El general y la madre
El general y la madre. Un buen título para un Dürrenmatt. El general ha iniciado juicio contra la madre. Pide severas penascontra ella. El general exhibe treinta y dos medallas en el pecho, las hemos contado una por una. Para que no se le deforme la chaquetilla las ha reemplazado por pequeños trocitos de géneros colorinches. Del lado derechos del pecho lleva sus distintivos, entre los cuales se destaca la de oficial del Estado Mayor. El general que durante toda su vida se calló la boca, se tapó los oídos y miró para arriba tiene treinta y dos medallas. La madre como único distintivo lleva un pañuelo blanco en la cabeza, como nuestras abuelas campesinas cuando llegaron a las pampas. El general ha iniciado su batalla más ardua. La ha emprendido contra la Madre de Plaza de Mayo porque ésta lo llamó "encubridor de violaciones a los derechos humanos". La madre había dicho textualmente estas palabras inequívocas y sujetas a una única interpretación, así, sin adornos metafóricos ni leguleyos.
En este sentido, el juez federal Jorge Ballesteros no tendrá que recurrir a los códigos antiguos ni modernos o a intérpretes del derechos positivo en la materia. Pero la madre habló aún más claro. Dijo que el general "si estuvo durante la dictadura militar en una embajada, al callarse la boca, colaboró en tapar los crímenes de su ejército; si estuvo en un cuartel, o dio o recibió órdenes que movieron la maquinaria de la tortura, el robo y el asesinato de miles de personas, es un asesino; si lo hizo por obediencia debida tendría que haber denunciado lo que vio, lo que calló y lo que supo, como primer deber de un ciudadano honesto. No lo hizo, entonces es un encubridor. Y un encubridor es un criminal. No cabe otra interpretación. Esa es la verdad". ¿Cabe otra interpretación de la conducta del general Balza? Los políticos la harán de acuerdo a la conveniencia de decir justo ahora esa verdad. Los negociadores por excelencia tratarán de ignorar el episodio, o mejor dicho, ignorar la verdad de la madre.
Y la mayoría tranquilizará sus conciencias buscando en los grandes medios la opinión de Ernesto Sábato. Pero esto es una constante y toda discusión es inútil. Por lo menos. Dürrenmatt no la tomaría como eje de su análisis de dramaturgo. El se detendría sólo en la obsesión argentina de explicar todo a través de los parágrafos burocráticos. Por ejemplo: al ser preguntado el ministro de Defensa, Oscar Camilión, el porqué su subordinado, el general Balza, ha iniciado juicio por injurias y calumnias a Hebe de Bonafini, señaló que lo hizo por obligación, por deber a su honor de militar y a sus subordinados. Porque si no lo hubiera hecho todo subordinado a él podría iniciarle causa por no cumplimiento del deber. Ni más ni menos. Lo dijo el ministro de Menem con gesto adusto acostumbrado y voz al tono. Tanto él como el ejército se manejan con principios insoslayables.
Claro, pero habrá algún ciudadano, principalmente aquellos, muy pocos por cierto, que crean que los principios deben respetarse en todo momento y en todos los casos, que se preguntará: ¿cómo justo ahora y sólo ahora tiene la obligación de hacerlo y no antes? ¿Cómo es que durante toda su carrera el general Balza se calló la boca y sólo ahora se atreve a cumplir con el código del honor y su deber ante sus subordinados y justo ante una Madre de Plaza de Mayo? ¿Por qué no utilizó ese deber de honor cuando sus colegas de camada secuestraban a mujeres embarazadas, las torturaban y les robaban todas sus pertenencias, como ahora él lo reconoce? Pero bien, podría explicarlo que se calló la boca por "obediencia debida", aunque él mismo ha criticado -y sólo a raíz del efecto Scilingo- ese principio reflotado por Alfonsín y sus legisladores. ¿Justamente ahora, a veinte años del genocidio, se acuerda el general de las 32 medallas que debe proceder de acuerdo a las normas del honor y reglamentarias? Pero que justamente sea el ministro Camilión que recuerde esas normas es ya un capítulo más de la historia universal de la infamia o del tratado ortodoxo del cinismo, en su capítulo argentino. Ya que él también fue ministro de la dictadura y mientras en aquel tiempo salió a defender esa represión ultraperversa hoy se muestra de acuerdo con el principio del honor y los reglamentos para que se le inicie juicio a una madre a quien le secuestraron, torturaron e hicieron desaparecer a sus dos hijos, a su nuera y a su nieto próximo a nacer. Todo el peso de la ley para una mujer que dijo la verdad y que se atrevió a decirla. Esa verdad que todos saben. Si Dürrematt habría desarrollado el diálogo no hablado entre el general y la madre, lo hubiera denominado "Un disparate más que trágico" para entrar en el encuadre más verídico. ¿Si el general Balza sabe que su mandamás Camilión es un auténtico encubridor del sistema de desaparición de personas, por qué se calla la boca y no envía un escrito diciéndole que su conducta estuvo en contra de toda norma del honor y los reglamentos? ¿Por qué no le inicia juicio por delitos de lesa humanidad? ¿Por qué en cambio si se lo hace a la víctima directa de ese sistema represivo? ¿Cuál es la lógica de todo esto? ¿La que los argentinos hemos llegado ya a ser campeones de perversidad burocrática? Estamos atentos: ante los estrados de eso que los argentinos llamamos justicia se va a iniciar un capítulo síntesis de nuestros últimos veinte años: el general y la madre, el general de 32 medallas que no objetó jamás la obediencia debida hasta que llegó a número uno, y la madre que no se calló la boca, que no aprendió nada de esta sociedad ducha como ninguna en el arte de mantenerse a flote. Sí, este juicio del general y la madre, tal vez llegue a ser el símbolo que explique la esencia de esta generación argentina a las juventudes futuras. ¿O es acaso un símbolo más claro esa foto del 29 de mayo último donde el máximo verdugo de nuestras historia, Jorge Rafael Videla, recibe la comunión de manos del cura Zaffaroni, en el homenaje al golpista Aramburu, acompañado de Bernardo Neustdat -ex funcionario de ese peronismo que derrocó precisamente Aramburu- y del general Jorge Miná, quien concurrió invistiendo la representación del general Balza? El verdugo recibió el máximo sacramento católico a pocos días que los obispos habían hecho esfuerzos por golpearse el pecho de tanto silencio ante el sistema depravado de quien ahora recibe en la boca el cuerpo de Cristo. Un ejemplo que tal vez el juez que juzgue a la madre por orden del general tenga en cuenta para su veredicto.
Nota del diario Página/12 del 3 de junio de 1995.
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