Siguiendo los símbolos más antiguos de la fe cristiana, hemos iniciado un nuevo ciclo sobre reflexiones sobre Jesucristo. El Símbolo Apostólico proclama: "Creo... en Jesucristo su único Hijo (de Dios)". El Símbolo Nicenoconstantinopolitano, después de haber definido con precisió aún mayor el origen divino de Jesucristo como Hijo de Dios, continúa declarando que este Hijo de Dios "por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y ... se encarnó". Como vemos, el núcleo central de la fe cristiana está constituído por la doble verdad de que Jesucristo es Hijo de Dios e Hijo del hombre (la verdad Cristológica) y es la realización de la salvación del hombre, que Dios Padre ha cumplido en El, Hijo suyo y Salvador del mundo (la verdad soteriológica).
Si en las catequesis precedentes hemos tratado del mal, y especialmente del pecado, lo hemos hecho también para preparar el ciclo presente sobre Jesucristo Salvador, salvación significa, de hecho, liberación del mal, especialmente del pecado.
La revelación contenida en la Sagrada Escritura, comenzando por el Proto-Evangelio (Gn. 3,15), nos abre a la verdad de que sólo Dios puede librar al hombre del pecado y de todo el mal presente en la existencia humana. Dios, al revelarse a Sí mismo como Creador del mundo y su providente ordenador, se revela al mismo tiempo como Salvador: como Quien libera del mal, especialmente del pecado cometido por la libre voluntad de la criatura. Este es el culmen del proyecto creador obrado por la Providencia de Dios, en el cual, mundo (cosmología), hombre (antropología) y Dios Salvador (soteriología) están íntimamente unidos.
Tal como recuerda el Concilio Vaticano II, los cristianos creen que el mundo está "creado y conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo, crucificado y resucitado ..." (cf. Gaudium et spes, 2).
El nombre "Jesús" considerado en su significado etimológico, quiere decir "Yahveh libera", salva, ayuda. Antes de la esclavitud de Babilonia, se expresaba en la forma "Jehosua": nombre teofórico que contiene la raíz del santísimo nombre de Yahveh. Después de la esclavitud babilónica tomó la forma abreviada "Jeshua", que en la traducción de los Setenta se transcribió como "Jesous", de aquí "Jesús".
El nombre estaba bastante difundido, tanto en la Antigua como en la Nueva Alianza. Es, pues, el nombre que tenía Josué, que después de la muerte de Moisés introdujo a los Israelitas en la tierra prometida: "El fue, según su nombre, grande en la salud de los elegidos del Señor... para poner a Israel en posesión de su heredad" (Eclo. 46, 1-2). Jesús, hijo de Sirah, fue el compilador del libro del Eclesiástico (50,27). En la genealogía del Salvador, relatada en el Evangelio según Lucas encontramos citado a "El, hijo de Jesús" (Lc 3, 28-29). Entre los colaboradores de San Pablo esta también un tal Jesús, "llamado Justo" (cf. Col 4,11).
El nombre de Jesús, sin embargo, no tuvo nunca esa plenitud de significado que habría tomado en el caso de Jesús de Nazareth y que se le habría revelado por el ángel a María (cf. Lc 1,31ss) y a José (cf. Mt 1,21). Al comenzar el ministerio público de Jesús, la gente entendía su nombre en el sentido común de entonces.
"Hemos hallado a Aquél de quien escribió Moisés en la Ley y los Profetas, a Jesús, hijo de José de Nazareth". Así dice uno de los primeros discípulos, Felipe a Natanael; el cual contesta: "¿De Nazareth puede salir algo bueno?". (Jn 1, 45-46).
Esta pregunta indica que Nazareth no era muy estimada por los hijos de Israel. A pesar de esto, Jesús fue llamado "Nazareno" (cf. Mt 2,23), o también "Jesús de Nazaret de Galilea" (Mt. 21,11), expresión que el mismo Pilato utilizó en la inscripción que hizo colocar en la cruz: "Jesús Nazareno, Rey de los Judíos" (Jn. 19,19).
La gente llamó a Jesús "el Nazareno" por el nombre del lugar en que residió con su familia hasta la edad de treinta años. Sin embargo, sabemos que el lugar de nacimiento de Jesús no fue Nazaret, sino Belén, localidad Judea, al sur de Jerusalén. Lo atestiguan los Evangelistas Lucas y Mateo. el primero especialmente, hace notar que a causa del censo ordenado por las autoridades romanas, "José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y de la familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Estando allí se cumplieron los días del parto" (Lc. 2,4-6).
Tal como sucede con otros lugares bílicos, también Belén asume un valor profético. Refiriéndose al Profeta Miqueas (5, 1-3), Mateo recuerda que esta pequeña ciudad fué elegida como lugar del nacimiento del Mesías: "Y tú Belén, tierra de Judá, de ninguna manera eres la menor entre los clanes de Judá, pues de ti saldrá un caudillo, que apacentará a mi pueblo Israel" (Mt. 2,6). El Profeta añade: "Cuyos orígenes serán de antiguo, de días de muy remota antigüedad" (Miq. 5,1).
A este texto se refieren los sacerdotes y los escribas que Herodes había consultado para dar respuesta a los Magos, quienes, habiendo llegado de Oriente, preguntaban dónde estaba el lugar del nacimiento del Mesías.
Este texto del Evangelio de Mateo: "Nacido pues, Jesús en Belén de Judá en los días del Rey Herodes" (Mt, 2,1), hace referencia a la profecía de Miqueas, a la que se refiere también la pregunta que trae el IV Evangelio:
"¿No dice la Escritura que del linaje de David y de la aldea de Belén ha de venir el Mesías?" (Jn. 7,42)
De estos detalles se deduce que Jesús es el nombre de una persona histórica, que vivió en Palestina. Si es justo dar credibilidad histórica a figuras como Moisés y Josué, con más razón hay que acoger la existencia histórica de Jesús. Los Evangelios no nos refieren detalladamente su vida, porque no tienen finalidad primariamente histórica. Sin embargo, son precisamente los Evangelios los que, leídos con honestidad de crítica, nos llevan a concluír que Jesús de Nazaret es una persona histórica que vivió en un espacio y tiempos determinados. Incluso desde un punto de vista puramente científico ha de sucitar admiración no el que afirma, sino el que niega la existencia de Jesús, tal como han hecho las teorías mitológicas del pasado y como aún hoy hace algún estudioso.
Respecto a la fecha precisa del nacimiento de Jesús, las opiniones de los expertos no son concordes. Se admite comúnmente que el monje Dionisio el Pequeño, cuando el año 533 propuso calcular los años no desde la fundación de Roma, sino desde el nacimiento de Jesucristo, cometió un error. Hasta hace algún tiempo se consideraba que se trataba de una equivocación de unos cuatro años, pero la cuestión no está ciertamente resuelta.
En la tradición del pueblo de Israel el nombre "Jesús" conservó su valor etimológico: "Dios libera". Por tradición, eran siempre los padres los que ponían el nombre a los hijos. Sin embargo, en el caso de Jesús, Hijo de María, el nombre fué escogido y asignado desde lo alto, ya antes de su nacimiento, según la indicación del Ángel a María en la Anunciación (Lc. 1,31) y a José en sueños (Mt 1,21).
Le dieron el nombre de Jesús-subraya el Evangelista Lucas-, porque este nombre se le había "impuesto por el Ángel antes de ser concebido en el seno de su Madre" (Lc. 2,21).
En el plan dispuesto por la Providencia de Dios, Jesús de Nazaret lleva un nombre que alude a la salvación: "Dios libera", porque El es en realidad lo que el nombre indica, es decir, el Salvador. Lo atestiguan algunas frases que se encuentran en los llamados Evangelios de la infancia escritos por Lucas : "... os ha nacido.. un Salvador" (Lc. 2,11), y por Mateo: "Porque salvará al pueblo de sus pecados" (Mt. 1,21). Son expresiones que reflejan la verdad revelada y proclamada por todo el Nuevo Testamento. Escribe por ejemplo, el Apóstol Pablo en la carta a los Filipenses:
"Por lo cual le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al Nombre de Jesús se doble la rodilla ... y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor (Kyrios, Adonai) para gloria de Dios Padre" (Flp. 2, 9-11).
La razón de la exaltación de Jesús la encontramos en el testimonio que dieron de El los Apóstoles, que proclamaron con coraje: "En ningún otro hay salvación, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos" (Hech. 4,12).