LOS CERCADORES
De Grégor Díaz
PERSONAJES
–
JOSÉ
Ciudadano peruano de 35 años
–
ROSA
Ciudadana peruana de 27 años
Nuestros días, en un edificio ubicado en
los alrededores del Cuadrado de Lima. Agrupación pobre.
A telón cerrado –sala apagada– se escucha
cantar aun grupo de niñas –en coro– la melodía infantil “Matatiro Tirulán”. Las
risas de las niñas indican la apertura –lenta– del telón.
Cercados
ES DE NOCHE.
SOBRE LA MESA, UNA PANERA; CUATRO SILLAS RÚSTICAS A
SUS COSTADOS. ROSA, CON UN PEDAZO DE PAN EN LA MANO, COMIENDO, DA VUELTAS
ALREDEDOR DE LA MESA, MIENTRAS COME, REPASANDO, HABLA MECÁNICAMENTE.
ROSA.– Todas las palabras terminadas en
aje se escriben con jota menos ambage y enálage. Ejemplo: Coraje… (Se
detiene) ¿Coraje? (Se sienta) ¡Co-ra-je! ¡Coraje, coraje, coraje! (Entra
José con un periódico en la mano)
¿Quieres comer algo?
JOSÉ.– ¡No!
ROSA.– No tienes por qué gritar.
JOSÉ.– ¿Te queda algún cigarrillo?
ROSA.– Lo estaría fumando.
JOSÉ.– Fumamos mucho.
ROSA.– ¿Qué otra cosa podemos hacer?
JOSÉ.– Nada.
ROSA.– Me fue mal.
JOSÉ.– Lo sé.
ROSA.– ¿Quién te lo ha contado?
JOSÉ.– Se te ve en el rostro.
ROSA.– Por lo visto, a ti no te fue
mejor.
JOSÉ.– ¿Te puedo pedir un favor?
ROSA.– Hazlo.
JOSÉ.– Apaga las luces.
ROSA.– ¿Quieres ahorrar?
JOSÉ.– No me duelen los ojos. Con la luz
de la calle es suficiente.
ROSA.– (Apaga las luces) ¿Estás
contento?
JOSÉ.– Sí… contento, muy contento…
doblemente contento.
ROSA.– No te entiendo.
JOSÉ.– Contento porque no hay luz… y
contento porque tú la has apagado.
ROSA.– Estamos como en una boite.
JOSÉ.– Es ridículo.
ROSA.– ¿Estar en una boite?
JOSÉ.– No, que nosotros pensemos en una
boite.
ROSA.– ¿Algo más?
JOSÉ.– Sí… reza.
ROSA.– ¿Te estás muriendo?
JOSÉ.– Todos nos estamos muriendo.
ROSA.– ¿Todos?
JOSÉ.– Sí, todos…
ROSA.– ¿Quiénes todos?
JOSÉ.– Tú y yo.
ROSA.– No somos todos.
JOSÉ.– ¿Te parece?
ROSA.– Ahora dudo.
JOSÉ.– No hay razón.
ROSA.– ¡Razón de qué!
JOSÉ.– De dudar… ¡es claro!
ROSA.– Te entiendo… Ahora veo mejor.
JOSÉ.– Es por la penumbra. La luz ciega.
ROSA.– Me vuelves a confundir.
JOSÉ.– No lo pretendo; pero es cierto.
Con la luz o sin ella nuestro gesto es eterno: triste. ¡Y ya me cansé! Lo hemos
heredado y lo heredarán nuestros hijos.
ROSA.– ¿Gesto eterno? ¿Nuestro rostro?
¿Acaso no río, también?
JOSÉ.– Sí, ríes… pero mantienes el gesto;
los músculos de tu rostro no te obedecen, tus rasgos caen, se cuelgan
tristemente de tu cara. Es como nuestra huella digital…
ROSA.– Quisiera tomar un trago.
JOSÉ.– Se acabó… cuesta mucho.
ROSA.– No dije que me lo dieras.
JOSÉ.– ¡Pero es lo mismo! (Pausa)
¡Imagínatelo… así podrás disfrutarlo mejor!
ROSA.– ¡Mejor? ¿Imaginándomelo?
JOSÉ.– Sí, créeme… estará lo dulce o
amargo del licor que será superado en muchas veces por tu imaginación.
ROSA.– Desvarías.
JOSÉ.– Piensa así si lo quieres, es tu
problema.
ROSA.– ¡¿El tuyo no?!
JOSÉ.– ¡Nooooooo!
ROSA.– (Cerebralmente conteniendo su
cólera) Quieres darme un beso. (Frenándose, y como recurso para no continuar la discusión)
JOSÉ.– Por qué no.
ROSA.– ¿Vienes o voy?
JOSÉ.– Nos encontramos a la mitad del
camino. (Se paran los dos, caminan, se encuentran en el centro y se besan)
Te quiero.
ROSA.– Te adoro. (Se miran)
JOSÉ.– ¿Cómo te llamas?
ROSA.– ¿Quieres jugar conmigo?
JOSÉ.– Señorita…
ROSA.– ¡Soy señora…!
JOSÉ.– ¡Tu nombre…!
ROSA.– (Tranquilizándose) Está
bien… Me llamo Rosa…
JOSÉ.– Mi nombre es José.
ROSA.– (Apoyando su cabeza en el
hombro de él) El próximo mes cumplimos siete años de casados.
JOSÉ.– Para ser más exactos… el 28 de
Julio… ¡Día de la Emancipación! (La toma de los hombros y la lleva a su
silla. Ella se sienta)
ROSA.– ¿Por qué escogimos esa fecha para
casarnos?
JOSÉ.– Porque en ese momento trabajaba…
¡Ah, eran las Fiestas Patrias!… tres días de descanso con goce de haberes:
martes, miércoles y jueves –lo recuerdo muy bien–; pedí permiso el viernes, y
empalmamos la “Luna de Miel” sábado y domingo. (Pausa)
ROSA.– Tu hijo está grande.
JOSÉ.– Nuestro hijo.
ROSA.– ¿Nuestro hijo?
JOSÉ.– Sí, creo que aún podemos decir
“nuestro hijo”… aunque él no lo sabe…
ROSA.– Es el trato.
JOSÉ.– Mejor así… Siempre debemos
repetírnoslo ¡Mejor así, mejor así! Hay que tener coraje…
ROSA.– (Rápido, matando su dolor)
Coraje se escribe con jota.
JOSÉ.– ¿Por qué?
ROSA.– Porque todas las palabras que
terminan en aje se escriben con jota, menos ambage y enálage.
JOSÉ.– Bueno, entonces debemos tener
coraje con jota.
ROSA.– (Dulce, amorosa) No podría
ser de otra manera, amor…
JOSÉ.– (Desahogándose) ¡Sí, pues…!
(Conteniéndose) Si es cierto lo que me cuentas…
ROSA.– El manual lo dice…
JOSÉ.– ¿Lo viste?
ROSA.– ¿A él?
JOSÉ.– ¡Sí, a él! ¡Por nadie más
preguntaría en este mundo… lo sabes!
ROSA.– Gracias, por lo que toca a mí…
JOSÉ.– Por favor, Rosa…
ROSA.– Sí… lo vi… todas las tardes lo
llevan al parque… su “ama” lo cuida bien…
JOSÉ.– Qué bueno…
ROSA.– Está en el Colegio: Jardín.
JOSÉ.– Hasta la fecha está cumpliendo el
ingeniero.
ROSA.– Nosotros también.
JOSÉ.– Nosotros también.
ROSA.– ¡Qué precio tan caro estamos
pagando! ¡Cómo cuesta callar! ¡Qué cara es la indiferencia que una tiene que
mostrar! A ellos no les cuesta nada; él los hace feliz.
JOSÉ.– ¡Así lo dijo el cura y así será,
pues…! (Imitando al cura) “Es por el bien de todos: Feliz el niño con
sus nuevos padres que podrán darle una buena formación profesional; feliz el
ingeniero y su esposa con este niño como hijo, ya que ellos no pueden
engendrar; feliz la sociedad, ya que con tales padres este niño será un
buen ciudadano; feliz la iglesia con un
nuevo cristiano, y…”
JOSÉ y ROSA.–Felices
nosotros al ver desde lejos cómo un niño que pudo crecer torcido, día a día se
alza derechito al camino de Dios. (Pausa, se miran)
ROSA.– Tengo los pies helados.
JOSÉ.– Pronto los tendré igual… ahora
hierven… he caminado mucho.
ROSA.– Nada hemos encontrado… ¡Promesas,
promesas, promesas! (El la toma de los hombros)
JOSÉ.– Tendremos que seguir buscando… no
queda otro camino…
ROSA.– Los niños juegan a la cometa…
JOSÉ.– Es la época de los vientos…
ROSA.– Corren peligro en las azoteas, mi
amor…
JOSÉ.– ¡Deberían cerrar todas las puertas
que conducen a las azoteas!
ROSA.– Las niñas cosen vestidos para sus
muñecas…
JOSÉ.– Hace frío… no deben salir a la
calle.
ROSA.– Se pueden resfriar… el clima de
Lima es húmedo.
JOSÉ.– (Separándose de ella, excitado)
¿Puedes leer el periódico?
ROSA.– Sí… (toma el diario) ¿La
página de empleos?
JOSÉ.– ¡Síiii…! ¡O la de los Milagros, si
te da la gana!
ROSA.– Habíamos convenido en no gritar…
JOSÉ.– (Que no la ha escuchado)
¡Si yo consiguiera un trabajo!
ROSA.– (Que lo ha escuchado) Te
quiero…
JOSÉ.– Yo también…
ROSA.– (Con más intensidad) Te
amo.
JOSÉ.– ¿Puedes gritarlo?
ROSA.– ¡Sí, te amo!
JOSÉ.– (Tranquilizándose) Gracias…
Cuando gritas, me doy cuenta que aún vivo…
ROSA.– Lo mismo me pasa a mí…
JOSÉ.– Necesitamos gritar.
ROSA.– ¡Soy feliz, amor…!
JOSÉ.– ¡No lo grites!
ROSA.– (Extrañada) ¿Por qué?
JOSÉ.– (Riendo) Nos podrían quitar
la felicidad también…
ROSA.– (Ríe) Tonto… (Leyendo el
diario) Aquí está… “Alto ejecutivo…”
JOSÉ.– Pásalo…
ROSA.– “Asesor Jurídico…”
JOSÉ.– Pásalo…
ROSA.– “Empleado para atender público…”
JOSÉ.– Continúa…
ROSA.– Mínimo 21 años, máximo 27.
JOSÉ.– Pásalo…
ROSA.– Vendedor…
JOSÉ.– Ahora, ¿por qué te detienes?
ROSA.– Máximo 25 años.
JOSÉ.– Hoy fui a mi barrio… ¡El viejo
Surquillo! Tuve la sensación de haber muerto.
ROSA.– ¡Estás de humor…!
JOSÉ.– Pasé varias veces intentando
saludar a mis amigos de infancia y no me reconocieron… se fueron de largo,
nomás. Estaba el viejo Damián, don Jorge… Rosendo salió del corralón corriendo
a la botica con una criatura en brazos… sangraba… Debe ser su hija, o bueno… su
hijo.
ROSA.– Eso tiene poca importancia…
JOSÉ.– “Vivimos en un país maravilloso,
somos ricos: Costa, Sierra y Selva” ¡El viejo Damián… pobre!; aún sigue
repitiendo esas palabras…; está casi ciego. Me acerqué a saludarlo y me dijo:
“Una limosnita, por el amor de Dios”. (Ríe)
ROSA.– Estás triste.
JOSÉ.– Triste, ¿por qué?
ROSA.– Siempre lo estás cuando ríes… Te
conozco, amor. ¡Y, siete años de casados!
JOSÉ.– En la esquina, como hace veinte
años, Baca, Carrasco, Ramírez y Soto…: ¡borrachos! No sé por qué, pero tuve
pena, mucha pena… ¡Ja!… y don Damián: “Vivimos en un país maravilloso, somos
ricos: Costa, sierra y Selva”… y “Una limosnita por el amor de Dios”.
ROSA. ¿Y?
JOSÉ.– ¡Ya te dije que tuve pena, mucha
pena! ¿Quieres más detalles?
ROSA.– ¡Síiiiiiii!
JOSÉ.– Pues bien… fue como si el tiempo
se hubiera detenido… (Se tranquiliza) No… como si hubiera retrocedido.
Me quité el saco, eché la corbata al bolsillo y recosté mi espalda a la pared.
Creo que estuve mucho tiempo así: parado, recostado, con la planta del pie
derecho sobre la pared y el saco al hombro… Cuando volví en mí, estaba rodeado
de mis amigos de infancia, ¡qué alegría! Pedro, pálido, con mucha pena me dijo:
– ¿Qué te pasa, José? ¿Podemos hacer algo
por ti?
– ¿Te han hecho daño? –me dijo Juan–.
Quise decirles que sí… pero me di cuenta que estaban tristes… con mucha pena.
Sabes, Rosa, hubiera sido injusto causarles más dolor. ¡Qué cara tendría en ese
momento! Como alguien dijo, Rosa, no somos más que un mendigo sentado en un
sillón de oro.
ROSA.– No hay azúcar… no podemos tomar
café.
JOSÉ.– Ya tengo los pies helados.
ROSA.– ¡El viejo Surquillo!
JOSÉ.– El viejo Surquillo.
ROSA.– ¿Por qué nos casamos nosotros?
JOSÉ.– Porque tú eres Rosa y yo José.
ROSA.– ¡Ju! ¿Y si nuestros nombres
hubieran sido otros?
JOSÉ.– Hubiera sido igual… mantendrías el
gesto… estaríamos tristes. Lo hemos heredado. Es como nuestra huella digital,
no lo sabes. A lo mejor tú pastarías hasta hinchar tus ubres; luego tus amos te
ordeñarían hasta hacerte sangrar los pechos. Yo, quizás, estaría yugado, dando
vueltas y vueltas en un molino.
ROSA.– ¿Por qué vas a Surquillo? Te hace
daño.
JOSÉ.– Quizás porque es mi barrio… porque
viví veinte años allí… porque recuerdo mi juventud… o porque tal vez allí noto
claramente la diferencia que hay entre lo que quise ser y lo que soy… A lo
mejor para darme ánimos.
Es lindo… me bajo en Primavera, entro por
San Miguel, camino dos cuadras… Y allí está: La quinta cuadra de la calle
Carmen del Distrito de Surquillo. Miro pasar a los niños… y en cada uno de
ellos descubro un amigo.
– Este tiene que ser hijo de Joel. Claro,
son sus ojos, su manera de caminar… un tanto chueco. Sabes, Rosita, con Joel me
trompié una vez. . Tendríamos 13 ó 14 años, más o menos. Le dije que de grande
iba a ser médico y él se burló de mí. Indignado le iba a lanzar un puñete, pero
él, más mañoso que yo, se dio cuenta a tiempo y me adelantó el golpe. Resultado:
¡Ojo verde! (Abajo, como para él) Resultado: no fui médico. ¡Ah, a
propósito de peleas, ahora me acuerdo de Folleque! (¿Por qué le pondrían ese
apodo?) ¡Era más flojo para pelear…!
– ¡Ya, ya… contigo no peleo porque estoy
sin zapatos! y como no usaba zapatos, nunca peleaba.
Surquillo siempre está igual, Rosa… sus
calles, ahora pavimentadas, constantemente sucias. Ya no está la acequia donde
hacíamos navegar nuestros barcos de papel. Sabes, Rosita, siempre se nos
hundían, siempre naufragaban… ¡siempre! (Pausa) ¿Qué silencio, no?
ROSA.– Están durmiendo los vecinos… es
muy tarde.
JOSÉ.– ¿O están muertos?
ROSA.– Quizás…
JOSÉ.– ¡Pero es que no tienes otra
palabra!
ROSA.– Te amo…
JOSÉ.– ¡Ya lo sé… lo sé! Yo también te
amo…
ROSA.– Si mal no recuerdo, habíamos
convenido en no gritar…
JOSÉ.– ¡Sí, lo hemos convenido… ya lo sé!
A cada grito una palabra de amor…
ROSA y JOSÉ.–¡A cada grito
una palabra de amor! No dejemos que la falta de dinero mate este maravilloso
amor. (Ríen los dos)
ROSA.– Este edificio parece un
cementerio… Verdad. El pasaje me recuerda a los pabellones, y cada puerta a un
nicho, más grande, naturalmente… y como lápidas: Familia García, Familia
Arriola, Familia Ledesma…
JOSÉ.– Entonces, ¿nuestra pieza es un
nicho?
ROSA.– No te das cuenta…
JOSÉ.– Pero yo leo los periódicos, busco
trabajo. Puedo salir a la calle, soy libre…
ROSA.– ¿Estás seguro?
JOSÉ.– ¡Claro que sí! En este momento, si
me da la gana, me voy a la calle…
ROSA.– ¿Tú o tu imaginación…?
JOSÉ.– ¡Yooooo!
ROSA.– ¿Y con eso qué? ¿Eso es estar
vivo? ¿Acaso no dicen también que las almas penan?
JOSÉ.– (Dolido) Tú estás enojada
conmigo porque no he conseguido trabajo… eso es… te conozco bien. No es justo
que así me trates, porque me esfuerzo, busco… lo sabes. Con más claridad que yo
te lo pueden decir mis zapatos, mis pies hinchados. ¡Busco, entiéndelo bien!
ROSA.– ¿Te alivia algo si te digo que te
creo?
JOSÉ.– Por supuesto. Eres mi mujer. Lo
único que tengo en este mundo.
ROSA.– ¿Cambia eso nuestra situación?
JOSÉ.– ¡Me quieres confundir… abusas de
mí!
ROSA.– Te vas a quemar.
JOSÉ.– ¡Quemar con qué!
ROSA.– No estás tomando la sartén por el
mango.
JOSÉ.– ¿Por qué tuve que salir a
Surquillo? ¿Por qué no me quedé allí? ¡Maldita sea… en Lima no me siento bien,
no estoy a mi gusto, me encuentro como en corral ajeno… no sé atar ni desatar!
Me siento ahora como si estuviera al otro lado de la línea del tranvía, como
cuando era niño.
ROSA.– Hablas por hablar y te haces daño…
JOSÉ.– La línea del tranvía dividía
Surquillo de Miraflores. Hacia el Mar, los ricos; al otro lado, nosotros. Y
esto, Rosa, aunque te parezca exagerado, pesa mucho sobre uno. Al costado de la
línea, paralelamente a ella, camino al mar, corría la acequia. Allí se hundía,
naufragaban nuestros barcos de papel.
La acequia estaba a nuestro lado. Ahora ha
cambiado la situación, ya no está la línea… ahora nos divide la Vía Expresa:
hacia el mar, los ricos; al otro lado, los pobres.
ROSA.– A nosotros nos separaba la avenida
Abancay. Hacia San Martín, el Centro de Lima, ¡el corazón del Perú!; hacia
Bolívar, nosotros. A nuestro lado estaba –y está– el Congreso. Los Padres de la
Patria nunca hicieron algo por nosotros. Estoy segura que Bolívar se siente
mejor a nuestro lado.
JOSÉ.– ¿Por qué?
ROSA.– Era zambo… ¿no lo sabes?
JOSÉ.– Idiota…
ROSA.– Te amo…
JOSÉ.– Y hacia el cerro San Cristóbal,
donde está la cruz, el Río Hablador, heroico defiende el cuadrado de Lima: Bajo
el Puente, los negros y los pobres… Brama el Rímac día y noche, como asustando
a los pobres de Bajo el Puente, para que no se atrevan a invadir el centro de
la Capital del Perú. (Pausa)
ROSA.– ¿Nos servimos un trago?
JOSÉ.– ¿Otro? Si aún no has terminado el
tuyo…
ROSA.– Es verdad. Salud, entonces. (Beben
licor imaginario en los vasos imaginarios) Tienes razón, amor… Este
Vermouth está mejor que el del otro día.
JOSÉ.– Está amaneciendo… nos queda poco
tiempo. ¿Quieres leer el diario?
ROSA.– ¡Con mucho gusto! (Toma el
diario y lee) Guardián para trabajos nocturnos… No puedes: tu asma.
JOSÉ.– Pásalo.
ROSA.– Joven con espíritu de superación
para vender duchas eléctricas. Veinte por ciento de comisión. Requisito
indispensable: Mil soles de garantía.
JOSÉ.– ¡Mil soles! Consiguen treinta
vendedores y con esa plata hacen negocio. Vamos… Pásalo.
ROSA.– Esto puede interesar: Auxiliar de
Oficina, no importa que no tenga experiencia. Pago sueldo mínimo. ¡Ah, no
sirve!
JOSÉ.– ¿Por qué? Para empezar no importa
el sueldo. Necesitamos dinero.
ROSA.– (Remarcando las palabras)
No mayor de 27 años…
JOSÉ.– ¡Otra vez! ¡Pero qué se han
creído… que un hombre de 35 años ya no puede trabajar!
ROSA.– Te amo…
JOSÉ.– ¿Cambia eso la situación?
ROSA.– ¡Sí…! (Pausa)
JOSÉ.– (Como iluminado) Rosita… si
tuviéramos otro hijo…
ROSA.– (Apenada) Lo tendríamos que
regalar…
JOSÉ.– ¡Un trabajo! ¡Un trabajo! ¡Un
trabajo!
ROSA.– Por su bien…
JOSÉ.– Por su bien…
ROSA.– Así lo dijo el cura, por su bien…
JOSÉ.– (Ilusionado) Mañana me
entregan el perrito…
ROSA.– (Entusiasmada) ¿Qué es?
JOSÉ.– Macho… raza chica… come poco…
ROSA.– ¿Qué nombre le podríamos poner?
JOSÉ.– Podría ser… le pondríamos…
ROSA.– Ya está, ya lo tengo, ¡no te
rompas la cabeza…!
JOSÉ.– ¿Cuál?
ROSA.– (Lento) Coraje.
JOSÉ.– ¿Coraje?
ROSA.– ¡Sí, Coraje!
JOSÉ.– Coraje se escribe con jota, me
dijiste, ¿no?
ROSA.– Sí, amor, porque todas las
palabras que terminan en aje se escriben con jota, menos ambage y enálage.
JOSÉ.– ¿Por qué estudias esto? No me lo
has dicho…
ROSA.– Mañana me van a
tomar una prueba para secretaria de una oficina… y como tengo mala ortografía…
me puse a repasar, por si acaso… a lo mejor resulta.
JOSÉ.– (Riéndose) ¡Coraje! ¡Coraje
con jota!
ROSA.– Sí, es muy importante… Ahora
sabemos que coraje se escribe con jota…
JOSÉ.– Y nuestro perro tiene un nombre…
ROSA.– Y nuestro perro, el nombre de
nuestro perro nos va a dar el ánimo necesario para luchar, porque nuestro perro
se llama Coraje…
JOSÉ.– Ya no estaremos solos… ¡Tenemos un
perro!
ROSA.– Y se llama Coraje… es de raza
chica, come poco… (Hace como si en sus brazos tuviera al perrito y lo mece
como si fuera su hijo) Míralo, amor… es travieso. Muerde…
JOSÉ.– Ya no nos molestarán… ¡Tenemos un
perro!
ROSA.– Y se llama Coraje… Míralo… míralo,
amor… es travieso. Por favor, míralo, míralo, no te pierdas este momento…
grábatelo en la mente como si fuera lo más sagrado del mundo… Mira…
JOSÉ.– (Bajo) ¿Qué? (Suena el
pito e una fábrica)
ROSA.– Míralo, amor… Coraje… está
abriendo los ojos.
Los dos quedan congelados con el
gesto de gran felicidad, ha amanecido, las luces agigantan y multiplican sus
figuras en el suelo, los laterales, foro y techo. Se escucha una melodía
triunfal –no militar, no religiosa– acentuando esta transición plástica.
––––––––––––––––––––––––
El
telón se cierra sin apuros
1971 – mayo
Lima/Perú