LA PATAGONIA REBELDE

Génesis, desaparición y regreso de una película

Justo en 1974 todos aquellos que hicimos La Patagonia Rebelde nos ocupábamos todo el día en hacer posible su exhibición. El film estaba listo pero no podía estrenarse por cuestiones de censura. Juan Domingo Perón era el presidente y todo se había ido corriendo hacia la derecha desde los tiempos de Cámpora. Antes, en el Ente (censura) estaba Octavio Getino y él aprobó el guión sin ningún problema, igual que Mario Sofficci, el talentoso y bonachón director de cine, que presidía el Instituto Nacional de Cinematografía y que no encontró ningún inconveniente en entregar el préstamo a este film histórico. Al contrario, lo hizo con alegría. Pero, ese paraíso de la cultura que fue el gobierno de Cámpora apenas duró cuarenta y dos días y fue reemplazado por el yerno de López Rega, Raúl Lastiri, por orden de Perón.

Yo lo conocía bien a Lastiri. En mis tiempos de estudiante me ganaba la vida como bañero en la piscina del Club de Comunicaciones, en Núnez, en las vacaciones de verano. Y todas las tardes, sin falta, entraba al club este caballero vestido de impecable traje azul marino, camisa de cuello duro y llamativa corbata; se dirigía hacia la piscina y me hacía siempre la misma pregunta: "Y pibe, ¿cómo están las minas?". Ese señor, que me parecía un tanto ridículo con su atuendo poco deportivo, llegó a ser presidente de la Nación. Lastiri, en aquel tiempo -a fines de los '40-, era secretario privado del presidente del club. Un empleo tal vez inventado para darle sostén a este personaje que tenía un no sé qué de cafiolo porteño. Pero mi mente adolescente, a pesar de sueños y fantasías, no imaginó nunca, que este señor de diaria pregunta lasciva iba a regir "los destinos del país", y también el mío, en 1973.

Porque este señor Lastiri -ya presidente- aprobó un decreto por el cual se prohibía mi primer libro, Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia (y por supuesto no sólo el mío, sino una larga lista). Empezaba mal el gobierno peronista. Recuerdo mi sentimiento de impotencia ante el acto degradante para la cultura de un palurdo así que había irrumpido en el escenario político levantado por el dedo del General. Un año después, ya con el General en el poder, nuevamente esa sensación de impotencia. Esta vez todo fue más refinado, lo que pasó con el film La Patagonia Rebelde. Se anunció con grandes avisos en los diarios del país para estrenarla el 2 de abril de 1974. Pero el Ente no es que la haya prohibido, sino que no la calificó, y sin calificación no se podía dar. El representante del Ministerio de Defensa se había mostrado en contra de la exhibición. De manera que el film se encontró en una situación ambigua: ni estaba permitido ni estaba prohibido.

Pero los problemas habían comenzado antes. durante la filmación, en la Patagonia, las noticias que se recibían eran inquietantes. El 22 de enero, cuando estábamos filmando en Puerto Deseado, supimos que Perón había destituido al gobernador de Buenos Aires -Oscar Bidegain, de la izquierda de su partido- y lo había reemplazado por Victorio Calabró, un integrante de la derecha y de la burocracia sindical. Y el 8 de febrero se había producido un episodio, tal vez pequeño en el ámbito político, pero muy significativo, ya que mostraba a Perón decidido a todo en su lucha contra la izquierda. En una conferencia de prensa realizada en Olivos, la periodista Ana Guzzetti, de El Mundo, le pregunta a Perón: "Señor Presidente, cuando usted tuvo la primera conferencia de prensa le pregunté qué medidas iba a tomar el gobierno para parar la escalada de atentados fascistas que sufrían los militantes populares. En el término de dos semanas hubo exactamente veinticinco unidades básicas voladas, que no pertenecen precisamente a la ultraizquierda; hubo doce militantes muertos y ayer se descubrió el asesinato de un fotógrafo. Evidentemente todo está hecho por grupos parapoliciales de ultraderecha". Perón, fuera de sí, le respondió: "¿Usted se hace responsable de lo que dice? Eso de parapoliciales lo tiene que probar". Y se dirigió al edecán aeronáutico y le indicó: "Tome los datos necesarios para que el Ministerio de Justicia inicie la causa contra esta señorita". La joven le informó a Perón: "Le aclaro que soy militante del movimiento peronista desde hace trece años". Perón le contestó: "Hombre, lo disimula muy bien".

Nos imaginamos lo que le habría ocurrido a otro presidente que hubiera hecho tal gesto de amedrentamiento contra el periodismo. Pero Perón podía permitirse una cosa así. Este episodio nos hizo ver que todo el escenario represivo aumentaba y paulatinamente se iba trasladando, como siempre sucede, a la cultura, y hasta a la vida íntima del pueblo. Por ejemplo, el decreto de Perón de fines de febrero que controlaba la comercialización de anticonceptivos. Se establecía que sólo podían ser vendidos con receta y éstas debían estar en triplicado. Una medida que se explicaba solamente por la injerencia de la Iglesia. Era un intento de represión de la vida sexual, sin ninguna duda, a pesar de que se explicaba que "una disposición tendiente a aumentar la natalidad como forma de alcanzar la meta de 50 milloones de habitantes para el año dos mil". Si no se permitían condones menos se iba a permitir un film que denunciara una escondida masacre patagónica ocurrida hace medio siglo.

Cuando terminamos de filmar exteriores y vinimos a Buenos Aires para interiores, se produjo algo tan insólito que cuesta creerlo. El "navarrazo". Se levantó el jefe de policía de Córdoba Antonio Navarro y con una docena de milicos volteó al gobernador Ricardo Obregón Cano y al vicegobernador Atilio López; éste un gremialista combativo. Los dos pertenecían a la izquierda del peronismo. Perón dejó de hacer maniobra e intervino la provincia en vez de defender al legítimo gobernador. El ritmo de la filmación fue acelerado mucho más con todo el apoyo de los actores y de todo el personal técnico, aunque algunos de nosotros ya no creíamos en un buen final, pero por eso mismo aumentaba la porfía. Ya la primera advertencia que debíamos darnos prisa nos la había hecho el gobernador de Santa Cruz, don Jorge Cepernic. A él yo lo había conocido años antes durante la investigación de las huelgas del '21. Era hijo de un trabajador rural que había participado en la huelga y mucho me ayudó a encontrar testigos de la época y en situar tumbas masivas. En aquel tiempo -estoy hablando del '69/'70-, él era uno de los pocos justicialistas que hacía fe de su ideología partidaria abiertamente. Ese riesgo y ese jugarse le abrió camino para posteriormente ser el candidato a gobernador indiscutible de ese partido en 1973. Y por supuesto, fue electo gobernador. Cuando supo de nuestros planes de llevar al film aquella investigación histórica, desde la gobernación nos dio pleno apoyo y ayuda. Por eso él se sentía muy responsable y preveía dificultades dado el enrarecimiento político de aquellas últimas semanas. Y en ese enero de 1974, se vino desde Río Gallegos hasta una estancia -a cuarenta kilómetros- donde estábamos filmando la escena del fusilamiento del líder obrero Outerello (que hizo ese gran actor que se llamó Osvaldo Terranova). Desde una loma vimos venir al gobernador, que se había bajado del auto y se aproximaba subiendo el desnivel. Me llevó a un aparte y me dijo: "Acabo de recibir un telegrama del Ministerio del Interior inquiriéndome quien dio el permiso para filmar en Santa Cruz La Patagonia rebelde. Se ve que en el gobierno hay fuerzas que se oponen. Voy a hacer como que no he recibido nada. Lo único que le pido es que traten de acelerar la filmación todo lo posible. Deseo fervientemente que la película pueda terminarse".

Los obreros aguardando el genocidio estatal.

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