Ahora escucha, María, la fiel hija del Padre: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que Yo te dicto hoy..." (Dt 6,5)
Era este el mandato divino que supo guardar: "Con todo el corazón", palabras que una y otra vez las tendrá presentes y que las hará su norma de vida.
Este corazón limpio y puro, de tan singular belleza quiso ofrecerse como un holocausto vivo, de suave aroma y de reconfortante fragancia a Quien se complació en su entrega. El Padre celestial, de quien no escapa nada a su mirada.
San Anselmo dice: "Cuánto más puro y desprendido de sí mismo está un corazón, tanto más lleno estará de amor hacia Dios". María es la vacía de sí y la llena de Dios; para quien vive. Porque El es su tesoro más grande y valioso.
"Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón" (Mt 6,21)
Su corazón encontrándose en su Señor y Padre es el que nos presenta como un ejemplo a imitar.
Sabremos donde se encuentra nuestro corazón, descubriendo cuál es nuestro tesoro. Aquello a lo que damos mayor valor. A veces no es Dios.
Si usted no se ha preguntado aún : ¿dónde tengo puesto el corazón?, empiece por revisar todo aquello en torno a lo cual ha girado su vida hasta el día de hoy.
Porque cuando se acerca al Señor lo hace buscando sus intereses personales, preocupado por su bienestar temporal y no el eterno que es la salvación de su alma.
No se acerque así a El cuando lo busque, llévele un corazón que quiere agradarle, que se complace en su voluntad y en realizarla, y dígale: "Crea en mi, oh Dios, un puro corazón" (Sal 24,3)
El Padre que tiene un hija, tiene también muchos hijos, se complace en la pureza del corazón cuando así se llega ante El y cuando así estamos viviendo la entrega que también le hacemos nosotros de nuestra persona.
Al hablar de pureza no nos extrañe que resulta algo sin sentido y sin valor para quienes viven con la mentalidad del mundo, pero para muchos de nosotros que queremos entregarnos al servicio de Dios, con más radicalidad, ella resulta un gran reto.
Hagamos, pues, nuestro este reto de vivir continuamente sin mancha ni arruga como miembros de esta Iglesia que se va purificando para ofrecerse como un holocausto vivo y grato a Dios.
Por eso como dice el Apóstol: "Bien en nuestro cuerpo, bien fuera de él nos afanamos por agradarle" (2Co 5,9), pues nuestro bien es estar junto a Dios (Sal 73,28)
"Purifiquemos pues nuestro corazón, purifiquémoslo de la levadura vieja para que puedan darse los ázimos de pureza y verdad" (1 Co 5,7-ss).
Pidamos la intercesión de la Santísima Virgen María para que podamos vivir ofreciéndonos a Dios en todo momento con un corazón puro y una vida santa, y así también agrademos al Padre.
"Corazón doloroso e inmaculado de María, ruega por nosotros que acudimos a ti"
Hna. Dalia Ramírez Herrera, S.N.S.J.
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