El día de la luna: obra teatral de Eduardo Adrianzén, dramaturgo peruano (texto parcial) |
Eduardo Adrianzén | Lima, 1963 |
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Miraflores, Lima 18 PERU Tf.447 5375 eadrihe@amauta.rcp.net.pe |
Dramaturgo, libretista y productor. Bachiller en Derecho de la UNMSM (Univ. Nacional Mayor de San Marcos). Se han editado sus obras "El día de la luna" (en la Antología Dramaturgia Peruana Contemporánea, publicada en EE.UU., 1999), "Cristo light" (en la Revista teatral Muestra No.2, 2000) y "La tercera edad de la juventud" en el segundo tomo de la antología Dramaturgia Peruana Contemporánea (2001).
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EL DIA DE LA LUNA (fragmentos)
de Eduardo Adrianzén
Escenario único:
Un cuarto de depósito ubicado en la parte trasera de un restaurante de la carretera Panamericana Norte. Hay un catre viejo, una mesa, sillas, cajones. Puede optarse por crear toda una ambientación realista, o bien dejar el escenario sólo con la utilería que será usada por los personajes.
La acción transcurre durante toda una noche de invierno de 1995. En algún punto del camino muy cerca de la localidad de Huarmey, en la costa de Ancash.
INTRODUCCION
Oscuro. Se escucha una transmisión en idioma inglés: el Apolo XI está comunicándose con la tierra el día que llegó a la luna. El audio empieza a mezclarse con la música. Se distingue la silueta de un cosmonauta en otro nivel del escenario o bien en uno de los ángulos totalmente vacío, con un juego de luces que nos dé la sensación de un lugar árido. El cosmonauta está inmóvil al inicio y poco a poco empieza a moverse lenta pero suavemente, como si no tuviera peso. La música y el audio en inglés suben de volumen a medida que la luz baja y hace desaparecer poco a poco la silueta del cosmonauta. Oscuro total.
ACTO UNICO
Se abren luces. Ana entra seguida de Roberto. Este lleva un par de bolsones sport que contienen su equipaje y un teléfono celular pegado a la oreja.
ANA: Es todo lo que podemos ofrecerle. Casi nunca tenemos huéspedes.
Roberto asiente distraídamente a todo lo que Ana dice. Está pendiente en su conversación telefónica, casi a gritos.
ROBERTO: Aló. Aló? ¡Aló, Arturo! Me escuchas? ¡No me vengan con que falla la batería! ¡Aló!
ANA: El ómnibus es incómodo para dormir. Acá tiene todo el espacio del mundo para echarse.
ROBERTO: Arturo? ¡Arturo, se supone que este modelo tiene alcance hasta Iquitos y estoy cerca de Huarmey! Qué? ¡Hay interferencia! Aló? Que dónde es Huarmey? ¡Al norte, animal, en la costa de Ancash! Aló? ¡Sí, Ancash tiene costa! ¡No, no es el callejón de Huaylas! ¡Estoy a cien metros de la playa y ni siquiera hay cerros que impidan que escuche como se supone debería escucharse! Aló? Sigue la interferencia. ¡Aló!
ANA: Qué graciosos los telefonitos esos. Parecen de juguete. En Lima hay bastantes, no? Claro: es tan grande.
ROBERTO: ¡Arturo, si esta mierda no funciona bien pasaré el papelón del año en Huaraz! Aló? ¡No te oigo! ¡Habla con la gente del satélite o perdemos el negocio! Más tarde llamo. Aló? ¡Te digo que más tarde llamo, y si la interferencia sigue tomo un ómnibus de regreso a Lima! Que no puedo? Quieres ver cómo lo hago? Aló? ¡Aló!
Roberto se da por vencido y corta la comunicación.
ANA: No funciona bien?
ROBERTO: ¡Solo eso me faltaba! Encima que se malogra el ómnibus. Odio viajar por tierra.
ANA: Y por qué no usó avión?
ROBERTO: No hay vuelos de Lima a Huaraz.
ANA: Primera vez que visita Huaraz?
ROBERTO: Segunda. La primera fue a los catorce años, con mi familia. (Recién repara en el lugar. Disimula su desagrado) Tráigame una frazada más. Soy friolento.
ANA: Sí, sí, ahorita Gabriel le trae, y una almohada también. No se preocupe por el colchón. Es limpio, no tiene chinches. Esto lo usamos como depósito del restaurante. Usted es vendedor?
A Roberto le parece impertinente. La lleva con diplomacia.
ROBERTO: Represento a una empresa de telefonía celular.
ANA: Cómo "representa"?
ROBERTO: Voy a cerrar un negocio en Huaraz. Un grupo de clientes va a comprarnos un lote de líneas de teléfonos celulares. Si es que funcionan.
ANA: ¡Ah! Entonces usted vende teléfonos. Son caros?
ROBERTO: Cuánto te debo?
ANA: No sé... diez soles está bien? Ahora, si me deja meter otro pasajero a dormir con usted nada más le cobro cinco.
Roberto saca su billetera y le da los diez soles. Ana los recibe.
ANA: Desea comer algo? Gabriel cocina rico. Hoy hizo patita con maní, le quedó muy buena.
ROBERTO: Gracias. No como de noche.
ANA: También hay locro con huevo frito. O si desea le prepara una chita encebollada.
ROBERTO: Solo quiero unas galletas de soda y una gaseosa. Y la frazada por favor.
ANA: Sí, sí. Ya viene.
Roberto respira hondo tratando de relajarse. Se fija en una de las paredes pintadas
ROBERTO: Parece el Kamikaze. Una discoteca en el Cusco.
ANA: A mí la verdad no me gusta esa pintura. Mucho colorinche y ni se entiende.
ROBERTO: Típico setentas. Le llamaban pintura psicodélica.
ANA: Gabriel las pintó. Le encantan esas cosas. Mientras viene con su frazada voy acomodando. Debe estar atendiendo a los otros que se quedaron varados con usted.
Ana se pone a tararear una melodía tipo trova mientras acomoda cosas. Roberto repara en ello. Se sorprende.
ROBERTO: Te gusta esa canción?
ANA: La oigo siempre.
ROBERTO: Todavía la pasan por radio? Es antigua.
ANA: Gabriel siempre la canta. Dice que la hizo, pero yo no le creo.
Roberto queda helado al escuchar esto.
ROBERTO: Gabriel qué?
ANA: Almeyda. Gabriel Almeyda.
ROBERTO: El cantante.
ANA: ¡No! Gabriel el cocinero.
ROBERTO: Gabriel Almeyda.
ANA: El cocinero, el pintor. El que va a traerle las frazada. ¡Mi marido, pues!
Roberto está chocado. Suena el celular tres o cuatro veces y no contesta. Ana se extraña.
ANA: Su telefonito está sonando.
Roberto se ha quedado inmóvil, como pasmado.
ANA: No quiere contestar?
Roberto aprieta un botón y corta la llamada. Queda de espaldas a Ana. Aparece Gabriel con una frazada.
GABRIEL: La frazada que falta.
ANA: Gabriel, el joven vende teléfonos.
GABRIEL: Ah sí? Verdad que ahora se llevan en la mano y los usan hasta en el water. Oiga, para mí que su ómnibus no llega ni a Casma de tan malogrado que está. Le aconsejo que mañana temprano haga trasbordo.
Roberto tiene pánico de voltear. Quiere que se vayan.
ROBERTO: Yo me hago la cama. Gracias.
ANA: Dice que eso de la pared se llama pintura psicológica. Y conoce la que dices que es tu canción. La de la flor.
GABRIEL: Quizás la escuchó cuando era niño.
ROBERTO: (Conteniendo su nerviosismo) Me dejan solo?
A Gabriel le llama la atención que Roberto no voltee. Vuelve a sonar el celular. Roberto contesta refugiándose en él.
ROBERTO: ¡Aló! Arturo??
A Roberto se le cae el celular de los nervios. Gabriel se lo recoge de amable y se ven las caras. Roberto ya no tiene dudas. Gabriel nota algo en él, pero todavía no sabe qué.
GABRIEL: Ojalá no se haya roto.
ROBERTO: Aló. Arturo?
No hay respuesta. Gabriel mira alternativamente a Roberto y al celular. Roberto se lo ofrece, sin mirarlo.
ROBERTO: Llame a donde quiera. Para ver si funciona.
GABRIEL: (Se encoge de hombros) No tengo a quién llamar.
ROBERTO: Alguien a Lima, quizás?
GABRIEL: Menos. Además no me gustan esas cosas.
Recién Gabriel empieza a reconocer vagamente a Roberto. Este se da cuenta y voltea la cara. Gabriel empieza a asustarse.
GABRIEL: Cómo se llama usted?
ANA: Gabriel, el joven quiere descansar.
GABRIEL: Solo quiero que me diga su nombre.
Roberto vence su miedo. Voltea. Se quedan mirando unos segundos. Gabriel siente que ya no necesita preguntar.
GABRIEL: Vete Ana.
ANA: Se conocen? ¡Ah, era eso!
GABRIEL: Vete Ana.
Ana los mira intrigada y se va. Gabriel está emocionado y nervioso. Roberto trata de mantener la serenidad.
ROBERTO: Estoy muy cansado. Odio las carreteras y por eso veo espejismos. Eres una ilusión óptica. En tres segundos vas a desaparecer.
GABRIEL: Roberto...
ROBERTO: Estoy en una situación totalmente inverosímil. Nunca viajo en ómnibus. Nunca me he quedado plantado de noche. Nunca pretendería dormir en una pocilga como esta. Por tanto nada puede ser cierto. Es una pesadilla. Apenas el ómnibus caiga en un bache despertaré.
GABRIEL: Era una posibilidad entre mil millones.
ROBERTO: Y si eso le sumas la estadística, es ridículo.
GABRIEL: Roberto---
Suena el celular rompiendo la atmósfera.
GABRIEL: No contestes.
Roberto duda unos segundos y aprieta el botón que cancela la llamada. En vez de hablarle a Gabriel de frente sigue con la oreja pegada al celular, como si le hablara al aparato.
ROBERTO: Cuándo regresaste al Perú? Qué haces acá?
GABRIEL: Puedes mirarme a la cara?
ROBERTO: Todavía te pareces mucho a tus fotos.
GABRIEL: Tú también un poco. Aunque hayan pasado quince años. Mírame a la cara, Roberto.
ROBERTO: La chica es tu mujer?
GABRIEL: Usabas el pelo largo como yo. Voltea, sí?
ROBERTO: Es evidente que no trajiste a esa tal Ana de Europa.
GABRIEL: Estuve con su madre hasta que se reconcilió con el marido y los dos se fueron a trabajar a la selva. Anita se quedó y se enamoró de mí cuando le recité a Neruda. Te acuerdas? Tú también leías Neruda. Y si en diez segundos no me miras a la cara, voy a meterte ese teléfono por el culo.
ROBERTO: La misma pinta de las fotos. La historia no pasó por ti. Hasta parece el mismo pantalón acampanado.
GABRIEL: Es el mismo pantalón. Tu madre me compraba ropa de buena calidad
Roberto por fin voltea a mirarlo. Su frialdad es tan perturbadora como las ganas contenidas de abrazarlo de Gabriel.
ROBERTO: Dónde estabas antes de volver?
GABRIEL: Se te ve muy bien. De veras. Demasiado bien.
ROBERTO: Esta situación no tiene ninguna lógica.
Roberto coge su equipaje para irse. Gabriel le impide el paso.
GABRIEL: No.
ROBERTO: No estoy molesto. Pero es ridículo. Tú recuerdas a un niño de once años y yo no tengo nada que ver con eso. Haz de cuenta que no nos vimos nunca. Para qué?
Entra Ana con las galletas y la gaseosa. Roberto disimula.
ANA: Sus galletas. En serio no desea comer nada? Gabriel puede hacerle una tortilla de camarones. ¡Unos camarones fresquitos y grandazos! Yo misma los recojo del río.
GABRIEL: ¡Ana, ya no regreses!
ANA: Estás pálido. Otra vez te duele?
GABRIEL: No pasa nada.
ANA: Te está doliendo. ¡Esa cara la conozco! Mañana anda a la posta a que te chequeen.
GABRIEL: ¡Sal por favor!
Ana sale.
ROBERTO: Estás enfermo?
GABRIEL: Cómo es eso que vendes teléfonos?
ROBERTO: Es un viaje de negocios. Estás enfermo?
GABRIEL: Qué estudiaste?
ROBERTO: Economía. Me recibí el año pasado.
GABRIEL: Economista. Tenía que ser. Por algo eras campeón de Monopolio. Qué universidad?
ROBERTO: La del Pacífico
Gabriel se fija más en su impecable ropa y estilo.
GABRIEL: Tu madre hizo una buena inversión casándose con Carlos.
ROBERTO: Cómo sabes que se casaron?
GABRIEL: La rondaba antes de que me fuera. Lo llamas "papá"?
ROBERTO: Me pagó la carrera. Hace años que trabajo, me compré un departamento y vivo solo. No dependo de nadie.
GABRIEL: Un departamento. Tanto ganas?
ROBERTO: No tanto como merezco. Pero ahí vamos.
Gabriel empieza a sentir una mezcla de rabia e ironía. La única válvula de escape de ambos es la agresividad.
GABRIEL: Si querías vengarte de mí te salió excelente.
ROBERTO: Cuándo volviste de Alemania?
GABRIEL: Hace tiempo.
ROBERTO: A mamá le dijeron que te habían visto en Nicaragua.
GABRIEL: Ah sí?
ROBERTO: Años después oímos que estabas en El Salvador con unos guerrilleros. Y a mediados de los ochenta nos contaron que vivías en Cuba.
...
EPILOGO
Luces. Meses después. Entra Ana seguida del agitado Roberto. Lleva una maleta bastante grande.
ROBERTO: Va a demorar?
ANA: Creo que sí.
ROBERTO: Fue a comprar a Huarmey?
ANA: Qué traes?
ROBERTO: Un regalo. A qué hora crees que llegue?
ANA: Regalo?
Roberto saca un equipo telefónico tipo motorola de su maleta.
ROBERTO: Una línea celular con baterías. Solo tienen que conectarlas a cualquier fuente de luz para cargarlas. Tiene un alcance hasta ochocientos kilómetros. Es el modelo más reciente y avanzado que tenemos.
ANA: O sea que puede hablarse hasta Lima.
ROBERTO: ¡Fácil! El viajecito me dio hambre. Prepárame una tortilla de camarones mientras llega.
ANA: El sabía que ibas a regresar.
ROBERTO: (Despreocupado) Ah sí?
ANA: Por eso se fue.
ROBERTO: Acaso sabía cuándo yo llegaba? Es sorpresa.
ANA: Se fue tres días después de esa noche. Dijo que para siempre.
Roberto queda estático.
ROBERTO: Y no dejó dirección.
ANA: Nada. Pero no parecía triste.
ROBERTO: Tienes alguna idea dónde?
ANA: No. Solo dijo que en alguna carretera por ahí. Camino a un sitio donde los platudos siempre lleguen en avión.
ROBERTO: Entiendo.
ANA: Mándalo buscar. No por mí. Mejor haberme librado de él.
ROBERTO: No.
ANA: Hay noches que lo extraño. Voy a vender el restaurante, buscarme a otro. De repente tener un hijo.
ROBERTO: Se fue a la luna.
ANA: Gabriel siempre estuvo ahí.
Suena el celular. Roberto no contesta. Ana sale. Roberto contesta al quinto llamado.
ROBERTO: Arturo. Probando el alcance, ajá. Se escucha muy bien. Limpio. Sin interferencia. Como si estuviéramos hablando frente a frente. Clarísimo. Ha quedado bien el modelito. Si lo siguen perfeccionando, en un par de años estaremos llamando al espacio con un simple teléfono. De repente hasta la luna. Te imaginas? Una línea celular que llegue hasta la luna. Por qué no? De pronto alguien contesta. Puede haber sitios allá que quizás no conocemos. Sitios cálidos, sin viento. Valdría la pena intentarlo. No crees? A veces hace mucho frío aquí abajo. Mucho frío. Aló?
Roberto se queda con el oído pegado al fono. Entra música y bajan luces.
FIN