiero que veas el tiempo! Está bonito. Podríamos salir a dar una vuelta.
    - Prefiero dormir un poco más, me acosté muy tarde.
    - ¿Qué has estado haciendo?
    - No te importa.
    - Pero... me interesa. Eres mi compañero y tengo que saber lo que te pasa. Si te preciso, algún día, te busco, no te encuentro...
    El perro dormilón interrumpió:
    - Mira, yo tengo suficientes pulgas en el cuerpo para saber lo que hago y por dónde ando.
    - Muy bien, veo que te has levantado malhumorado. Sigue durmiendo.
    Comenzó a caminar, solo, y vio que realmente el gato lo estaba esperando como siempre, porque también se divertía con aquel juego matinal.
    Era tan monótona la vida...
    Cuando el perro estuvo cerca, el gato se limpió las patas como si no lo hubiera visto.
    El perro trató de correrlo y el gato no se movió. Comenzó a ladrar y este no se movió. Se acercó con furia y el gato, sin dejar su lugar, sacó las uñas y se las mostró.
    - ¡Espera! ¿Qué es lo que quieres? ¿No juegas más?
    Yo te corro todos los días, mientras derrames la leche y pueda tomar un poco... ¿Qué mal hace eso?
    - Hoy no tengo ganas. Más bien quien te va a correr soy yo.
    - Estaríamos en contra de las leyes evolutivas.
    El gato puso la otra garra para afuera.
    - Te estás tornando convincente. Es probable que corra.
    El gato se quedó muy contento sin correr y el perro se alejó sin poder tomar la leche. En su camino encontró una ventana abierta, se acercó, apoyó sus patas delanteras sobre el marco e investigó el interior.
    Era una casa muy grande. La sala estaba vacía; de un salto entró en ella. Todo estaba limpio y transparente. Los pisos eran de cerámica, reflejaban su cuerpo.
    El sol comenzaba a alumbrar con sus primeros rayos a través de muertas ventanas sin cortinados.
    Con la luminosidad apareció un corredor y otra sala mayor que lo invitaba a penetrar en sus espacios.
    Una escalera gigante se irguió ante él. Sintió dentro suyo alguna marcha que había guardado en la memoria sin saber cómo, y comenzó a subir queriendo imitar un príncipe.
    Nadie lo veía, entonces podía hacer cosas que a veces le mandaban y él se negaba.
    Cuando llegó al último escalón, miró para atrás. Se entristeció porque no había nadie para observarlo; pero también eso era una alegría.
    Siguió andando y vio varias puertas, casi todas entreabiertas, ninguna cerrada.
    Papeles en el suelo, poco desorden, pero todo indicaba que había sido abandonada. Miró puerta por puerta. Encontró una caja de zapatos y dentro de ella una cría de dos perritos.
    Los cachorros no tenían madre, no tenían nada. Habían sido también, aparentemente abandonados.
    - ¿Qué voy a hacer?
    Son pequeños y a esa edad no se tiene conciencia de lo que se Es.
    Pero deben estar hambrientos.
    Salió de la casa y fue en busca de aquel gato que siempre derrumbaba la botella de leche.
    Allá estaba todavía, mirándose las uñas.
    - ¡Escucha! ¿Quieres ayudarme a llevar esa leche?
    - Sería lo último que haría.
    - ¡Espera! Te diré lo que pasa ... - y le contó lo que había visto -.
    El gato se entusiasmó:
    - ¿Pero esa casa es realmente tan interesante?
    - Sí. Es muy interesante. Y está llena de cuartos.
    - Y... ¿será que uno puede soñar en esa casa?
    - Lo que tú quieras. Ella te brinda toda y cualquier posibilidad.
    - ¿Es más grande que la casa en que vivo?
    - ¡Terriblemente mayor! Es una mansión.
    El gato decidió acompañarlo y cooperar.
    Vieron una rama con muchas hojas. Levantaron la botella, con cuidado para que no se quebrara, y cuando la colocaron sobre ella consiguieron arrastrarla.
    Cuando llegaron cerca de la ventana, dejaron la leche fuera y entraron a la casa.
    El gato comenzó a soñar, también pensando que ya era más que un príncipe.
    Tal vez un rey poseedor de coronas.
    Vio gatos y gatas bailando en el salón. Resoplaba. Saludaba. Hacía todo lo que había visto en la televisión de modismos humanos.
    La imaginación era muy fértil.
    La soledad de los animales le había generado una segunda mente que le permitía sobrevivir en equilibrio, contrarrestando la monotonía de una vida vacía.
    Mientras tanto el perro llegó al cuarto donde estaban los perritos y arrastrándolos despacio, los hizo bajar escalón por escalón. Los agarró con los dientes por el pescuezo y los llevó donde estaba la leche.
    Cuando el perro ya había derramado la leche en el piso y los pequeños se estaban alimentando, volvió a entrar en la casa para buscar a su extraño compañero.
    Lo llamó por su nombre. Así descubrió que la voz parecía repetirse. Le gustó. Comenzó a ladrar fuertemente. Le daba la sensación de que había muchísimos perros iguales a él.
    Al rato oyó un grito. Era el gato, pidiendo que se callara porque con el ruido estaba quebrando un momento de meditación y concentración que él tenía.
    - ¿Qué es lo que estás haciendo? - dijo el perro -.
    - Estoy en silencio.
    - Pero te pasas la vida en silencio. ¿No haces otra cosa?
    - ¿Con quién podría hablar?
    - Conmigo.
    - Bueno, tú... ¿qué es lo que sabes?
    - Yo sé cosas que tú no sabes.
    - ¿Qué, por ejemplo?
    - Mira. En mi inquietud he descubierto que hay seres que pueden precisar de nosotros para salvarles la vida.
    - ¿Salvar la vida? ¿Para qué?
    A mi lo que me interesa es encontrar una bella casa donde me pueda quedar.
    Si llegase a venir un amo y me encontrase en la casa y gustase de mí, me trataría como a un rey.
    Estaría mucho mejor que en la otra casa, donde lo único que saben hacer es colocarme en la puerta de calle cuando llega la mañana porque dicen que el olor a gato es infernal.
    - Pero eso no te solucionaría el problema de existir.
    Estarías un poco mejor en tu vida. Pero nada tiene que ver el estar mejor con lo que se Es.
    Tú perderías un amigo, que sería yo, porque tal vez no podría llegar hasta aquí.
    - Tendría otros amigos. O tú piensas que un hombre con dinero sólo tiene gatos...
    - Pero no me has contestado si te gusta estar en silencio.
    - Me gusta, sí.
    - Y ¿por qué?
    - Porque en el momento que expongo mis deseos, el mundo me muestra que nada puedo tener.
    - ¿Alguna vez soñaste entrar en una casa como esta?
    - No.
    - ¿Y no te has dado cuenta que por tener un amigo te enteraste que la casa existía? De lo contrario estarías lamiéndote las patas en una casa de pobres.
    - Sí... es cierto. Pero pobres o no pobres, me dan de comer.
    Lo ideal sería estar constantemente atento para ver si se muda alguien aquí, y cuando lo haga me encuentre dentro de la casa.
    El gato, a pesar de todo, persistía en su egocentrismo.
    El perro, viendo los perritos durmiendo, ya alimentados, decidió continuar con la vuelta matinal.
    El sol estaba alto.
    Sentía hambre, pero la leche se había acabado. Entonces, comenzó a escarbar latas y escarbar latas... en una de ellas perdió el equilibrio y cayó haciendo un gran barullo.
    Cerca estaba uno de aquellos cazadores que andaban buscando las patas de los perros porque no entendían lo que estos Eran.
    Cuando quiso escapar, ya estaba prisionero, siendo llevado detrás de una rejas. Se lamentaba, sentía por primera vez lo que era perder la libertad.
    Y... ¿qué sería de su amigo gato, ahora? ¿Con quién hablaría mostrando sus vanidades y su vacío interior?...
    Llegó la noche y el gato se extrañó de que su amigo no hubiera vuelto. Por lo menos por curiosidad, quería saber qué había pasado con los perritos que dormían afuera.
    Cuando salió por la ventana para retornar a la casa donde sabía que lo esperaba por lo menos un poco más de comida, no vio a los pequeños.
    Tal vez algún transeúnte o viajante extraño los había cargado y se los llevó - pensó -.
    Fue para su casa. Llegó a la puerta, la arañó; y la dueña, como siempre lo hacía, lo dejó pasar.
    Entró. Buscó calor, sin precisar calor; una aproximación, sin precisar aproximación. Su plato de leche y comida estaba listo.
    Dormitó.
    Al otro día, de mañana, fue puesto en la calle como siempre al lado del litro de leche.
    Comenzó a limpiarse las patas y las uñas; era el trabajo que sabía hacer: pasarse la lengua el día entero.
    Esperó inútilmente que el perro llegase, su gran amigo que siempre pasaba; que hacía que lo corría, la leche se derramaba y todo aquello que era necesario para llenar el tiempo.
    El perro no llegó. No llegó.
    ¿Habrá ido a dormir a la casa grande en vez de hacerlo, como siempre, en la calle? - se preguntó el gato -.
    Decidió ir donde él normalmente dormía. Encontró al compañero de pocos amigos.
    El gato subió a un tapial y desde allí comenzó a gritarle hasta que lo despertó:
    - Escúchame, ¿dónde está tu compañero?
    - No sé. ¡Ni me importa! La vida es de él.
    - Sí. Pero es tu vida, también. ¿O tú puedes dormir tan bien solo como acompañado?
    - A mí me da lo mismo. Ya le dije a él y te lo digo a ti:
    Tengo mis propias pulgas en el cuerpo y soy adulto, entonces no preciso de nadie. Me rasco solo.
    El gato, al ver que el otro poco se interesaba del amigo, salió en su búsqueda. Fue hasta la casa y encontró la ventana abierta. Su corazón vibraba. Comenzó a sentir angustia y desesperación.
    Por primera vez notó que existía algo diferente en su vida.
    Aquel perro todo sucio, bobo, tonto, que a veces lo corría, que era corrido, se había vuelto en su interior más que un simple momento o un pasatiempo.
    Lo buscó y no lo encontró...
    - Si yo tengo olfato y capacidad sensitiva para buscar una casa a centenares de kilómetros, si fuera necesario, también tengo que recordar cómo era el olor de mi amigo para poder encontrarlo.
    Así empezó la peregrinación. Le llevó un día, dos, tres, ... Ya estaba extenuado. Mordía pedazos de comida donde encontraba, cualquier cosa servía, lo importante era seguir con vida, porque había comprendido que era necesario hallar a su compañero, pues de esa forma se encontraría a sí mismo en un "algo" de existir que desconocía.
    Lentamente se aproximó al lugar donde los perros eran guardados antes que los dueños los buscasen. Su amigo podía estar allí.
    Pero, ¿cómo, un gato, entraría en un lugar como ese?
    Eran los mayores enemigos desde los tiempos en que existieron como perro y gato.
    Tenía que descubrir alguna forma.
    Recorrió el barrio, encontró dos perros que tenían casa, que tenían dueño y eran cuidados.
    Al ser cuidados, los perros no lo atacaron porque no era un gato cualquiera. El les contó la historia.
    - ¿Qué podríamos hacer para salvar a tu amigo?
    En poco tiempo tramaron una idea fantástica. Uno de los perros propuso:
    - Yo dejaré que me apresen. Que me tomen por las patas y me lleven.
    Tú le indicarás a nuestros dueños quiénes fueron los que me llevaron, para que vayan a buscarme.
    Mientras tanto, dentro de la prisión que hacen para nosotros, trataré de descubrirlo. ¿Qué nombre tiene?
    - No sé - respondió el gato - pero puedes decirle:
    ¿Tú eres aquél que corre a los gatos y los gatos te corren?
    Y él sabrá quién es.
    ¿Tú eres aquél que salta las ventanas y da de comer a los perros pequeños?
    Y él sabrá quién es. Entonces se dará a conocer.
    - Una vez que esté dentro, veré si hay forma de abrir las jaulas... nos juntaremos, haremos una revolución, una guerra. Unidos, tal vez consigamos escapar. Es una alternativa.
    - Un tipo extraño como ese tiene valores ocultos que sería bueno conocer. Después de todo, aquí llevamos una vida tediosa y sería bueno descubrir un amigo que pasó contra el mundo.
    Entonces salió fuera de los muros de la propiedad y fue al encuentro de los que cazaban las patas de los perros.
    Cuando estuvo dentro de la cárcel, investigó profundamente:
    - ¿Aquí está un fulano que es así, así, así...?
    - Debe ser aquel.
    - Sí, debe ser.
    Lo encontró.
    Reunió a todos los perros y tejió una mentira:
    - Allá afuera hay más de cincuenta que están esperando por nosotros, prestos a formular el mayor escándalo si fuera necesario. Tenemos que hacer un tumulto aquí para que los guardias se alarmen, y lleguen a pensar que estamos rabiosos, desesperados o cansados de esta vida de perros; y así, tal vez consigamos que él escape, puesto que es muy importante para salvar el equilibrio de la Conciencia de un gato.
    - ¡¿De un gato?! - aullaron los perros - Pero... ¿desde cuándo nosotros pensamos en gatos?
    Si hubieras hablado de perros y a su vez abandonados, todavía. Pero, ¡de un gato!
    Los perros estaban asombrados y confusos.
    - Sí, un gato. Es posible que entre perros y gatos exista una unión, y sea el inicio y el fin de todas las luchas que hemos tenido.
    Tal vez podamos vivir en equilibrio y como amigos. ¿Qué les parece?
    - Estás loco.
    Después de varias horas de discusión consiguió convencerlos.
    Muchos no iban por el gato y sí por su amigo. Otros iban por lo propio; perros que ya estaban cansados de esperar a los amos que no venían, mostrando que el amor que decían tener nunca se practicaba.
    Estaban prisioneros, condenados a muerte.
    Varios se habían olvidado que tenían dueños y éstos habían olvidado el derecho de aquellos a existir.
    A la hora marcada, comenzaron. Todos ladraban. Todos se quejaban. Hacían que se peleaban sin pelearse. Fue un perfecto desorden.
    La prisión entera parecía estar hirviendo. Eran pocos hombres, pero trataron de separar a los perros. Cuando estuvieron entre ellos, fueron atacados. Cayó el manojo de llaves. Los perros hábiles intentaron abrir los candados. Lo consiguieron.
    Aprovecharon para escapar, a la salida de un camión por el portón.
    El perro principal de raza, aquel que se había ofrecido como prisionero, guió a los otros.
    Se dirigieron a la residencia en que vivía y avisaron a su compañero que no accionase el plan previsto.
    Todos los que con él llegaron pudieron conocer al gato.
    Se ocultaron. Se dispersaron. Todos habían aprendido una profunda lección de vida.
    Aquel amigo del gato tuvo su libertad. Había conquistado nuevas amistades. Y aprendió que la unión de las fuerzas le podía dar posibilidades de prolongar su existencia y ser mucho más de lo que había sido antes; que vivir vanamente pensando en pequeñas cosas, no tenía significado.
    Y sumar las acciones era mejor para la sobrevivencia, desenvolviendo virtudes que anulaban el egoísmo.
    El gato descubrió que lamerse las patas el día entero en una vanidad concentrada, no tenía valor; que aquel sentimiento que había aparecido como un vacío, se manifestaba por primera vez en forma de amor.
    Él no sabía lo que era el amor, mas se había sentido vacío y eso era lo importante, tanto que cambió todo el ciclo de pensar de su existir.
    - ¿Sabes que vales más que tu vanidad?
    - Y tú vales más que tus ladridos bobos.
    - Una cosa te digo.
    No tendré más amistad con aquel sinvergüenza que lo único que sabe hacer es contar las pulgas de su cuerpo.
    - Buena idea.
    - De aquí en adelante dormiré del lado de afuera de la ventana de la casa grande.
    Si a la persona que viene a ocuparla le agrada que yo esté como cuidador, todo bien.
    Si al entrar dice:
    "El gato ya existe en la casa y esta existe con el gato. Dejémoslo", nos quedamos. Si uno de los dos fuera echado, buscaremos otro lugar. ¿Qué te parece?
    - Perfecto.
    - Pero... hay una condición: tú deberás buscarme alguna que otra comida, como eres felino te mueves diferente que yo.
    - No te quieras aprovechar de mi amistad. Yo busco mi alimento y tú buscas el tuyo.
    La capacidad de existir está en el equilibrio.
    Si lo practicamos podremos ayudarnos mutuamente.
    ¿Lo has entendido?
    - Creo que tienes razón, la pereza no lleva a nada.
    Terminó el día.
    Al ponerse el sol, meditaron;
    ¡Cómo hay seres que pueden parecer insignificantes! Pero cuando se tiene la necesidad de sobrevivir, surgen factores pequeños o grandes que pueden crear soluciones aparentemente imposibles.
 
    La unión, la fuerza y la conciencia colectiva remueven todo aquello que podemos estar Negando, idealizando una realidad profunda y ETERNA.

 
 

Ñ
 
 
"Terminó el día.
Al ponerse el sol, meditaron..."
 
 
 

 
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