(Por Osvaldo Bayer) Cutral-Có es otra epopeya patagónica. Sus poetas y sus músicos ya la van a plasmar en el verso y la música. Fuenteovejuna sureña, nuestra, hija del viento, la tierra y el sueño mapuche y pehuenche. Fue auténtico pueblo patagónico aunque algunos paniaguados de trastienda comenzaron a deslizar el término de infiltrados. Fue todo Cutral-Có, entero. Entero y solo contra el Poder. La solidaridad les dio el calor necesario en ese inmenso frío y soledad. El grito de los neuquinos de Cutral-Có fue otro capítulo de la eterna Patagonia Rebelde. Hace setenta y cinco años el Ejército Nacional les metió balas a los pobres gauchos que pedían dos paquetes de velas por mes para iluminar su pobreza de noche y que los botiquines para curar sus sarnas y erupciones estuvieran en castellano y no en inglés. Los uniformados de siempre lo arreglaron con cuatro tiros por gaucho. Y los políticos, y los curas de Buenos Aires murmuraban algo así como "ideas extranjerizantes" y miraron para el Norte. Pero esta vez no. Se probó con los uniformados de siempre que llegaron hasta tomar posiciones y disparar algún proyectil desde la distancia de la cobardía y la impunidad. Pero tuvieron que retroceder igual que como en aquella escena antológica del Cordobazo en que la montada con sus sables y sus cascos huye despavorida. A Cutral-Có tuvo que venir el Poder y el Sistema a dialogar con Cutral-Có sobre los problemas de Cutral-Có. La victoria fue material y moral. Sin atenuantes. Con las mejores armas de la democracia verdadera: la desobediencia civil y la rebeldía. La desobediencia debida. El viento fresco nos vino desde la Patagonia como tratando de ventilar tanta estupidez y frivolidad impregnada en el moho de Balcarce 50 y de Callao y Rivadavia. Días antes los chubutenses se pusieron a marchar y dijeron NO a Gastre. Y va a ser NO. NO al negocio perfecto de Buenos Aires: llevarse el gas, el petróleo y la energía y, como contrapartida, llenar de más soledad y aislamiento a la Patagonia, arrojando allí la basura nuclear del consumismo primermundista. Pero ya no todo será tan fácil. La gente está aprendiendo la fuerza de la desobediencia civil cuando los gobernantes creen que llegar el poder significa servirse y no servir. Cuando humillan al pueblo. Lo pudimos ver cuando el presidente de la Nación, el jueves, luego de abandonar la reunión de los gobernadores patagónicos, en vez de dirigirse de inmediato a Cutral-Có para abrazar a esas mujeres, niños y hombres tan valientes y llevarles la admiración del pueblo argentino, voló en su avión particular a su residencia para ver un partido de fútbol. Nos preguntamos: ¿qué hubieran pensado, por ejemplo, los filósofos griegos de un hecho así? Tal vez hubieran descalificado no sólo a un gobernante así, sino también al país que lo eligió. ¿Y los primeros teólogos cristianos que sostenían que el hombre había sido creado a imagen y semejanza de Dios? Cicerón hubiera alzado la voz, seguro, advirtiendo acerca de la paciencia de los pueblos y Caracalla, envidioso, hubiera organizado una nueva final en su circo. Pero volvamos a lo positivo. Y para todos aquellos que amamos hasta la emoción todo el paisaje patagónico nos ha satisfecho el primer paso de algo que predicamos contra viento y marea: la unidad patagónica para que diga basta el poder central. La asamblea de gobernadores patagónicos y el Parlamento patagónico son dos primeros pasos hacia un diálogo más sincero con el poder de Buenos Aires. Será una victoria si se comienza a pisar fuerte, será una derrota más si se los convierte en dos organismos burocráticos más. Pero después de los efectos Gastre y Cutral-Có no será recomendable para los responsables que caigan en promesas vacías. Para la futura conducta a seguir basta mirar el anterior ejemplo del pueblo neuquino, que con su presencia desbordante en las calles produjo el milagro de dejar al desnudo el caso Carrasco y, con él, hacer caer el sistema del servicio militar obligatorio, verdadero principio esclavista aprovechado durante casi un siglo por tiranuelos de uniforme para provecho propio y de sus complejos inferiorizantes. Sin duda alguna, el paso de monseñor Jaime de Nevares dejó su profunda huella en todas esas sufridas latitudes, en la fuerza que va adquiriendo esa gente sureña para hacer valer sus derechos y no resignarse con las migajas que les quiere hacer llegar un régimen injusto basado en aquello de que porque están lejos, no se los ve. Hace justo un año que el Senado de la Nación empleó casi dos horas de debate para repudiar declaraciones mías a Página/12 acerca de la Patagonia. La iniciativa era del senador ultramenemista Felipe Ludueña, uno de los más acendrados defensores de la privatización de YPF, hombre del sindicalista y empresario Diego Ibáñez, el íntimo amigo de José Luis Manzano y del empresario Alfredo Yabrán. El repudio propuesto por Ludueña fue seguido y votado principalmente por senadores que tienen algo que esconder por su apoyo a dictaduras. Ahí, en Cutral-Có y en Plaza Huincul, están las causas directas de la privatización de YPF, que se hizo sin prever las consecuencias que iba a tener eso en la gente patagónica. Tal vez, Ludueña y consortes pensaron que cualquier protesta se arreglaba fácilmente enviando a la gendarmería a reprimir. Pero en Cutral-Có los patagónicos no retrocedieron ni un centímetro cuando llegaron los gendarmes con sus armas. No lo vi al "representante del pueblo" Ludueña dirigirse a Cutral-Có a escuchar la voz del pueblo. Ludueña y sus colegas senadores tuvieron tiempo para repudiar mis palabras de esperanza y rebeldía pero se callaron la boca ante la santa indignación de los hijos de la tierra patagónica. Mi agradecimiento como argentino a la gente de Cutral-Có porque nos ha demostrado como se hace la democracia. Y mi recuerdo a tantos pioneros de la justicia que a través de las décadas lucharon por más dignidad. Justo se cumplen 38 años en que fui expulsado por la Gendarmería Nacional de la pequeña ciudad de Esquel, en Chubut. Primero fui cesanteado del diario local por el propietario del mismo, Luis Feldman Josín, por mi pecado de defender la tierra de mapuches y pequeños plantadores. Pero no quedé solo, en aquella lejanía y dentro de un régimen medieval, salieron a defenderme las humildes organizaciones obreras que en comunicados denunciaron que Feldman Josín poseía "un verdadero monopolio periodístico ligado a los intereses oligárquicos antiobreros y unido al gran capital de terratenientes y latifundistas que pretenden conformar en el pueblo una mentalidad favorable a los intereses de la clase dominante". Con emoción recuerdo a esos trabajadores que con su desobediencia debida arriesgaban todo. Algunos nombres de los firmantes: Honorio Soto, Lloyds Roberts, Salustino Gajardo, Cardenio Escobar, Manuel Perrotta, José Barría, Diego Tapia, Juan Gallardo, Germán Urbina. De haber vivido en Cutral-Có, hoy, me los imagino formando parte del vecindario rebelde. Y no sólo ha comenzado a soplar el viento patagónico. También de La Quiaca y Jujuy ha comenzado a sentirse el viento Norte.

¿A quién le debemos el ejemplo? Mil jueves. A las Madres. Aplicaron su desobediencia debida y su rebeldía cuando el miedo y la cobardía de todos cerraban las puertas. La épica argentina ganó su mejor página. Un pañuelo blanco contra la picana, la desaparición, el robo de niños, las patotas de la cúspide. Mil jueves el pañuelo blanco. El mejor aporte a la democracia. Gracias, Madres.

Sábado 29 de junio de 1996.

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