EL
TEMA
DEL
MES
A 30 AÑOS DEL HOMBRE
EN LA LUNA
El 20 de julio de 1969 la conquista
del espacio tuvo su apogeo. La mirada expectante de millones de televidentes
en todo el mundo, seguía con atención la caminata de Armstrong
y Aldrin sobre el suelo lunar. Ninguno de los dos regresó allá
en las sucesivas misiones Apolo, como sí lo hicieron otros astronautas.
No le busquemos a esto una explicación tal como que algo les pasó
con los extraterrestres que los vigilaban durante el viaje. Transmisiones
no públicas de Armstrong a Houston, daban cuenta de la presencia
de otras naves, de origen no identificado.
"Terror en la Luna", publicó
J.J. Benítez. Aldrin, alcohólico, y Armstrong visitando la
estancia "La Aurora", en Uruguay (famosa por casos ovni) y la cueva de
Los Tayos, en Ecuador, (entre cuyos tesoros había imágenes
que sugerían presencia extraterrestre en la antigüedad). El
primer hombre en la Luna, ¿volvió decidido a investigar a
esos seres cuyas naves había visto en su viaje espacial?
Tres décadas, en las
que lo más contundente que la misión Apolo XI reportó,
permaneció silenciado. Algo que habría sido más impactante
que la mismísima caminata sobre el polvillo selenita. Más
interesante que los varios quilos de piedras recogidas para estudio. Pero
no: los extraterrestres son secreto de estado, y el mundo no tenía
por qué enterarse del avistamiento reportado en línea privada.
Privada, salvo por algunas antenas paradas, que nunca faltan.
Hasta que la Apolo XVII cerró
el programa de exploración lunar, tres años más duraron
estas misiones. Mientras los rusos seguían enviando sondas automáticas,
algunas de las cuales traían a la Tierra una cápsula con
muestras de suelo, pero en Moscú ya no había interés
en enviar hombres. Toda la carrera a la Luna y la concentración
del esfuerzo por llegar, parecieron más un antojo, una curiosidad,
que una necesidad con vistas a algo permanente que ir a hacer allá.
Y aquí estamos, sujetos
a la ley de gravedad, sin haber salido del campo magnético de la
Tierra desde 1972. Los rusos con las estaciones espaciales Salyut y los
estadounidenses con los laboratorios orbitales Skylab, y luego con los
transbordadores reutilizables, han mantenido tripulaciones realizando estudios
en órbita durante meses, con vistas a futuras misiones interplanetarias.
Pero por ahora, nos quedamos acá. Con enorme esfuerzo y costo conseguimos
colocar frágiles naves en el espacio, a velocidades que no nos llevan
a ninguna estrella, mientras que seres venidos de las estrellas se les
atraviesan permanentemente en el camino a nuestros astronautas. Nosotros
pretendiendo ir a estudiar otros mundos, mientras somos estudiados por
gente de afuera.
Tres décadas, grandes
avances tecnológicos gracias a la astronáutica, pero seguimos
en la edad de piedra de los viajes espaciales. Antes del primer Sputnik,
naves extraterrestres precipitadas sobre nuestro suelo y confiscadas por
las superpotencias, daban una idea de que se podía llegar lejos;
tanto como lo lejos desde donde sus tripulantes hayan venido. Pero en medio
siglo desde Roswell, esa tecnología sigue siendo un misterio sin
resolver. Por fortuna: en manos de gente tan peligrosa como los líderes
mundiales y sus fuerzas militares, mejor que el manejo de tales artefactos
y sus propulsantes sigan siendo un interrogante.
Mientras tanto, en el país
en el que los archivos secretos sobre la muerte de Kennedy no podrán
ser abiertos hasta el 2029, y en el que la CIA mantiene en secreto una
enorme cantidad de información ovni, Armstrong debe estar recordando
todo lo vivido en aquel glorioso e inquietante momento. A solas con su
secreto, quizá guardando en algún cajón las memorias
de lo ocurrido, para que las encuentren y publiquen cuando ya se haya ido,
quizá más lejos que a la Luna.
El Editor
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