LOS COLORES DE MI BANDERA

(Por Osvaldo Bayer).El senador nacional peronista por Santa Cruz Felipe Ludueña está contento. Por el voto de sus llamados compañeros ideológicos y de los llamados partidos provinciales se aprobó un proyecto de repudio a mi persona. Una condena contra todas las normas de la democracia y de la indignidad: no se quiso escuchar mi voz, no se me invitó siquiera a declarar en la comisión. Valieron sólo los argumentos injuriosos del pintoresco senador Ludueña. Una resolución viciada de nulidad moral. Un procedimiento sólo comparable con el tomado por el uniformado Reichstag cuando repudiaron a Karl Otto Van Ossietvsky, el Premio Nobel de la Paz. Ni siquiera se me invitó a presenciar el desaguisado desde el palco. Me enteré por los diarios pocas horas antes de partir para Alemania donde participaré del Congreso de Derechos Humanos en el edificio central del ex-campo de concentración de Dachau, invitado en mi carácter de titular de la cátedra respectiva de la Universidad de Buenos Aires. Allí pues, referiré la ironía que justo los senadores que se callaron la boca cuando su presidente anunció el indulto de los peores genocidas de la historia latinoamericana se preocupen tan concienzudamente de un proyecto macarrónico pergeñado con expresiones de ramplón patrioterismo usados por los exégetas del bigotudo general Uriburu. Los senadores no han tenido tiempo de repudiar, por ejemplo, a los militares argentinos que acaban de ser denunciados ante el mundo entero por haber enseñado en Honduras cómo se mete picana o cómo se ahoga con capucha a campesinos y estudiantes centroamericanos que se levantaron contra la humillación y la pobreza de la misma manera como se rebelaron en su tiempo los héroes latinoamericanos Zapata y Sandino. Pero eso sí, se dieron todo el tiempo necesario para tratar una moción del senador Ludueña que, seguro, en cualquier otro cuerpo legislativo del mundo, sería arrojada al cesto de papeles como una mera alcahuetería. Ludueña es un conocido burócrata sindical que perteneció a la cohorte de Ibáñez, el petrolero. El senador no se preocupa por todos aquellos obreros que quedaron sin trabajo ni de la situación de la que fue la gran empresa argentina YPF. No. Hace como el tero que pega el grito en otro lado para que no le descubran los huevos. Le preocupa que yo haya iniciado un profundo debate que hace a la gente y a las riquezas patagónicas. Propuse la autonomía regional de las dos Patagonias unidas -la argentina y la chilena- como primer paso para la unidad de las dos naciones y la concreción futura del sueño de Bolívar de los Estados Unidos Latinoamericanos. Bastó esto para que llovieran sobre mí los epítetos de "traidor a la patria" y "proimperialista". El senador Ludueña se sirvió del diario La Nación y de El Nuevo Informador. Fíjese el lector, por ejemplo, en estas frases de Ludueña: dice que mis propuestas "son lesivas totalmente al concepto de soberanía de nuestro país. Ataca no solamente los intereses de muchos conciudadanos patagónicos sino de muchas generaciones de argentinos que han dados su vida para dar una patria libre y soberana". (Creo que para eso de una "patria libre y soberana" el señor Ludueña tendría que pedirle permiso al embajador Cheek antes de emplearla, a ver si todavía se enoja. Cuídese señor senador, no sea que por un guiño de él usted pierda su banca. Y pregúntele también a Cavallo a ver si afirmación no contraría al Fondo Monetario Internacional.)

Dice más adelante que el senador peronista que siempre apuntó "a defender todo nuestro territorio y a mantenerlo unido bajo el principio indelegable e inmutable de que la soberanía reside en el pueblo". Bien, a esta frase morrocotuda yo le contestaría que le pregunte a los obreros de Tierra del Fuego si esa soberanía estuvo en los balazos de la policía represora o en la gendarmería que Menem-Corach-Camilión se apresuraron a enviar, o si los mineros de Río Turbio que debieron abandonar sus casas por falta de trabajo tienen ésa, su soberanía. Sí, la soberanía "reside en el pueblo" pero la plata se la llevaron los del Norte. No me diga el señor Ludueña, tan avezado en escalar posiciones en el sindicalismo flexibilizador, que cree en esas ingenuidades y parrafadas. Cuando los maestros patagónicos tengan un sueldo digno; cuando los niños patagónicos tengan asegurados la educación, la salud y el techo; cuando el hombre y la mujer del sur no tengan que emigrar a los bordes de las grandes ciudades del norte, entonces sí voy a ir creyendo en "la soberanía del pueblo". El ultramenemismo de Felipe Ludueña lo lleva -claro está- a quedar bien con el stablishment cuando dice: "En circunstancias anteriores este escritor y cineasta Bayer ha atacado a nuestra región y a nuestros pioneros y también hemos salido en defensa de nuestros derechos y de nuestros héroes". Justo, los pioneros y héroes de Ludueña son los que dejó desnudos ante la historia en La Patagonia Rebelde y todos aquellos positivistas liberales, uniformados o no, que respondieron a Buenos Aires y que ayudaron a fundamentar fronteras, prebendas, autoritarismo y respondieron también a oscuros dictados de la Década Infame. Esos que decían simplemente mientras se hacían lustrar las botas: "Yo veo un chileno y lo agarro del forro del culo y lo tiro del otro lado de la frontera". Cuando en realidad es que la llamada "edad de oro" del '10 al '20, de Santa Cruz, fue lograda en parte con el trabajo silencioso, sacrificado y absolutamente mal pago del ovejero venido de la lejana Chiloé. En otro párrafo, el senador Ludueña me trata de informar de lo que es nacionalidad, patria y bandera. Para que se escandalice aún más y los senadores peronistas me repudien por segunda vez, le diré que mi única patria es la gente. La gente con sus sueños, sus penas, sus cariños. Que el color de mi bandera es el color de la piel de los seres humanos: negro, moreno, cobrizo, amarillo, blanco. Y que jamás obedeceré órdenes de quienes mancharon para siempre la bandera azul y blanca: tanto los uniformados como los políticos que indultaron a torturadores y asesinos. Al revés del Senado que no me permitió defenderme, yo invitaré al señor Ludueña a mi cátedra de Derechos Humanos para que debatamos precisamente este tema: "Los derechos de los patagónicos y la soberanía del pueblo".

Página/12, 17 de junio de 1995.

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