LOS OJOS
DEL MUDO
De Grégor Díaz
UN CUARTO TAN ALTO O VACIO DE TECHO, QUE PARECE QUE NO
TUVIERA CIELO, ESTAMOS EN EL MARAVILLOSO MUNDO DEL IMPRESIONISMO. A DERECHA –DE
ACTOR– UN BONITO BIOMBO DECORA EL AMBIENTE Y ESCONDE UN CORRALITO DE NIÑO AL
NIÑO, QUE ES UN MUÑECO DE TELA Y ASERRIN, DEL TAMAÑO DE UN NIÑO DE SEIS AÑOS.
LA FIGURA DE EL, DE RATO EN RATO, INTERMITENTEMENTE, SE FIJARA CON NITIDEZ
SOBRE LA PARED, POR EFECTO DE LUCES.
LOS MOVIMIENTOS DEL NIÑO–MUÑECO
SERAN OPERADOS AL TIRAR DE HILOS, COMO EN LAS MARIONETAS.
LOS COLORES DE LA PARED, DE LA
GAMA DE LOS FRIOS, NO SON LOS USUALES Y SE ORIENTAN A CREAR ESTA SINGULAR
ATMOSFERA.
ENRIQUE –EL PAPA– SE MECE EN UNA
VIEJA MECEDORA QUE RECHINA. MELANIE –LA MADRE, ESPOSA DE ENRIQUE– HABLA POR
TELEFONO.
AL CENTRO DEL ESCENARIO, CUALQUIER
OTRO SIMPLE ELEMENTO DE ESCENOGRAFIA, DEJADO A LO FUNCIONAL Y BUEN GUSTO DEL
DIRECTOR.
LOS PERSONAJES VISTEN ROPAS QUE
HAN SIDO CONFECCIONADAS PARA ELLOS POR UN SASTRE CON PROBLEMAS VISUALES: DAN A
LOS CUERPOS LA ILUSIÓN DE SER ALARGADOS, COMO LAS ESCULTURAS DE LOS MENDIVIL EL
BOTON DEL SACO DE EL ESTARA MUCHO MAS BAJO QUE EL OMBLIGO. LA CORBATA LLEVARA
UNA MEDIDA MAYOR DE LA NORMAL. EL ESCOTE DE ELLA SERA MUY ESCOTADO, PERO NADA
HA DE CONDUCIR A LO SENCUAL O COMICO. LOS MAQUILLAJES DEBEN CONTRIBUIR A ESTA
BUSQUEDA . LOS ELEMENTOS DE UTILERIA, ESCENOGRAFICA, APOYAN.
SIN DECIRLO, COMO EN LOS CUENTOS
DE HADAS, QUE NOS QUEDE A NIVEL SUBLIMINAL, LA SENSACIÓN DE: “HABIA UNA VEZ…”.
PARA LOGRAR ESTE EFECTO, INTERMITENTEMENTE, A SEÑAL, LOS ACTORES CONGELARAN
GESTOS Y ADEMANES MIENTRAS LA MUSICA, SONIDOS Y/O RUIDOS, SEGUIRAN LA ACCION;
DESCONGELARAN, A MOMENTO INDICADO, SIMULTANEAMENTE. NO ES ESTE UN EFECTO CREADO
PARA EL CONSCIENTE. ES UN OPERATIVO SUBLIMINAL. A OSCURAS Y TELON CERRADO, NOS
LLEGARA UNA HERMOSA MELODIA ORQUESTADA COMO ESAS QUE EN EL CINE, ENTRE LAS
NEBLINAS, NOS HACE APARECER UN CASTILLO MAGICO. AL DARSE LAS LUCES, YA ABIERTO
EL TELON, VEREMOS A MELANIE, QUE CON UNA MANO TAPA EL TELEFONO.
MELANIE.– (Con enojo) ¡Déjame
hablar, carajo…!
(Se produce el primer congelamiento. Quedan
inmovilizados: él sentado, ella con el teléfono en la mano, como en todos los
casos, la descongelación será desde dentro, esfumando un gesto para aparecer
otro y no efecto artificioso. La voz de ella, como ocurre con las cantantes
melódicas, será acompañada por le mecer y la mecedora, como si fuera el piano:
acompañamiento plástico y sicológico)
Es la
tercera vez en nueve años, que me obligas a decir una grosería… y no me agrada.
Soy enemiga de lo soez (Al teléfono)
Perdóname, doctor… ¡Sí, sí, sí… sí es importante! (Dominándose) si no no lo llamaría a esta hora… (Sonríe) No soy hipocondríaca… (Escuchando al doctor) ¡Y cómo no doctor,
con todos estos problemas… Sí, tiene usted razón… mi pena es habitual, pero con
causa… son realidades, doctor…
ENRIQUE.– (Se pone de pie y de un libro imaginario lee bíblicamente) “¡De
cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso!” (Segundo congelamiento que se rompe con el ruido de un auto que arranca)
Amén…
MELANIE.– ¡Cierra la ventana, por
favor… molesta al niño…! (Al teléfono)
El bebé… Sí, doctor… Bueno, bueno… “El niño”… el niño está bien, doctor… (Muy nerviosa) Goza de mi amor… de mi
amor… y de mi odio… (Llora quedo)
ENRIQUE.– (Sentado, imitando a un hombre mayor) “Los hijos de mis hijas… son
mis nietos… Los de mis hijos…
MELANIE.– (Bajo) … Y mi odio… (Habla al
fono con el aliento para que sólo la oiga el doctor) mi odio, por haberme
quitado el amor del hombre que quiero… (Fuerte)
¡Sí, sí, sí… ya sé que es mi hijo…! ¡Ríase todo lo que quiera y cáigase de
espaldas desde su diván… Perdóneme, doctor… Estoy nerviosa…
ENRIQUE.– (Burlón) ¡De tu vientre nació entre dolores y pujos…! ¡Es tu hijo!
MELANIE.– ¡Déjame hablar por
teléfono…!
ENRIQUE.– (Colérico) ¡Si tu hijo nació enfermo, no es mi culpa…!
MELANIE.– (Gritando) ¡Nuestro hijo…!
ENRIQUE.– (Gritando) ¡Tu hijo…! (Se
escucha el llanto grabado, grave y con eco, del niño. Las inflexiones deben ser
para abajo, para no producir risa)
MELANIE.– (Gritando) ¡Nuestro hijo… Nuestro, nuestro, nuestro!
ENRIQUE.– (Gritando, controlado) Hijo de mi matrimonio, ¡sí…!, pero no de mi
semen… (Congelan hasta que termine el
llanto “impresionista”)
MELANIE.– Perdón, doctor… Tengo
problemas en casa. Lo llamo dentro de un rato… (Mirando a Enrique) Cuando esté sola… Gracias. (Cuelga el teléfono. Va al corralito y levanta al niño. A ella y al niño
los vemos proyectados sobre la pared, en sombras) ¿Qué pasa…? (Muy maternal) ¿A qué ese llanto…? (Canta, bajo, como para ella, “el gato ron
ron”) No llores… (Silencio) De
verdad en verdad te digo, hijo, que nada ganas llorando… No me hagas sufrir…
¿quieres? ¿Ya…?
ENRIQUE.– (Dolido, bíblico, que es la característica de su ironía) ¡Sed
benignos los unos con los otros! pues, si bien lo piensas y mejor reparas, más
se pasa la vida la gente perdonándote a ti, que tú haciendo buen uso del
perdón… Amén. (A su esposa que,
discretamente, ya está a su lado) Una taza de café nos caería bien…
MELANIE.– (Tremendamente dolida) Nuestro hijo…
ENRIQUE.– (Desconcertado, sopesando la frase) Sí, tienes razón…
MELANIE.– (Lentamente va a foro y sirve dos tazas de café) ¿Razón…?
ENRIQUE.– Tienes razón. (Se pone de pie, en sermón) Todo hijo
nacido del matrimonio, es hijo del matrimonio, es decir, de la pareja. (Entrecortando las palabras) Aunque el
feto… aunque el feto… haya sido… (Al
borde de las lágrimas, muy dolido) haya sido eyaculado por un pérfido,
felón, adulterino…
MELANIE.– (Enérgica) ¡No hables mal de mi hermano…! (Suplicando) Por favor… (Confundida,
explicando) ¡Está ausente…! (Angustiada)
Estoy nerviosa… no me hagas caso… ¿Por qué crees que llamé…?
ENRIQUE.– (Mirando a su mujer, como queriendo comprender. Luego, como un niño. En
susurro) Pérfido, felón, adulterino… (Ella,
fuera de sí, tira al suelo una taza y la rompe) ¡Pérfido, felón,
adulterino…!
MELANIE.– (A grito, suplicando)
¡Paz, paz, paz…por favor!
ENRIQUE.– (Después de una breve
pausa) “Casa” para “dos”. “Casa”… “dos”. Estamos “casados” (Suspirando) Eres mi esposa. En ese
sentido… Tu hijo es mi hijo… en ese sentido soy el… (escucha el ruido de la sonaja del bebé que se ha caído al suelo. Mira
hacia atrás. Melanie va al foro. Recoge la sonaja y la hace sonar. El ruido de
la sonaja congela y descongela al poco tiempo)
MELANIE.– (Al darse cuenta del silencio) Después de la tormenta, las aguas se
recogen… y, por sus causes, vuelven a madre, y van al mar… (Suspira y juega con la sonaja) Y, a
nosotros, nos queda la sensación, de haber soñado un sueño que no recordamos… y,
al despertar… (Hace sonar la sonaja)
si es que se despierta…
ENRIQUE.– ¡Soñar, soñar, soñar…!
¡Eh ahí la vida! (Suspira) La vida es
sólo eso… Lo malo es que, al despertar… ¡Oh, otra vez tengo los pies helados…!
MELANIE.– Eres emotivo… (Va a la cocinita y regresa con la azucarera
y echa una cucharadita de azúcar en la taza de él) Un poquito más de azúcar
y se te subirá la presión…
ENRIQUE.– (Sonriendo) Pensé que querías endulzarme…
MELANIE.– “Mielarte”, dirás,
porque ya eres un hombre bastante dulce…
ENRIQUE.– Los ríos, como las
serpientes, se curvan… para salir a torrentada
MELANIE.– (Conteniéndose) Bueno… “nos curvamos”, entonces… ¡Por favor…!
ENRIQUE.– Empezamos…
MELANIE.– (Se alza y va a dejar su taza) No… supongo que hemos llegado a alguna
torrentada… digo…
ENRIQUE.– Gracias por el café…
MELANIE.– Aprecio más que lo
bebas con agrado…
ENRIQUE.– (Con firmeza) ¡Dije que también era mi hijo…!
MELANIE.– (Serena) Lo escuché…
ENRIQUE.– ¿No te basta…? ¡Qué
más, dí…! Habla…
MELANIE.– Gracias…
ENRIQUE.– ¿Por qué…?
MELANIE.– Porque, a pesar de tu
cólera, en tu rostro, algo se refleja aún del mucho amor que tuviste por mí…
ENRIQUE.– (Desorientado) Uno ve y escucha lo que quiere ver y escuchar…
MELANIE.– Nada ganas negándolo.
Nuestros ojos dicen lo que queramos aparentar; nuestros labios nos traicionan:
dicen la verdad. La Gioconda es bella no por sus ojos…
ENRIQUE.– (Sonriendo) No hay peor ciego y sordo que el que no quiere ver ni
oír…
MELANIE.– ¿Quieres decir, entonces, que ya no me quieres? ¡Dilo! ¡Ya…!
ENRIQUE.– Vivo contigo… ¿Es
suficiente, no…? Las palabras…
MELANIE.– ¡Calla…!
ENRIQUE.– Estoy contigo… eso es irrefutable. Comparto tu angustia… (Ella mira hacia otro lado) ¡Cuántas
mujeres darían su alma al diablo por tener un compañero, y tú haces “gestos”! (Meditando) Tienen al marido de cuerpo
presente, como ataúd de misa de difuntos… y están solas… y desesperanzadas…
como la mano que busca a un amigo…
MELANIE.– (Cortando) Bien… Hay que darle solución a este problema… (Fijamente) Tienes la sartén por el
mango… Las condiciones las pones tú…
ENRIQUE.– (Sonríe) Sólo cuando me dañas, hablas bien de mí…
MELANIE.– (Después de una breve pausa, trascendental) Una familia quiere
adoptar a nuestro hijo… (Congelan un
tiempo imperceptible. La ventana se abre de golpe. El ruido los descongela)
¡Cuándo arreglaremos esa ventana…!
ENRIQUE.– Los remedios cuestan
mucho…
MELANIE.– Dije que una familia…
ENRIQUE.– Hace seis años que no
renuevo mi ropa…
MELANIE.– … que una familia
quería adoptar a nuestro hijo…
ENRIQUE.– (Que no la quiere escuchar) Mis pantalones destiñen lavada a lavada…
¡Y en ocasiones, desconozco el color original de mis camisas…!
MELANIE.– ¡Qué lo quieren
adoptar, dije…! ¡“Adoptar…”!
ENRIQUE.– (Con sincera firmeza) Ese niño no saldrá nunca de esta casa…
MELANIE.– (Enojada) ¿Casa…? ¡Tumba, querrás decir! Porque sin amor…
ENRIQUE.– ¡Estamos hablando de
él…! ¿No es así? ¿No…? ¡Dí…!
MELANIE.– (Sin comprender) No te entiendo… ¡Fuimos tan felices…!
ENRIQUE.– ¡Mientes…!
MELANIE.– ¡Tan felices…!
ENRIQUE.– ¡Mientes…!
MELANIE.– ¡Tan felices, tan
felices, tan felices…! ¡Hasta que nació el niño…!
ENRIQUE.– ¡Mientes, mientes,
mientes! (Congelan las luces, como
sacándolos de sus tumbas, aumentan en intensidad, al concentrarse sobre ellos,
los descongelará) ¡Nunca fui feliz, entiéndelo! a cada instante me
martirizabas recordando mi infertilidad, infecundidad… me hacías sentir el más
estéril de los estériles…
MELANIE.– (Desconcertada) ¡Esto es infame…! Nunca te dije algo parecido. Que
se me caiga la lengua si miento…
ENRIQUE.– (Sobre ella) ¡Lo gritabas en silencio…! ¿Recuerdas?
MELANIE.– ¡No! ¡Te imaginas…!
ENRIQUE.– ¡Lo gritabas
durmiendo…!
MELANIE.– ¡No mientas, por
piedad…! ¡No mientas…!
ENRIQUE.– ¡Que estabas sola, decías…!
MELANIE.– ¡Eran sólo palabras…!
ENRIQUE.– ¡Que le faltaba alegría
a la casa…!
MELANIE.– Era la verdad… No una
queja… ¡Comprende!
ENRIQUE.– ¡Que estabas sola… que
te moría de pena… que no sabías que hacer mientras yo trabajaba…!
MELANIE.– ¡Sí, es cierto…!
ENRIQUE.– ¿Sabes lo que significa
eso para un hombre…? Y, sobre todo… existiendo el… el problema de la …
MELANIE.– ¡Pero qué de malo
hice…! ¿Dónde está la maldad mía…?
ENRIQUE.– Por eso acepté
“adoptar” un niño… ¡por ti, por ti…! ¡Recuérdalo! “Adoptar”…
MELANIE.– (Emocionada) ¡Lo sé, lo sé…! Te lo agradezco. Lo recibí como una
enorme prueba de amor… y crecí gigante…
ENRIQUE.– ¡Pero… tu madre tuvo
que meter la cola…!
MELANIE.– No hablemos de ella,
ahora, ¿quieres? ¡Sé grande… madura!
ENRIQUE.– ¡Hablas como ella…! (Decepcionado) Tienes la sartén por el
mango…
MELANIE.– No es cuestión de
conveniencias, ¡no! Aquí sólo hay dos responsables: ¡tú y yo!. Sólo dos
culpables: ¡tú y yo! Sólo dos mártires…
ENRIQUE.– ¡Lo hecho, hecho está…!
(Sincero) ¡Qué pena…!
MELANIE.– Soy de las mujeres que
se aferran a sus cariños…y no estoy dispuesta a perderte a ti…
ENRIQUE.– (Irónico) ¡Ja…!
MELANIE.– ¡Por nada, por nada…
¿entiendes?!
ENRIQUE.– (Irónico) ¡Palabras, palabras, palabras…!
MELANIE.– (Convencida) Si mi hijo estorba… ¡regalémoslo…!
(Congelan. Esta será breve. Para que el
público no descubra el juego dramático. Enrique rompe el congelamiento silbando
algo de soledad)
ENRIQUE.– (Con seguridad) No.
MELANIE.– Démosle en adopción…
Alguien podrá darle el amor que le falta… ¡Saquémosle de este ataúd…!
ENRIQUE.– (Sincero) Eres una mujer de temple… Nunca te he restado méritos…
MELANIE.– Muy amable.
ENRIQUE.– (Por no pensar) Mira a tu hijo… (Él,
sin querer, también lo mira fijamente) En silencio se queda mirándonos…
hurgándonos… cogiéndolo todo… (Reflexiona)
Comprendiendo, parece que no comprendiera nada. Pero sabe que… algo malo está
pasando… Sus ojos mudos me recuerdan a una escultura griega de ojos vacíos.
Desde esos ojos huecos que ven hasta una distancia que los ojos–ojos no
alcanzan (Recordando) El mentón en
alto parece desafiar al que le vació los ojos. (Íntimo, supersticioso) Que Dios nos perdone…
MELANIE.– En seis años, ya
deberías haberte acostumbrado a él…
ENRIQUE.– Debe estar mojado… Cámbialo
de pañales…
MELANIE.– ¡Por Dios… no me lo
recuerdes…! ¡Basta que tenga que hacerlo…!
ENRIQUE.– ¡Es tu hijo… quisiste
tener…! ¡Carga ahora con tu cruz…! (Irónico,
desahogándose) ¡Cámbiale pañales hasta que tenga el “pipí” tan grande…!
MELANIE.– ¡Cállate! (Pausa) Por favor… Que si Dios te castiga
a ti… al castigarte a ti… (Le gana el
llanto. Lentamente va al corralito y cambia de pañal al bebé. Sobre la pared,
en sombras, se ve la acción)
ENRIQUE.– (Irónico, tomando, otra vez, el libro imaginario) “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros;
porque el que ama al prójimo, ha cumplido con la ley. Y… (Sonríe) El amor no hace daño al prójimo…”
MELANIE.– Si respetaras algo y a
alguien…
ENRIQUE.– ¡Amén…! Basta de
biblias, por hoy…
MELANIE.– (Muy serena e interesada)
¿Qué es lo que más te molesta de él…? ¿Que no sea tu hijo…? (El silba) Habla ¿Que haya sido
engendrado con el semen de mi hermano…? (El
deja de silbar) ¡Dí…! ¿Que haya nacido mudo…? (Él, como un resorte se pone de pie y va al rincón, y con las manos se
cubre las orejas, ella lo sigue) ¡Responde…! (Lucha hasta descubrirle las orejas) ¿Que no sea tu hijo…? ¿Que haya
sido engendrado con el semen de mi hermano…? ¿Que haya nacido mudo…? ¡Qué…!
ENRIQUE.– (Nauseado, a punto de vomitar) Perdóname… vuelvo enseguida… voy al
baño…
MELANIE.– Podrás alejarte de mí
todo lo que quieras… pero, los hechos te seguirán. Así que, mejor lo
enfrentamos hoy, definitivamente… Y te lo voy a repetir cantando (Le adapta la melodía ad–hoc a la situación, atmósfera
y ritmo de la escena)
– ¿Que es
lo que más te molesta de él…?
– ¿Que no
sea tu hijo…?
– ¿Que
haya sido engendrado con el semen de mi hermano…?
– ¿Que
haya nacido mudo…?
¡Responde! ¡Habla! ¡Di!
ENRIQUE.– (Apareciendo, después de una breve pausa) Lo justo hubiera sido
adoptar uno…
MELANIE.– (Apenada) Fue una alternativa…
ENRIQUE.– “Adoptar…”. Un no
nacido de ti vientre ni fecundado por mi semen…
MELANIE.– Egoísta… ¡yo sí podía…!
ENRIQUE.– ¡Yo no pedí nacer así…!
MELANIE.– (Arrepentida) Perdóname… me olvidé…
ENRIQUE.– ¿Quién es el egoísta
aquí…?
MELANIE.– Te quiero…
ENRIQUE.– Lo justo –repito–
hubiera sido adoptar uno; justo para nosotros y para él. El hubiera estado
libre de nosotros…
MELANIE.– Me arrepiento… ya no
quiero hablar de… de él…
ENRIQUE.– Hubiera sido querido
por él mismo y no por la obligación de la sangre… ¡Pero, tu madre metió la
cola…!
MELANIE.– Tu madre, también
estuvo conforme… “¡Qué mejor que mejor!” dijo… ¡recuérdalo…!
ENRIQUE.– Sí… todos deciden por
nosotros… (Con cólera)
A
nuestras espaldas…
MELANIE.– “Es mejor la
inseminación artificial”, insistía…
ENRIQUE.– (Recordando) Sí, sí, sí… Siempre quiso arreglar el mundo ella sola…
MELANIE.– (Justificándola) ¡Ah… buscaba lo mejor para nosotros…!
ENRIQUE.– “Soy el hombre y la
mujer de esta casa”, repetía… “¡Debo empujar la carreta…!”
MELANIE.– Todas las madres…
ENRIQUE.– ¡Desde la tumba insiste
tercamente en manejarme…! (Al golpear con
la palma de la mano, congelan. Por parlantes nos llega, desde el otro mundo, la
voz de la madre de él)
–
¡Cámbiate de pantalón. Hombre…!
– ¡¿Por
qué no sales con esa chica…?!
– ¡Ponte
la otra camisa…!
– ¡No te
juntes con ese vago…!
– ¡Usa
colores sobrios… eres casado…!
– ¡Qué
ganas hablando con los obreros…!
–
¡Aprende, aprende, aprende…!
– ¡No, no,
no, no, no y no…!
(El
último no, descongela la escena)
MELANIE.– Todos hemos sido hijos… Esa es una carga muy grande… Cuánto
más nos miman, más necesitan, nuestros padres, aliviar sus conciencias. Lo
hacen por ellos… Se sientan a nuestro lado y juegan con nuestros juguetes…
ENRIQUE.– No sé a quién odiar
más…
MELANIE.– A nadie… El mal lo hace
no la acción sino la intención… Aunque yo también odio… y, como dice mi
sicólogo –para mi “alivio”– “el odiar no es malo”: hay que odiar a la guerra, a
la injusticia…
ENRIQUE.– (Con cólera) Cuando pienso en tu hermano, ¡me dan ganas de matar…!
siento como si se hubiera revolcado contigo en mi propia cama…
MELANIE.– El nos ayudó…
ENRIQUE.– Te vuelve inmunda…
MELANIE.– Era preferible él a un
extraño…
ENRIQUE.– Inmunda…
MELANIE.– ¡Nuestros padres estuvieron de acuerdo…!
ENRIQUE.– ¡Inmunda…!
MELANIE.– Que había
compatibilidad, dijo el doctor. Recuerda…
ENRIQUE.– (Vencido) Todos complotaron…
MELANIE.– (Sin fuerzas, casi maternal) Uno de nuestra propia sangre… por
inseminación artificial… ¡puro!… sin nada de qué avergonzarse…
ENRIQUE.– ¿Puro…? ¡Quita,
entonces, de mí, esta idea de incesto…! ¡Extirpa de mi mente la palabra
“adulterio”…!
MELANIE.– (Amorosa, protectora) Enrique…
ENRIQUE.– Comprenderás, entonces,
por qué, ahora, al verte, te veo como una fotografía… y no como a una mujer de
carne y hueso… aunque estés desnuda frente a mí… y te revuelques como una yegua
en celo…
MELANIE.– (Angustiada) ¡Pero qué hice, qué hice…! ¿Dónde está el mal…? ¿Es
pecado desear tener un hijo…? ¡Un hijo que se ha de parir con dolor…! (Mirándolo) Ya no pareces ser el hombre
con quien me case…: Se te ve torvo…
ENRIQUE.– (Irónico) “Torvo…”
MELANIE.– ¿Dónde está tu
comprensión…?
ENRIQUE.– Hablas por hablar.
¿Sabes lo que es torvo…?
MELANIE.– Cuando más antipático
tratas de ser, más te quiero. (Gritándole)
¡Me amaste… y yo te quiero…! Y, ese sentimiento, no puede borrarse de la noche
a la mañana…
ENRIQUE.– No es de la noche a la
mañana, mujer… Tu hijo ya tiene seis años… Además de los nueve meses de espera…
MELANIE.– Te quiero por encima de
todo… Puedo hacer que lo adopten, si con eso recobro tu cariño…
ENRIQUE.– Te pareces a mi madre…
Nunca me consultó nada. Los zapatos siempre fueron grandes –“para que duren”–
decía, sin importarle la burla de los muchachos.
MELANIE.– (Lo abraza) Te quiero, Enrique…
ENRIQUE.– No te hagas ilusiones…
MELANIE.– Ilusiones… ¿de qué?
ENRIQUE.– ¿Les has dicho que el
niño es mudo…? (Congelan. En esta
ocasión, el congelamiento debe ser mayor, para dar tiempo al público para que
sopese la situación) ¿Les las dicho que el niño es mudo…?
MELANIE.– ¿Mudo…? No. Sólo tú y
yo y nuestros padres lo saben…
ENRIQUE.– Tu hermano, también…
MELANIE.– Sí… No lo pudo
soportar… (Llorando) Por eso se mató…
ENRIQUE.– ¿Mató…? ¿Cómo… como es
eso…? ¡Aclárame…! ¿No estaba de viaje…?
MELANIE.– No. Hace cuatro años…
Es extraño que tanto tiempo se haya podido ocultar un secreto. Fue cuando
estuviste en la clínica. Te lo ocultamos por “piedad a nosotros y al niño”. (Lo mira fijamente) Se envenenó. Mi tío
Abel extendió el certificado de defunción y con él, enterramos el secreto…
ENRIQUE.– (En susurro) ¡Dios…!
MELANIE.– Fue un error…
ENRIQUE.– Lo he estado odiando
después de muerto…
MELANIE.– El también se sintió
incestuoso…
ENRIQUE.– Es tarde para pedirle
perdón…
MELANIE.– Y, la mudez del niño…
creyó… creyó que era un castigo de Dios…
ENRIQUE.– (La abraza fuerte contra él) Tengo 52 años y los pies helados…
MELANIE.– (Intima, dentro de la atmósfera de intimidad creada) Yo he cumplido
47…
ENRIQUE.– (Sin pensarlo) Nuestro hijo… seis… Apenas una mano y un dedo… (muestra seis dedos como lo hacen los niños para indicar su edad)
MELANIE.– (Estupefacta) ¿Nuestro…? (El
asiente con el gesto) ¿Crees en los milagros…? (El mira a otro lado) ¿Nuestro? ¿Nuestro, dijiste…?
ENRIQUE.– No tiene a nadie más en
el mundo… y… es mudo…
(Mira hacia el corralito) Duerme…
MELANIE.– No… está despierto. Le
prendí el televisor… (Congelan. Del
televisor nos llega el sonido de la sirena de un patrullero que persigue a los
bandidos. Descongelan)
ENRIQUE.– Desde ahora, para
todos, dejará de ser “el niño” y… lo llamaremos por sus tres nombres… Enrique…
Manuel… José.
MELANIE.– Enrique, porque es tu
nombre… (Meditando) Hijo de Enrique
padre…
ENRIQUE.– Manuel… porque es el
nombre de tu hermano… de su verdadero padre…
MELANIE.– No es padre el que
engendra… lo sabes…
ENRIQUE.– Y José…
MELANIE.– José, porque nació el
19 de marzo … “San José”…
ENRIQUE.– Tengo la sensación de
estar nadando en altamar… Tráelo, ¿quieres…?
MELANIE.– (Iluminada) ¡Sí…! (Va y lo
trae. Es un muñeco de tela y aserrín que representa a un niño de seis años.
Tiene una sonrisa grabada en el rostro. Ellos lo ven como debe ser: un niño. Al
estar frente a él, lo baja al suelo y sostiene parado y habla como si fuera el
niño) Hola… papá…
ENRIQUE.– (Le extiende los brazos como para que camine) Dicen que mil
kilómetros se inician con el primer paso… Pues bien… Enrique–Manuel–José… da el
primero… (Hace que dé un paso y lo alza
estrechándolo contra él) Despiértate, hijo… tú que duermes… y levántate de
los muertos…
MELANIE.– (Resignada) Ya es tarde, amor… Seis años, son muchos en la vida de
un niño… Y, el niño… es el padre del hombre.
(Congelan definitivamente. Las luces se van
apagando en resistencia hasta quedar sólo el reflejo del aparato de televisión.
Se escuchará, de menos a más, una tremebunda escena policial).
–––––
Telón
1989–setiembre
San Juan de Miraflores/Perú