Trampalurga

José Ramón Ortiz

Copyright: EDUVEN-1990

I.S.B.N. 980 - 209 -181 - 2

 

 

 

Como el fasgo sendal de la Pandurga

remurmucia la pinola plateca,

asi el chungo del gran Perrontoreca

con su garcha cuesquina sapreturga.

 

Diquilón el sinfurcio flamenurga

con carrucios de ardor en la testeca

y en Lampurnia, con plaque y con merleca,

se amancoplan, Segris y Trampalurga.

 

La chalana ni encurde ni arropija,

la redopsia ni enfucha ni escoriaza,

y enchinflando en sus trepas la escrondrija

 

Con casconia ventral que encalambrija,

dice a la escatiburnia mermelaza:

¡Que inocentividad tan cucunija!

 

(Soneto de León de Greiff, transcrito de la memoria)

 

 

1

La historia de Trampalurga comienza donde comienza la historia de todos los hombres, en los primeros recuerdos: los ojos de Mamá.

Los ojos de Mamá en el retrato, sobre la mesilla de noche, eran los puntos suspensivos con que empezaban todos los sueños de Trampalurga y aún estaban allí a su lado, sobre la mesilla de noche, cuando amanecía sol redondo sin ventanas y El Avila se cubría con la bata transparente de la mañana.

Mamá murió cuando Trampalurga todavía buscaba el dispositivo mágico de la conciencia. Desde entonces la Tía Rosa hizo el oficio de madre a medias, porque la mamá de verdad verdad eran esos ojos sobre la mesilla de noche.

Mamá murió de tuberculosis, aunque Tía Rosa decia que murió de tristeza pensando en el italiano-ese musiu que vino a hacer real y dano a la muchacha. El italiano era papa o el espermatozoide ese de los libros de biologia.

Mamá y Tía Rosa eran de San Felipe, se vinieron juntas para Caracas a trabajar de maestras en una escuela de Chacao. Fue al poco tiempo de llegar a Caracas, según cuentos de Tía Rosa, que Mamá conoció al italiano ese y los espaguetis-muy amable el desgraciado ese-decía Tía Rosa-, desapareció con la misma rapidez con la que a tu Mamá se le fue la sangre. Chao, la menstruaci6n y el italiano ese nunca volvieron. Pobre Mamá, se fue solita, destino alguna estrella del cielo, pero me dejo sus ojos: esos puntos suspensivos capaces de empezar cualquier historia.

Trampalurga vivía con Tía Rosa en un apartamento de dos habitaciones, en el quinto piso del primer edificio de ocho pisos que hubo en Chacao. Desde la ventana de su cuarto-apartamento 52- Trampalurga le da forma a las nubes que vienen desde Petare siguiendo el curso fijo de un autobús aéreo: Próxima parada "El Ávila", cambio de pasajeros y las nubes se alejan por algún recoveco de Catia. Todas las mañanas era el sol, la montaña en la ventana, el despertar de otro día en los recordativos ojos de Trampalurga. -Buenos días, decían los ojos de Mamá sobre la mesilla de noche y un olor a manteca impregnaba la mañana con el hábito del desayuno: las arepitas fritas de Tía Rosa.

Trampalurga fue descendiendo poco a poco del quinto piso a la calle. Fue una caida en camara lenta, un cambio de visión casi imperceptible desde un mundo inmóvil y majestuoso, salpicado de techos rojos tímidamente escondidos bajo las copas de los arboles y sostenido por el horizonte vertical de la montaña, a un mundo mucho mas inquieto, de topografía y colorido más complejo, de tiendas, ruidos, automóviles y gente que cambia de acera y sigue rumbos insospechables.

Trampalurga fue descubriendo la calle junto a la escuela y las enciclopedias, la televisión y los ascensores. Descubrió a Colón y a las Américas al mismo tiempo que la barbería, donde un gallego de mucho bigote le hablaba de toros bajo el inquieto chasquido de las tijeras. Reconoció la redondez de la Tierra en las bolitas mágicas de los desodorantes y la corteza terrestre en los mamones. El giro de los planetas lo descifro arrimando metras y tratando de curvear la trayectoria de una pelota de béisbol. La televisión se le adelanto al libro de Geografía mostrando en la gris pantalla el corazón negro de .África con su pedazo de zoología comparada, los elefantes, los leones, los monos y Tarzán, por supuesto. El imperio romano se hizo presente en el bar de la Italiana, donde los centuriones inmigrantes jugaban a las cartas con la porca madona rodeados por los ruidos y las luces de las maquinitas, fascinantes juguetes de la tecnología que se olvidaban del latín e imponían signos ingleses. Los yanquis, que fueron primero para Trampalurga un equipo de béisbol en las pegajosas barajitas que venían en los chicles, terminarían estando en todas partes representados por el famoso sellito "made in USA" y fue desconcertante enterarse de que tanto los indios como los vaqueros eran made in USA y la mayoría de los héroes de la televisión y los suplementos tenían la misma nacionalidad. Hasta el detective marciano, Julio Jordán, a pesar de su exótico color verde resulto ser gringo. En la escuela, sin embargo, ademas de los utensilios escolares, lápices y sacapuntas made in USA, solo era requerido saber que la capital de los Estados Unidos era Washington y no la famosa Nueva York, la Ciudad Desnuda, donde había un millón de historias para ser televisadas. La aritmética y los números pasaron por todas partes, de los dedos a los teléfonos, al ascensor, a los cuadernos cuadriculados, hasta ir desapareciendo uno a uno en la matemática moderna y los conjuntos vacíos, y en definitiva, aparecer en cualquier sitio, las placas de los carros o los bordes de los libros.

2

 

Desde el quinto piso se veía la realidad solida e imponente del mundo, El Ávila con su fuerza telúrica era un monumento fijo que despuntaba su presencia sobrehumana al juego móvil e impacienté de la calle. Desde mi cuarto, a esas alturas, cota 969, uno se sentía seguro, protegido por los ojos de Mamá y a una distancia constante de la montaña. Pero ya se presentía que la vida estaba al nivel de la calle, en las historias de las esquinas y en las caminatas por los terrenos baldíos en busca del 'home' y la primera base. En los secretos compartidos con Caraegato, Nino, Joaquín, Abel, el Pulga y tantos otros, sobre la carroceria recién pulida de un Chevrolet o en el futbolín de la Cubana, algo así como el centro de operaciones donde planeábamos nuestras aventuras: ir a cazar lagartijos a Altamira; invadir los jardines de las casas de Campo Alegre en busca de jobos y mangos; atacar a pedradas las ventanas mas frágiles, siendo los dos faroles de la casa con el aviso-Cuidado-Perros-Bravos-el máximo reto a nuestra punteria y a nuestra excitacion. Otras veces, simplemente vagábamos por las calles sin ninguna finalidad, estudiando los tableros y las palancas dc cambio de los carros, el caballito de los Mustangs, la deseada estrella de los Mercedes, 'wish upon a star', la parafernalia decorativa de los taxis, los volantes forrados en plásticos fosforescentcs, los altares rodantes, llenos de borlas, tapetes y las figuritas más resaltantes de la iconolatria moderna

 

Siempre que paso por la lavanderia me detengo frente a la puerta a buscar entre las filas de ropa, cubiertas por e1 habito transparente de las bolsas plásticas, al Sinfurcio Flamenurga. La imagen del viejo aún ronda mezclada en los vapores de trapo que emanan dc las planchas. De niño, esas mismas planchas fueron locomotoras inmoviles y el Sinfurcio el unico maquinista capaz de hacerlas volar.

El Sinfurcio hablaba con la elocuencia viviente del que siempre regresa con los ojos extasiados por otros paisajes. Dame tu mano -me decia-jugemos al "por qué" dé las cosas. Yo encogía los hombros y afirmaba emocionado. El juego consistía en hacer preguntas imposibles e inventar respuestas posibles.

-Eso es-reafirmaba y apagaba las planchas. Ya casi eran las seis de la tarde-. ¡Muera el trabajo! -gritaba con el puño en alto y desconectaba la máquina de lavar. En ese momento entraba Adelaida, la segunda esposa del Sinfurcio, era maracucha, de ojos chinos y pómulos protuberantes, mucho más joven que el Sinfurcio, andaba por los cuarentaipico.

 

-¿Te provoca un café con leche?

Nos sentabamos alrededor del escritorio que servía de pequena oficina detrás de las planchas. Él revisaba las facturas mientras yo lo observaba con cuidado. De vez en cuando me pedía que lo ayudara con alguna cuenta de muchos numeros.

-¿Por qué tenemos cinco dedos en una mano?-Miré su mano, miré mi mano.

-No se-contesté sin entender muy bien la pregunta.

-¿Por qué no seis, o tres, o veinticinco?

-¿Quién sabe?

-Ahí está, una pregunta en busca de una respuesta. ¿Qué te parecen cuatro ojos?-y el Sinfurcio se reía a carcajadas.

-Uno es así porque... porque es así-respondí yo, por decir algo. Llegaba el aroma, Adelaida, el café con leche y unas arepitas rellenas de queso.

-Vas a volver loco a ese muchacho con tanta pregunta filosófica -dijo Adelaida sirviendo el café con delicado esmero.

-Trampa me entiende... ¿verdad?

-Vos sois un filósofo chocho-replicó Adclaida con acento maracucho.

-¿Has pensado alguna vez en una mano sin dedos? -volvió al ataque el Sinfurcio, luchando con sorbos de café caliente y trocitos de queso.

-... una mano muda. Los seres humanos somos raros y pasamos desapercibidos frente a los espejos. Nos fijamos en el peinado, el perfil de la nariz, el lunar bajo el ojo y nos olvidamos del resto, las preguntas importantes ¿y qué?-su voz empalagaba las consonantes.

-¿Más azucar?-dijo Adelaida interrumpiendo, llena de cucharillas y tacitas de porcelana.

-Te fijas en lo bien que usa Adela los cinco dedos, y después se queja de que hablamos paja.

-Paja teneis vos en la cabeza, viejo-se rio Adelaida rematando el pespunte de un pantalón.

-Zapatero a tus zapatos-bromeo el Sinfurcio, encontrando con su mirada los ojos de su mujer.

-Con siete dedos se cosería mejor-dije yo, entrometiéndome en aquella mirada tierna. Me gustaba oirlo, dejarme fascinar por sus ocurrencias.

Para mi, era el genio en el fondo de la lampara, oculto entre las bolsas plásticas. Donde unos buscaban generalidades el añadía especias parliculares, sal pimienta, dudas y posibilidades.

-Eso, claro-el Sinfurcio se emocionaba-los marcianos tienen siete dedos pero no desperdician el tiempo en costuras, ellos se la pasan jugando y tejiendo realidades. No como nosotros, que nos dejamos meter el dedo en la boca y nos zampamos cualquier hostia newtoniana como si fuera la vacuna contra el tifus; nos metemos en cualquier dogma como en nuestros propios pantalones.

El Sinfurcio se dejaba oir, yo paraba las orejas como un perro faldero, abría los oidos lo mas que podía, inflaba el tímpano, pero no entendía, apenas intuía la certeza de su acento y sabía que algun día, como hoy, por ejemplo, las reconstruiría, un poco a la deriva, sin principio ni fin, imitando la movilidad ferroviaria del viejo, que seguía:

-Y nosotros aquí, en el planetita este haciendo de cabrones, dibujando fronteras en el mapa mundi, y yo soy mas negro que tú, y tú mas verde o azul, con los cojones morados de tantas idioteces. Y nos matamos como fervientes matamoscas. Si, coño, que si mi dios es más grande que el tuyo, o más omnipotente, o mas único, y la verdad la tenemos guardada aquí, en este pequeño rcceptáculo -el Sinfurcio ahuecaba el aire entre sus manos, como sosteniendo un sobreentendido fluido bautismal-y si no me crees y no bajas la cabeza te la cortamos a ver como te las arreglas para pensar -pausa de café con leche.

-Quién se va a preocupar de los dedos de las manos cuando no entendemos la vida pero tenemos unas ganas terribles de acabarla.

El Sinfurcio marcaba tarjeta todas las noches, de 7 a 9, en el bar de la italiana, tomando cerveza en feliz tertulia con el barbero, un gallego de bigotes dibujados al margen del labio superior, dueño de una barberia llena de toros y almanaques viejos, navidades del 51, veranos del 56; Julián, un margariteño que hablaba de una juventud de peces y mares étilicos; e1 negro Rosales, el motorizado de la farmacia, siempre con la revista 'La Fusta' en la mano, abanicando enormes caballos de aire. Otras veces se unían a la conversación el viejo Guzmán, Antonio, Morales y todos los que querían gastar un poco de saliva pegando estampillas coloquiales bajo las luces intensas de neón. Hahlaban de política, deportes y el pasado sempiterno que siempre fue mejor. Cuando mi curiosidad de gato se desvanecía, yo tambien me arrimaba a la conversación, junto a la figura paternal del Sinfurcio, parado a su diestra mi cabeza alcanzaba la estatura canosa del viejo sentado, Sitting Bull.

-No se dan cuenta-seguiría el Sinfurcio-sólo hemos progresado en la forma eficiente de amontonar cachivaches, nos hemos rodeado de toda clase de tornillos y luces de colores, y sin embargo todavía no tenemos los altos hornos para hacer el pan de cada día. Los grandes problemas de la testarudez humana los dividimos en pedacitos y los hacemos problemas e intereses nacionales y crecen y luchan y se hacen imperios multinacionales y estados omnipotentes rodeados de bombas por todas partes y el planeta se sigue deformando.

-Carajo, viejo-interrumpía el negro Rosales, empujando las botellas vacias de cerveza hacia una esquina de la mesa-tu piensas demasiado en la humanidad, primero hay que poner la vaina en perspectiva y pensar en Venezuela que es donde te ganas los reales.

-Se te salió el nacionalismo barato, negro. Justamente estamos hablando de Venezuela y de todas las Venezuelas situadas un poquito más al sur o kilómetros al oeste, o mas allá del oeeano. No hay que encerrarse, hay que sacar a pasear el corazón en medio del tumulto.

-¿Otra cervecita? -interrogaba afirmativamente Julián, aun con las redes en las manos.

El Sinfurcio continuaba su charla:

-Si el hombre, en e1 fondo, es la misma confabulación de células en cualquiera de los puntos cardinales, el mismo masoquismo represivo, las mismas manías piromaníacas, la misma fascinación por los fuegos artificiales, la misma paranoia. Si alguna libertad tenemos debemos hacerla efectiva y preguntarnos de una vez por todas lo que queremos. No es un laboratorio lo que tenemos entre manos, sino un mundo, una vida que recrear, una realidad que crear.

-Ya te emborrachaste, viejo-decía el barbero con urn aire de corrida aburrida.

-Seguro Doctor-era la voz del negro Rosales-, pero la vaina es diferente en este país, donde los problemas son de verdad-golpeaba la mesa con el puño cerrado-, ¿ no? Primero hay que sobrevivir y después si se puede, si el tiempo lo permite-se reía con malicia-, tratar de vivir lo mejor posible. Yo no tengo tiempo para estar inventando, lo mío es la velocidad y estar mosca con el pitcher. ¡Qué va viejo!

Julián se movia en la silla, tenia la costumbre de limpiar la silla con el culo antes de hablar.

-Ese es el problema contigo, negro, lo tuyo es fildear billetes y dar carreritas con la moto. Aprovecha el tiempo estudiando a Marx y adquiriendo conciencia de clases.

-Ya salió el marxista de catecismo-decía el barbero sosteniendo dos banderillas invisibles.

-Bueno, galleguito, al menos es una visión política, practica y real. A mi me da respuestas claras.

-Mejor tener un dogma en la mano que cien volando, pero la vida es mucho más sencilla que una teoría y por lo tanto más compleja. La verdad es un color intenso, un martillazo en la cabeza o cualquier cosa menos un puñado de palabras dispuestas en forma racional. Todo lo que sabemos hasta ahora, ha sido cuento de hombres, literatura y pellizcos en las rocas, y eso sí, mucha sangre para embutir morcillas.

-Organización, respeto mutuo, dignidad humana-repetía Julián, anclado en la silla.

-Vamos ¿Qué es eso de dignidad humana? Dignidad humana a medias; nos quedamos estancados en los intereses ajenos. Si no nos deshacemos de siglos de prejuicios y mariconadas morales y abrimos el corazón a la vida, en vez de dignidad humana encontramos hipocresía humana, ganas de joder.

-Viejo, se le fundió el cerebro; es la cerveza, viejo, tiene mucha espuma-decía el negro relamiendose la espuma de los labios.

Yo, mientras tanto, daba vueltas alrededor de la mesa, sentía que así crecía más rápido. Era el vago oyente de la tertulia, iba y venía por las palabras, fidedigno escucha del Sinfurcio. Me gustaba ser admitido en aquellas conversaciones, aunque nunca intervenía a no ser que hablaran de beísbol. Pero realmente lo que más me gustaba de aquella mezcla nocturna de neón, olores picantes, palabras, estadísticas, sillas y botellas, eran las luces y el ruido campanilleante de las maquinitas; por eso csperaba pacientemente a que el barbero se fastidiara de la conversacion o del olor a comunismo para acompañarlo a jugar maquinita. Era una maquinita muy bella, el tablero mostraba una escena circense-The Circus-, una bailarina cabalgando de puntillas sobre el lomo de un caballo blanco era el centro de la escena-despues me la recordaría Degas-. En el centro, debajo de los scores, había un payaso haciendo malabares con pelotas de colores, cada pelota tenía un número que al encenderse indicaba la bola en juego, más abajo había un lanzador de cuchillos y un mago rodeado de conejos. Esa fue mi primera maquinita, en ella aprendí a jugar y a darle a los 'flippers' y poco a poco le fui tomando el pulso a los rebotes de la bola contra los pines y las bandas. Aprendí a moverla, sin que se te apague, para cambiar la trayectoria de una bola que amenaza despedirse por uno de los lados. Descubrí sus mañas electromecanicas y atiné todos los blancos para prender la especial.

La maquinita tenia su secta de jugadores que rutinariamente la acaparaban. Los mediodias era poseida por un gringo encorbatado que se remangaba las mangas de la camisa para jugar, tenía su estilo propio, se encorvaba sobre la maquinita y levantaba una pierna cada vez que le daba a los 'flippers', jugaba muy bien aunque la movía mucho y casi siempre le sacaba varios juegos gratis, supuse que había algo comun entre ellos, al menos le decía cosas en inglés y la maquinita reaccionaba a sus exclamaciones; obviamente la maquinita hablaba inglés: 'flippers', 'lights', 'balls', 'special', 'points', 'tilt', 'game over'.

En las tardes la cortejaba un señor bajito, tipo Leo Marini, cincuentón, que miraba a los niños con ojos huérfanos y de cuya generosidad desconfiábamos; nos regalaba dinero para jugar en la maquinita y nos aprovechábamos sin comprometernos. A Caraegato no le gustaba la sonrisita del tipo, ni su aspecto recién bañado envuelto en punzante olor lavanda.

-Ese tipo es marico-decía Caraegato echando los labios hacia delante.

Poco a poco le fuimos sacando el cuerpo por aquello de la precaución y solo Tony --un cubanito que apareció de repente con otros cubanitos y cuyo fenómeno yo asociaba a las barbas de Fidel-se quedó haciéndole compañía al tío, que así era como lo llamaba Tony en su eterna cantaleta, que si el tío me llevo al cine, que si el tío me regalo esto, que si me llevo a no se donde, que si mi tío esto y lo otro y así sucesivamente dejábamos a Tony y su tío jugando maquinita porque nosotros guillo con el tío y nos íbamos registrando el camino en busca de alguna arandela capaz de hacerse pasar por moneda mágica y detonar la relojería interna de la maquinita: tracatracatá. Con suerte funcionaba, aunque(. era peligroso, la italiano; nos tenia la vista puesta porque sospechaba, no sin razón, que éramos nosotros los que alimentábamos las maquinitas con monedas de ferretería. Ademas sabia de nuestra experticia con las guayas desde que agarraron a Ramón en plena operación, jorungando la maquinita con una guaya.

A pesar de todos los obstáculos, siempre conseguíamos jugar gratis. Las guayas las usábamos en el Club de la Electricidad de Caracas, donde la falta de vigilancia hacia que dos maquinitas solitarias fueran fácil blanco de nuestras armas. Allí uno podía desarrollar la técnica de la guaya sin interferencias: meter la guaya por el único orificio frontal de la maquinita, el mismo que sirve para la devolución de las monedas perdidas en el laberinto cerrajero del tracatracatá; mover la guaya lentamente, dándole vueltas cada vez que se atora en un resorte, cada vez que tiene que atravesar un pasadizo muy estrecho, y una vez descubierto el recorrido solo había que mover la guaya con cierta violencia en todas las direcciones y sentidos posibles hasta encontrar el dispositivo sorpresivo del tracatracatá. Nadie sabía el secreto de su funcionamiento, lo importante era el tracatracatá de los números del tablero: Tra 0985 ca 0099 tra 0000 cata.

Una de las mejores maquinitas de Chacao era la Rodeo de la Libertador, estaba en un bar que hacía esquina, bajando por Mis Encantos. Era la iglesia de nuestro fervor a la salida del Liceo, nuestro altar pagano. Su tablero estaba habitado por un vaquero luminoso que eseribía sobre el cielo, con su lazo almidonado, la palabra Rodeo. El gocho Carlos se hacia el tejano eon la maquinita y siempre le sacaba juego. La movía muy bien y sabía parar la bola eon los flippers, y por si eso fuera poco, el gocho Carlos habia sido favorecido por la gracia sicodelica de adivinar los terminales por simple inspeccion aleatoria de la forma en que quedaban paralizadas las luces del tablero al final de cada juego: Treinta-pum-30.

Tan liceistas como nuestros uniformes, descargabamos sobre la maquinita el peso de los libros de bachillerato, enmascarados en forros brillantes para disfrazar sus grises paginas; lo juntabamos todo, los refrescos y las preguntas de examen, sobre el vidrio pegajoso de la maquinita.-¿Qué pusiste en la tercera pregunta?-No se, no me acuerdo.-Me faltan 258 puntos para sacarle juego. Me queda una bola y la tengo en promedio.-No se si me de el promedio. -¿De qué color son las algas rodofitas?-Rojas. ¡Qué vaina!-La maquinita me jodió, 1189 puntos.-Liga ese terminal.-Por once puntos no le saque juego.

Todo es cuestion de familiarizarse con la maquinita, reconocer los plin y los tlan y todas las posibles combinaciones de luces y sonidos; cada bola posee una unica trayectoria, pero siempre parecida a una anterior. Recuerda.

El Sinfurcio se quedó viendo las botellas vacías mientras Julián hablaba de la pesca de sardinas en Pampatar. Sardinas grandes, de ojos tristes, grises azules y brillantes, vivitas y coleando. El barbero empeñado en hablarle a la maquinita en gallego, cuando las maquinitas solo hablan en inglés.

-... un sancocho de pescado divino, con un poquito de picante.

-¿Qué te pasa Sinfurcio? Estas muy tranquilito.

-Nada, pensaba en las ballenas, son demasiado grandes para pensarlas de cerca, hay que poner mucha agua de por medio y pensarlas de lejos. Terminan siendo sardinas.

-Son los mamiferos mas grandes-gritó el barbero desde la maquinita, torero de ballenas.

Pense en Moby Dick, la ballena blanca, la portada del libro de la colección Cadete, el tablero dc la maquinita que estaba en los billares. La primera ballena la vi en la televisión, una película del Investigador Submarino en la cual la ballena, en vez de tragarse religiosamente un santo, se traga por equivocación una mina submarina, un puercoespín bélico, pero su inquietud estomacal no dura mucho porque presto aparece el Androcles submarino, Mike Nelson, quien personificando al hombre con el bacalao le curaba la indigestión a la pobre ballena.

-Yo he visto ballenas de lejos, pero no se acercan a las costas.

-Pero ¿qué carajo tienen que ver las ballenas con lo que estabamos hablando?

-Estabamos hahlando de grandes cosas, de nuestro planeta y la grandeza de la incapacidad humana para crear mundos felices.

-¿Y?

-Y las ballenas son grandes pensamientos de la naturaleza.

-Olvidese viejo, que a la hora de quemar este planeta nosotros no contamos, nosotros no tenemos botones nucleares ni vainas atomicas. Esos son los gringos y los rusos, y de repente los chinos se meten en la pelea-se entrometió el bachiller Morales, un seculaseculorum estudiante de Derecho-. El tercer mundo estara libre de culpa a la hora del juicio final.

-Llego el chupatintas por el desquite-anunció el barbero.

-Véngase gordito, arrime una silla y ayude a componer el mundo, aquí, junto al filósofo-dijo el negro Rosales ofreciéndole una silla al gordo Morales, dándole un golpe bajo simulado-.¡Coño gordo, tienes la guardia baja!

Morales siempre tenia las manos llenas de libros y dentro de los libros guardaba todo su equipo vital, hojas multigrafiadas de la Universidad, Federación de Centros, Centro de Estudiantes, panfletos políticos y plegados como un acordeón, largos listados de firmas, los abajo firmantes. Me entretenía registrándole los libros al gordo, algo así como las gavetas de su intimidad revolucionaria, mientras, el hacia uso de su oratoria mitinesca y autoelogiada e iba colocando sus irrefutables verdades sobre la mesa como grandes peces dialécticos-a Julián le gustaban mucho-para que todos los contemplaran. Sus libros olían a cerveza y tinta de multígrafo; aquellos manifiestos plegables poseían el encanto intrigante de alguna actividad clandestina. La vida universitaria-me imaginaba desde mis pupitres escolares-debía ser una combinación secreta de conocimientos y actividades subversivas.

Entre las paginas del libro de economía aparecían discursos de Fidel, recortes de periódico, viva la guerrilla, y toda una parafernalia de papeles con garabatos. Y desde luego, poeta, hasta poemas de amor eran triturados por aquellos pesados volúmenes de derecho romano.

Trampa2.html

 

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