El Hablar de los Pensares 
El Mensajero de la Muerte
 
    Fui avanzando día tras día, hasta llegar bien cerca de donde él pasaba sus noches.
    Detrás de unos árboles no distantes de mis ojos, se ocultaba en unas ramas secas.
    Yo lo había seguido porque me extrañaba su forma de volar; parecía sin sentido pues todas las veces que volvía del valle iba a lugares que no eran su nido.
    El árbol parecía muerto por un rayo.
    Siempre regresaba al ponerse el sol. Y del sitio en que yo estaba, desde el ángulo que lo observaba, pude estudiar su comportamiento.
    Una vez posado era esbelto, pico mayor que lo normal, ojos oblicuos color naranja, tirando a fuego.
    Miraba obsesionado la sombra que proyectaba.
    Movía sus alas inquietamente. Caminaba de lado sobre el gajo y cuando se aproximaba a la naciente del mismo, cerca del tronco, quedábase quieto.
    Observaba el sol que se inclinaba sobre las montañas y el reflejo dorado de la nieve.
    Parecía entretenerse en el cantar de un arroyo cercano.
   Lentamente se hacía de noche. Todo era dominado por un gris intenso. Y empezó a apagarse la escena como si fuera de un sueño.
    Encendí un fuego pequeño, no quería que me viese, tampoco asustarlo. Había conseguido un lugar de privilegio y era extraño que él no se sintiera observado o que sus sentidos no lo hubiesen alertado de la presencia de nada menos que de un humano.
    En plena noche, curioso irresistible como soy, accioné mi linterna y en el centro del haz de luz estaba adormecido.
    Ya un poco más tranquilo, apagué con cuidado mi último cigarro y soñando cosas extrañas en el insólito aire que se respira en las montañas, las horas pasaron.
    No sé lo que hizo que me despertara porque no había clareado. Las cenizas humeaban y todo lo que parecía vida, dormitaba.
    Me recliné sobre el árbol al pie del cual había descansado y vi nacer el día.
    En un instante movió su cabeza, agitó nerviosamente las alas. Yo quería saber lo que hacía en cada mañana. Lo miraba de frente.
    Se picoteó el pecho incesantemente, acomodaba sus plumas debajo de las alas, ejercitó volar unas veces como midiendo sus fuerzas para esa mañana.
    Se dejó caer de la rama y abriendo sus alas se depositó sobre una piedra. Bebió el agua fresca que venía de las montañas. Humedeció sus patas, lavó sus garras y mirando para cualquier canto se inició a volar.
    Primero en círculo, tomo altura y cuando ya casi era un punto, planeando entre el viento helado se dejó llevar.
    Después de algunos minutos estaba de nuevo en el valle.
    Secretos de su silencio yo ya sabía, tenía que completar ahora lo que en el valle hacía.
    Nervioso, queriendo aprovechar la mañana, me desplacé entre las piedras y los árboles buscando una trilla, un sendero cualquiera.
    Conocía el lugar en que él siempre estaba.
    Pero en aquella mañana, al pasar por la cabaña de un leñador, levanté mi cabeza, no sé... tal vez por instinto y lo distinguí por la forma estilizada que cargaba.
    Estaba sobre una rama, esta vez frondosa, en silencio, parado como una estatua.
    Luego bajó, nadie cerca caminaba y entre las piedras parecía querer esconderse.
    Me pregunté:

    ¿Qué es lo que busca?

La puerta y las ventanas
se abrieron,
la chimenea humo lanzaba,
dos caballos relinchaban
y un perro ovejero, ladraba.
Presté más atención,
escuché acordes de guitarra.
Acordes de guitarra
¿quién sería que tocaba?

    Busqué otra posición más cómoda donde me pudiera reclinar. Sabía que esta situación no iba a terminar tan rápido.
    El aguilucho, saltando de piedra en piedra, parado en un tronco bajo, hacia la casa miraba.
Pensé:
    ¿Le darán comida?
    ¿Qué es lo que busca o lo llama?

Una bella muchacha,
no llegaba a los veinte años,
una guitarra cargaba.
Voz delicada,
como trinos de pájaro
canciones cantaba
y con su suave caminar
su ropa también danzaba.
El aguilucho se inquietó,
estiró el pescuezo,
aguzó la mirada
y ella se fue aproximando.
Fantasía parecía
pero era para él
que cantaba.
Lo hizo dulcemente.
El padre, parecía ser,
observaba.
Nada hacía.
Quieto estaba.
Y la guitarra con sus sonidos
llevaba al aguilucho
a moverse de un lado para el otro,
como si su movimiento
la música acompañara.
Inició un pequeño vuelo
pero a baja altura.
Y la muchacha
más alegre tocaba.
Cuando parecía
que el hambre lo apretaba,
subió y más al valle penetró,
en los lugares en que otras veces
yo lo alcanzara.
La joven dejó de tocar,
hacia el espacio con sus ojos
y risa abierta miraba.
Colocó la guitarra
apoyada en los hombros,
volvió a la cabaña.
El padre acariciándole
suavemente la cabeza
parece que le dice:
"Lo has conseguido
una vez más
esta mañana."
Desperté de todo
lo que estaba observando.
Caminé,
por momentos corría,
no quería perder este día
que me ofrecía tal vez,
la solución final
de mis enigmas.
Alcancé el lugar.
Sobre el árbol más alto,
como siempre,
él estaba.
Parecía que veía
todo lo que era vida,
se movía, se animaba.
Se dejó caer,
cerró las alas
y en ese instante no quise mirar
lo que su instinto lo empujaba.
Después que él se elevó
y se apoyó en otra rama
me pude acercar y ver
dos huevos, un nido que destrozara.
Yo me preguntaba
por qué un instinto de esa especie
tanta destrucción buscaba.
Abría inquietamente el pico,
parecía que se limpiaba,
las garras manchadas de color
no tan pulcras como cuando
en el riacho las lavara.
Miraba ansiosamente
y de nuevo la danza comenzó.
Cerró sus alas
y entre los bosques
y las ramas, se perdía.
Porque tenía hambre
la sangre lo empujaba.
Cuando volvió estaba inquieto,
inquieto de más, se agitaba.
No llegué a entender en su lenguaje
lo que quería decir,
si estaba triste, alegre,
o algo lo desesperaba.
En pleno vuelo
era más que un águila.
Desde las alturas comenzó a planear
pero pude ver que bajaba
en dirección a la cabaña.
Corrí nuevamente,
quería ver qué lo aguardaba.
Cuando llegué
estaba, en la misma rama.
Pero me extrañó:
la chimenea no humeaba,
las puertas cerradas,
perro, caballos, no estaban.
Y él cantó, gritó,
la muchacha no salía
guitarra no cargaba.
Música no se oía
a no ser el canto desesperado
del águila
que llamaba y llamaba.
Bajó entre las piedras
se dejó estar sobre aquel tronco
en que antes lo observara.
Y ya en tierra
paso a paso se fue aproximando
a la cabaña.
Agitó las alas,
miró a través de las vidrazas:
estaba vacía,
sobre la mesa
depositada la guitarra.
¡Qué girar!
¡Qué volar!
¡Qué moverse!
Nunca había visto
un ave en ese estado
tan desesperado.
Y quieto estuve
no podía interrumpir
lo que tan naturalmente
había llegado
hasta mis ojos y mi conciente.
Y en este pensamiento
pude ver,
cómo tomando velocidad
sobre las ventanas estallaba.
Pensé que sería un suicidio.
¿Qué era lo que lo animaba
con tanta furia
en la cabaña a querer entrar?
Se alejó.
Creí que se iba,
pero lo vi retornar
a una gran velocidad.
Y quebrándose
contra uno de los vidrios
cayó sobre la mesa.
Rápido llegué hasta el lugar.
Me escondí para no ser visto.
Mas él ya mal observaba.
Parecía tener un ala encogida,
una pata en posición adversa
y con la punta de la otra ala
suavemente con sus plumas
las cuerdas acariciaba.
Sentí que la guitarra tocaba,
tenía acordes, sonidos, armonía:
era el ave que cantaba.
Y en sus últimos gritos
de desespero, de ausencia,
no sé qué pensaba.
El ala se estiró como un estertor
y las seis cuerdas,
en un último acorde,
para aquél que soñaba,
cantó.
Me retiré en silencio,
parecía que mi presencia profanaba.
Me alejé cabizbajo por el bosque,
sin camino, todo incierto.
 
Pero desde aquel día pienso
que las aves, realmente,
tienen conciencia
y aman...
   

 

Ñ
 
 
"En un instante movió su cabeza.
Agitó nerviosamente las alas..."
 
 
 
Los Meteoros
 

    Dos meteoros encontráronse en el espacio, llegados de horizontes universales distantes y desconocidos.
    Juntos dialogaron en forma extraña.
    Uno de ellos decía:
    - Me he de estrellar contra aquella luna que se aproxima y provocaré el mayor cataclismo porque de esa forma me realizaré.
    Verán el poder que cargaba conmigo, la masa que desplazo, la expansión que soy capaz de provocar.
    ¿Y tú qué harás?
    - Yo seguiré vagando. Tal vez aquel planeta azul que se acerca con nubes, sea un nido formidable.
    He de explotar con toda mi belleza y en mil luces, porque atmósfera carga. Me desplazaré hasta su superficie, horadándola y dejando para siempre la marca de mi existencia.
    - Tú prefieres, por lo que veo, perderte en mil pedazos.
    Es posible que te confundan, porque otros caerán dispersos o en bloque y parecerás parte de otro y no de ti mismo.
    Mira, la luna se aproxima y yo estoy presto a lanzarme con toda la fuerza que cargo.
    Tienes la oportunidad de contemplar extasiado, mi poder. ¡Allá voy...!
    - Hasta nunca ver viajante, espero que NO TE PIERDAS EN INUTILES PROPUESTAS.
    Continuó su trayecto mientras observaba la explosión y el silencio, porque eco, su último estagio, no expresaba.
    Reflexionó:
    Pensó que era todo y por lo que veo, Silencio se manifestaba...
    -Ahora sí, sigo mi rumbo.
    Atravesaré su atmósfera, penetraré sus nubes. Seré fragmentado en un fuego que irradie por todos lados.
    Caeré como una lluvia de meteoros bañando toda la superficie...
    Sí, mi último cantar será marcado. De existir conciencias, me sentirán, magnífico y esplendoroso, desintegrarme.
    ¿Qué es lo que estoy viendo? Detrás de él hay una estrella.
    ¡Qué LUZ radiante tiene!
    ¿Por qué no fundirme a ella?
    Veré si puedo apartarme de la atracción magnética, tan fantástica, de este planeta.
    Conseguiré pasar sin que me absorba.
    ¿Debilitará mis fuerzas?
    ¡¡¡NO!!!
    Déjame planeta. Yo pensé que estabas moribundo.
    Déjame seguir errante mi rumbo. Deja que vaya en dirección a esa estrella prometedora de mayores bellezas y de una vida desconocida.
    Sí, veo que me permites partir. A ella me fundiré para siempre.
    Fuego de un sol que me atrae.
    Estrella que ilumina.
    LUZ ETERNA.
    Te entregaré todas mis fuerzas.
    Sumaré a ti
    las expresiones que genero.
    ¡Allá voy estrella!
    Tú sí me prometes ser
    la más bella...
 

 
Ñ
 
 
"Dos meteoros encontráronse en el espacio..."
 
 
 
Transfiguración
 

    Muchas historias extrañas he vivido en aquellos bosques.
    Cierta mañana, caminando por un sendero abierto a machete, me recliné junto al pasar de unas aguas cristalinas.
    Un pequeño arroyo, de los tantos desagües por donde baja la nieve que se ha derretido.
    Cañas quebradas. Pocos gajos secos. Una piedra húmeda.
    Gustaba escuchar el canto de los pájaros, el ruido del agua que se sumaba al batir del lago sobre las piedras.
    El sol lentamente calentaba el rocío disperso por las superficies que el bosque presentaba, y lo unificaba en una nube suave que ascendía.
    Vapor tangible, creador de fantasías a través de la Conciencia fértil que las definía.
    Pero aquella mañana vi, y fantasía no era, una nube aproximándose. Densa de más, parecía hasta esquivar los troncos de los árboles.

  Me impregnó
en una fragancia extraña.
Rodeó mi cuerpo.
Mantuve la calma.
Adormecí.
Y al cerrar los ojos
sólo silencio,
ni el correr del agua
escuchaba.

    Pienso haber estado dos o tres horas en ese estado letárgico. Y al despertar, de mi conciencia brotaba una historia nunca pensada.

Historia del agua
que corría entre mis pies
bajados de la montaña.
En ese instante mi mente
¿Imaginaba?
¿Idealizaba?
Se desplazaba
hasta las cúspides,
las cúspides heladas.
Picos de montañas nuevas,
áridos, agrestes,
vertiginosamente finos
como cuchillos.
Piedras
que no estaban desgastadas.
En mis recuerdos
la nevada del atardecer pasado.
Ante mí el presente
del deslizamiento de la nieve
en forma vana,
que más adelante
en dos piedras
aparentemente negras,
goteaba.
Traté de seguir su curso
que a otras se sumaba.
Y lentamente surgía
para mis ojos y mi pensar
el nacimiento del surco
que más abajo se transformaría
en río,
ruidoso al caminar.
 
Intenté sentir
entre mis manos
su trepidación.
Parecía que jugaba.
Helábanse mis miembros.
Endurecíanse las articulaciones
y sentía que se congelaban.
Una sensación de quiebre.
Mis dedos se separaban
y corriendo cuesta abajo,
en una configuración extraña,
sentí temor.
 
Pensé que nunca más
las manos que usaba para acariciar
de nuevo conformaciones tendrían,
conformaciones humanas.
 
Me precipité junto al agua
y batiendo de piedra en piedra,
de salto en salto,
comenzaba a soñar.
 
Por momentos estaba
de espaldas, de frente,
de cabeza o de pie.
Ya mis formas
no se manifestaban.
 
Y como un fluir
de ir, venir,
quedarse, alejarse,
sumarse o contrarrestarse,
yo ya no era materia
y sí la propia agua.
Las sensaciones se deshacían.
No era más frío ni calor.
Pero en vertiginoso aumento
la nieve se sumaba.
Ya caía.
De mayor altura
o a veces de nada.
Me deslizaba
con más fuerza,
en torrentes mayores,
y llegaba la calma.
Pequeños lagos se formaban
en piedras
que vistas desde abajo
no las imaginaba.
 
Me sentí cristalino,
puro,
diluyéndome en bandas.
Y cuando,
como un espejo,
el sol reflejaba,
acumulé dentro de mí la luz
la luz fuerte
que sus rayos daban.
Más nieve
a mí se sumaba,
me impulsó para afuera
y caí en nuevas vertientes.
 
Con fuerza más acelerada
me desplazaba.
Hasta que me encauzaron
piedras mayores
y me definí
en una acción prolongada.
Y allá abajo
casi por fundirme
en el lago mayor...
 
Nuevamente me erguí,
aprovechando el calor
que el sol me daba;
y al conformarme en nube
me anexé a mi materia
que estaba inanimada.
 
    Ya no más era un extraño caminando por senderos que otro abriera a machete.
    Ahora era parte del bosque, porque sentía que junto con él vibraba.

 

 
Ñ
 
"Un pequeño arroyo, de los tantos desagües
por donde baja la nieve..."
 
 

 
 
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