El Tren de la Esperanza.
Normalmente, toda experiencia lleva aparejada una serie de notas que la definen : ilusión, desconocimiento y miedo... Pero las cosas cambian cuando se trata del Tren de la Esperanza.
Yo he vivido esa experiencia recientemente. Y cuando me vi en la estación a la espera de dicho tren, noté que allí, en el andén las cosas discurrían de otra manera. Todo el mundo se saludaba. La indiferencia, la tristeza que en tantas ocasiones se observa en los rostros de quienes viajan o se despiden en la misma estación de Chamartín por ejemplo, en esta ocasión estaba ausente. Los niños llegaban con su mejor sonrisa ; los ancianos, con alguna que otra batallita que contar. Y todos, aunque despistados, hacían un esfuerzo por regalar la mejor sonrisa.
Y uno se preguntaba : ¿por qué tanta gente a Lourdes? ¿Es que íbamos a un partido de fútbol o a un concierto de música rock? ¡Ah! ¿En busca de un milagro? ¿Pero no dicen que la gente hoy no tiene fe? Entonces, ¿por qué tanto peregrino orante, buscando encontrar a Dios y encontrarse a si mismo en los demás?
Ya en Lourdes, tuve tiempo para acordarme de mis amigos (sobre todo, los que estudiáis en el Colegio San Gabriel). Recé por vosotros durante el Víacrucis, la procesión y la misa de despedida en la que participamos los peregrinos. Porque allí todo invita a la oración tranquila y a la contemplación.
Para los niños enfermos, Lourdes es una fiesta. Lo mismo cuando se bañan en las piscinas del agua milagrosa que cuando cantan, pescan en el río u oyen la santa misa. Cada uno participa y reza a su manera. Pero lo hace activamente.
Después de presenciar acontecimientos religiosos como este que yo he vivido, me pregunto : ¿el milagro en Lourdes es el que esperan los niños, o el que esos mismos niños producen en nosotros, los mayores?. Porque, enfermos y todo, aquellos pequeños gozaban de la vida. Y a nosotros nos invitaban a gozar también. Cuidándoles a ellos, aprendíamos a valorar a las personas por el simple hecho (¡maravilloso hecho!) de ser personas. Y entonces comprendí que es verdad lo que dice Jesús : "Hay más gozo en dar que en recibir".
Con mucha frecuencia, ante la gente enferma o discapacitada, decimos : "me compadezco de estas gentes, me dan lástima. No pueden correr..." . Vale. Pero a veces, por correr, nos perdemos las cosas más maravillosas que contiene la vida. De acuerdo, aquel otro señor no puede hablar, y esa señora es ciega. Pero existe otra ceguera más penosa : la del que no quiere ver. Y existe algo peor que no poder hablar : negarnos a hablar, o hacer imposible la comunicación.
Es cierto. Si por ellos fuera, aquellos niños de Lourdes escogerían verse libres de sus dolencias, vivir en el uso pleno de sus facultades. Sin embargo, careciendo de algunas de éstas, no se apreciaba en ellos el menor signo de amargura, de decepción. Por otra parte, el mero hecho de no ser discapacitado tampoco garantiza la felicidad.
Lo mejor, pienso yo, será que valoremos cuanto hemos recibido. Y amemos a los demás más por lo que son que por lo que les falta. Y lo que son es mucho.
Fdo. Javier Sequeiros.
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