El puerto de Valencia bullía de actividad aquella noche de Abril del 90. Había allí reunidos una gran cantidad de jóvenes, todos ellos dispuestos a embarcarse rumbo a Mallorca. Y entre todos ellos estaban nuestros cinco majaderos, que ya se habían deshecho convenientemente de padres y se agolpaban junto a compañeros y extraños frente al túnel de embarque agitando sus billetes en el aire.Ningún extraño individuo uniformado se los pidió. Simplemente la bedela, que los acompañaba en el viaje como persona responsable además de la señora de la limpieza, les tomó los billetes y les dijo que podían pasar.
Entraron por aquel lóbrego túnel. Sus sombras se recortaban en el suelo, y sus figuras a contraluz inspiraban temor a la par que respeto. (Este recuerdo está un poco difuso y quizás no fuese realmente así, pero es así como me gusta recordarlo).
El barco, el Ciudad de Salamanca, no era gran cosa, pero era suficiente para impresionar a aquellos retoños de majadero. Se pasearon arriba y abajo. Corrieron por la borda e incluso creyeron ver delfines cuando Reyes lo comentó. Y finalmente, exhaustos tras su labor de exploración náutica, acabaron instalándose en el salón de butacas, donde tuvo lugar el acontecimiento que pondría rumbo a su estancia en la Isla. Allí, rodeada de inquisidoras miradas y babeantes personajes, brillando con luz propia entre especímenes de dudoso origen, allí estaba sentada Ella. Su nombre era Samantha, pero se la recuerda como Casandra, o Casandrita.
Nada más verla, a Rebollín ( que soy yo mismo, pero ahora prefiero adoptar el papel de narrador, dejando a mi adolescente yo como un personaje más de esta historia ), pues eso, que a Rebollín las pupilas se le transformaron en corazones como si de un morphing se tratara. Ella giró la cabeza nada más llegar él, pero no fue para mirarle, como él creyó, sino para no oler el asqueroso aliento de Valero que la acosaba desde el flanco derecho.
Por otra parte, Fechús y otro más, que creo que fue el mono, se retiraron a las butacas del final para cómodamente acurrucados, roncar unos minutos.
La noche pasó. Cada cual con su rollo. Y cuando despuntaba el alba nos reunimos todos, casi convulsivamente, sin voluntad propia sino dejándonos arrastrar por la corriente de la masa. Nos reunimos en cubierta. El cielo se teñía de sangre y oro, aunque Fechús, entre el velo y las legañas que pegaban sus pestañas inferiores con las superiores, sólo consiguió ver unas formas neblinosas y unos raros reflejos que le recordaban a su sonajero.
Eso fue poco antes de arribar a puerto, momento en el cual bajaron todos del barco, con pesados pasos y tambaleándose de un lado a otro. Sus cuerpos deshechos sólo pedían una cosa, hotel. Sus mentes daban encefalograma plano. Cuando una necesidad primaria es prioritaria nada más existe. Pero Rebollín tenía otra necesidad, también primaria pero no era dormir. No podía quitarse de la cabeza la pueril imagen de Casandrita, y recordando vagamente su nombre, y el nombre del hotel donde iba a hospedarse su clase durante la próxima semana, empezó a maquinar un plan para volver a encontrarla, plan en el que se iban a ver envueltos sin quererlo, es más refutándolo, sus cuatro compañeros de majaderías : El mono, Reyes, Chompe y Fechús …..
Fin del Capítulo Primero ..... Continuará ...
Rebollín 1998