hay que llenar la noche: obra teatral de César Bravo, dramaturgo peruano (texto parcial)
César Bravo
Lima, 1960
Calle Stravinski 275, Urb. Las Camelias
San Borja, Lima 41 PERU
Tf. 2242198 celou01@yahoo.es
Egresado del TUC (Teatro de la Universidad Católica) Dirige y escribe teatro. Ha trabajado con el grupo Brequeros y con la Escuela del Arte del Espectáculo del grupo Cuatrotablas. Actualmente se dedica también a la enseñanza teatral, mientras escribe "Jordán y el dragón" y "el segundo que fue rey".
Obras y año de estreno (en Lima, salvo indicación):
Hay que llenar la noche. (1993)
Entre dos luces. (1996)
A escondidas, como siempre. (1996)
Sobre Hay que llenar la noche de César Bravo. Hay que llenar la noche narra la historia de un hombre infiel que, al sentirse más atraído por una ilusión, decide abandonar a su pareja. La mentira -que cumple un rol determinante en toda la trama, como arma de venganza o modo de manipulación- es el tema de la obra, que combina planos ilusorios (sueños, recuerdos, recreaciones) con la dura e inestable realidad emotiva de sus personajes. Esta obra fue estrenada en diciembre de 1993 en Lima, dirigida por el autor y se editó en 1999 en el libro Dramaturgia Peruana I, antología a cargo de Roberto Angeles y José Castro Urioste, Latinoamericana editores, Lima-Berkeley.
A continuación, la primera y última escenas, así como algunos otros fragmentos de esta pieza. ¿Más información? ¿Quieres la obra completa? Escribe al autor: César Bravo
Hay que llenar la noche César Bravo
ESCENA 1 Lunes. Raquel está en el paradero. Aparece Coco. COCO. Hola, ¿te acuerdas de mí?
RAQUEL. No.
COCO. (Para sí mismo) Es el primer no... Nos conocimos hace tiempo, diez años más o menos, ¿no te acuerdas?
RAQUEL. No.
COCO. (Para sí) Es el segundo no, me queda uno... ¿Estudiaste karate alguna vez?
RAQUEL. Mmm... Sí.
COCO. ¿En la Academia Dojo Wilson?
RAQUEL. Sí.
COCO. Yo estudiaba ahí, en un horario anterior al tuyo. Un día te esperé en la puerta de la academia, al frente, y después, cuando saliste, te perseguí varias cuadras. Estabas con una amiga un poco mayor.
RAQUEL. ¡Tú eres...?
COCO. Sí, ¿te acordaste?
RAQUEL. ¡Cómo no me voy a acordar! Disculpa, no te había reconocido. Es que sucedió hace tanto.
COCO. Sí, no te preocupes. ¡Me salvé! Bueno: hola, ¿cómo estás?
RAQUEL. Bien, bien... ¿y tú?
COCO. También. ¿Trabajas por aquí?
RAQUEL. En el Banco Americano.
COCO. Yo trabajo en el Nacional. ¿Siempre sales a esta hora?
RAQUEL. Sí.
COCO. Yo estaba de paso, te reconocí y me atreví a acercarme para saludarte.
RAQUEL. No has cambiado.
COCO. Tú sí. Se te ve muy bien.
RAQUEL. Gracias.
COCO. (Para sí) Aquí voy por mi último no... ¿tienes tiempo para conversar? ¿para tomar un café?... Si prefieres, lo podemos dejar para otro día. No lo pienses mucho, sólo di sí o sí.
RAQUEL. Está bien.
COCO. Está bien... ¿qué? ¿un café?
RAQUEL. Bueno.
COCO. Gracias, hubiera desaparecido si te negabas.
RAQUEL. ¿Qué?
COCO. Nada. ¿Buscamos un café?
RAQUEL. Yo conozco uno.
COCO. Entonces te sigo. Me parece increíble, no pensé que te acordaras de mí.
RAQUEL. De ti, no mucho, ya ves... Pero, de ese día sí. Nunca lo olvidé.
COCO. Yo tampoco. Creo que te asusté, ¿verdad?
RAQUEL. Un poco, pero después se me pasó. ¿Cómo te llamas?
COCO. Jorge, pero me dicen Coco.
RAQUEL. Y ¿cómo sabías mi nombre?
COCO. Me lo diste y jamás me olvidé.
RAQUEL. ¿Yo te lo dí?
COCO. Sí, sino, ¿cómo crees que lo sé?
RAQUEL. Voy a hacer memoria. Nunca antes te había visto por acá.
COCO. Vengo poco, sólo cuando tengo que hacer algunos trámites en la Central.
RAQUEL. ¿La que está aquí a una cuadra?
COCO. Sí. También es primera vez que te veo.
RAQUEL. ¡Qué casualidad!
COCO. Demasiada casualidad. Y ¿a dónde te ibas?
RAQUEL. A mi casa. (Coco mira sus libros de inglés) Hoy no tenía ganas. Y tú, ¿a dónde ibas?
COCO. Al cine, pero lo cambié por un café.
RAQUEL. Y... ¿te ibas solo?
COCO. Sí.
RAQUEL. ¿No estás casado?
COCO. No.
RAQUEL. ¿Comprometido?
COCO. Tampoco.
RAQUEL. ¿Eres soltero?
COCO. Sí, ¿y tú?
RAQUEL. También, nada por ahora.
COCO. Pero no deben faltar pretendientes.
RAQUEL. Ninguno me entusiasma.
COCO. Serás exigente.
RAQUEL. No, sino que los hombres son todos iguales.
COCO. ¿Habrá alguna excepción?
RAQUEL. Sí, la hay.
COCO. ¿Buscamos el café?
RAQUEL. ¿Tienes carro?
COCO. ¡Qué?
RAQUEL. Si tienes carro.
COCO. (Para sí) ¡Mi última opción!
RAQUEL. ¿Te sientes bien?
COCO. ¿Por qué me preguntas si tengo carro?
RAQUEL. Preguntaba.
COCO. ¿Te puedo responder después?
RAQUEL. ¿Por qué después?
COCO. Lo que pasa es que, si te respondo ahora, tendría que desaparecer y todavía no quiero.
RAQUEL. No te entiendo.
COCO. Es un juego.
RAQUEL. ¡Un juego?
COCO. Sí, luego te lo explico.
RAQUEL. Bueno. Allí está el café.
COCO. Es maravilloso.
RAQUEL. ¿Siempre te expresas así?
COCO. Nunca. (Toman asiento) Raquel, estoy feliz de estar aquí contigo. ¿Dónde has estado escondida tanto tiempo?
RAQUEL. Por ahí.
COCO. ¿Puedo tomar tu mano?
RAQUEL. ¿No crees que estamos yendo demasiado rápido?
COCO. La vida es corta.
RAQUEL. Pero no sabes nada de mí, no sé nada de ti.
COCO. ¿Importa?
RAQUEL. ¿Qué has hecho desde la última vez que nos vimos?
COCO. Sobremuriendo. Pero no quisiera hablar de mí, prefiero escucharte. ¿Tú qué has hecho?
RAQUEL. Nada importante, nada personal, todo en general. Bueno, es que en verdad hay tan poco tiempo. Y, sin embargo, lo desperdiciamos ¿no?
COCO. ¿Te falta tiempo?
RAQUEL. Lo que me hace falta son otras cosas, otras más importantes.
COCO. ¿Como qué?
RAQUEL. Como estar feliz, por ejemplo.
COCO. Ahora yo lo estoy. ¿Tú no?
RAQUEL. Sí, puede ser.
COCO. No sabes cómo he buscado este momento.
RAQUEL. El que busca no encuentra.
COCO. Entonces, ¿por qué estás aquí?
RAQUEL. Habrás hecho trampa.
COCO. Por ti haría cualquier cosa.
RAQUEL. ¿Cualquier cosa como contarme tu juego?
COCO. Curiosa.
RAQUEL. Mujer.
COCO. Bella.
RAQUEL. ¿Por qué no quisiste responder si tenías carro? ¿Cuál es el juego? Yo también quiero jugar.
COCO. Es muy doloroso, no te lo recomiendo.
RAQUEL. Parece que te diviertes.
COCO. Es sólo una máscara.
RAQUEL. Explícamelo.
COCO. Está bien. Es sencillo. Lo que pasa es que no te quería caer pesado ni quería forzar la situación, entonces se me ocurrió que a la tercera negativa que me dieras o yo diera, desaparecía. Y ya me gasté dos.
RAQUEL. ¿Te queda una?
COCO. Sí. ¿Entendiste?
RAQUEL. Sí, pero ¿cómo es eso de desaparecer? ¿Eres mago?
COCO. Un poco. Pero tómalo simbólicamente. La cuestión es irme.
RAQUEL. Lo dices tan serio.
COCO. Así es el juego.
RAQUEL. ¿Y por qué inventar algo así?
COCO. Ya te dije, no te quería incomodar.
RAQUEL. No me incomodas. Hubieras pensado en mí.
COCO. ¿Tú has pensado en mí?
Pausa.
RAQUEL. Ven.
COCO. ¿Qué?
RAQUEL. Acércate, acércate más. No estoy segura, pero, si te respondo negativamente: ¿te vas?
COCO. Ah... sí, cierto. Me olvidé. Es un riesgo constante esto de la respuesta negativa.
RAQUEL. ¿Y ahora qué hago? ¿tengo que responder?
COCO. La podemos acumular.
RAQUEL. Entonces acumúlala.
COCO. Gracias. Raquel, ¿me amas?
RAQUEL. ¿No te parece que es muy pronto para que me hagas una pregunta así? No hace ni cinco minutos que nos hemos reencontrado.
COCO. Tienes razón. ¿Me amas?
RAQUEL. ¿No temes por mi respuesta?
COCO. Por eso lo hago. Me muero por saber si voy a desaparecer o si al final podré besarte. ¿Me amas?
RAQUEL. Qué insistente eres.
COCO. Perdóname, Raquel, pero ya he esperado demasiado en la vida, y la vida no ha esperado por mí. Quiero todo o nada. ¿Me entiendes? Todo o nada. ¿Me amas?
RAQUEL. ¿Qué es amar?
COCO. Es estar dispuesto a sufrir sin recompensa alguna.
RAQUEL. ¿Tú quieres sufrir?
COCO. Por ti, sí.
RAQUEL. ¿Y por qué por mí?
COCO. Eso, sólo mi corazón lo sabe, él tiene la respuesta.
RAQUEL. Y yo, ¿cómo puedo saber si te amo?
COCO. Deja que tu corazón lo diga.
RAQUEL. ¿Cómo?
COCO. Dame tu mano y mírame a los ojos. Ahora déjalo todo a tu corazón. ¿Me amas?
RAQUEL. Perdona pero, todo ésto me parece demasiado rápido, demasiado loco, como para creer que es –– No sé, y discúlpame, pero eres un extraño. Sin embargo, tengo que confesarte que, cuando me hablas, cuando me preguntas, ya sé qué responderte, pero me resisto y me cuestiono, porque al final creo que desconfío.
COCO. Raquel, escúchame, no tienes por qué desconfiar, no tienes por qué cuestionarte nada, no te hagas problemas. Unicamente cree en lo que sientes, en lo que tu corazón diga. Eso es lo que vale. Confía en lo que te digo, confía en mí. ¿Lo puedes hacer?
RAQUEL. ¿Es tu última opción?
COCO. Siempre es mi última opción.
RAQUEL. Está bien, confío.
COCO. Entonces sigamos, ¿en dónde estábamos? Ah sí, yo te tenía tomada de la mano, tú me miraste fijamente a los ojos y te pregunté... ¿así era?... Me gustas cuando sonríes... Pregunté: ¿me amas? escucha a tu corazón ¿me amas?
RAQUEL. Sí, te amo. Y aunque––
COCO. No sigas, te creo con mirarte, con tenerte aquí. Aprovechemos el tiempo que nos queda, estando así, juntos los dos. ¿Hasta la respuesta negativa?
RAQUEL. ¿Y luego de eso qué?
COCO. ¿Luego? sólo existe la nada.
RAQUEL. ¿La nada?
COCO. Sí.
RAQUEL. ¿Como en la película?
COCO. Sí. ¿Te gusta estar aquí?
RAQUEL. Lo que no me gusta es que, en cualquier momento, te vayas a ir y me vayas a dejar.
COCO. Sí, pues, ése es el problema. Irme.
RAQUEL. ¿Y a dónde te vas?
COCO. A la nada.
RAQUEL. Ah... A eso te referías, es un lugar. ¿Y dónde queda?
COCO. Es difícil explicar, queda del otro lado.
RAQUEL. ¿Allá?
COCO. Sí.
RAQUEL. ¿Y se puede ir?
COCO. Eso depende de ti.
RAQUEL. ¿Por qué?
COCO. La nada es horrible y yo iría únicamente si tú vas.
RAQUEL. Si me dices eso, vamos ahora mismo: soy curiosa. Pero, ¿cómo vamos a llegar ahí?
COCO. Desapareciendo.
RAQUEL. LLévame.
COCO. ¿No te quieres quedar?
RAQUEL. Tengo miedo a la soledad.
COCO. Allá no va a ser mejor.
RAQUEL. No importa. Llévame.
COCO. Está bien. Pero tienes que ayudarme.
RAQUEL. ¿Cómo?
COCO. Hazme alguna pregunta.
RAQUEL. ¿Es cierto eso de la respuesta negativa?
COCO. ¿No crees?
RAQUEL. Está bien, probemos.
COCO. Te escucho.
RAQUEL. ¿Estás listo?
COCO. Sí.
RAQUEL. Bésame.
COCO. ¿Qué?
RAQUEL. Bésame. Más.
COCO. No entiendo.
RAQUEL. Ahora acaríciame... ¿Tienes carro?
COCO. No, mi amor.
Desaparecen.
...
COCO. Siéntate, por favor. Te hablo en serio. Te voy a decir la verdad.
JUAN. No, miénteme: es mejor.
COCO. Ya, pero, siéntate. Te explico... El otro día me fui a la Principal a hacerle unos trámites al jefe y, como ya era hora de salida y no tenía nada que hacer, decidí ir al cine. ¿Qué puede hacer un hombre solo de noche, los días lunes en este país? Entonces, tomé el colectivo, me senté en el asiento de atrás y parti rumbo al cine. Miré por la ventana, vi las tiendas, la calle, vi un montón de gente en el paradero, como siempre, pero, de pronto, reconocí un rostro a medias. Era de una mujer atractiva, simpática, pero no sabía de quién. Entonces, hice memoria, me acerqué más a la luna, miré bien y, de repente, vino de lleno a mi boca su nombre: Raquel. Sí, era Raquel, la que hace diez años había conocido en una academia de karate, y la volvía a encontrar, allí, en el paradero, esperando su carro... Me alegré, me entusiasmé, pensé en bajar, en hacerle señas, en llamarla por su nombre, todo al mismo tiempo. Pero el carro arrancó y no atiné a nada más que a quedarme inmóvil, medio parado, observándola, sin decir una palabra... Tenía una última oportunidad: bajarme en el otro paradero y regresar corriendo, pero no me atreví. Y me quedé sentado, con el cuello torcido, mientras el carro avanzaba, mirando las calles, la gente, los carros. Y a Raquel, que la perdía para siempre... Así que mientras me iba al cine, me imaginé que de verdad me bajaba del carro y me acercaba a Raquel a preguntarle si se acordaba de mí. Ella respondía que sí y entonces felices nos íbamos a tomar un café... Al otro día traté de contárselo a Elizabeth, pero no pude decirle la verdad y creo que fue mejor. ¡Salud!
JUAN. Aguanta, aguanta, compadre. Para el carro, dame tiempo, tengo un choclo en la cabeza. Me has mareado. Eres un pendejo. ¿Tú crees que te puedes vacilar conmigo como te dé la gana? ¿Por qué mientes? ¿A qué viene? ¿Qué quieres que te digan? ¿Que eres el loco mentira?
COCO. Disculpa, cuñao.
JUAN. ¿Tú crees que pidiendo disculpas se arreglan las cosas? Paciencia, paciencia. A ver, empecemos: ¿existe o no existe esa cojuda?
COCO. Sí existe.
JUAN. Ya, entonces, ¿es verdad lo de tu infancia?
COCO. Sí.
JUAN. ¿No me hueveas?
COCO. No.
JUAN. ¿Y que la viste en el paradero el otro día?
COCO. También.
JUAN. Ya, entonces, ¿es falso que se fueron a tomar un café?
COCO. Sí.
JUAN. ¿Eso es sólo producto de tu estúpida imaginación?
COCO. Sí.
JUAN. ¿No mientes?
COCO. No.
JUAN. Ya, ahora, porque todo no termina ahí, me has dicho además que tú y Elizabeth terminaron... ¿O es mentira?
COCO. Es verdad.
JUAN. Y terminaron, ¿por qué? ¿Por Raquel?
COCO. Sí.
JUAN. Pero si apenas la viste en el paradero. Y Elizabeth no es ninguna bruja como para terminar contigo porque viste a la otra en la calle. A menos que le hayas contado tu fantasía. Pero una fantasía es una fantasía. Y Elizabeth no va a terminar por una fantasía. No entiendo.
COCO. Se lo conté como si fuera verdad.
JUAN. ¡Qué?
COCO. Lo del café, se lo conté como si hubiera sido real. No lo iba a hacer pero lo hice.
JUAN. ¡Puta, qué imbécil!
COCO. Gracias.
JUAN. Pero, ¿por qué lo hiciste?
COCO. No sé, la situación me llevó. Creo que por Elizabeth.
JUAN. Estás loco.
COCO. Cómo decirle a Elizabeth que me imaginé una escena de amor con otra mujer que no era ella ¿Puedo yo contarle a mi enamorada mis fantasías o alucinaciones con otras mujeres? ¿Por qué mi fantasía no es ella? Algo anda mal, cuñao, y soy yo. Por eso decidí contárselo como si fuera verdad.
JUAN. Pero todo el mundo tiene fantasías y sueños sexuales con otras personas, y no por eso la gente se separa o se divorcia.
COCO. Yo sí. Y no me pongas de ejemplo a la gente: conmigo no funciona. Siempre, detrás de una fantasía o un sueño, hay un deseo latente. Y no quisiera pasar el resto de mis días sin descubrirlos ni develarlos.
JUAN. Pero los sueños, sueños son. Y lo que cuentan son los hechos.
COCO. Para mí basta con las intenciones: si mi pensamiento y mi corazón están con otra mujer que no es Elizabeth, nada puedo hacer, y eso es suficiente para terminar.
JUAN. Qué huevón eres. No te conocía en esa faceta. ¿Ahora te la quieres dar de puritano?
COCO. Sólo quiero ser sincero, cuñao.
JUAN. Pero si tú eres un hipócrita, un cínico de mierda. Un profesional de la mentira. Si no, ¿por qué crees que en la chamba te dicen Guiños? ¿Coco Guiños?
COCO. ¿Por qué?
JUAN. Porque cuando estás con Elizabeth y alguien del Banco se te acerca para conversar, tú te la pasas haciendo guiños para que el huevón no meta la pata y te vaya a cagar.
COCO. Qué pendejos.
JUAN. Qué pendejo tú. Y ahora me dices que has hecho todo lo contrario.
COCO. ¿Qué otra cosa podía hacer?
JUAN. Nada. No tenías que hacer absolutamente nada. Pero como eres un papanatas, abres el pico y la cagas. Estás cada día peor. Estás hasta las huevas... Y ahora, ¿qué vas a hacer?
COCO. Nada.
JUAN. ¿Y qué? ¿Vas a dejar las cosas así? ¿Y Elizabeth?
COCO. Ya hice lo mejor por ella.
JUAN. Eres una mierda.
COCO. Sí, pero no se lo cuentes a nadie.
JUAN. Se lo voy a contar a Elizabeth.
COCO. No, por favor, Juan, no la cagues más. Comprende.
JUAN. Eres una mierda.
COCO. Salud, cuñao.
JUAN. ¿Y qué vas a hacer con Raquel?
COCO. ¿Con Raquel? Nada.
JUAN. ¿Y si vas donde esa tipa y le dices que se acuerde de ti?
COCO. Estás loco.
JUAN. ¡Ahora el loco soy yo! ¿Por qué no lo haces?
...
RAQUEL. ¡Sal de ahí, quieres?
COCO. Pero respóndeme, por favor, te lo suplico. Es muy sencilla la pregunta.
RAQUEL. ¡Si no me dejas pasar, grito!
COCO. Sólo te estoy preguntando: ¿por qué no me recuerdas y yo sí? Necesito saberlo. Urgentemente.
RAQUEL. ¡Qué te pasa, imbécil? Déjame en paz. ¡Lárgate! ¡Lárgate!
COCO. No me voy a ir hasta que me respondas, ¿escuchaste? No me voy a ir.
RAQUEL. ¡Auxilio! ¡Socorro! ¡Me quiere robar!
COCO. ¡Pero respóndeme, pues! ¡Respóndeme! ¡Por qué no me recuerdas? ¿O es que me estás mintiendo? ¡Dime que es mentira! ¡Dímelo!
RAQUEL. ¡Suéltame, imbécil! ¡Suéltame!
COCO. Si no me recuerdas es porque no tienes vida. Y, entonces, estás muerta. ¿Me oyes? ¡Muerta!... Vete. ¡Desaparece! ¡Desaparece! Quiero desaparecerte y no puedo. No sé para qué vine. Por qué te tuve que encontrar. Por qué tuve que verte. Hubiese sido mejor tenerte en mi recuerdo, tal y como yo quería verte, imaginarte. Tú eras la imagen perfecta. Hoy resultas ser el negativo de mi recuerdo. Prefiero guardarte en mi memoria como antes, que recordarte como ahora, tan altiva, tan segura, tan cojuda. Vete, que comienzo a descubrir tus virtudes disfrazadas, y me empieza a molestar tu mirada de nada, tu figura intrascendente, tu ropa del montón. Desaparece. Nunca debí venir a buscarte.
Raquel sale. Coco recoge las fotos del suelo y hace mutis. ...
JUAN. Bueno, pues. Si quieres que juegue... ¿Cuál es la pregunta?
COCO. Si te has acostado con ella.
JUAN. Sí. (A Elizabeth) ¿Satisfecha? (A Coco) Lo siento.
COCO. Me estás mintiendo.
JUAN. Tú me conoces.
COCO. Eres un traidor, un traidor de mierda. (Juan sale)
ELIZABETH. Ahora, ¿me crees?
COCO. ¡Por qué? ¿Por qué lo hiciste?
ELIZABETH. ¿Todavía me lo preguntas? (Elizabeth inicia mutis)
COCO. No, tú no te vas.
ELIZABETH. Déjame... Déjame. (Sale)
Coco se deja caer en el asiento. ELIZABETH. (afuera, a Juan) Juan... Gracias.
JUAN. De nada... Elizabeth...
ELIZABETH. ¿Sí?
JUAN. ¿Quieres terminar tu juego?
ELIZABETH. ¿Terminar?
JUAN. En realidad, no te conté toda la verdad sobre Raquel.
ESCENA 7 Viernes. Coco, sentado en el bar. COCO. Desde muy niño, me llamaron siempre la atención, de una forma especial, los señores que estaban solos, sentados en los restaurantes. Era una sensación extraña, incomprensible, una atracción instintiva, como un magnetismo que no podía controlar. Y es que, supongo, todo partía de la curiosidad de saber por qué los señores que estaban solos, sentados en los restaurantes, estaban solos y por qué estaban sentados ahí. Claro está, fueron preguntas que nunca supe responder. Me quedaba mirándolos, obsesionado. Creo haber mantenido más de una vez mi mirada fija en la de ellos, por unos segundos, y, luego, sentirme adulto, como a su nivel, y entablar, por decir, una comunicación. Y es que había un magnetismo, una atracción de filigrana, que no sabía explicar. Un día me atreví a preguntarle a mi padre por qué esos señores estaban solos, sentados en los restaurantes. Y mi padre respondió: "porque seguro están esperando a alguien". Desde ese día me empeñé en conseguir por cuenta propia las respuestas. Y aunque mi empeño haya sido heroico, los resultados han sido negativos. Es muy poco lo que sé, es muy poco lo que he aprendido de ese tiempo a esta parte. Y es que responder es tan difícil, sobre todo cuando se trata de no decir mentiras. Pero hoy, en honor a la verdad, tengo que confesarles que tengo una respuesta. Ahora sé por qué los señores que estaban solos me atrajeron incansablemente desde niño. Porque ahora soy... uno de ellos... Estoy solo, soy como una hierba flotando en un río... No tengo a nadie en el mundo, por más que todo esto esté lleno. Y no creo que pida otro trago, porque con mis lagrimas se llenará de nuevo. Estoy desesperado y no espero a nadie. Envidio a las parejas y a sus besos...Envidio a los que creen que son felices. No sé qué hago aquí. Creo que me quedo sólo porque... hay que llenar la noche.
FIN
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