LA NOCHE
ANUNCIA LA AURORA
De Grégor Díaz
LUIS.– Me
cuesta creer que no me hayas perdonado…
¡Dios, tantos años ya…!
ROSA.–
“¡Tantos años…!” Tú lo has dicho… (Imitándola) ¡Dios!
LUIS.–
¡Repites, repites, repites! (Riendo) Pareces un loro…
ROSA.– Lora,
en todo caso: soy mujer… ¿o no…?
LUIS.– (Disimulando) No hay necesidad de darte pan y vino
para que hables…
ROSA.– Ya no
me enojo, ya no me duele... Y si ya no me enojo…
LUIS.–
¡Caray…!
ROSA.– Me es
indiferente…
LUIS.– ¡Caray,
caray…! (Asimilando el golpe, como para él) ¡Qué tal puñalada…!
ROSA .—De niña soñaba con ser monja…
LUIS.–
(Riendo) ¿Monja…?
ROSA.– O
prostituta…
LUIS.– (Con
fingida admiración) ¡Ah, caray…! Perdón… (Ríe) Como dicen los gringos, “of the
record” (Ríe y suspira) La razón le pide asilo a la sinrazón (Mirando el reloj)
Cinco para las ocho… Anochece…
ROSA.– Me da
pena…
LUIS.– ¿La
razón…?
ROSA.– Es una especie de angustia
ajena… Todo lo dicho, ya lo he vivido…
LUIS.– O, ¿la
sinrazón…?
ROSA.– Una se
confunde –¡Qué caray…! Las mismas palabras… (Pensando)
¿O ya las oí?
LUIS.– La
razón y la sinrazón… ambas, al unísono…, como los bueyes , yugados…
ROSA.– ¿Ves:
“al unísono” “como bueyes”…?
LUIS.—(Mirándola)
No eras así
ROSA .—Yo he escuchado, vivido…
Luis .—No eras así cuando nos casamos ...
ROSA .—(Pensando) La vida es distinta, Luis, de acuerdo a las diferentes edades…
LUIS.– Algo ha
pasado… Al casarnos...
ROSA.– ¡Y
vuelta con la burra al trigo...! (Enojada) Me quieres enredar… (Serena) No
tenía la edad que ahora tengo… (Irónica) ¡Hace tantos años…!
LUIS.–
(Burlándose de su ironía) Ufff… (Como un piropo…) Mi corazón te retiene como te
amó: joven… Así vives y vivirás en mi memoria...
ROSA.– “El
corazón”. (Ríe) Si se ama con el
corazón, también se podría amar con los riñones… o el estómago, ¿no?
LUIS.– No he
pretendido…
ROSA.– Mis
caderas están más anchas…
LUIS.– (En
broma) No lo había notado…
ROSA.– Muchos
hombres suspiran por ellas… ¡Que curioso… cuando era joven no llamaba la
atención…! Tú… tú fuiste mi único pretendiente… (Riendo) Quizás por eso me casé
contigo… (Mirándolo con ternura) Tienes canas… pocas, pero tienes…
LUIS.– La
comprensión anida la clemencia; la clemencia, lo pío, el perdón… (Dolido) El
amor está ausente…(Irónico) ¡Qué cristiana que eres!
ROSA.– ¡Qué
importa el amor! Madura. El amor es el resultado de una inopinada,
inesperada enfermedad: el
enamoramiento…
LUIS.– Si tú
lo dices…
ROSA.– Los
enamorados no ven lo que sus ojos ni escuchan lo que sus oídos… padecen de
apercepción. Cuando uno sana de esta enfermedad, ya es tarde: está casado. (En
broma, imitando) “¡Marido te doy para toda la vida!”
LUIS.–
(Dolido) Gracias… (Con leve ironía) Leí que, en una tribu del Africa, si
ell esposo descubría en la “luna de miel” que su mujer era virgen, se deprimía,
montaba en cólera... Pues, esa “virginidad” significaba que se equivocó, que lo
habían estafado, que se llevó a su casa, por esposa, a la mujer que nadie
deseado, pretendió … (Irónico,
sonriendo) Que la mercadería estaba
fallada...
ROSA.–
(Picada) Recuerdo que agradeciste ser mi primer hombre… (Recordándole) Sacaste
pecho… Mi virginidad elevó tu autoestima…(Irónica) ¡Eras un gigante...¡
LUIS.– No he
dicho lo contrario…
ROSA.–
¡Palabras, palabras, palabras…! Cortinas de humo… (Sin enojo) Si me hubieras
engañado a los dos o tres años, lo hubiera comprendido… ¡Otro sería el cantar
–como dice mi abuelo…! (Apenada) Pero… ¡a los tres meses…! Qué rápido sanaste
de la enfermedad del enamoramiento…
LUIS.– Haces
de la noche una eternidad… que aleje a la aurora.
ROSA.– (Se
escucha en segundo plano, música que proviene de una radio. Rosa ríe) María
está haciendo el amor… (Ríe) La música es la cortina sonora del erotismo
familiar…(Explicando) La casa es chica...
LUIS.– (Sin
mayor entusiasmo) Graciosa…
ROSA.– En esta
casa debemos fornicar con la radio encendida… (Ríe) Las paredes
escuchan…(Pensando) ¿Escuchan o hablan?
LUIS.– No me
hago problemas…
ROSA .—Escuchan...
LUIS.—Me gusta
la música...
ROSA.—(Convencida)
Hablan...
LUIS.—(Volviendo
al tema de ella) Estaba solo en la capital…
ROSA.– La tierra
gira, la tierra rueda...
LUIS.– Los hechos hay que juzgarlos en el contexto…
Rosa.—La
tierra gira, la tierra rueda y... (Ríe) se ríe de nosotros, Luis …
LUIS.—No
puedes sentenciarme…
ROSA.– Somos
bastantes… Los abuelos, cada uno con un dormitorio; nosotros, Rosa y Juan… mi
hermana Sonia… y la empleada…
LUIS.– Era
joven… además, el licor, la soledad… y la oportunidad…¡Eso...! (Con esfuerzo)
No has escuchado decir que, “La ocasión hace al ladrón” (Dolido) Pero, esperar
tu perdón, es como pedirle peras al olmo.
ROSA.– Todo se
escucha… Y, una se inhibe… No hay privacidad –como dicen en la radio…
LUIS.– Era
época dura. Me iniciaba como vendedor viajero… el dinero no alcanzaba…
ROSA.–
(Irónica) Ahora, tampoco… (Mirándolo) Te he perdonado…
LUIS.– Los
hechos desmienten…
ROSA.– Pero…
(Mirándolo fijamente) no lo puedo olvidar… (Explicando) La voluntad no es
suficiente…
MERCEDES.–
(Anciana, abuela de Rosa, María y Sonia, ingresa en sentido contrario a ellos,
buscando algo que no encuentra) ¡Caramba!
ROSA.– ¿Quiere
algo, abuela? (Ella no contesta y desaparece)
LUIS.– ¿Si tuviéramos un hijo…?
ROSA.–
¿Podemos…? ¿Puedes tú…? ¿Puedo yo…? El médico ya habló… Además… (Suspira) los
hijos no vienen al mundo para solucionar los problemas de sus padres…
LUIS.–
Prefiero que te enojes a que estés triste…
ROSA.– Tus
problemas y los míos tenemos que solucionarlos nosotros…
LUIS.– Dices
bien…
ROSA.–
(Escuchando) Escucha… (Pícara) Han apagado la radio…
LUIS.– Sé que
no me perdonarás…
ROSA.–(Enojada)
¡Terminemos, por Dios…!
LUIS.– (En el
mismo tono)! Está bien…!
ROSA.– El
mundo se ríe de nosotros, Luis,
entiende....
LUIS.—¡Me
irrita que en tantos…!
ROSA.—Te ahogas en un vaso de agua…
LUIS.—Yo no
soñé ...
ROSA.—No lo
niego… Es un recuerdo, un mal recuerdo, si quieres. Como esa piedrecita que se
te mete dentro del zapato cuando estás caminando… y no la puedes detenerte a sacarla porque estás en medio, dentro de la
multitud…
LUIS.– Pareces
de otro siglo…
ROSA.– Luis,
¿Sabes lo que es importante en la vida…? Un compañero… Alguien con quien puedas
recorrer con tranquilidad y “alguna satisfacción” – “si se puede” – la parte de vida que te asignaron… Hagamos
de lo que nos queda de vida, un tours hacia la felicidad…
LUIS.–
(Bromeando, cariñosamente) ¡Lorita, lorita, lorita…!
ROSA.– Los
sueños, ahora… por lo menos los míos…, son sólo eso…: ¡sueños! Entonces (Con
grande sonrisa) ¡Soñemos bien! (Suplicante)
¡Ayúdame...!
LUIS.– Todo
cambia, afirmas… Podría ocurrir entonces…
ROSA.– Sí,
pero un recuerdo, es un recuerdo. Una detención en tiempo que impertinentemente
llama a tu memoria cuando crees que ya lo has olvidado…
LUIS.– Podría
ocurrir…
ROSA.– (A él)
Nada puedes hacer para desalojarlo de la mente… Sí, sí, Luis...Ell niño que
habita dentro de nosotros, se puso pantalones largos. (Tranquilizándolo) No te
aflijas. Somos consumo, nada más…
LUIS.– ¿A
quién le echamos la culpa…?
ROSA.–
(Riendo) ¡Al gran monetón…! (Serena) Y no somos los únicos… Mira a María…, ve a
Juan…(Aclarando) La felicidad es un manjar caro… Y, ¡Colorín colorado…, patitas
para que te quiero…!
LUIS.– Gracias
por sonreír…
ROSA.– Y,
hablando del Rey de Roma… mi hermanita que asoma…
MARÍA.– (Entra
vistiendo una bata coqueta. Trae dos tazas de café. Jugando a ser una diva
coqueta del cine) ¿Café?
LUIS.– (A
María, disimulando) Tienes el don de la oportunidad… y…
ROSA.–
(Riendo) Te dije que no había nada para soñar… Ahora dirás (Imitándolo): “Sabes
estar en el momento indicado y a la hora precisa…” (Ella y Luis, ríen) ¿Me
equivoco…? …
MARÍA.–
(Fuerte) ¿Café…?
LUIS.– (A Rosa) Me has quitado la
palabra de la boca…
ROSA.– Nos
conocemos… ¿ves…? No somos pitonisos…
LUIS.–
Entonces, si mal no entiendo, nuestra virtud es nuestro defecto…
ROSA.– Nada
nos puede sorprender… Todo es monotonía ya… Y con ella, tenemos que aprender a
vivir..
MARÍA.–
(Alzando la voz) ¡Por tercera vez… (Coqueta) ¿Café…?!
LUIS.–
(Riendo, a Rosa) La han botado de su cuarto… (Recibe la taza) Gracias.
ROSA.– Se ha
escapado como la gallina clueca, después que la pisa el gallo… (Ríen los dos)
LUIS.– Claro…
la radio te calienta…
MARÍA.–
(Disimulando su enojo) Hace frío, tontos… Y, como el agua estaba hirviendo…
(Acalorada) ¡Me han hecho poner roja…!
ROSA.– ¿Roja,
tú, hermana…? (Le da una taza) Gracias.
MARÍA.–
Gracias hacen los monos.
ROSA.– … Y las
monas.
MARÍA.– Soy
cristiana ¿lo han olvidado…? (Picara) Además… muy curiosa…
ROSA.– Sí,
menos mal que lo reconoces…
MARÍA.– Tienes
razón. Tengo que escaparme del cuarto porque mi marido…
ROSA.– No te
aflijas. ¿Explicación? Para nadie. (Riendo) ¡A quién Dios se lo dio…, San Pedro
se lo bendiga…!
LUIS.– Tú no
te quedas atrás… ¡Haces que él te persiga…!
ROSA.– Todo lo
presente me parece haberlo vivido… Tu ingreso, por ejemplo y, sobre todo, tu
(Imitándola) “¿Un café?”, forman parte de mi memoria… (Pensando) Pero… ¿dónde?
MARÍA.– Eso,
en sicología, se llama paramnesia; es decir, diversos tipos de recuerdos
equivocados…
ROSA.–
(Alzando la voz) ¡Entonces … ¿dónde retuve esas vivencias que conforman mis
recuerdos equivocados…?!
MARÍA.– No
tienes por qué enojarte, mujer…
LUIS.– (Imitándola)
“El que grita no tiene razón” –lo has dicho– y yo estoy de acuerdo…
MARÍA.– Como
dice el cura de nuestra parroquia, “Digan lo que yo digo, pero, no hagan lo que
yo hago”… (Ríen)
ROSA.–
(Fingiendo enojo) ¡Ah, complot…! (Pensando) En ocasiones pienso que he vivido
la vida de otros… (Inopinadamente) María… Nuestra madre… ¿cómo habrá sido
nuestra madre?
MARÍA.– Chi lo
sa…, como dicen los italianos…
JUAN.– (Viste
bata) ¿No está María? (Al verla, muy contento) ¡Ah… allí está…!
MARÍA.–
(Orgullosa) No les dije…
JUAN.– Hola,
María… ¡Estas linda!
MARÍA.–
(Riendo, a Rosa y Luis) Este tonto…, cuando quiere hacer el amor, me ve linda…
¡hermosa! (A Juan) Gracias, querido…
LUIS.–
Gracias, ¿por qué? ¿Por hacerte el amor…?
MARÍA.– (A
Luis) ¡Tonto! (A Juan) A diario me miro en el espejo, amor…
ROSA.– En
cierta ocasión, la mamá de Chela, mi amiga, comentó que tu te parecías a
nuestra madre.
MARÍA.– No sé
que quieres insinuar… (Serena) No puedo decirte que sí ni no, porque… no
recuerdo nada de ella… (Riendo) Estás inventando… Y, la abuela, como sabes,
tratándose de nuestra madre, ni chus ni mus;
es una tumba…
ROSA.– Todo en
la vida tiene un lado bueno… y otro malo. Escoge tú…
MARÍA.– Si tú,
que eres la mayor, nada recuerdas de ella ¿Qué podría saber o decir yo (Pensando)
Yo… (En broma) que soy “casi una muchachita”?
JUAN.–
(Teatralmente, algo tarde) ¡Soy anacrónico, mi amor! Me enseñaron a decir la
verdad.
MARÍA.– Tu
verdad…
ROSA.– (A
Juan) ¡Sigue…! ¿qué le has dado…?
LUIS.– ¿O qué
no le ha dado…?
JUAN.– (Que no
los ha escuchado) Y, lo que se aprende de niño…
MARÍA.–
(Coqueta, engreída) Mentiroso…, zamarro.
ROSA.– ¡Ay…
cuántas desearíamos “una mentira”, con tal que nos hicieran el amor…!
LUIS.– ¡Epa,
mujer… qué me estas dejando muy mal parado…!
ROSA.–
(Haciéndolo rabiar) No estoy tan lejos de la verdad, querido…
LUIS.–
(Dolido) ¡Hasta en esto…! (Enojado ) Tú puñal no descansa… (Suplicando) ¡Es de
noche…!
MARÍA.–
(Pretendiendo cortar la discusión) Juan… olvidé apagar la cocina… Anda, por
favor, apágala… ¿quieres, amor…?
JUAN.– (Sin
ganas) Sí… amor… (Sale)
ROSA.–
(Bromeando) No estoy tan lejos de la verdad, querido…
LUIS.– No
tengo un sí ni un no para lo que afirmas...Cree lo que quieras...
ROSA.–
(Confundida, tratando de arreglar su desacierto, agravándolo) Ponte la mano al
pecho…
LUIS.– (Por no
discutir, cortando) ¡Me levanté con el pie izquierdo!
ROSA.–
(Levantando la voz) Miren donde guarda el orgullo mi marido…
LUIS.–
(Bromeando. Por amor, dándose por no enterado) Pero, si hay una verdad
relativa, digo –y digo es un decir– por qué no pensar en una “mentira
relativa”.
MERCEDES.–
(Anciana, abuela de Rosa, María y Sonia) ¿Dónde han puesto el azucarero…? Hace
rato que lo estoy buscando… Me duele el estómago; quiero tomar…
MARÍA.–
Abuela… de algo nos tenemos que enfermar; es un simple cólico, no haga
escándalo…
MERCEDES.–
Pero, si hay tantos azucareros en casa, ¿por qué el de mí…?
MARÍA.–
Abuela, deje vivir…
MERCEDES.– Ese
es mi azucarero…
ROSA.– Es un
azucarero y nada más… Hay tantos en casa…
MERCEDES.– Es
más que un azucarero… ¡Ay, mi estómago…!
ROSA.– Un
azucarero es un azucarero, nada más, aquí y en la China…; una vasija pequeña,
con asa o sin asa, donde se guarda el azúcar…
MERCEDES– No.
Es un cariño…; me lo dio mi hermana… Fue para un mi cumpleaños… Hace tantos
años ya…
MARÍA.–
Vejeces, abuela… ya te lo hemos dicho… Hay que tirarlo al tacho…
MERCEDES.–
(Seria) Entiendo… (Mirándola) ¿A mí, también, vas a tirarme al basurero…?
ROSA.–
Deprime, abuela, por favor… No dramatice. (Amable) Hace vivir fuera del tiempo…
Es, (Sonriendo) “anacrónico”, como dice Juan… (Explicando) Los colores, las
formas, las figuras, influyen…
LUIS.– ¡Qué
tal cargamontón de palabras…!
MERCEDES.–
¡Pensar que vine sólo por azúcar…! Mi padre tenía razón… Hay un tiempo para
todo en la vida… Si no morimos oportunamente, nos convertimos…
ROSA.– ¿Ves
abuela…? Para que te des cuenta… Con cosas nuevas a nadie se le ocurre morir…,
ni siquiera hablar de la muerte…
MERCEDES.– Los
hijos son nuestra familia, decía, pero nosotros no somos “su familia”. Sólo sus
padres, su ascendencia. Ellos tienen la suta y... nosotros estamos fuera del
círculo.Y, para los nietos... para los nietos sólo un estorbo. Ni siquiera
abuelos nos dicen: el papá de su papá…
(Dolida) No se puede ser adulto sin antes haber sido niño, ¿verdad? Pero… (Iniciando el retorno) Es más fácil
que Mahoma vaya a la montaña, a que la montaña vaya hacia mahoma...
LUIS.– En eso
estamos totalmente de acuerdo, señora…
ROSA.– Abuela…
(Sonriendo) no tienes sentido del “humor”… ¡Qué despropósito…! (Saliendo) ¡Tanto
tapujo…! La palabra dicha, ya no se puede… (Desaparece)
LUIS.– ¿En qué
nos diferenciamos de los malvados…? ¡Cu´çanta maldad....!
ROSA.–
(Enojada) Entiendo. Te estás vengando de mi… Esperabas una oportunidad para
clavar tu…
LUIS.– “No
tienes sentido del humor”. Así como dije maldad, pude haber dicho bondad… o
cualquier otra palabra… Es cuestión de comunicarnos.
ROSA.– A otro
perro con ese hueso…
MARÍA.– ¡Ahora
ustedes…! No pueden buscar otro momento para discutir… (Bromeando) que no esté
yo, por ejemplo… (Payaseando) ¡Soy tan sensible…! ¡Ah!
ROSA.– ¡Ojalá
alguien discutiera en esta casa…!
¡Ojalá! Nos falta pelear de verdad…¡No tenemos riñones...!
LUIS.– (Como
si no la hubiera escuchado) Algunos … ni siquiera nos percatamos del mal que
hacemos… y, eso, no nos exculpa…
MARÍA.– ¡Hagan
el amor…! En la cama es difícil desavenir… (Palomilla) La alcoba guarda la
armonía de todos los cuerpos de todas las parejas de todos los siglos… (Ríe)
Hagan el amor… (Sincera) Es el único instante donde una es alguien… Te toman y
no te quieren soltar, como si fueras lo más preciado de sus vidas… y sientes un
calor humano que te hace olvidar los padeceres, las ausencias, las carencias…
y, eres libre… Como el alba, como
cuando llega la aurora...
ROSA.– ¡Ay,
hermana… para ti la vida es sólo fornicación…! (Ríe) Pero eres mi hermana.
MARÍA.– No me
has entendido… (Riendo) No has entendido…(Apenada) No me has entendido...
ROSA.–
Síiii…Has hecho un himno a la copulación… (Payaseando) ¡A copular hombres y
mujeres de todo el mundo…! (Ríe) ¡A copular, que el mundo se va a acabar!
MARÍA.–
(Entrando al juego, por no discutir) No has oído decir a las viejas:
“¿Problemas que no se arreglan en la cama, ya no tienen solución…? (Pícara) Por
algo será, ¿no? Misterios de los cuerpos… Sin tapujos, hermana y, todo, a flor
de piel…
ROSA.–
(Riendo) ¡Y dale con la burra al trigo…!
JUAN.–
María conoce la vida… Es filosofa…
ROSA.– Y
claro… Como tú eres el interesado, el beneficiario… ¡Qué gracioso!
MARÍA.–
(Seria) En la vida todo es compensación… (Sincera) ¡Tanto nos falta! (Que se ha
acordado, riendo) ¡Ah, en el norte dicen “Mujer que barre cantando…(Pícara) es
por que ha sido ‘bien atendida en la noche’”…! ¿Ves?
ROSA.– Pero,
hay otro refrán que dice: “Dime de qué te alabas y te diré que te hace falta…”
MARÍA.– Todo
en la vida es compensación… Así que, tu ironía, no me alcanza. Hay que ayudarse
a vivir…
ROSA.– ¿Aunque
sea con mentiras…?
MARÍA.– Sí,
aunque sea una mentira. Tu lo has
dicho. Más daño se ha hecho con la verdad que con la mentira… Así que, ¡a
llorar, al río!
Contra los castigos y lo predestinado, me
revelo… No soy cínica, pero, lo quieras o no “el sexo gobierna al mundo”. Lo
demás es hipocresía… Cuentos de beatas incapaces que, con el rosario, espantan
al falo con el cual sueñan con los ojos abiertos y cuando duermen…
ROSA.–(Riendo)
¿Iconoclasta es la palabra, no? ¿Verdad...?(Riendo) Pensé que aquí, en esta casa, la única que trataba de estudiar
sicología era yo…
LUIS.–
(Pretendiendo ser gracioso) ¿Para qué…? Para saber, ¿por qué de niña soñabas
con ser prostituta…?
ROSA.– (Seria)
Fue una conversación personal, privada, de mí para ti… (A Luis) ¿Qué daño te he
hecho yo…? ¡Habla…! (Cambia) Bien dicen: “Qué sabe el burro de alfajor”
LUIS.–
(Sonriendo) Una vez más afirmo: me levanté con el pie izquierdo…
MARÍA.– (A Juan, que esta meloso) ¿Qué
quieres…?
LUIS.– (Riendo) Para qué preguntas si
ya sabes… y,¡ a ti te gusta…!
ROSA.– ¡Ese
pie izquierdo forma parte de tu fatalismo, de tu carencia de valor para
luchar…! (Suena el teléfono) Aló… Sí, diga… ¡Carmen, qué sorpresa…! (María ríe
a Luis) ¡Shits…! (Al fono) Perdóname que no haya reconocido tu voz… Di. ¡Ah,
hablando tonterías…! (Burlona) “¡Hogar, hogar, hogar…!”
MARÍA.– (A
Juan) Bueno… (Coqueta) ¡pesado!… (Van hacia un rincón. El está meloso) Di…
ROSA.–
(Bromeando) Si es grave, no me lo digas... Escucha, las cosas dl trabajo
prefiero tratarlas en el trabajo… (Escuchando) No te entiendo… ¿Sí? No. Era
soltera, trabajaba en el depósito llevando la relación de la mercadería que
ingresaba… Sí… y Luis era vendedor. Nos conocimos en el trabajo. Después que
nos casamos, lo nombraron “vendedor viajero”
LUIS.– ¿Qué
pasa…?
ROSA.– Shittt,
después… Oye, me asustas. ¿A qué viene todo esto, esta investigación…?
(Mirando a Luis) Sí, te lo
paso...Toma... es Carmen...
LUIS.– Aló ...
Oye...¿Qué le has dicho a Rosa que se ha puesto pálida...? ¿Qué ría...? Bueno.
Habla... ¿Cómo...? Si, a la capital,
desde siempre... I Sí, lo sabes. Hasta
que me dieron la jefatura... Lo sabes. Sí, di. ¿Cómo...? ¡Claro que es
buena noticia...! Pero... no sé que
pensará Rosa... Tengo que conversar con ella... Gracias. Mañana. Sí, dile que
mañana respondo... ¿Quién más...? ¿Juan Manuel...? Sí, él, también, tiene experiencia... mañana lo hablamos...
ROSA ¿Y, ahora tú...porque tan misterioso...?
LUIS Siéntate...
ROSA ¡Pero vas a hablar...!
LUIS Es buena noticia... no te preocupes...
ROSA Bueno, si no vas a hablar, me voy ...
Luis Ya.
(Misterioso) Me quieren destacar como jefe de ventas a la capital...
¿Qué te
parece...?
ROSA (Irónica)
¡Seguro que tú te has propuesto...!
LUIS No
es el otro mundo, ¿no?
ROSA Estará bailando en una pata, ¿verdad?
LUIS Oye...
es una propuesta, nada más...
ROSA
Entonces, ¿por qué? ¿No saben quie eres casado...?
LUIS El Otro propuesto es Juan Manuel..., y, también
es casado... Asdemás,es a la capital, no al otro mundo...
ROSA Exactamente como cuando nos casamos, es
decir, “a los tres meses...”
LUIS No
he dicho, sí; lo has escuchado...
ROSA Te escuché, vi tu rostro...
LUIS Rosa... (Remarcando) no he dicho “sí”. Y,
haces mal, en abrir antiguas heridas...Si no quieres, no voy... Aunque, al
escucharte, creo que sería una buena solución...¡Estoy harto que me
refriegues a cada rato “ A sólo tres
meses”...
PLACIDA.–
(Entra, agitada) Señora… la abuela pregunta dónde han puesto la bolsa para agua
caliente…
LUIS.–
(Riendo) Siempre oportuna, como todos los de esta casa…(Se va al rincón. De la
mesa de arrimo saca un cigarrillo y fuma, sentado en el sillón. Fabrica
argollas con el humo)
ROSA.– ¿Dónde
estará, pues…?
PLACIDA.– Que
está con cólicos, dice…
ROSA.– Algo
extraño hay en casa esta noche… Tengo un mal presentimiento…
PLACIDA.–
Señora… ¿Qué le digo, pues…?
JUAN.–
(Angustiado, saliendo rápido) Regreso… ¡Ay, estoy con gases…!
MARÍA.–
(Riendo) ¡Corre, corre…! No vayas a ensuciar el piso… (Riendo) ¡Ah, Juan… qué
ocurrente…!
PLACIDA.–
Señora… ¿qué le digo…?
ROSA.– Que…
que…¡qué estoy con gases…! (Ríe) Ya está… Déjame en paz…
MARÍA.–
(Riendo) Mujer…
PLACIDA.–
(Sale, renegando) ¡Gases, gases, gases…!
MARIA .—( A Rosa, sonriendo) Como dice Luis, somos
malos… (Ríe) ¡Punto para él!
ROSA.– Menos
mal que, ninguna de nosotras hemos tenido hijos…
MARÍA.– Sí,
tienes razón… (Remarcando) Y no los tendremos
ROSA.– Ninguna
de las tres…
MARÍA.– Esta
noche he llagado a la conclusión que debo tener un hijo… ¡Tengo que tener un
hijo…!
ROSA.– ¿Qué
dices…? (Recordando) Claro… “Contra los castigos y lo predestinado…”, te
revelas…
MARÍA.– Que
quiero tener un hijo, he dicho…(Ríe) No
sé por qué
ROSA.– (Ríe)
¿Bromeas? Bueno… entre querer y poder…
MARÍA.– Eres
conformista… Lo he decidido…
ROSA.– Pero,
si tú misma sabes… (Reflexionando) Ya lo decía… algo extraño fluye esta noche…
Dime… ¿Juan se ha hecho el análisis…? Podría ser… en tu caso…
ABEL.– (El
abuelo ingresa con una grande sonrisa) ¿Alguien tiene un cigarrillo…?
LUIS.– Yo,
abuelo… Estoy fumando...
ABEL.–
Gracias…
LUIS.–
Gracias, ¿qué?
ABEL.– ¿No me
vas a dar uno…?
LUIS.– Sí…
ABEL.–
¿Entonces…?
LUIS.– Es que
no sé si gracias sí o gracias no.
ABEL.– Entre
familia…
ROSA.– Te está
haciendo rabiar, abuelo, nada más… Hemos discutido...
MARÍA.– (A
Luis) ¡Ya, no seas pesado…!
ABEL.– ¿Por un
cigarro…? Entonces no quiero… ¡Caramba, por un cigarrillo!
LUIS.– No haga
caso… tome.
ABEL.– No. Tú
sabes que tengo diabetes… que me sube el azúcar…
ROSA.– Luis es
palomilla, abuelo…, ya lo conoce usted…
MARÍA.– Abuelo
… no les hagas caso…
ABEL.–
(Explicando) ¡Lo que me queda no es mucho…, lo saben…!
MARÍA.– Me
voy… No soporto esta conversación. (Saliendo) Sigan juntos sus juegos de
familia… (A Rosa) No quiero que mi memoria retenga estas escenas que más tarde
me parezcan recuerdos equivocados… o tenga, como tú, la sensación de haberlas
vivido… (Ríe) o “malvivido…” (Desaparece)
ABEL.– ¡No es
justo! (A Luis) ¿Por qué lo hacen? (Saliendo) ¡No es justo! (Choca con doña
Mercedes) ¡Caramba… fíjate por donde caminas…!
MERCEDES.– ¡El
ciego eres tú,…! (Enojada) ¿Alguien puede decirme dónde está la bolsa para agua
caliente?
ROSA.– Abuela,
por Dios… Deberías tener más orden… ¡Azucarero, bolsa para agua…!
MERCEDES.–
Alguien la tomó, pues… Yo siempre las dejo en el mismo lugar, son costumbres de
vieja…, evita confundirse…
ROSA.– ¿La has
buscado bien? (Sarcástica) ¿En el cuarto del abuelo?
MERCEDES.–
¡Déjate de bromas… a ese cuarto, hace un siglo que no entro…!
ROSA.– Está
bien, lo había olvidado...
LUIS.–
(Sanamente bromeando) Deberían juntarse…
MERCEDES.– ¡No
escucho sandeces…! ¡Pero qué tal ...!
(Enojada) Recuerdo que, en esta casa, la abuela sigo siendo yo… que la
vejez merece respeto …
ROSA.– (A
Luis) No te metas…
MERCEDES.–
Ahora estoy con más cólicos…,
LUIS.—Yo sólo
quería...
Rosa.—La
embarraste...
MERCEDES.—Respeto,
consideración.(Quejándose)¡Ay, me duele el estómago ...
ROSA.—¿Ves…? “Todos somos malos…”
MERCEDES.— Quiero ponerme una bolsa con agua caliente
para que me abrigue el estómago y pueda botar los gases…
LUIS.– La
buscaré yo, señora…
ROSA.– Deja,
es peor… Ella sabe los sitios…
MERCEDES.–
También, ¡a quién se le ocurre hacer el mismo día “sopa de coles” y “arroz con
frijoles”! (Iniciando la salida) ¡Qué ingeniosos!
ROSA.–
(Enojada) ¡No critiques, abuela! (Siguiendo) Es lo único que había en la
cocina…
LUIS.– ¡No hay
plata, señora…! Somos bastantes… la situación es difícil… pocos aportamos…
ROSA.– La
inteligencia consiste en comer lo que
calme nuestro hambre, lo demás, hoy,
es lujo… (A Luis, bajo) Si me hubieras puesto casa, viviríamos solos… y
no tendríamos que soportar estas necias discusiones…
LUIS.– Por
favor…
ROSA.– (Por lo bajo, exponiendo) El casado, casa
quiere…
LUIS.–
(Bromeando) Sí… y “Muebles Delca,
prefiere…”
ROSA.–
(Siempre bajo) Gracioso, ¿no? Para eso nos pintamos solos…
MERCEDES.– Yo
siempre cociné lo que les hacía bien, nutría… Por eso, a lo que se come,se le
llama “alimentos…” No se trata de cocinar por cocinar, sino cocinar para los
que han de comer, vivan. Esto… hasta los animales lo saben…
ROSA.– Abuela,
entienda… (La abuela para no escuchar, sale recitando la canción infantil “pin,
pin, San Agustín”, in crescendo. Las voces de las dos se sobreimponen)
Pin, pin, San
Agustín,
la meca y la seca
y la tortoleca
pasó por aquí (Su voz
se va perdiendo)
vendiendo maní
a todos les dio
menos a ti…
LUIS.–
(Ríe y repite los versos de “El Demonio de los Andes”)
Niño en cuna
viejo en cuna
¡qué fortuna!
ROSA.–
(A Luis, serena) No veo nada gracioso aquí…
LUIS.–
¿Estas segura…?
ROSA.—(Dolida)
Creí que ...
LUIS.—La
abuela parece una niña ...
ROSA.—Eres injusto…
LUIS.—
Olvídate del viaje...
ROSA.–
Luis… la vida no es color de rosa…
LUIS—
No voy a viajar...
ROSA.—Siempre
es bueno, antes, pensar un poco en la
otra persona...
LUIS.–
No sé lo que me quieres decir…
ROSA.—(Refiriéndose
a la abuela) Esa mujer, a la que en ocasiones trato mal
porque he perdido la paciencia, está
cansada...
LUIS.—Me
pintas como a un monstruo...
ROSA.—Está
cansada... Ha criado a dos generaciones...
LUIS.— (Enojado) ¿Hay algo que te agrade…?
ROSA.—Yo
y mis dos hermanas somos la yapa, las nietas; no su obligación..
LUIS.—
¿Hay algún modo de contentarte…? Dime ...
ROSA.–
En la vida te ha ido mejor que a los demás…
LUIS.–
¡Por Dios...! Bueno, perdona, no me he
enterado…! (Burlón) Sé gentil… Ahora que estoy de humor, házmelo saber…
ROSA.–
(Dolida, después de una pausa) ¿Por qué te casaste conmigo? ¿Por qué me casé
contigo…? ¿Lo sabes…? (Cortándolo) ¡No uses la palabra amor… ¡
LUIS.–
Rosa… yo…Pero, ¿por qué...?
ROSA.– Sólo
cuando uno pierde al ser que creemos haber amado, sabemos a ciencia cierta si
nos amo y si lo amamos… Lo demás es rutina...
LUIS.– Cuando
era niño, mi mamá y mis viejas tías decían…
ROSA.– ¿Ves…?
Todo es “tú”… y todo “para ti”… ¿Qué sabes de mí? ¿te has interesado acaso? De
mí y mi familia conoces todo lo que nos han querido y hemos querido decir y
mostrar; pero, las tres hermanas somos más lo que desconocemos de nosotras
mismas que… que… Quizás sólo una sombra, un bulto…
LUIS.–
¡Sombra...bulto...! (Nervioso) ¿Qué es lo que puede hacerte feliz...? ¿Qué debo
hacer...? Convérsame ...
ROSA.– Hasta
en esto que llamas matrimonio, te ha ido mejor… ¡y no sonrías! No hay que ir a
la universidad para darnos cuenta…
LUIS.–
(Sentimentalmente, burlón) Lo dices con tal seguridad, que desconciertas.
(Sonríe) Un poco más y me convences… (Añorando) Si hubiera sido cierto…
ROSA.– Luis,
debes entender que otras…
LUIS.– ¡No me digas
que a otras personas les ha ido peor...! Mal de muchos es consuelo de tontos...
ROSA.– ¡Qué
pena…!
LUIS.—Si
hubiera sido cierto ...
ROSA.—En
muchos momentos de nuestra vida has sido feliz (Suspira) y no te diste cuenta,
porque creías merecer más…
LUIS.— Ahora
sí que me caí del catre... No me repongo... Ya no sé quién soy ...
ROSA.—Así
somos los humanos (Aclarando) Momentos dije, pasajes… sí, y es verdad; la
felicidad no es una permanencia… en la vida nada se detiene. En nuestro
matrimonio, tampoco… (Muy triste) No te diste cuenta…
LUIS.– Estoy
contigo, ¿no? Supones…Prejuzgas ...
ROSA.–¡ Me lo
hubieras agradecido...!
JUAN.–
(Regresando) ¡Dios… casi reviento…! (Riendo) ¡Cuántos gases! (Aclarando) He
cerrado la puerta del baño. (Justificándose) Sufro de gastritis. (Animoso) Una
vez me pasó en un ómnibus… era fin de quincena. No me quedaba más dinero que el
que ya le había pagado al conductor; por lo tanto, no podía bajarme…
(Retorciéndose) ¡Y ese cólico! (Riendo) Los pasajeros casi me matan…
(Desternillándose) ¡Hubieran visto la cara del chofer! (Luis y Rosa, como si no
hubiera existido la escena anterior, se desahogan con una grande carcajada)…
LUIS.– No me
hagas reír, hombre, que se me va a arrugar la cara… (Tapándose la nariz) Pobres
pasajeros… ¡Si así hueles de vivo, cómo serás de muerto…!
ROSA.– (En
animadora) Esto, señoras y señores… ¡es “una familia”!
JUAN.–
¡Bravo…! ¡Eso es lo que quería escuchar de tus labios…! ¡Qué bueno que el humor
llegue a esta casa…! ¡Qué nos salgamos de órbita!
ROSA.– Por las
risas que se escuchan y, por los gestos que se ven, este es un hogar feliz; un
hogar “multifamiliar”. Nos queremos, sí… Solos no podríamos vivir (Riendo)
porque estamos quebrados. Somos cautivos de nuestras carencias, mendigos de
ausencia. Aquello de “el casado casa quiere…”, no cuenta para nosotros.
Hacemos, en parejas, hermanados, un pozo mensual para pagar la deuda anterior,
mientras, hora tras hora, empeñamos el gasto de nuestros días por venir, a los
que llaman “futuro”. (Ríe) Loado sea Dios…
JUAN.– Somos
felices, en el mejor sentido de la palabra; y no como tú, más inteligente que
nosotros, te expresas… “Una familia”, sí… Como dice mi mujer –“tu hermana”– e n
la vida “todo es compensación”…
ROSA.– Aprecio
que te expliques a que, como siempre, calles y persigas a mi hermana,” tu
mujer”, como el gato y el ratón, por toda la casa…
JUAN.– Ella
quiere que la persiga, correteé y yo, su marido, la complazco con todo agrado.
(Sincero) Cuando corro tras ella, me
olvido de todo… Es como si un Dios bueno le dijera “Stop” a mis angustias…
ROSA.–
Entonces es por ti, no por ella…
JUAN.– No hay efecto sin causa... Volviendo al asunto… Somos
inteligentes, dije y, es verdad. Entiendo a la inteligencia como la capacidad
de soportar nuestros errores. Lo hemos cumplido…
ROSA.– (Riendo) Lo dicho... es la noche de las
sorpresas… Juan, perorando ...
JUAN.– Para
ti, Rosa, soy el payaso de la casa que goza con la sonrisa ajena… Me alegra. Es
grato ser útil. Soy el espantapájaros de la tristeza, el exorcizador de la
melancolía y, amo a la mujer que me tocó como compañera y, correteando y correteando
quisiera pasar con ella el resto de la cuenta; aspiro llegar con ella hasta el
final de la luz. Amo a mi mujer. Y, como en el ser amado existen el sujeto y el
objeto del amor, como sujeto, la mimo, acaricio, apachurro, protejo; como
objeto, fornico todo lo que los sueños me permitan… y, a ella agrade…
LUIS.– Después
de escuchar, estupefacto, y analizar todos los argumentos expuestos,
deduzco que soy un hombre feliz, aunque
no me haya dado cuenta. Total, por lo visto, uno no es lo que cree ser, sino lo
que los demás estiman que uno es. (A Rosa) Tu felicidad es distinta a la mía.
Fuiste feliz, sí –afirmas; pero, la escondiste dentro de un baúl, debajo del
colchón… con siete llaves. (Apenado) Nunca me lo hiciste saber… se secó en ti y
contigo. ¡Ni a Dios ni al Diablo! De haberlo advertido en ti, yo, con amor, lo
hubiera hecho aumentar… y, algunos hubiéramos hallado para nuestro gozo, ese
algo parecido a la felicidad que con ahínco procuramos…
ROSA.–
Deliras…
LUIS.– Puede
que sea así…
JUAN.– ¿Por
qué nos exponemos de este modo…? Nunca lo hemos hecho. Me preocupa… esto
parece… “El juicio final”.
LUIS.– (A
Rosa) Tienes ojos para ver lo que está lejos… Estás ciega para lo que tienes
delante de ti… ¿Qué sabes de mí…?
ABEL.–
(Vestido para ir a la calle) Ya regreso…
LUIS.– ¿Qué sabes de mí…?
ROSA.– ¿Dónde
va…?
ABEL.– ¡Qué
pregunta más tonta…!
ROSA.– Abuelo…
ABEL.– A
comprar cigarrillos…
JUAN.– Pero si
yo tengo… ¡Ah, qué necedad…!
ABEL.– Ya me
cambié…
ROSA.–
(Tomándolo por los hombros) Venga, abuelo, ya es de noche para salir a la
calle…, le puede hacer mal, es peligroso…
ABEL.– Siempre
es bueno pensar antes de abrir la boca… La palabra pronunciada…
ROSA.– Eso no
me lo diga a mi… (Cariñosa) Abuelo… lo queremos…
LUIS.–
Quédese, abuelo, fue una broma… una palomillada de mi parte; antes, hasta hace
poco, las mataperradas eran de usted y nunca nos enojamos…
JUAN.– Las
bromas –usted lo sabe, abuelo– no nacen en los buenos tiempos…
ROSA.– La
vida, ahora, no es como en sus tiempos…
LUIS.– No hay
paciencia para nadie ni tiempo para escucharnos…
JUAN.–
(Mirando a Luis y Rosa) Ni entre marido y mujer… (Disculpándose) Digo…
ROSA.– Quizás
Luis, abuelo, tenga razón… ¿Cómo escuchar a los demás si ni para nosotros
mismos tenemos oídos…? Hoy mismo, nomás, reciencito… ¡Si usted supiera…!
LUIS.– Lo cual
no significa que no haya afectos, cariños. Lo respetamos, abuelo, queremos… Son
tantos nuestros conflictos que no sabemos por dónde empezar… y, a veces, por
espantar a los problemas de nuestras mentes, nos comportamos descomedidos y, hablando
en buen cristiano, ¡metemos la pata!
ROSA.– Abuelo,
le cuento… En el cumpleaños de la señora Ana, como yo estaba convaleciente, me
quedé sentada en la sala… Sus dos hijas (11 ó 12 años), parece que descubrieron
esta verdad, que los adultos no reparamos: que nadie escucha a nadie. Por eso,
al ayudar con los azafates sirviendo empanadas y dulces a los invitados,
decían: “Sírvanse, están muy ricos, tienen pichi”, “Sírvanse están deliciosos…
tienen caquita”, etc. Las señoras y señores agradecían, gustaban y pedían que
volvieran “otra vueltita niña”. Comprende, abuelo… Nadie escucha a nadie…
LUIS.– Es más…
no queremos escucharnos… ¡para qué, pues…! (El abuelo, sin decir nada, empieza
a retirarse) Quédese…
ROSA.–
¡Quédese! (A Juan) Dame tus cigarrillos… (Lo recibe) Tome, abuelo. Quédese en
la sala y, fume… ¡dése gusto…! y… perdónenos…
ABEL.– Yo…
LUIS.– (A
Rosa, guiñándole) A mí me pidió primero…
ROSA.–
Siéntese, abuelo…
JUAN.– (Hace
señas a Rosa y Luis para salir) Fume, abuelo… la cajetilla es suya…
LUIS.– (Al
oído) Fue una broma, abuelo, perdónenos. (Mete a su bolsillo una cajetilla de
cigarros) Me voy…
JUAN.–
(Saliendo) Hoy me he cansado tanto… (Irónico) sin haber hecho nada… (Riendo)
María debe estar en su medianoche… (Burlón) Será para mañana… lo dejaremos para
mañana (Riendo) María se acuesta temprano, como las gallinas… (Salen. El abuelo
queda solo)
ABEL.– (Como
para él) Hay que enojarse para que lo
escuchen a uno... y hasta mimen... (Toma asiento y fuma. Se levanta y entreabre
la ventana) El silencio mata…
SONIA.– (Ella,
la hermana menor de Rosa y María, llega de la calle, con las llaves en la mano.
Al ver al abuelo) Papá… ¿qué haces a esta hora, solo en la sala…?
ABEL.–
Fumando, hija…
SONIA.– ¿Te ha
pasado algo, no…?
ABEL.– ¿Cómo
se te ocurre, hija?
SONIA.– ¿Te
han hecho daño…?
ABEL.– ¿No sé
por qué tendrían que hacerlo…?
SONIA.– No
hace falta razón para mortificar al prójimo… Nada más fácil que dañar…
ABEL.–
(Cortándola) Nada de eso ha pasado…
SONIA.– Bueno…
aunque, la verdad, no te creo…
ABEL.– ¿Y a ti…?
SONIA.– A mi
nada… ¡Caray, con el carácter que tengo…! Soy “Géminis”, como dice Rosa.
ABEL.– Digo…
¿qué milagro tan temprano…?
SONIA.– No es
temprano, papá… Siempre llego a esta hora…
ABEL.– Nos
conocemos, hija… Te conozco…
SONIA.– Vengo
de bailar un rato…
ABEL.– ¿A
media semana…?
SONIA.–
Trabajamos diez horas… Hay que disiparse, compensar…
ABEL.–
“Compensar”, esa es palabra de tu hermana María…
SONIA.–
Compensar, sí…, sino, enloquecemos…
ABEL.– ¿Y de
la fiesta se regresa con el entrecejo fruncido…? ¿Con esa risita, con ese tono
melancólico…? ¿Qué pasó, hija…?
SONIA.– Bueno…
ABEL.– Ves… a
mi no me puedes ocultar nada… Te conozco…
MARIA.– (Desde
segundo plano se escucha la voz de María, muy coqueta, riendo) ¡Ya, Juan…
déjame dormir…! ¡No me hagas cosquillas…!
SONIA.– No…
fue algo sin importancia, y más por culpa mía…
MARÍA.– (Riendo) ¡No me hagas
cosquillas…!
ABEL.– Sucede…
y, en oportunidades… nuestra impertinencia hace…
SONIA.–
(Riendo) No… mi amigo, mientras bailábamos, haciéndose el gracioso, me dijo:
“alégrate gorda”… (Ríe) Y ya me conoces: ¡“Gorda”!, le dije, será tu… y me
vine…
ABEL.– (Ríe)
Tu carácter no será de lo mejor… pero te protege… Mas no sería mala idea que
subas unos kilitos…
SONIA.–
(Molesta) ¡Nunca…! Es más… voy a adelgazar “unos kilitos…”
ABEL.–
(Riendo) Eres “Géminis”… ¿No es dramático…?
SONIA.– Tienes
razón… es trágico… No soporto la idea…
ABEL.– Y… a
este paso, ¿cuándo tendré un nieto…? Dime… (Riendo) Biznieto, quiero decir…
SONIA.–
¡Papá…! (Riendo) ¡Qué papá más moderno tengo…! Todavía no me he casado, señor…
ABEL.– Cuando
te cases, quiero decir… (Ríe) Eso quise decir… A propósito, ¿cuándo te casas…?
Nunca hemos tenido secretos…, por eso te lo pregunto…
SONIA.–
Lamento decepcionarte… No tendrás ese gusto. Las tres hermanas somos estériles…
En mi caso… dice el médico, es “esterilidad sicológica”; de lo que se desprende
que física y fisiológicamente estoy en perfectas condiciones para ser madre;
pero… mi mente se niega a engendrar… (Pausa)
“Engendrar” ¿Y, para qué, me pregunto…?
ABEL.– En
ocasiones es bueno escuchar lo que no quisiéramos oír… La naturaleza es sabia…
SONIA.– Menos
mal que no soy casada; por lo tanto, no he de frustrar a nadie… y, es más, “no
quiero tener hijos”…
ABEL.–
(Entregándole la colilla del cigarro) Apágalo, por favor…
SONIA.– Ya no
quieres hablar… (Riendo) “¡Te conozco, papá!”… (Ríen los dos)
ABEL.– ¿Qué
hubiera sido de mi vejez sin ti…?
SONIA.– Están,
además, Rosa y María…
ABEL.– Cuando
me dices papá, mi corazón se hace joven… De mis tres nietas, la única que me
llama papá eres tú… desde niña…
SONIA.– Claro…
si tu me has criado…
ABEL.– A tus
otras hermanas, también… y, ya ves…
SONIA.– Si,
pero yo soy distinta…
ABEL.– Eres
diferente…
SONIA.– (Ríe)
Soy la rebeldía… Casi no parezco de la familia… Rosa y María, “mis hermanas”,
están lejos de mí… Ellas sí parecen nacidas del mismo vientre…
ABEL.– Me
recuerdas a mí cuando era niño… Sí, no sonrías… todos cambiamos… ¿O crees que
siempre fui viejo…? (Suspira) La vida me cambió…
SONIA.– Alguna
vez escuché decir que Rosa tiene algo de papá y que María es igual a mi madre…
ABEL.– Los
hijos se parecen a sus padres… unos más que otros… si no en lo físico, en el
alma…
SONIA.– ¿Cómo
fue mi madre, papá…?
ABEL.–
(Después de un silencio) ¿No recuerdas nada de ella…?
SONIA.–
Recordar, recordar… no. Hay algo lejano… una cólera que me llega desde lejos
con la palabra mamá. Algo… algo lejano, muy lejano… con rabia… Una sombra…
ABEL.– Tienes
que perdonar… ser piadosa…
SONIA.–
Recuerdo con ira que mis compañeras se burlaban de mí… y yo tenía vergüenza…
Odiaba que mamá fuera a recogerme al colegio… Es lo que he retenido en el alma…
No formas. Por más que me esfuerzo no hallo su rostro…
ABEL.– Ella,
mi única hija, sufrió mucho… (Suspira y se santigua) ¡Qué Dios la tenga en su
gloria…! ¡Si la hubieras conocido de joven…! (Suspira)
SONIA.–
Dormida, algunas noches, tengo pesadillas… Entre neblina veo venir una sombra
gigante que me dice “hija”… Un bulto inmenso, grotesco, que asusta… Una
pesadilla…
ABEL.– Las
madres, aún desde la otra vida, velan por sus hijos…
SONIA.– ¿Y
cómo a mis hermanas nunca…?
ABEL.– Quizás
por ser la menor, estime que eres la que más necesita ayuda… (La mira
fijamente) Es el misterio del amor, hijita…
SONIA.– ¿Qué
hizo de malo que en la casa nunca se habla de ella? La abuela se niega a
conversar…
ABEL.– ¿Malo…?
¿Malo? Nada.
SONIA.– ¿Cómo
era…?
ABEL.–
(Bromeando)
En este mundo
traidor,
nada es verdad ni
mentira,
todo es según el
color…
LOS DOS.– del cristal con que se mira.
ABEL.– Me has
hecho acordar al colegio…
SONIA.– No has
respondido a mi pregunta… y me asusta tu silencio…
ABEL.– (Serio)
No tienes nada de qué avergonzarte, te lo juro… (Prende un cigarrillo, que
apagará pronto) Tu madre fue una mujer muy hermosa… ¡Bellísima! Lástima que
quemó todas sus fotografías… ni las de niña dejó. Cuando íbamos a la playa, los
jóvenes, unos la miraban ensimismados desde lejos; otros, los más osados, se
acercaban, sin importarles que nosotros estuviéramos cerca…
SONIA.– ¿Qué
pasó, entonces…? ¿Por qué…?
ABEL.– Tuvo el
cuerpo más fino y escultural que haya conocido…
SONIA.– ¿Mi
mamá…?
ABEL.– Sí…
ella. Un publicista la descubrió como modelo; nos pidió autorización y, de allí
en adelante, apareció en la portada de las más importantes revistas y
almanaques, incluso del extranjero.
SONIA.– ¿Modelo…?
ABEL.–
Modelaba ropa, perfumes, jabones de tocador… Ganaba mucho dinero, a manos
llenas. Esta casa la construyó ella. Conoció a tu padre, hijo de un industrial
italiano de gran éxito…
SONIA.– De él,
algo sé… La mamá de Mela, mi amiga, hace años, me mostró una revista donde,
dentro de un grupo, estaba un joven muy buenmozo… Me dijo: él es tu padre…
ABEL.– Se
enamoró… se enamoraron y se casaron. Tu madre lo adoraba. Nació tu hermana
Rosa, e inmediatamente, sin esperar nada, María; y, pese a recomendaciones del
médico, antes del año, tú.
SONIA.– Sí,
soy la tercera… Quizás por eso distinta… (Explicando) Es casi seguro que mamá
no quisiera tener más hijos… o por lo menos, inmediatamente…
ABEL.– La
voluntad de tu padre era la ley para ella. Tu padre afirmaba que las esposas
debían tener todos los hijos que Dios les mandare. No se pudo disuadirlo…
SONIA.– ¡Ay,
caray…! ¡A mí que algún marido me venga con eso…! (Por su madre) No la
entiendo…
ABEL.– ¿No te
dije que tu madre lo adoraba?
SONIA.–
(Meditando) Por eso soy distinta…
ABEL.– El
éxito social y económico mareó a tu padre. Frecuentó a otra gente de mayor
nivel social… y empezó a beber y a salir con chiquillas modelos como amantes,
todas las noches, sin importarle que tu madre se enterara.
SONIA.– Así
ocurre siempre… no tenemos medida… Lo veo en el trabajo y en la gente que
conozco…
ABEL.– ¡A la
vista y paciencia de todo el mundo! ¡Gozaba con que lo supieran…! Aparecía
fotografiado con ellas… Tu madre se enfermo de celos y…
SONYA.– ¿Por
qué se divorciaron…?
ABEL.–
Finalmente, vencida, por orgullo, le pidió el divorcio… Pero él, católico
recalcitrante, como sus padres, se negó a dárselo…
SONIA.– ¡Qué
estupidez…!
ABEL.– Como
respuesta, exigió que tu madre le diera más hijos, pues no tenía el hijo varón
que le heredara… “El hombre es de la calle –decía– la mujer de su casa, y debe
parir los hijos que Dios mande…”
SONIA.– Pobre
mamá… nunca pensé que ella hubiera tenido tan mala suerte y poco carácter…
ABEL.– El
carácter lo perdió al enamorarse de él.
SONIA.– ¡Qué
Dios la tenga en su gloria! –como dices tú…
ABEL.– No… tu
madre peleo e imploró una y otra vez para que le diera el divorcio; pero, él,
nada, rotundamente…
SONIA.– ¿Y mis
abuelos por parte de padre…?
ABEL.–
Regresaron a Italia, donde murieron… (Aclarando) Se lavaron las manos.
SONIA.– ¿Y mis
hermanas, conocen la historia…?
ABEL.– No…
Tenlo por seguro. Y, tu abuela, no hablará nunca…
SONIA.– De que
les serviría conocer la verdad… Con dormir, comer, fornicar les es suficiente…
Por otra parte, bien sabemos que más daño se hace con la verdad que con la
mentira…
ABEL.– No seas
dura con ellas… A veces, algo que pasa en nuestras vidas, nos hace descaminar
el rumbo… Tampoco ellas –tenlo por cierto– son lo que soñaron ser…
SONIA.– Papá,
no podemos pasarnos la vida justificándolo todo, echándole la culpa a los
demás. Nuestros fracasos son nuestros fracasos.
ABEL.– (Que no
la ha escuchado) Tu abuela no me perdonó nunca haber autorizado dicho
matrimonio… A mí me endosa la culpa de toda la desgracia… Desde la muerte de mi
hija… (Meditando) casi una vida, no nos hablamos…
SONIA.– “Lo
que ha de ser será”, dice el Padre Zancudo, en su sermón… No lo creo. Sólo
puedo afirmar, “Lo hecho, hecho está”… ¿Qué pasó con mamá…?
ABEL.– Tu
madre enfermó de los nervios, su mal la obligó a comer como loca todo el día y
toda la noche. Debajo de la almohada guardaba chocolates…: hasta a oscuras
comía. Los médicos dijeron que era bulimia. De esta forma quiso castigar a tu
padre por no darle el divorcio…
SONIA.–
¡Jesús, vaya castigo!
ABEL.– ¡Comió,
comió, comió hasta desparramarse en carnes…!
SONIA.–
Entonces… ¿ese bulto de mis sueños…?
ABEL.– No
escuchaba ruegos. Era su revancha. Sabía que a tu padre le gustaban las mujeres
jóvenes y esbeltas. Pues, como se negaba a darle el divorcio, en castigo,
engordó, engordó y engordó, para que él, todas las noches, se acostara con “una
vaca”, decía. Fue un suicidio. Era su castigo. Ella estaba orgullosa de su
deformación, de su obesidad y, espléndida de su hazaña. (Enciende otro
cigarrillo) En una ocasión llamó a los periodistas y autorizó que la
fotografiaran así, a condición que pusieran su nombre de casada y los nombres y
apellidos completos de su marido, y, debajo de la leyenda, una fotografía de
él…
SONIA.– (Se
acerca a él y lo toma por los hombros) Siento un profundo odio por mi padre…
ABEL.– ¿Ves…?
Por esto nunca hemos querido hablar nada, contarles…, aunque temíamos que otras
personas lo hicieran…
SONIA.– Han
hecho mal en ocultarnos la verdad… Mis hermanas y yo tenemos derecho a saber
sobre ellos… saber sobre nosotras… Cuánta gente habrá chismeado ante nuestras
narices, sin que nosotras nos diéramos cuenta, lo supiéramos…
ABEL.– (Yendo
hacia la ventana, a la que abre) Casi al mes que falleciera mi hija, tu padre,
embriagado, junto con una jovencita, se estrelló con su automóvil deportivo…
Murieron los dos.
SONIA.– ¡Oh,
Dios… eso más! ¡Qué tal familia, Señor! (Mirando al techo, irónica) Gracias… De
razón que nadie nos visita…
ABEL.– No
quedó nada de la fortuna que le dejaron sus padres, tus abuelos. La dilapidó.
Al verse sin efectivo, hipotecó una tras otra tienda… Para su entierro,
nosotros, tu abuela y yo, tuvimos que correr con los gastos… (Silencio) Mira a
la luna…
SONIA.– Sí, es
hermosa, grande…
ABEL.– De
niño, dentro de la faz de la luna, me parecía ver la imagen de Dios…
SONIA.–
(Meditando) Ahora comprendo porque los pretendientes tan entusiasmados y
amorosos, cuando la cosa caminaba en serio, desaparecían… Lo mismo ocurrió con
mis hermanas…
ABEL.– Observa
cómo se mueve…
SONIA.– Ahora
las comprendo mejor… quizás sufran más que yo…
ABEL.– Nada se
queda quieto en la vida…
SONIA.– Sí,
los padres de ellos, de nuestros pretendientes, se oponían… Ahora todo es
claro.
ABEL.– Todo es
un continuo viaje…
SONIA.– Quizás
por eso mis hermanas se casaron con quienes se casaron… Eso es triste, así les
vaya bien…
ABEL.–
(Cubriéndose el rostro) Es mi hija…
SONIA.– ¿Odias
a mi padre…?
ABEL.– No. Es
el padre de ustedes y… porque… mi hija lo amó… Murió pronunciando su nombre…
SONIA.– (Con
cólera) Mejor no hubiera…
ABEL.– El
mundo gira y rueda… y, siempre, la noche anuncia la aurora…
SONIA.– Se me
ha escarapelado el cuerpo…
ABEL.– ¿Te
puedo pedir un favor…?
SONIA.– ¿Qué,
papá…?
ABEL.– Que
tengas piedad por los dos…
SONIA.–
(Extrañada) ¿Piedad…?
ABEL.– Sí,
piedad…
SONIA.– ¿Por
los dos…?
ABEL.– Por los
dos. Los muertos deben morir.
San Borja, 01
de diciembre de 1999
Grégor Díaz.
APUNTES SOBRE
LOS PERSONAJES:
LUIS, es esposo de Rosa. La quiere.
Sabe que su matrimonio no marcha, pero lo defenderá hasta siempre, aún después
de la separación.
MARÍA es hermana de Rosa. Se parece a
su madre: es sexualizada/ huye de los problemas. Su madre murió joven, a
consecuencia de su obesidad,
JUAN es esposo de María. Es vendedor: muñecos. Conservador:
siempre estará casado con María.
MERCEDES es abuela de las tres hijas de su hija. Le dicen
“abuela”. Su esposo Abel, vive en la misma casa, pero separados, casi sin
hablarse.
ROSA es la nieta –hija mayor– de don Abel y doña Mercedes.
Su matrimonio prácticamente está roto, pero se llevan bien, cuestionándose
doloridamente. Algún día se separarán… es casi seguro.
ABEL es abuelo de las tres hijas de su hija. Con la menor se
lleva muy bien; es la única que lo trata de