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Los ojos del mudo: obra teatral de Grégor Díaz, dramaturgo peruano (texto completo)
Gregor Díaz Celendín, Cajamarca, 1933; Lima 2001+

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Se inicia como dramaturgo en 1966, año en que escribe Los del 4, que en 1968 gana el 1er. Premio del Concurso de Obras de Teatro organizado por la Sociedad Judía del Perú y además es publicada en la antología "Teatro Selecto Contemporáneo Hispanoamericano" (Madrid, 1971). Fue también publicado en el Perú en 1968 por la Editorial Causachum (La huelga) y por la Editorial Homero, teatro de grillos, en 1976 (Cercados y cercadores) y en 1978 (Cuento del hombre que vendía globos).
Su obra Sitio al sitio fue publicada en Colombia en la Antología Latinoamericana de Teatro Breve Social (1999).
Antes de su muerte, en diciembre del año 2001, escribe In memoriam, una investigación sobre nuestros teatristas fallecidos desde el Siglo XIX hasta hoy.

    Obras y año de estreno (en Lima, salvo indicación):
  • Los del 4 (1968)
  • La huelga (1968)
  • Cercados y cercadores (1971)
  • Cuento del hombre que vendía globos (1975, 1er. Premio del Concurso anual del TUSM)
  • Réquiem para 7 Plagas (1979, 1er. Premio TUSM ese año y Mención Honrosa en el Concurso Hispanoamericano "Andrés Bello" del CELCIT de Venezuela en 1981)
  • Chimbote Mundo (Primer Premio CELCIT Perú ese año) (1981)
LOS OJOS DEL MUDO

LOS OJOS DEL MUDO

 

De Grégor Díaz

 

 

UN CUARTO TAN ALTO O VACIO DE TECHO, QUE PARECE QUE NO TUVIERA CIELO, ESTAMOS EN EL MARAVILLOSO MUNDO DEL IMPRESIONISMO. A DERECHA –DE ACTOR– UN BONITO BIOMBO DECORA EL AMBIENTE Y ESCONDE UN CORRALITO DE NIÑO AL NIÑO, QUE ES UN MUÑECO DE TELA Y ASERRIN, DEL TAMAÑO DE UN NIÑO DE SEIS AÑOS. LA FIGURA DE EL, DE RATO EN RATO, INTERMITENTEMENTE, SE FIJARA CON NITIDEZ SOBRE LA PARED, POR EFECTO DE LUCES.

 

LOS MOVIMIENTOS DEL NIÑO–MUÑECO SERAN OPERADOS AL TIRAR DE HILOS, COMO EN LAS MARIONETAS.

 

LOS COLORES DE LA PARED, DE LA GAMA DE LOS FRIOS, NO SON LOS USUALES Y SE ORIENTAN A CREAR ESTA SINGULAR ATMOSFERA.

 

ENRIQUE –EL PAPA– SE MECE EN UNA VIEJA MECEDORA QUE RECHINA. MELANIE –LA MADRE, ESPOSA DE ENRIQUE– HABLA POR TELEFONO.

 

AL CENTRO DEL ESCENARIO, CUALQUIER OTRO SIMPLE ELEMENTO DE ESCENOGRAFIA, DEJADO A LO FUNCIONAL Y BUEN GUSTO DEL DIRECTOR.

 

LOS PERSONAJES VISTEN ROPAS QUE HAN SIDO CONFECCIONADAS PARA ELLOS POR UN SASTRE CON PROBLEMAS VISUALES: DAN A LOS CUERPOS LA ILUSIÓN DE SER ALARGADOS, COMO LAS ESCULTURAS DE LOS MENDIVIL EL BOTON DEL SACO DE EL ESTARA MUCHO MAS BAJO QUE EL OMBLIGO. LA CORBATA LLEVARA UNA MEDIDA MAYOR DE LA NORMAL. EL ESCOTE DE ELLA SERA MUY ESCOTADO, PERO NADA HA DE CONDUCIR A LO SENCUAL O COMICO. LOS MAQUILLAJES DEBEN CONTRIBUIR A ESTA BUSQUEDA . LOS ELEMENTOS DE UTILERIA, ESCENOGRAFICA, APOYAN.

 

SIN DECIRLO, COMO EN LOS CUENTOS DE HADAS, QUE NOS QUEDE A NIVEL SUBLIMINAL, LA SENSACIÓN DE: “HABIA UNA VEZ…”. PARA LOGRAR ESTE EFECTO, INTERMITENTEMENTE, A SEÑAL, LOS ACTORES CONGELARAN GESTOS Y ADEMANES MIENTRAS LA MUSICA, SONIDOS Y/O RUIDOS, SEGUIRAN LA ACCION; DESCONGELARAN, A MOMENTO INDICADO, SIMULTANEAMENTE. NO ES ESTE UN EFECTO CREADO PARA EL CONSCIENTE. ES UN OPERATIVO SUBLIMINAL. A OSCURAS Y TELON CERRADO, NOS LLEGARA UNA HERMOSA MELODIA ORQUESTADA COMO ESAS QUE EN EL CINE, ENTRE LAS NEBLINAS, NOS HACE APARECER UN CASTILLO MAGICO. AL DARSE LAS LUCES, YA ABIERTO EL TELON, VEREMOS A MELANIE, QUE CON UNA MANO TAPA EL TELEFONO.

 

MELANIE.– (Con enojo) ¡Déjame hablar, carajo…!

(Se produce el primer congelamiento. Quedan inmovilizados: él sentado, ella con el teléfono en la mano, como en todos los casos, la descongelación será desde dentro, esfumando un gesto para aparecer otro y no efecto artificioso. La voz de ella, como ocurre con las cantantes melódicas, será acompañada por le mecer y la mecedora, como si fuera el piano: acompañamiento plástico y sicológico)

 

Es la tercera vez en nueve años, que me obligas a decir una grosería… y no me agrada. Soy enemiga de lo soez (Al teléfono) Perdóname, doctor… ¡Sí, sí, sí… sí es importante! (Dominándose) si no no lo llamaría a esta hora… (Sonríe) No soy hipocondríaca… (Escuchando al doctor) ¡Y cómo no doctor, con todos estos problemas… Sí, tiene usted razón… mi pena es habitual, pero con causa… son realidades, doctor…

 

ENRIQUE.–   (Se pone de pie y de un libro imaginario lee bíblicamente) “¡De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso!” (Segundo congelamiento que se rompe con el ruido de un auto que arranca) Amén…

 

MELANIE.–   ¡Cierra la ventana, por favor… molesta al niño…! (Al teléfono) El bebé… Sí, doctor… Bueno, bueno… “El niño”… el niño está bien, doctor… (Muy nerviosa) Goza de mi amor… de mi amor… y de mi odio… (Llora quedo)

 

ENRIQUE.–   (Sentado, imitando a un hombre mayor) “Los hijos de mis hijas… son mis nietos… Los de mis hijos…

 

MELANIE.–   (Bajo) … Y mi odio… (Habla al fono con el aliento para que sólo la oiga el doctor) mi odio, por haberme quitado el amor del hombre que quiero… (Fuerte) ¡Sí, sí, sí… ya sé que es mi hijo…! ¡Ríase todo lo que quiera y cáigase de espaldas desde su diván… Perdóneme, doctor… Estoy nerviosa…

 

ENRIQUE.–   (Burlón) ¡De tu vientre nació entre dolores y pujos…! ¡Es tu hijo!

 

MELANIE.–   ¡Déjame hablar por teléfono…!

 

ENRIQUE.–   (Colérico) ¡Si tu hijo nació enfermo, no es mi culpa…!

 

MELANIE.–   (Gritando) ¡Nuestro hijo…!

 

ENRIQUE.–   (Gritando) ¡Tu hijo…! (Se escucha el llanto grabado, grave y con eco, del niño. Las inflexiones deben ser para abajo, para no producir risa)

 

MELANIE.–   (Gritando) ¡Nuestro hijo… Nuestro, nuestro, nuestro!

 

ENRIQUE.–   (Gritando, controlado) Hijo de mi matrimonio, ¡sí…!, pero no de mi semen… (Congelan hasta que termine el llanto “impresionista”)

 

MELANIE.–   Perdón, doctor… Tengo problemas en casa. Lo llamo dentro de un rato… (Mirando a Enrique) Cuando esté sola… Gracias. (Cuelga el teléfono. Va al corralito y levanta al niño. A ella y al niño los vemos proyectados sobre la pared, en sombras) ¿Qué pasa…? (Muy maternal) ¿A qué ese llanto…? (Canta, bajo, como para ella, “el gato ron ron”) No llores… (Silencio) De verdad en verdad te digo, hijo, que nada ganas llorando… No me hagas sufrir… ¿quieres? ¿Ya…?

 

ENRIQUE.–   (Dolido, bíblico, que es la característica de su ironía) ¡Sed benignos los unos con los otros! pues, si bien lo piensas y mejor reparas, más se pasa la vida la gente perdonándote a ti, que tú haciendo buen uso del perdón… Amén. (A su esposa que, discretamente, ya está a su lado) Una taza de café nos caería bien…

 

MELANIE.–   (Tremendamente dolida) Nuestro hijo…

 

ENRIQUE.–   (Desconcertado, sopesando la frase) Sí, tienes razón…

 

MELANIE.–   (Lentamente va a foro y sirve dos tazas de café) ¿Razón…?

 

ENRIQUE.–   Tienes razón. (Se pone de pie, en sermón) Todo hijo nacido del matrimonio, es hijo del matrimonio, es decir, de la pareja. (Entrecortando las palabras) Aunque el feto… aunque el feto… haya sido… (Al borde de las lágrimas, muy dolido) haya sido eyaculado por un pérfido, felón, adulterino…

 

MELANIE.–   (Enérgica) ¡No hables mal de mi hermano…! (Suplicando) Por favor… (Confundida, explicando) ¡Está ausente…! (Angustiada) Estoy nerviosa… no me hagas caso… ¿Por qué crees que llamé…?

 

ENRIQUE.–   (Mirando a su mujer, como queriendo comprender. Luego, como un niño. En susurro) Pérfido, felón, adulterino… (Ella, fuera de sí, tira al suelo una taza y la rompe) ¡Pérfido, felón, adulterino…!

 

MELANIE.– (A grito, suplicando) ¡Paz, paz, paz…por favor!

 

ENRIQUE.– (Después de una breve pausa) “Casa” para “dos”. “Casa”… “dos”. Estamos “casados” (Suspirando) Eres mi esposa. En ese sentido… Tu hijo es mi hijo… en ese sentido soy el… (escucha el ruido de la sonaja del bebé que se ha caído al suelo. Mira hacia atrás. Melanie va al foro. Recoge la sonaja y la hace sonar. El ruido de la sonaja congela y descongela al poco tiempo)

 

MELANIE.–   (Al darse cuenta del silencio) Después de la tormenta, las aguas se recogen… y, por sus causes, vuelven a madre, y van al mar… (Suspira y juega con la sonaja) Y, a nosotros, nos queda la sensación, de haber soñado un sueño que no recordamos… y, al despertar… (Hace sonar la sonaja) si es que se despierta…

 

ENRIQUE.–   ¡Soñar, soñar, soñar…! ¡Eh ahí la vida! (Suspira) La vida es sólo eso… Lo malo es que, al despertar… ¡Oh, otra vez tengo los pies helados…!

 

MELANIE.–   Eres emotivo… (Va a la cocinita y regresa con la azucarera y echa una cucharadita de azúcar en la taza de él) Un poquito más de azúcar y se te subirá la presión…

 

ENRIQUE.–   (Sonriendo) Pensé que querías endulzarme…

 

MELANIE.–   “Mielarte”, dirás, porque ya eres un hombre bastante dulce…

 

ENRIQUE.–   Los ríos, como las serpientes, se curvan… para salir a torrentada

 

MELANIE.–   (Conteniéndose) Bueno… “nos curvamos”, entonces… ¡Por favor…!

 

ENRIQUE.–   Empezamos…

 

MELANIE.–   (Se alza y va a dejar su taza) No… supongo que hemos llegado a alguna torrentada… digo…

 

ENRIQUE.–   Gracias por el café…

 

MELANIE.–   Aprecio más que lo bebas con agrado…

 

ENRIQUE.–   (Con firmeza) ¡Dije que también era mi hijo…!

 

MELANIE.–   (Serena) Lo escuché…

 

ENRIQUE.–   ¿No te basta…? ¡Qué más, dí…! Habla…

 

MELANIE.–   Gracias…

 

ENRIQUE.–   ¿Por qué…?

 

MELANIE.–   Porque, a pesar de tu cólera, en tu rostro, algo se refleja aún del mucho amor que tuviste por mí…

 

ENRIQUE.–   (Desorientado) Uno ve y escucha lo que quiere ver y escuchar…

 

MELANIE.–   Nada ganas negándolo. Nuestros ojos dicen lo que queramos aparentar; nuestros labios nos traicionan: dicen la verdad. La Gioconda es bella no por sus ojos…

 

ENRIQUE.–   (Sonriendo) No hay peor ciego y sordo que el que no quiere ver ni oír…

 

MELANIE.– ¿Quieres decir, entonces, que ya no me quieres? ¡Dilo! ¡Ya…!

 

ENRIQUE.–   Vivo contigo… ¿Es suficiente, no…? Las palabras…

 

MELANIE.–   ¡Calla…!

 

ENRIQUE.– Estoy contigo… eso es irrefutable. Comparto tu angustia… (Ella mira hacia otro lado) ¡Cuántas mujeres darían su alma al diablo por tener un compañero, y tú haces “gestos”! (Meditando) Tienen al marido de cuerpo presente, como ataúd de misa de difuntos… y están solas… y desesperanzadas… como la mano que busca a un amigo…

 

MELANIE.–   (Cortando) Bien… Hay que darle solución a este problema… (Fijamente) Tienes la sartén por el mango… Las condiciones las pones tú…

 

ENRIQUE.–   (Sonríe) Sólo cuando me dañas, hablas bien de mí…

 

MELANIE.–   (Después de una breve pausa, trascendental) Una familia quiere adoptar a nuestro hijo… (Congelan un tiempo imperceptible. La ventana se abre de golpe. El ruido los descongela) ¡Cuándo arreglaremos esa ventana…! 

 

ENRIQUE.–   Los remedios cuestan mucho…

 

MELANIE.–   Dije que una familia…

 

ENRIQUE.–   Hace seis años que no renuevo mi ropa…

 

MELANIE.–   … que una familia quería adoptar a nuestro hijo…

 

ENRIQUE.–   (Que no la quiere escuchar) Mis pantalones destiñen lavada a lavada… ¡Y en ocasiones, desconozco el color original de mis camisas…!

 

MELANIE.–   ¡Qué lo quieren adoptar, dije…! ¡“Adoptar…”!

 

ENRIQUE.–   (Con sincera firmeza) Ese niño no saldrá nunca de esta casa…

 

MELANIE.–   (Enojada) ¿Casa…? ¡Tumba, querrás decir! Porque sin amor…

 

ENRIQUE.–   ¡Estamos hablando de él…! ¿No es así? ¿No…? ¡Dí…!

 

MELANIE.–   (Sin comprender) No te entiendo… ¡Fuimos tan felices…!

 

ENRIQUE.–   ¡Mientes…!

 

MELANIE.–   ¡Tan felices…!

 

ENRIQUE.–   ¡Mientes…!

 

MELANIE.–   ¡Tan felices, tan felices, tan felices…! ¡Hasta que nació el niño…!

 

ENRIQUE.–   ¡Mientes, mientes, mientes! (Congelan las luces, como sacándolos de sus tumbas, aumentan en intensidad, al concentrarse sobre ellos, los descongelará) ¡Nunca fui feliz, entiéndelo! a cada instante me martirizabas recordando mi infertilidad, infecundidad… me hacías sentir el más estéril de los estériles…

 

MELANIE.–   (Desconcertada) ¡Esto es infame…! Nunca te dije algo parecido. Que se me caiga la lengua si miento…

 

ENRIQUE.–   (Sobre ella) ¡Lo gritabas en silencio…! ¿Recuerdas?

 

MELANIE.–   ¡No! ¡Te imaginas…!

 

ENRIQUE.–   ¡Lo gritabas durmiendo…!

 

MELANIE.–   ¡No mientas, por piedad…! ¡No mientas…!

 

ENRIQUE.–   ¡Que estabas sola, decías…!

 

MELANIE.–   ¡Eran sólo palabras…!

 

ENRIQUE.–   ¡Que le faltaba alegría a la casa…!

 

MELANIE.–   Era la verdad… No una queja… ¡Comprende!

 

ENRIQUE.–   ¡Que estabas sola… que te moría de pena… que no sabías que hacer mientras yo trabajaba…!

 

MELANIE.–   ¡Sí, es cierto…!

 

ENRIQUE.–   ¿Sabes lo que significa eso para un hombre…? Y, sobre todo… existiendo el… el problema de la …

 

MELANIE.–   ¡Pero qué de malo hice…! ¿Dónde está la maldad mía…?

 

ENRIQUE.–   Por eso acepté “adoptar” un niño… ¡por ti, por ti…! ¡Recuérdalo! “Adoptar”…

 

MELANIE.–   (Emocionada) ¡Lo sé, lo sé…! Te lo agradezco. Lo recibí como una enorme prueba de amor… y crecí gigante…

 

ENRIQUE.–   ¡Pero… tu madre tuvo que meter la cola…!

 

MELANIE.–   No hablemos de ella, ahora, ¿quieres? ¡Sé grande… madura!

 

ENRIQUE.–   ¡Hablas como ella…! (Decepcionado) Tienes la sartén por el mango…

 

MELANIE.–   No es cuestión de conveniencias, ¡no! Aquí sólo hay dos responsables: ¡tú y yo!. Sólo dos culpables: ¡tú y yo! Sólo dos mártires…

 

ENRIQUE.–   ¡Lo hecho, hecho está…! (Sincero) ¡Qué pena…!

 

MELANIE.–   Soy de las mujeres que se aferran a sus cariños…y no estoy dispuesta a perderte a ti…

 

ENRIQUE.–   (Irónico) ¡Ja…!

 

MELANIE.–   ¡Por nada, por nada… ¿entiendes?!

 

ENRIQUE.–   (Irónico) ¡Palabras, palabras, palabras…!

 

MELANIE.–   (Convencida) Si mi hijo estorba… ¡regalémoslo…!

(Congelan. Esta será breve. Para que el público no descubra el juego dramático. Enrique rompe el congelamiento silbando algo de soledad)

 

ENRIQUE.– (Con seguridad) No.

 

MELANIE.–   Démosle en adopción… Alguien podrá darle el amor que le falta… ¡Saquémosle de este ataúd…!

 

ENRIQUE.–   (Sincero) Eres una mujer de temple… Nunca te he restado méritos…

 

MELANIE.–   Muy amable.

 

ENRIQUE.–   (Por no pensar) Mira a tu hijo… (Él, sin querer, también lo mira fijamente) En silencio se queda mirándonos… hurgándonos… cogiéndolo todo… (Reflexiona) Comprendiendo, parece que no comprendiera nada. Pero sabe que… algo malo está pasando… Sus ojos mudos me recuerdan a una escultura griega de ojos vacíos. Desde esos ojos huecos que ven hasta una distancia que los ojos–ojos no alcanzan (Recordando) El mentón en alto parece desafiar al que le vació los ojos. (Íntimo, supersticioso) Que Dios nos perdone…

 

MELANIE.–   En seis años, ya deberías haberte acostumbrado a él…

 

ENRIQUE.–   Debe estar mojado… Cámbialo de pañales…

 

MELANIE.–   ¡Por Dios… no me lo recuerdes…! ¡Basta que tenga que hacerlo…!

 

ENRIQUE.–   ¡Es tu hijo… quisiste tener…! ¡Carga ahora con tu cruz…! (Irónico, desahogándose) ¡Cámbiale pañales hasta que tenga el “pipí” tan grande…!

 

MELANIE.–   ¡Cállate! (Pausa) Por favor… Que si Dios te castiga a ti… al castigarte a ti… (Le gana el llanto. Lentamente va al corralito y cambia de pañal al bebé. Sobre la pared, en sombras, se ve la acción)

 

ENRIQUE.–   (Irónico, tomando, otra vez, el libro imaginario) “No debáis a  nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido con la ley. Y… (Sonríe) El amor no hace daño al prójimo…”

 

MELANIE.–   Si respetaras algo y a alguien…

 

ENRIQUE.–   ¡Amén…! Basta de biblias, por hoy…

 

MELANIE.– (Muy serena e interesada) ¿Qué es lo que más te molesta de él…? ¿Que no sea tu hijo…? (El silba) Habla ¿Que haya sido engendrado con el semen de mi hermano…? (El deja de silbar) ¡Dí…! ¿Que haya nacido mudo…? (Él, como un resorte se pone de pie y va al rincón, y con las manos se cubre las orejas, ella lo sigue) ¡Responde…! (Lucha hasta descubrirle las orejas) ¿Que no sea tu hijo…? ¿Que haya sido engendrado con el semen de mi hermano…? ¿Que haya nacido mudo…? ¡Qué…!

 

ENRIQUE.–   (Nauseado, a punto de vomitar) Perdóname… vuelvo enseguida… voy al baño…

 

MELANIE.–   Podrás alejarte de mí todo lo que quieras… pero, los hechos te seguirán. Así que, mejor lo enfrentamos hoy, definitivamente… Y te lo voy a repetir cantando (Le adapta la melodía ad–hoc a la situación, atmósfera y ritmo de la escena)

– ¿Que es lo que más te molesta de él…?

– ¿Que no sea tu hijo…?

– ¿Que haya sido engendrado con el semen de mi hermano…?

– ¿Que haya nacido mudo…?

    ¡Responde! ¡Habla! ¡Di!

 

ENRIQUE.–   (Apareciendo, después de una breve pausa) Lo justo hubiera sido adoptar uno…

 

MELANIE.–   (Apenada) Fue una alternativa…

 

ENRIQUE.–   “Adoptar…”. Un no nacido de ti vientre ni fecundado por mi semen…

 

MELANIE.–   Egoísta… ¡yo sí podía…!

 

ENRIQUE.–   ¡Yo no pedí nacer así…!

 

MELANIE.–   (Arrepentida) Perdóname… me olvidé…

 

ENRIQUE.–   ¿Quién es el egoísta aquí…?

 

MELANIE.–   Te quiero…

 

ENRIQUE.–   Lo justo –repito– hubiera sido adoptar uno; justo para nosotros y para él. El hubiera estado libre de nosotros…

 

MELANIE.–   Me arrepiento… ya no quiero hablar de… de él…

 

ENRIQUE.–   Hubiera sido querido por él mismo y no por la obligación de la sangre… ¡Pero, tu madre metió la cola…!

 

MELANIE.–   Tu madre, también estuvo conforme… “¡Qué mejor que mejor!” dijo… ¡recuérdalo…!

 

ENRIQUE.–   Sí… todos deciden por nosotros… (Con cólera)

A nuestras espaldas…

 

MELANIE.–   “Es mejor la inseminación artificial”, insistía…

 

ENRIQUE.–   (Recordando) Sí, sí, sí… Siempre quiso arreglar el mundo ella sola…

 

MELANIE.–   (Justificándola) ¡Ah… buscaba lo mejor para nosotros…!

 

ENRIQUE.–   “Soy el hombre y la mujer de esta casa”, repetía… “¡Debo empujar la carreta…!”

 

MELANIE.–   Todas las madres…

 

ENRIQUE.–   ¡Desde la tumba insiste tercamente en manejarme…! (Al golpear con la palma de la mano, congelan. Por parlantes nos llega, desde el otro mundo, la voz de la madre de él)

 

– ¡Cámbiate de pantalón. Hombre…!

– ¡¿Por qué no sales con esa chica…?!

– ¡Ponte la otra camisa…!

– ¡No te juntes con ese vago…!

– ¡Usa colores sobrios… eres casado…!

– ¡Qué ganas hablando con los obreros…!

– ¡Aprende, aprende, aprende…!

– ¡No, no, no, no, no y no…!

    (El último no, descongela la escena)

 

MELANIE.– Todos hemos sido hijos… Esa es una carga muy grande… Cuánto más nos miman, más necesitan, nuestros padres, aliviar sus conciencias. Lo hacen por ellos… Se sientan a nuestro lado y juegan con nuestros juguetes…

 

ENRIQUE.–   No sé a quién odiar más…

 

MELANIE.–   A nadie… El mal lo hace no la acción sino la intención… Aunque yo también odio… y, como dice mi sicólogo –para mi “alivio”– “el odiar no es malo”: hay que odiar a la guerra, a la injusticia…

 

ENRIQUE.–   (Con cólera) Cuando pienso en tu hermano, ¡me dan ganas de matar…! siento como si se hubiera revolcado contigo en mi propia cama…

 

MELANIE.–   El nos ayudó…

 

ENRIQUE.–   Te vuelve inmunda…

 

MELANIE.–   Era preferible él a un extraño…

 

ENRIQUE.–   Inmunda…

 

MELANIE.–   ¡Nuestros padres estuvieron de acuerdo…!

 

ENRIQUE.–   ¡Inmunda…!

 

MELANIE.–   Que había compatibilidad, dijo el doctor. Recuerda…

 

ENRIQUE.–   (Vencido) Todos complotaron…

 

MELANIE.–   (Sin fuerzas, casi maternal) Uno de nuestra propia sangre… por inseminación artificial… ¡puro!… sin nada de qué avergonzarse…

 

ENRIQUE.–   ¿Puro…? ¡Quita, entonces, de mí, esta idea de incesto…! ¡Extirpa de mi mente la palabra “adulterio”…!

 

MELANIE.–   (Amorosa, protectora) Enrique…

 

ENRIQUE.–   Comprenderás, entonces, por qué, ahora, al verte, te veo como una fotografía… y no como a una mujer de carne y hueso… aunque estés desnuda frente a mí… y te revuelques como una yegua en celo…

 

MELANIE.–   (Angustiada) ¡Pero qué hice, qué hice…! ¿Dónde está el mal…? ¿Es pecado desear tener un hijo…? ¡Un hijo que se ha de parir con dolor…! (Mirándolo) Ya no pareces ser el hombre con quien me case…: Se te ve torvo…

 

ENRIQUE.–   (Irónico) “Torvo…”

 

MELANIE.–   ¿Dónde está tu comprensión…?

 

ENRIQUE.–   Hablas por hablar. ¿Sabes lo que es torvo…?

 

MELANIE.–   Cuando más antipático tratas de ser, más te quiero. (Gritándole) ¡Me amaste… y yo te quiero…! Y, ese sentimiento, no puede borrarse de la noche a la mañana…

 

ENRIQUE.–   No es de la noche a la mañana, mujer… Tu hijo ya tiene seis años… Además de los nueve meses de espera…

 

MELANIE.–   Te quiero por encima de todo… Puedo hacer que lo adopten, si con eso recobro tu cariño…

 

ENRIQUE.–   Te pareces a mi madre… Nunca me consultó nada. Los zapatos siempre fueron grandes –“para que duren”– decía, sin importarle la burla de los muchachos.

 

MELANIE.–   (Lo abraza) Te quiero, Enrique…

 

ENRIQUE.–   No te hagas ilusiones…

 

MELANIE.–   Ilusiones… ¿de qué?

 

ENRIQUE.–   ¿Les has dicho que el niño es mudo…? (Congelan. En esta ocasión, el congelamiento debe ser mayor, para dar tiempo al público para que sopese la situación) ¿Les las dicho que el niño es mudo…?

 

MELANIE.–   ¿Mudo…? No. Sólo tú y yo y nuestros padres lo saben…

 

ENRIQUE.–   Tu hermano, también…

 

MELANIE.–   Sí… No lo pudo soportar… (Llorando) Por eso se mató…

 

ENRIQUE.–   ¿Mató…? ¿Cómo… como es eso…? ¡Aclárame…! ¿No estaba de viaje…?

 

MELANIE.–   No. Hace cuatro años… Es extraño que tanto tiempo se haya podido ocultar un secreto. Fue cuando estuviste en la clínica. Te lo ocultamos por “piedad a nosotros y al niño”. (Lo mira fijamente) Se envenenó. Mi tío Abel extendió el certificado de defunción y con él, enterramos el secreto…

 

ENRIQUE.–   (En susurro) ¡Dios…!

 

MELANIE.–   Fue un error…

 

ENRIQUE.–   Lo he estado odiando después de muerto…

 

MELANIE.–   El también se sintió incestuoso…

 

ENRIQUE.–   Es tarde para pedirle perdón…

 

MELANIE.–   Y, la mudez del niño… creyó… creyó que era un castigo de Dios…

 

ENRIQUE.–   (La abraza fuerte contra él) Tengo 52 años y los pies helados…

 

MELANIE.–   (Intima, dentro de la atmósfera de intimidad creada) Yo he cumplido 47…

 

ENRIQUE.–   (Sin pensarlo) Nuestro hijo… seis… Apenas una mano y un dedo… (muestra seis dedos como lo hacen  los niños para indicar su edad)

 

MELANIE.–   (Estupefacta) ¿Nuestro…? (El asiente con el gesto) ¿Crees en los milagros…? (El mira a otro lado) ¿Nuestro? ¿Nuestro, dijiste…?

 

ENRIQUE.–   No tiene a nadie más en el mundo… y… es mudo…

(Mira hacia el corralito) Duerme…

 

MELANIE.–   No… está despierto. Le prendí el televisor… (Congelan. Del televisor nos llega el sonido de la sirena de un patrullero que persigue a los bandidos. Descongelan)

 

ENRIQUE.–   Desde ahora, para todos, dejará de ser “el niño” y… lo llamaremos por sus tres nombres… Enrique… Manuel… José.

 

MELANIE.–   Enrique, porque es tu nombre… (Meditando) Hijo de Enrique padre…

 

ENRIQUE.–   Manuel… porque es el nombre de tu hermano… de su verdadero padre…

 

MELANIE.–   No es padre el que engendra… lo sabes…

 

ENRIQUE.–   Y José…

 

MELANIE.–   José, porque nació el 19 de marzo … “San José”…

 

ENRIQUE.–   Tengo la sensación de estar nadando en altamar… Tráelo, ¿quieres…?

 

MELANIE.–   (Iluminada) ¡Sí…! (Va y lo trae. Es un muñeco de tela y aserrín que representa a un niño de seis años. Tiene una sonrisa grabada en el rostro. Ellos lo ven como debe ser: un niño. Al estar frente a él, lo baja al suelo y sostiene parado y habla como si fuera el niño) Hola… papá…

 

ENRIQUE.–   (Le extiende los brazos como para que camine) Dicen que mil kilómetros se inician con el primer paso… Pues bien… Enrique–Manuel–José… da el primero… (Hace que dé un paso y lo alza estrechándolo contra él) Despiértate, hijo… tú que duermes… y levántate de los muertos…

 

MELANIE.–   (Resignada) Ya es tarde, amor… Seis años, son muchos en la vida de un niño… Y, el niño… es el padre del hombre.

 

(Congelan definitivamente. Las luces se van apagando en resistencia hasta quedar sólo el reflejo del aparato de televisión. Se escuchará, de menos a más, una tremebunda escena policial).

 

 

–––––

Telón

 

1989–setiembre

San Juan de Miraflores/Perú

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