Capítulo 1
EL CONCEPTO DE RACIONALIDAD
La Constelación Racional
Nuestra discusión será adecuada, si tiene tanta claridad como la materia lo permita, porque la exactitud no debe perseguirse en todas las discusiones, como no se persigue en todos los productos de las artes
Aristóteles
1.0 Racionalidad: Facultad o Método, Sistema o Comunidad
La racionalidad es uno de esos términos imposibles de definir sin dejar fuera de la definición un mundo de significados, la racionalidad es una especie de "factum" sobre el cual la mitología, la ideología, la ciencia y la conciencia, han tratado de justificar y legitimar su fundamentación particular. La noción de racionalidad envuelve tal multitud de usos y acepciones que sufre lo que podríamos llamar una saturación polisémica, lo cual hace que cualquier concepto de racionalidad, tarde o temprano, se encuentre frente al espejo paradójico de la autorreferencia: porque siempre tendremos que dar razones para justificar la racionalidad, o se diluya en el caldo de la complejidad, debido a una tradición fecunda en mitos y valores.
Algunos filósofos consideran la racionalidad, desde un punto de vista platónico, como la característica fundamental que distingue al ser humano del resto de los seres vivos, y suponen como axioma antropológico de su discurso que el ser humano posee una facultad especial que lo distingue del resto de los animales y seres vivos; y llaman a esa facultad "racionalidad", pero con una salvedad: que esta facultad es parcial, en el sentido de que el ser humano no es un ser racional acabado, sino más bien un ser que trata de ser racional y bajo el umbral de esta hipótesis protohumana lanzan un hilo de Ariadna a través de este laberinto de espejos, ya que todos vivimos en este mundo de reflejos (¿reflexivo?), como seres potencialmente racionales que somos, al querer justificar como racional tanto la creencia que expresamos, como la acción que ejecutamos. Toda comunicación con nuestros congéneres depende de que cada interlocutor suponga como premisa fundamental la racionalidad de los otros.
La caracterización antropológica es un primitivo punto de partida para empezar a delimitar el concepto de racionalidad. El próximo movimiento será empezar a desentrañar en qué consiste esta capacidad del ser humano, y si en realidad tiene sentido definir la racionalidad como una facultad del ser humano. Para Jon Elster, la racionalidad específicamente humana se caracteriza por la capacidad de relacionarse con el futuro, en comparación con el miope y gradual ascenso de la selección natural (Elster, 1989: 7).
Una respuesta dada por los antropólogos es que la racionalidad es la capacidad de aplicar la razón a la realización de tareas o de aprender a partir de la experiencia: Según esta concepción la racionalidad consiste en la idea de que el hombre es el animal que aprende de la experiencia, y aprende como aprender de la experiencia, y hace ambas cosas en un grado mucho mayor que cualquiera de sus vecinos en el árbol de la evolución (Jarvie, 1980: 21).
Como vemos, existe cierta circularidad en este tipo de definición, entre racionalidad y aplicación de la razón, aprender a aprender, pero de cualquier forma el concepto de racionalidad siempre estará estrechamente ligado al concepto de orden, al ordenamiento de nuestro mundo interior a partir del punto de acumulación de nuestra conciencia, y al ordenamiento del mundo exterior junto a las demás conciencias, al tratar de construir entre todos un mundo consistente con nuestros deseos y creencias.
La racionalidad, al igual que el lenguaje, es un fenómeno colectivo, social, del dominio público, ya que sería imposible una racionalidad privada, como una racionalidad reflexiva de un ser aislado, por las mismas consideraciones que esgrime Wittgenstein (1968) en su argumentación contra la posibilidad de un lenguaje privado. Un Robinson Crusoe sería capaz de hacer juicios pero jamás alcanzaría la racionalidad, de la misma forma que nuestro amigo Robinson podría patear muy bien una pelota y correr tras ella, pero jamás podríamos decir que juega al fútbol. De aquí se desprende que la racionalidad es un predicado aplicable en el contexto social, pues sólo es posible ante el contraste ajeno.
Otros filósofos prefieren definir la racionalidad como un método, y critican la carencia de significado de una concepción facultativa de la racionalidad como premisa antropológica. Así, Mosterín (1978) nos señala: La racionalidad &emdash;en el significado que aquí la entendemos&emdash; no es una facultad sino un método. Pero ninguna facultad garantiza que se aplique el método racional. Y si bien sólo tiene sentido calificar de racional o irracional la conducta de seres inteligentes, según que utilicen su inteligencia conforme a las normas del método racional, es preciso reconocer que la más aguda de las inteligencias es perfectamente compatible con una crasa irracionalidad (p. 17).
El racionalismo crítico de Popper considera la racionalidad, en un sentido amplio, como una actitud que procura resolver la mayor cantidad posible de problemas recurriendo a la razón, es decir, al pensar claro y a la experiencia, mas que a las emociones y pasiones....una actitud en la que predomina la disposición a escuchar los argumentos críticos y a aprender de la experiencia. (1984: 392). Para Popper la racionalidad no se puede justificar a sí misma, la racionalidad no puede ser omnicomprensiva. El ser racional, el actuar racionalmente, requiere en última instancia de un acto de fe en la razón. Quien adopta una posición racional también adopta, consciente o inconscientemente, un propósito, una decisión, una creencia o un comporatmiento.
Para Peter Winch: La racionalidad no es solamente un concepto en un lenguaje, es ésto y más, porque como cualquier concepto debe estar circunscrito por un uso establecido: un uso que es establecido en el lenguaje. Pero pienso que la racionalidad no es un concepto que un lenguaje, en concreto, pueda o no pueda tener, como por ejemplo el concepto de "amabilidad". Este es un concepto necesario para la existencia de cualquier lenguaje: decir que una sociedad posee un lenguaje es decir también, que posee un concepto de racionalidad. (1970: 99-100)
Para Habermas y Apel, la razón conlleva una disposición hacia la racionalidad que es inherente al uso del lenguaje, la racionalidad tiene menos que ver con el conocimiento o con la adquisición de conocimiento que con la forma en que los sujetos capaces de lenguaje y de acción hacen uso del conocimiento (Habermas, 1989: 24). La racionalidad comunicativa o discursiva traslada la comunicación desde el nivel de la acción al del discurso, donde las pretensiones de validez (veracidad, verdad y rectitud o corrección) de nuestras expresiones pueden ser problematizadas y sometidas a argumentación, para, consecuentemente, desembocar en un consenso alcanzado argumentativamente, siempre que el discurso satisfaga las condiciones de una hipotética «situación ideal de habla», para Habermas, o de una «comunidad ideal de comunicación» para Apel.
Toulmin considera que la racionalidad no es un sistema formal o empírico, sino una empresa humana. Debemos comenzar por reconocer, pues, que la racionalidad no es un atributo de los sistemas conceptuales en cuanto tales, sino de las actividades o empresas humanas de las cuales son cortes temporarios los conjuntos particulares de conceptos: específicamente, de los procedimientos por los cuales se critican y cambian los conceptos, juicios y sistemas formales corrientemente aceptados en esas empresas (1977: 144).
Después de este rápido sondeo por algunas de las concepciones más comunes sobre la racionalidad, e independientemente de que consideremos a la racionalidad como una facultad humana o un método, un sistema, una comunidad o una empresa, creemos oportuno recordar junto con Nagel que: El fracaso de los hombres para vivir razonablemente es, en gran medida, una consecuencia del hecho que, aunque el hombre es un animal racional por naturaleza, el ejercicio eficiente de los poderes racionales no es una bendición natural, sino algo que se logra muy difícilmente (1966: 293).
1.1 Racionalidad Teórica y Racionalidad Práctica
A pesar de que los conceptos no son palabras, una forma de empezar a explorar un concepto es observar como se usa la palabra asociada a ese concepto, en este caso tenemos la palabra racionalidad, o, para ser más exactos, tenemos una familia de palabras como razón, racional, razonamiento, razonable y racionalidad. Esta familia de palabras esta relacionada generalmente con otras palabras y conceptos como: memoria, organización, inteligencia, planificación, cálculo, comunicación, solución de problemas, lógica, lenguaje, etc. También usamos los adjetivos racional y razonable para calificar sustantivos como acción, creencia, conducta, actitud, persona, preferencia, decisión, y obtenemos acción racional, creencia racional, persona racional, conducta razonable, y así sucesivamente.
En el lenguaje cotidiano decimos que creemos algo racionalmente, o que nuestra creencia es racional, cuando podemos esgrimir razones para sustentar dicha creencia. Por lo general, estas razones están basadas en la evidencia que es relevante para nuestra creencia. Por ejemplo, para sustentar la creencia de que "el sol gira alrededor de la Tierra" podríamos basarnos en la evidencia dada por nuestros sentidos: al verlo salir todas las mañanas por el horizonte, pero esta evidencia podría cambiar ante la recolección de nueva información, lo cual podría llevarnos a cambiar nuestra creencia. De esta forma, la salida del sol por las mañanas podría ser reinterpretado como causa de la rotación del planeta, hecho éste registrado por un satélite artificial, y esta nueva evidencia de la rotación del planeta nos podría llevar a aceptar la creencia de que "el sol no gira alrededor de la Tierra".
Muchas veces la creencia racional de la persona esta supeditada al seguimiento de unas reglas específicas, pero también se espera que una persona racional pueda sustentar racionalmente una opinión, juicio o evaluación, para conseguir un fin determinado. En este caso tenemos que dar una opinión o juicio de una situación de acuerdo a la información que poseemos. Por ejemplo el juicio o la opinión profesional dada por una abogado sobre determinado caso jurídico o la sentencia de una jugada de béisbol dada por el "umpire", donde, además de leyes y reglas, se depende en definitiva de apreciaciones e interpretaciones basadas en la competencia (juicio experto) y la experiencia del evaluador.
Pero como señalamos anteriormente, no sólo usamos el término racional para hechos cognitivos o del pensamiento, sino también para referirnos a la acción y la conducta humana, así decimos que una persona es racional o actúa racionalmente cuando esta persona al enfrentar una situación con varias alternativas, selecciona los mejores medios a su disposición para lograr un fin determinado. De esta forma vemos que el uso del término racionalidad en el lenguaje cotidiano establece aparentemente dos dominios principales de aplicación del término racionalidad, por un lado tenemos creencias y juicios de carácter cognoscitivo y evaluativo, respectivamente, y por otro lado tenemos acciones y conductas. En el primer caso decimos que se trata de racionalidad Teórica o Teorética y en el segundo caso de racionalidad Práctica o Pragmática. Es decir, en el primer caso tenemos el dominio teórico del mundo mental e intelectual y en el segundo caso el dominio práctico de la acción donde interviene la voluntad. Esta diferencia entre razón teórica y razón práctica se remonta a Kant con su distinción de la razón pura, que aunque es una sola, tiene dos usos diferenciados: Un uso teórico donde las ideas de la razón sirven para «regular» el conocimiento sensible. Y un uso práctico donde se «constituye» la facultad específica a la que se refieren: la voluntad (Bilbeny, 1991: 92).
Un ejemplo de como se aplica esta distinción en nuestros días nos lo ofrece Mosterín: La racionalidad se predica de nuestras creencias y opiniones, por un lado, y de nuestras decisiones, acciones y conducta, por otro. Llamemos racionalidad creencial (teórica) a la que se predica de creencias y opiniones, y racionalidad práctica, a la que se predica de decisiones, acciones y conducta (Mosterín, 1978: 18).
La racionalidad teórica se enfrenta a la pregunta: ¿cuál es el caso? ¿cuándo una creencia es racional? Cuándo debemos aceptar una creencia como racional en base a la evidencia e información que poseemos y, por lo tanto, cómo podemos justificar racionalmente dicha creencia . La razón teórica ha sido históricamente la encargada de desentrañar las conexiones entre los diferentes hechos y creencias, está muy relacionada con el concepto de verdad y los tipos de razonamiento que validan nuestras creencias. Hume expresa en el Tratado del Entendimiento Humano (Libro III, Parte I, Sección I): La razón es el descubrimiento de la verdad y la falsedad. Si una inferencia válida demuestra una conclusión, entonces las premisas de ésta inferencia son razones para justificar la conclusión. Por ejemplo, en el razonamiento deductivo, si suponemos que las premisas son verdaderas y la inferencia válida, entonces podemos garantizar deductivamente que las premisas implican la conclusión. También podemos considerar otros tipos de razonamiento como la inducción, por ejemplo. Tanto en la deducción como la inducción las premisas y la conclusión son proposiciones, es decir, respuestas a la pregunta ¿cuál es el caso?. En general la racionalidad teórica tiene mucho que ver con lo que podríamos llamar el modelo lógico-matemático o axiomático de razonamiento, el cual tiene su origen el Los Elementos de Euclides y cuyo desarrollo ha sido fundamental para la racionalidad científica.
Por su parte la racionalidad práctica responde a la pregunta ¿qué debo hacer? ¿Cuándo una acción, o conducta, es racional? A diferencia de Hume, quien sustentaba la idea de que las acciones no estaban relacionadas lógicamente, o que era imposible la construcción de una lógica de acciones, ya que ninguna acción podría ser la conclusión de un argumento deductivo o inductivo, condensado en la popular doctrina del "deber" no puede ser deducido del "ser", conocida como la falacia naturalista; muchos filósofos han tratado de construir una lógica práctica de la acción a la manera de la lógica proposicional. Por ejemplo, Aristóteles considera que pueden existir silogismos prácticos cuyas conclusiones son acciones (Ética a Nicomaco, 1147a), y San Agustín construye una lógica ética, donde a partir de unos cuantos axiomas acerca de la existencia humana infiere toda una teoría de la conducta humana. También Kant y Wittgenstein consideraron la posibilidad de inferencias prácticas (Edgley, 1969: 28) y más recientemente muchos filósofos aceptan esta posibilidad: Esta más allá de cualquier duda que además del razonamiento teórico existe el razonamiento práctico. Usamos la lógica no solo para establecer cual es el caso sino también para establecer qué debemos hacer. En el razonamiento teórico como en el práctico pasamos de las premisas a la conclusión...las conclusiones son acciones o planes de acción (Kenny, en Raz, 1978: 63).
Pero la pregunta: ¿Pueden las acciones y no simplemente las cosas que pueden ser dichas acerca de las acciones, ser inferidas como conclusiones a partir de las premisas de un razonamiento deductivo o inductivo? también tiene respuestas negativas: Cualesquiera que sean las implicaciones lógicas del juicio "Debes cerrar la puerta" o la orden "Cierra la puerta", la acción de cerrar la puerta no puede ser una de ellas; ésta no puede ser consecuencia o ser inferida o deducida a partir de estas premisas o cualesquiera otras inferidas a partir de ellas (Edgley, 1969: 29). Y esto parece un argumento incuestionable.
De cualquier forma es bueno señalar que ha habido esfuerzos, tanto en reducir la razón práctica a la teórica, y de esta forma salvar la lógica, como de reducir la razón teórica a la práctica, buscando una solución más sustantiva, por medio de una teoría de la argumentación o una pragmática universal, en este caso la razón teórica se considera el límite de la razón práctica. Suppes (1984) señala que la diferencia entre el razonamiento teórico y el práctico es una cuestión de grado, cuantitativo y no cualitativo: En casi todos los casos de razonamiento práctico es difícil proceder axiomáticamente, pero en general también este es el caso en ciencia (p. 201). Otros filósofos consideran que la diferencia sigue estando en la diferenciación de significados entre creencia y acción. Lo importante es remarcar que no existe una clara diferenciación entre el contexto teórico y práctico de la racionalidad.
Quizás sea importante señalar que el método deductivo-axiomático no fue el único método de razonamiento utilizado por los griegos. El razonamiento que podríamos llamar dialéctico y que se basaba en el método socrático, también gozó de popularidad y relevancia epistemológica entre los filósofos griegos. Este método de razonamiento, creado por Sócrates y desarrollado por Platón, se basa en el dialogo entre dos participantes que buscan el entendimiento, y consiste en una serie de preguntas y respuestas. El punto de partida es el cuerpo de opiniones del participante cuestionado, pero estas opiniones a diferencia del método axiomático no son consideradas como verdaderas, como axiomas o premisas, sino más bien como los objetos de estudio a ser examinados, los cuales pueden ser rebatidos. El punto clave del método socrático o dialéctico, y que lo diferencia del deductivo, consiste en que el diálogo obliga a la interacción con otra persona, y es necesario el acuerdo entre los participantes con respecto a determinado punto para que el diálogo pueda seguir adelante.
Otra diferenciación estriba en que el estilo deductivo es lineal, es decir, una vez que establecemos que las creencias que forman nuestras premisas son ciertas, entonces las conclusiones que inferimos a partir de éstas son también ciertas y, además, son consistentes entre ellas y con la totalidad de las premisas iniciales. De esta forma podemos decir que nuestro razonamiento va progresando de una forma acumulativa y lineal, mientras que el razonamiento dialéctico es más bien circular o cíclico, en el sentido de que una vez que alcanzamos un nuevo punto de vista o interpretación en nuestro objeto de estudio, debemos dar marcha atrás y reconsiderar los puntos anteriores, la idea general de este proceso es incorporar el mayor número de vistas e interpretaciones en nuestra discusión, de tal forma que podamos reconsiderar las diferentes interpretaciones y las diferentes etapas de interpretación a medida que vamos logrando la mejor versión del problema en discusión.
Este tipo de razonamiento, que hemos llamado dialéctico, se presta más al razonamiento práctico en el sentido que envuelve un elemento social como la conversación que transforma el pensamiento en una actividad social y a su vez en un elemento moral, Platon expresa en la Séptima Epístola (344 b) que sólo cuando los participantes preguntan y responden con espíritu benevolente y sin envidia se llega al descubrimiento filosófico (Seeskin, 1987: 23-24).
Esta diferenciación entre racionalidad teórica y práctica se puede establecer más formalmente, como hace, por ejemplo, Jesús Mosterín al definir la racionalidad que se predica de nuestras creencias y opiniones, la racionalidad teórica o creencial, en los siguientes términos: x cree racionalmente que j (donde j es una idea cualquiera ) si y sólo si (1) x cree que j y (2) x está justificado en creer que j , es decir, j es analítico, o x puede comprobar directamente que j , o j es deducible a partir de otras ideas b1.b2.....bn y x está justificado en creer que b1.b2.....bn (esta cláusula convierte a esta definición en recursiva) y, además (3) x no es consciente de que j esté en contradicción con ninguna otra de sus creencias (Mosterín, 1978: 23)
Mosterín llama racionalidad, sin más calificativo, a lo que nosotros hemos llamado racionalidad práctica, ya que Mosterín considera que la racionalidad práctica presupone la racionalidad teórica, en el sentido de que no podemos actuar racionalmente dentro de un campo determinado si no somos racionales en nuestras creencias referentes a dicho campo:Quien no pretenda ser racional en sus creencias no puede ser sincero al pretender ser racional en algún dominio de la praxis (1978: 31). Por lo tanto Mosterín define la racionalidad (práctica) de la acción y la conducta humana de la siguiente manera:
Diremos que un individuo x es racional en su conducta si (1) x tiene clara conciencia de sus fines, (2) x conoce (en la medida de lo posible) los medios necesarios para conseguir esos fines, (3) en la medida en que puede, x pone en obra los medios adecuados para conseguir los fines perseguidos, (4) en caso de conflicto entre fines de la misma linea y de diverso grado de proximidad, X da preferencia a los fines posteriores y (5) los fines últimos de son compatibles entre sí (1978: 30).
Cuando nos limitamos a la concepción dada al término de racionalidad por una disciplina en particular, observamos que ésta esta parcializada por los mismos intereses cognoscitivos particulares que caracterizan a dicha disciplina, así observamos que para la lógica y la matemática la racionalidad se reduce casi exclusivamente a la consistencia, o mejor, a la erradicación de la inconsistencia, para el economista representa la eficiencia y la optimización de una función de utilidad, para algunos sociólogos la racionalidad es un proceso de integración social, para algunos filósofos y científicos la realidad es racional, para otros, la racionalidad es un problema probabilístico. En general podríamos decir que la racionalidad teórica está más relacionada con la lógica, la matemática, la epistemología, la filosofía de la ciencia, y las ciencias naturales; mientras que la racionalidad práctica ha sido más estudiada por la filosofía política y moral, la ética, la economía, la teoría de decisiones, la historia y las ciencias sociales. También podríamos decir que tanto la racionalidad práctica como la teórica son estudiadas, en general, por disciplinas como la psicología, la filosofía y la inteligencia artificial.
1.2 Racionalidad Instrumental y Racionalidad Sustantiva
Como hemos visto, la racionalidad es un concepto complejo, muy difícil de reducir a la teoría particular de una disciplina. Ya Weber señalaba que: Existe, por ejemplo, una racionalización de la contemplación mística...tanto como existe una racionalización de la vida económica, de la técnica, de la investigación científica, de la instrucción militar, de la ley y la administración. Más aún, cada uno de estos campos podrían ser racionalizados desde muy diferentes puntos de vista y dirigidos hacia muy diferentes fines últimos, y lo que es racional desde un punto de vista podría muy bien ser irracional desde otro. De aquí que han existido racionalizaciones de los tipos más variados en los diferentes departamentos de la vida en todas las civilizaciones (Weber, 1958 ).
A pesar de que Weber llegó a presentar más de 16 diferentes significados de racionalidad, (e.g. sistemática, calculable, impersonal, gobernada por reglas, eficiente, instrumental, exacta, cuantitativa, cualitativa, escrupulosa, etc.), nosotros nos conformaremos con discutir las dos connotaciones más significativas del concepto de racionalidad, ya que sin agotar las posibles clasificaciones, la mayoría de los análisis de este término se reducen a uno de estos dos conceptos, que aunque diferentes, están de alguna forma relacionados: por un lado tenemos el concepto de racionalidad que llamaremos Instrumental y por el otro el concepto de racionalidad Sustantiva. Max Weber introduce las expresiones Zweckrationalität racionalidad de los fines, fines que son medios para otros fines y Wertrationälitat racionalidad del valor. Ferrater Mora (1985) llama a la primera racionalidad relativa y a la segunda racionalidad absoluta. Por su parte Javier Muguerza (1977) llama a la primera racionalidad técnica y a la segunda praxis: la técnica atiende únicamente a fines que son medios para la consecución de otros fines, en tanto que la praxis ha de habérselas con fines últimos.(p. 166)
No existe unanimidad en torno a un modelo único de razón. La sociología alemana ha advertido la disputa principal que se suscita, en el terreno de la praxis, entre el clásico tipo universalista, sustantivo e integrador de la Razón Ilustrada y los nuevos tipos de racionalidad de los «medios» (Simmel), de los «fines» (Weber), «instrumental» (Horkheimer), «funcional» (Mannheim) y «estratégica» (Habermas y Apel) que ha ido incorporando el llamado racionalismo occidental (Bilbeny, 1991: 93)
Bertrand Russell expresa en su libro "Human Society in Ethics and Politics": La "razón" tiene un preciso y completamente claro significado. Significa la elección del medio correcto para realizar un fin deseado. La razón no tiene nada que ver con la elección de los fines.... Deseos, emociones, pasiones,... son las únicas causas posibles de la acción. La razón no es una causa de la acción, es tan solo un regulador (p. 8-9). Esta sería la concepción formal o instrumental de racionalidad.
Por su parte, el filósofo Nicholas Rescher en su obra "Rationality" (1988), trata de englobar en su concepción tanto el aspecto formal e instrumental como el substantivo de la racionalidad al expresar: La racionalidad consiste en la búsqueda inteligente de los fines apropiados. Se basa en el uso de la razón, el instrumento crucial de la raza humana, para el mejor manejo de nuestros asuntos. Los tres principales contextos de la racionalidad son el cognitivo, el práctico, y el evaluativo. Estos tres se unen en la tarea común de implementar las 'mejores razones', razones para creencias, acciones y evaluaciones, respectivamente. En cada caso, la racionalidad requiere del uso de la inteligencia para optimizar, es decir para pensar la mejor solución de acuerdo a las circunstancias. Las buenas razones deben ser tanto convincentes en ellas mismas como, comparativamente, las mejores a nuestra disposición, refiriéndose a los intereses reales del agente más bien que a simples deseos (p. 1).
La racionalidad Formal o Instrumental, caracterizada en la cita de Russell, se refiere a la optimización de los fines buscados, cualesquiera que sean estos fines, es decir, bajo este punto de vista, la racionalidad no requiere de objetivos o fines sustantivos propios, simplemente se refiere a que la toma de decisión o elección que realiza un agente racional debe escoger siempre el resultado que maximice la utilidad esperada. Esta concepción está muy relacionada con los enfoques utilitarista y bayesiano de racionalidad.
Por su lado Rescher trata de expresar, sin olvidar el carácter instrumental, una concepción más sustantiva de racionalidad; la concepción de racionalidad sustantiva se remonta a la tradición griega y a Aristóteles en particular, quien es el responsable de su formulación original. Este punto de vista alternativo nos dice que ciertos fines, valores o creencias, son esenciales o substantivos para la racionalidad. Según este enfoque, un agente es racional si actúa de acuerdo a 'buenas razones', y son estas buenas razones por si mismas las que determinan los fines, siempre que el agente proceda de una manera sensible e inteligente. Y la cuestión de motivación es un aspecto crucial de la racionalidad; como en el caso de la moralidad, es una cuestión de hacer las cosas correctas por las razones correctas (Rescher, 1984: 4).
Jon Elster (1988) diferencia estas dos connotaciones de racionalidad a través de lo que él denomina, siguiendo los pasos de Rawls (1971), teoría estricta de la racionalidad, para referirse a la racionalidad formal , estricta (thin), en el sentido que deja sin examinar las creencias y los deseos que forman las razones para la acción cuya racionalidad estamos examinando, con la excepción de que estipula que no son lógicamente inconsistentes. En realidad, la consistencia es aquello de lo que trata específicamnete la racionalidad cuando se la considera en un sentido estricto (formal) (p. 9-10). Por otro lado define la teoría de la racionalidad sustantiva como la teoría amplia de la racionalidad, la cual va más allá de estas exigencias formales. La racionalidad implica aquí algo más que actuar consistentemente según creencias y deseos también consistentes: también requerimos que las creencias y los deseos sean racionales en un sentido más substantivo... Creencias sustantivamente racionales son aquellas que están fundadas en pruebas disponibles: están estrechamente vinculadas a la noción de juicio. Más difícil resulta definir la noción correspondiente de deseo substancialmente racional. Una manera de atacatr el problema es afirmando que la 'autonomía' es para los deseos lo que el juicio es para la creencia (p. 10).
La noción de racionalidad también puede ser extendida desde el individuo al caso colectivo. En el nivel de la racionalidad estricta o instrumental, la racionalidad puede referirse a una toma de decisiones colectiva (como en la teoría de la elección social) o a la suma o agregado que forman las decisiones individuales. En ambos casos los deseos y preferencias individuales son considerados como si fueran dados, y la racionaldiad definida principalmente como una relación entre las preferencias y el resultado social. Una teoría más amplia y sustantiva acerca de la racionalidad colectiva también habrá de observar la capacidad del sistema social o del mecanismo de decisión colectiva para alinear las preferencias individuales junto con la noción amplia de racionalidad individual. En este sentido, un dispositivo racional colectivo es aquel que promueve o fomenta apetencias autónomas, o bien aquel dispositivo capaz de discriminar y filtrar las apetencias que no son autónomas (1988: 9-10).
Pero en ambos casos, según Elster, se siguen manteniendo las dos categorías connotativas, la formal o estricta y la sustantiva o amplia. La distinción entre racionalidad individual y racionalidad colectiva no se debe a razones biológicas o sociales, sino más bien a consideraciones funcionales. Cualquier persona o un grupo de personas, como una organización, que tenga intereses y motivaciones comunes, que puedan ser considerados en forma unitaria para la toma de decisiones, constituye un individuo en la teoría de decisiones, mientras que una colección de tales individuos que posean intereses conflictivos los cuales deban ser resueltos a la hora de una decisión constituyen un grupo o colectivo.
Desde el punto de vista de la racionalidad práctica, uno de los modelos más frecuentes que utilizamos al evaluar una conducta racional se basa en lo que podríamos llamar el modelo teleológico o modelo medios-fines, es decir, en elegir el mejor medio para lograr un fin determinado. Este modelo conlleva, además del concepto normativo de racionalidad, ya que siempre pensamos en qué deberíamos hacer para lograr un fin determinado, un uso positivo, no normativo, para predecir, explicar y aún describir la conducta racional, en el sentido de que si suponemos que una persona actúa racionalmente, entonces podemos explicar o predecir un vasto número de hechos bastante complicados acerca de sus acciones en términos de un pequeño número de simples hipótesis acerca de sus creencias y objetivos finales. (Harsanyi, en Moser, 1990: 272)
Por ejemplo si un historiador escribe que Simón Bolívar actuó racionalmente en determinada campaña de la guerra de Independencia, generalmente quiere decir que, en cierta forma, podemos explicar muchas de las acciones de Bolívar en función de sus creencias y objetivos políticos y militares, por supuesto que siempre se pueden incluir algunos argumentos psicológicos, pero en general observamos la búsqueda de una explicación racional por parte del historiador. Aún más, podríamos decir que a nivel descriptivo una narración histórica estaría incompleta si no se incluye una discusión de las razones (racionalidad) o la falta de razones (irracionalidad) que influyeron en la toma de determinada decisión política o militar.
La teoría de la elección racional representa uno de los campos de estudio más prolíficos de la conducta racional. La teoría de la elección racional considera la acción racional (individual) como la elección óptima bajo ciertas condiciones específicas. Estas condiciones son :
(1) Un conjunto de acciones alternativas posibles para el agente que va a hacer la elección.
(2) El grado de certidumbre que posee el agente sobre el resultado de cada una de las acciones del conjunto (1).
(3) Una medida de escala ordinal asignada por el agente a cada uno de los miembros de (1) de acuerdo a (2).
Estas condiciones son esenciales para la elección racional y definen la situación de la elección. De acuerdo con esto, una elección racional consiste en la elección del mejor miembro del conjunto de acciones posibles. La medida de escala ordinal que asigna el agente a las acciones posibles depende en última instancia de las preferencias y deseos del agente. Un conocido resultado de la teoría económica nos dice que si las preferencias del agente satisfacen ciertas condiciones de consistencia y completitud, entonces estas preferencias pueden ser caracterizadas por una función (bien definida y continua) de utilidad. Por lo tanto, la conducta racional de tal agente estará determinada por la maximización de la función de utilidad. Llamaremos a este modelo instrumental de conducta racional modelo de maximización de la utilidad.
Este modelo de maximización de la utilidad tiene su origen en la teoría económica de finales del siglo XIX, debido a la necesidad de ampliar el modelo de medios-fines, ya que este modelo restringía la conducta racional a la elección de un medio entre varios posibles para el logro de un determinado fin y excluía la posibilidad de elegir racionalmente entre diferentes fines. De esta forma se desarrolla el modelo económico que define la conducta racional en base a un conjunto dado de preferencias y a un conjunto dado de oportunidades. Si voy a elegir un fin determinado tengo que dar varios fines alternativos, de tal forma que haya elección, el acto de eliminar de mi elección estos fines alternativos constituye el costo de la oportunidad (opportunity cost) de perseguir ese fin determinado. Bajo este modelo, la conducta racional consiste en elegir un fin específico después de estudiar cuidadosamente los costos de esta elección. Este modelo nos explica por qué un individuo cambia sus fines sin haber cambiado sus preferencias básicas, la explicación se debe al cambio de los costos de oportunidad de los fines posibles, o al cambio de información que sobre éstos tiene el individuo. (Harsanyi, en Moser, 1990: 275).
El modelo de maximización de la utilidad nos ofrece una buena caracterización de la conducta racional en el caso de certidumbre, es decir, en el caso en que cada acción nos conduce invariablemente a un resultado específico, en este caso el agente tiene certeza sobre el resultado específico de sus acciones, con lo cual el agente sólo tiene que elegir la acción que dentro de sus preferencias sea la de mayor utilidad. Hasta hace poco la mayoría de las teorías formales de disciplinas como la economía, la psicología y las ciencias de la administración, estudiaban este tipo de problemas de decisión, donde las principales herramientas matemáticas utilizadas eran el cálculo de máximos y mínimos de funciones, el cálculo de variaciones, y teorías de optimización y programación matemática. En general, se trata de resolver el siguiente problema : Sea x la acción genérica de un conjunto X de acciones factibles y sea f (x) la función de utilidad (función objetivo) asociada con x, entonces debemos encontrar x* en X, tal que f (x*) es el valor máximo (o mínimo) de los valores f (x) para todo x en X.
Pero muchos de los problemas que atañen a la conducta racional ocurren bajo condiciones de riesgo e incertidumbre, es decir, en situaciones en que no podemos establecer univocamente los resultados de la acción. En el caso de riesgo se conocen las probabilidades objetivas asociadas a cada uno de los resultados de las posibles acciones, es decir, tenemos un conocimiento probabilístico de la situación de decisión a diferencia del caso determinístico de certidumbre y del caso de incertidumbre donde desconocemos (o son indefinidas) las probabilidades de los resultados de las posibles acciones. Podemos suponer entonces, y de aquí la importancia práctica de este tipo de problemas, que generalmente nos encontramos en situaciones de decisión bajo riesgo e incertidumbre, ya que el futuro carece de certidumbre.
Los problemas de elección bajo condiciones de riesgo e incertidumbre fueron estudiados principalmente por la teoría de juegos. Para atacar estos problemas se desarrolló el modelo de maximización de la utilidad esperada, según el cual, en el caso de riesgo, maximizamos (o minimizamos) el valor esperado de la función de utilidad, definido de acuerdo a las probabilidades objetivas asignadas y conocidas por el agente; y en el caso de incertidumbre, la utilidad esperada debe ser definida de acuerdo a las probabilidades subjetivas asignadas por el agente de acuerdo a sus creencias en los casos en que se desconozcan las probabilidades objetivas. Este modelo nos conduce a la concepción bayesiana de conducta racional, la cual propone definir la conducta racional, en todos los casos, como maximización de la utilidad esperada. En el caso de riesgo, la teoría bayesiana es ampliamente aceptada, pero en el caso de incertidumbre la situación es más polémica.(Harsanyi, en Moses, 1990: 277).
Independientemente del éxito de los diferentes modelos de la teoría de la elección racional, todavía el concepto de conducta racional, esgrimido por estos modelos, es inadecuado para lidiar con el caso mas general de conducta racional, tal y como se presenta en las situaciones de juego, en situaciones donde el resultado depende de la conducta de dos o más individuos (jugadores) racionales, quienes por lo general tienen intereses parcial o totalmente divergentes. Las situaciones de juego se pueden considerar como casos de incertidumbre, ya que por lo general los jugadores no puede predecir los resultados del juego, así como tampoco las posibles probabilidades asignadas a dichos resultados. Esto se debe principalmente a la incertidumbre generada por la impredictibilidad de las estrategias de juego de los jugadores.
Como la teoría de juegos discrimina entre diferentes conceptos de conducta racional de acuerdo a las diferentes clases de juegos, la mejor forma de aproximarnos a este concepto de racionalidad es jugando un juego. Este juego, en particular, que nos va a ayudar a polemizar sobre el concepto de racionalidad se llama "El dilema del prisionero" y fue planteado por primera vez alrededor de 1950 por Merrill M. Flood y Melvin Dresher, y más tarde fue formalizado por Albert W. Tucker, uno de los más importantes investigadores de la Teoría de Juegos. Uno de los aspectos más interesantes de utilizar el ejemplo del "dilema del prisionero" como paradigma de la conducta racional en la teoría de juegos es que nos va a permitir adentrarnos de una forma bastante pragmática en ciertos problemas de carácter paradójico que conlleva el concepto de racionalidad.
A continuación veamos en que consiste el dilema del prisionero: Supongamos que A y B son prisioneros, acusados de haber cometido un delito. Están recluidos en celdas incomunicadas entre si mientras esperan el juicio. El abogado acusador necesita más evidencia en contra de A y B para poder culparlos del delito, así que ofrece a cada uno de los prisioneros el siguiente pacto:"Si confiesas haber cometido el delito y me ayudas a culpar a tu compañero, recibirás solo un año de prisión mientras que tu compañero será sentenciado a cinco años. Si ninguno confiesa cada uno será sentenciado por un delito menor a dos años de prisión. Y si ambos confiesan entonces cada un recibirá una sentencia de tres años. Además debes saber que esta misma oferta se la voy a hacer a tu compañero."
Esta situación puede resumirse en la siguiente matriz, donde C representa confesar y N no confesar:
Prisionero B
C N
C (3,3) (1,5)
Prisionero A
N (5,1) (2,2)
El par ordenado ( x,y ) significa que el prisionero A obtiene una sentencia de x años y el Prisionero B y años.
El principal objetivo de ambos prisioneros es pasar el menor tiempo posible en la cárcel, por lo tanto si consideramos el destino de ambos prisioneros, es decir, la suma de los años que ambos pasarán en la cárcel, la mejor estrategia conjunta sería que ninguno confesara, ya que de esta forma entre ambos sólo obtendrían en total cuatro (4) años contra los seis (6) años que supone cualquiera de las otras alternativas. Pero si suponemos que a ninguno de los prisioneros le importa lo que le sucede al otro, y debido a que están en celdas separadas e incomunicados, no pueden llegar a ningún acuerdo cooperativo. Por lo tanto podemos suponer que cada uno de los prisioneros va a tratar de reducir su pena lo más que pueda sin importarle el destino del otro prisionero. Además cada prisionero sabe que el otro esta exactamente en la misma situación, lo cual le agrega un grado de incertidumbre a la toma de decisión que debe realizar cada uno de los prisioneros con el objetivo de minimizar su condena.
Una vez planteado el problema, o mejor dicho, el dilema del prisionero, cabe preguntarnos si existe alguna solución racional que pueda orientar la decisión de cada uno de los prisioneros. Para tratar de resolver este dilema vamos a analizar un poco más la situación planteada. Si el prisionero A confiesa no hay nada que él pueda hacer para prevenir que el prisionero B también confiese, y viceversa, por lo tanto ninguno de los prisioneros puede garantizar la mejor estrategia individual, es decir, la resultante de que uno sólo de los prisioneros confiese. La siguiente mejor solución individual , es la mejor solución colectiva para ambos que ya discutimos anteriormente, pero para ello se requiere cierta cooperación para garantizar que ninguno de los prisioneros confiese. Y esta opción es mejor que la opción restante, la cual es no cooperativa y el resultado de que ambos prisioneros confiesen, dos años contra tres años de condena en favor de la solución cooperativa. Sin embargo, la estrategia no cooperativa también puede ser defendida racionalmente si consideramos que cada uno de los prisioneros tiene dos alternativas, confesar o no confesar; si A confiesa, la mejor opción para B será también confesar, ya que si A confiesa y B no confiesa, B recibe una condena de cinco (5) años mientras que si B también confiesa sólo recibe una condena de tres (3) años. Por otra parte, si A no confiesa entonces la mejor opción para B es nuevamente confesar, ya que si A no confiesa y B confiesa entonces B recibe una condena de un (1) año contra la alternativa de dos (2) años si decide no confesar. Y como la situación es simétrica para ambos prisioneros, esto parece sugerir que la mejor opción individual para cada uno de los prisioneros es confesar. Pero si ambos prisioneros siguen esta opción, la cual ha sido aparentemente argumentada racionalmente, cada uno de ellos obtendrá una condena de tres (3) años y este resultado es peor que si ambos no confesaran, en cuyo caso cada uno obtendría una condena de dos años, por lo tanto pareciera ser más racional la estrategia de cooperar y no confesar. He aquí el dilema del prisionero: ¿Confesar o no confesar? ¿Cooperar o no cooperar? ¿Cuál es la opción racional, confesar o no confesar? O se puede decir que la racionalidad es una cuestión de grado, es decir: ¿Cuál es la opción más racional, confesar o no confesar?
Además del carácter de duda hamletiana a la que es sometido el personaje del prisionero, este dilema nos permite observar que ningún curso de acción es racional o irracional per se, ya que siempre puede resultar, como en el caso del dilema del prisionero, una situación donde una acción "no racional ", en el sentido de no ser la aconsejada racionalmente, es la "menos mala", la que representa en el caso de los prisioneros la condena más corta.
El dilema del prisionero reviste una gran importancia ya que encierra el problema central de la cooperación en la interacción estratégica, es decir: ¿Bajo qué condiciones los habitantes de un mundo de egoistas, sin autoridad central, estarían dispuestos a cooperar? Este problema ha sido debatido en diferentes areas del conocimiento: En filosofía política, Hobbes consideraba el estado natural equivalente a lo que hoy en día llamamos el dilema del prisionero para dos personas, lo cual llevó a Hobbes a concluir sobre la imposibilidad de la cooperación en esta situación. En política internacional, las naciones interactúan sin una autoridad central, y problemas como el de seguridad, alianzas, desarme, etc., pueden ser modelados como el dilema del prisionero. En economía y sociología son numerosos los intercambios e interacciones que se realizan sin ser impuestas por una autoridad central. Y sólo el conocimiento de futuros intercambios parece promover la cooperación y una ética de los negocios. También en economía internacional, debido a los diferentes impuestos de los países, se puede considerar que el país importador y el país exportador están sometidos a un juego muy similar al dilema del prisionero para dos personas.
Todas estas disciplinas coinciden en considerar que, en primer lugar el dilema del prisionero sirve de modelo al problema de la interacción estratégica. En segundo lugar, están de acuerdo en que la emergencia de la cooperación surge cuando existe la posibilidad de la continuidad de la interacción. Y en tercer lugar, las herramientas utilizadas para analizar el problema han sido similares, constituyendo la teoría de juegos la principal de estas herramientas.
1.3 Racionalidad Estratégica y Racionalidad Comunicativa
Según Karl-Otto Apel, la dominación del hombre por el hombre ha sido legitimada en Occidente por el discurso empírico-técnico, donde el discurso humanista no tendría punto de comparación con el citado. Apel desarrolla, en Estudios Éticos, una teoría sobre los tipos de racionalidad a partir de la pregunta: ¿Existe una racionalidad especial de la interacción social que no puede ser reducida a la racionalidad medio-fin del actuar de los sujetos particulares? (1986: 27).
Apel considera que el discurso tiene una función «estratégica» o una función «pragmático-transcendental», si se conduce por los ideales de comunicación presupuestos en el habla cotidiana. La función estratégica sirve al equilibrio de intereses en conflicto para su mejor supervivencia. La función pragmático-transcendental se orienta, mediante el mismo discurso, a la obtención de un consenso entre los hablantes. No cabe sino añadir, pues, que una abre una racionalidad estratégica y otra una racionalidad ética (1986: 27). Esta distinción se parece a la división weberiana entre una racionalidad de «fines» y otra de «valores». Para Apel el discurso ético es imparcial ante los intereses y el discurso estratégico es neutral ante los valores.
Apel se pregunta: ¿En qué consiste la racionalidad estratégica de la interacción? &emdash;y contesta&emdash; Dicho simplificadamente, ella consiste en que los actores, en tanto sujetos de la racionalidad teleológica aplican su pensamiento medio-fin a objetos acerca de los cuales ellos saben que, en tanto sujetos de la racionalidad teleológica, hacen lo mismo con respecto a ellos mismos. En esta reciprocidad reflexionada de la instrumentalización consiste manifiestamente la peculiar estructura de la interacción estratégica. En el juego estratégico, los sujetos del cálculo de beneficios en el sentido de la teoría de la decisión tiene también que tomar en cuenta los cálculos de beneficios de otros jugadores como condiciones y como medios de los propios cálculos de beneficios (1986: 34-35).
La ética tiene su anclaje en la racionalidad discursiva, es decir, en y por el lenguaje: pero en aquel tipo de discurso en el que se imponen sus supuestos de consenso por encima de su mera utilización al servicio de intereses, siempre ajenos al discurso mismo. De suceder lo contrario, la interacción o cooperación humanas serían simplemente estratégicas. De ellas no se podría esperar un valor ético, ni menos un fundamento para la cooperación comunitaria . (Bilbeny, 1991: 94)
Para Apel la racionalidad discursiva se basa en la pragmática del lenguaje y en el presupuesto, a priori, de una comunidad de comunicación ideal (idealen Kommunikationsgemeinschaft) entre los hablantes. La norma fundamental de la ética es el respeto de una comunidad de comunicación ideal como valor regulador de la acción (1986: 78). La norma está implícita en el lenguaje, no en el sujeto o en alguna de sus facultades categoriales, como suponían Aristóteles y Kant.
Siguiendo un desarrollo parecido al de Apel, Habermas opone al concepto de racionalidad teleológica (instrumental o estratégica) orientada al éxito, el concepto de racionalidad comunicativa orientada al entendimiento un concepto de racionalidad más amplio que enlaza con la vieja idea de logos (1989: 27). Habermas considera la racionalidad estratégica y la racionalidad comunicativa como dos tipos de racionalidad que, desde la perspectiva del propio actor, representan una alternativa; los paticipantes en la interacción deben elegir, aunque intuitivamente, entre una racionalidad orientada al éxito y una racionalidad orientada a la comprensión o entendimiento.
La racionalidad teleológica, (acción racional con arreglo a fines), parte de que el actor se orienta exclusivamente por la consecución de un objetivo global suficientemente precisado confrome a fines concretos y somete a cálculo todas las demás consecuencias de la acción como condiciones secundarias del éxito a que aspira. El éxito viene definido por la ocurrencia de un estado en el mundo, que en una situación dada puede ser causalmente producido mediante acción u omisión intencionadas. Una acción orientada al éxito la llamamos instrumental cuando la consideramos bajo el aspecto de observancia de reglas técnicas de acción y evaluamos el grado de eficacia de la intervención en un estado físico (Habermas, 1989b: 384-5).
Esta racionalidad instrumental la extiende Habermas a racionalidad estratégica cuando al calcular el actor su éxito, puede incluir por lo menos a otro actor racional, también orientado hacia un fin. Esta racionalidad es interpretada generalmente de forma utilitaria, es decir, se da por supuesto que el actor elige y calcula los medios y fines en función de la máxima utilidad (modelo maximizador) o por la máxima utilidad esperada, como discutimos anteriormente.
En la racionalidad comunicativa, las acciones de los actores participantes no quedan coordinadas a través de cálculos egocéntricos de intereses sino a través del entendimiento (Verständigung). En la acción comunicativa los agentes no se orientan primariamente por o a su propio éxito, sino por o al entendimiento (Habermas. 1989b: 385).
Habermas parte del hecho de que tanto a nivel de las acciones extralingüísticas y sus referencias al mundo, como a nivel de los actos lingüísticos, hay que suponer tres dimensiones de la racionalidad y de la posible racionalización que pueden ser distinguidas ideal-típicamente:
(1) la dimensión de la racionalidad medio-fin del actuar orientado hacia el éxito, cuya posible eficiencia técnica, en última instancia, se basa en la verdad del conocimiento de las ciencias naturales, en el sentido de la referencia al mundo de la relación sujeto-objeto;
(2) la dimensión de la corrección normativa del actuar social, en el sentido de la referencia, al mundo, por así decirlo, de la relación sujeto-cosujeto, cuya legitimación racional, en última instancia, se basa en la moral;
(3) la dimensión de la adecuada autopresentación en el llamado actuar dramatúrgico cuyo criterio de racionalidad reside, por una parte, en la veracidad y, por otra, en la estéticamente relevante autenticidad de la autoexpresión.
Para Habermas, las acciones comunicativas deben cumplir las pretensiones de validez entabladas en la crítica discursiva. El lenguaje contiene las especificaciones por medio de las cuales podemos señalar el mundo particular al que se refieren dichas pretensiones de validez y en forma correspondiente el tipo de discurso que amerita la disputa de dicha pretensión. Esto nos determina las dimensiones de la racionalidad.
La teoría de la acción comunicativa de Habermas escoge una racionalidad comunicativa de la intersubjetividad sobre una racionalidad subjetiva centrada en una conciencia individual. Las pretensiones de validez de la racionalidad comunicativa de Habermas estan relacionadas nnnnnnn con el logro de un acuerdo razonado, donde las pretensiones de validez pueden ser rechazadas, criticadas y defendidas. El método argumentativo, de dar razones en pro y en contra, es fundamental para cualquier concepción de racionalidad y la experiencia de alcanzar el entendimiento mutuo en una discusión libre de coacción es la idea central de la razón comunicativa de Habermas.
Habermas y Apel consideran que la racionaldiad práctica no puede reducirse a una racionalidad medio-fin o teleológica (en general vamos a llamarla estratégica). Tanto para Apel como para Habermas la razón debe pasar, pues, de su inicial definición monológica a una formulación finalmente dialógica, considerando el discurso de los hablantes.
1.4 La Constelación Racional
Este recorrido por las diferentes concepciones de racionalidad ha tenido la finalidad, además de darnos una panorámica general de sus variados sentidos, remarcar la dificultad de circunscribir la noción de racionalidad a una horma única y dogmática, con pretensiones absolutistas, sin destruir en el intento la posibilidad de un concepto de racionalidad más amplio y complejo, capaz de intentar una aproximación más modesta y por lo tanto más realista y fructífera a la estructura compleja que conforma la racionalidad humana.
¿Cómo podemos estructurar o complementar todas estas concepciones de racionalidad? ¿En qué forma todos estos conceptos de racionalidad, o todas estas racionalidades, interactuan y se relacionan entre sí?
Por ejemplo, Mario Bunge considera siete conceptos de racionalidad: sistémicamente relacionadas por medio de una relación de presuposición que ordena parcialmente (²) los siete tipos de racionalidad
1) conceptual: minimizar la borrosidad (vaguedad o imprecisión);
2) lógica: bregar por la coherencia (evitar la contradicción);
3) metodológica: cuestionar (dudar y criticar) y justificar (exigir demostración o datos, favorables o desfavorables);
4) gnoseológica: valorar el apoyo empírico y evitar conjeturas incompatibles con el grueso del conocimiento científico y tecnológico;
5) ontológica: adoptar una concepción del mundo coherente y compatible con el grueso de la ciencia y de la tecnología del día;
6) evaluativa: bregar por metas que, además de ser alcanzables, vale la pena alcanzar;
7) práctica: adoptar medios que puedan ayudar a alcanzar las metas propuestas.(Bunge, 1985, p. 14)
Estos siete tipos de racionalidad no son independientes entre sí, sino que están sistémicamente relacionadas por medio de una relación de presuposición que ordena parcialmente ( ² ) estos siete conceptos de racionalidad en el orden que están enumerados, es decir:
1) ² 2) ² 3) ² 4) ² 5) ² 6) ² 7)
La racionalidad lógica presupone la concepual, la metodológica presupone la lógica, la gnoseólogica la metodológica y así sucesivamente hasta llegar a la racionalidad práctica que presupone a todas las demás.
En general, podemos considerar que los cinco primeros tipos de racionalidad constituyen el concepto más general de racionalidad teórica, y los dos últimos el de racionalidad práctica. Esta conclusión tiene importancia práctica, por enseñarnos que la racionalidad práctica (compuesta por los dos últimos miembros de nuestra lista) presupone la racionalidad teórica (constituida por las cinco primeras) (Bunge, 1985: 17). El modelo que nos presenta Bunge corresponde, estructuralmente, a un conjunto parcialmente ordenado, con un primer elemento: la racionalidad conceptual, y un último elemento que contiene a todos los demás: la racionalidad práctica. Este es uno de los sistemás conceptuales más simples.y por lo cual podríamos llamarlo modelo unidimensional de la racionalidad.
Para Habermas, por su parte, la racionalidad comunicativa es un plexo de pretensiones de validez: Voy a defender la tesis de que hay a lo menos cuatro clases de pretensiones de validez, que son cooriginarias, y que esas cuatro clases, a saber: inteligibilidad, verdad, rectitud y veracidad, constituyen un plexo al que podemos llamar racionalidad (Habermas, 1989b: 121).
Habermas parte del hecho de que tanto a nivel de las acciones extralingüísticas y sus referencias al mundo, como a nivel de los actos lingüísticos, hay que suponer tres dimensiones de la racionalidad y de la posible racionalización que pueden ser distinguidas ideal-típicamente:
(1) la dimensión de la racionalidad medio-fin, del actuar orientado hacia el éxito, cuya posible eficiencia técnica, en última instancia, se basa en la verdad del conocimiento de las ciencias naturales, en el sentido de la referencia al mundo de la relación sujeto-objeto;
(2) la dimensión de la racionalidad normativa, la corrección normativa del actuar social, en el sentido de la referencia, al mundo, por así decirlo, de la relación sujeto-cosujeto, cuya legitimación racional, en última instancia, se basa en la moral;
(3) la dimensión la racionalidad dramatúrgica, de la adecuada autopresentación en el llamado actuar dramatúrgico cuyo criterio de racionalidad reside, por una parte, en la veracidad y, por otra, en la estéticamente relevante autenticidad de la autoexpresión.
Todas estas racionalidades son coordinadas y relacionadas, en cierta forma, por la racionalidad comunicativa: Por eso pienso que el concepto de racionalidad comunicativa, que hace referencia a una conexión sistémica, hasta hoy todavía no aclarada, de pretensiones universales de validez, tiene que ser adecuadamente desarrollado por medio de una teoría de la argumentación" (Habermas, 1989: 36)
Para Rescher (1988) la racionalidad es el tejido resultante de una trama formada por tres hilos: la creencia racional, la evaluación, y la acción. Rescher se basa para el hilado de estos parámetros en la tradición kantiana, ya que estos tres hilos representan los tres contextos de la elección como dominios de la deliberación racional (p. 3):
1.-Racionalidad Cognitiva: Responde a la pregunta ¿Qué creer o aceptar? y está constituido por las creencias.
2.-Racionalidad Práctica: Responde a la pregunta ¿Qué hacer o realizar? y está constituido por las acciones.
3.-Racionalidad Evaluativa: Responde a la pregunta ¿Qué preferir o valorar? y está constituido por las evaluaciones y preferencias.
Todas las aplicaciones o usos de la palabra "racional", en general pueden reducirse a estas tres categorías, considerando los demás usos como derivativos de estos.
Para Rescher, la razón es una unidad orgánica, un todo indivisible. El tramado de la racionalidad no tiene costuras, los hilos racionales: el cognitivo, el práctico y el evaluativo, están fina e inseparablemente entretejidos. La racionalidad consiste en la búsqueda inteligente de fines apropiados. Aquí, 'inteligencia' indica conocimiento, 'búsqueda' indica acción, y 'fines apropiados' presupone una evaluación. Todos los sectores de la razón deben ser invocados y coordinados en cualquier fórmula que trate de caracterizar adecuadamente la naturaleza global de la racionalidad (p. 126).
1.-La racionalidad práctica requiere tanto de la racionalidad cognitiva como de la racionalidad evaluativa. El razonamiento práctico acerca de acciones particulares requiere tanto de consideraciones cognitivas así como evaluativas. La racionalidad práctica requiere de la racionalidad cognitiva, ya que la acción racional es un asunto de hacer aquello para lo cual creemos tener buenas razones, efectivas en base a la información disponible. Si no tenemos idea de cómo funcionan las cosas en el mundo, somos impotentes para actuar inteligentemente en la búsqueda efectiva de nuestros fines (p. 121). Lo mismo sucede en el contexto de los valores. Si nuestras decisiones prácticas están dirigidas a fines inapropiados, entonces no estamos manejando apropiadamente nuestro razonamiento práctico.
2.-La razón cognitiva posee tanto dimensiones prácticas como evaluativas. La racionalidad cognitiva requiere de la racionalidad práctica: porque la creencia racional acerca de este mundo sólo puede emerger a partir de una metodología efectiva de investigación &emdash;desde un proceso apropiado para recoger la información. También la investigación es una actividad, que propiamente conducida, debe ser gobernada por las reglas básicas de la racionalidad práctica (p. 121-2).
También la razón cognitiva requiere de la razón práctica en otro aspecto crucial: si la experiencia no puede validar nuestra información factual acerca del mundo, entonces nada puede (p. 122).
Aceptar una tesis es hacer algo &emdash;aun la acción mental es en sí misma una clase de acción, y la formación de creencias una clase de praxis (p. 124).
La razón cognitiva también requiere del contexto evaluativo: cuando poseemos ciertos hechos a nuestra disposición se puede, desde luego, proceder a derivar otros a partir de ellos por medio de la inferencia lógica (p. 125)
La aceptación de los hechos debe ser guiada por un proceso evaluativo.
3.-La razón evaluativa posee dimensiones prácticas y cognitivas.
Sólo sobre la base de hechos podemos implementar nuestros valores. En la ausencia de información factual, la generalización de nuestros valores no es más que una abstracción sin contenido (p. 126).
Además la racionalidad evaluativa requiere de la racionalidad práctica, ya que toda evaluación require superar prácticamente la diferencia entre la evidencia subjetiva y las conclusiones objetivas.
El modelo de inteacción de las diferentes racionalidades presentado por Rescher, asemeja un tramado, una mezcla, donde cada una de las diferentes racionalidades presupone a las otras dos. A este modelo podríamos llamarlo modelo multidimensional de la racionalidad, ya que toda creencia o acción racional participa de las tres dimensiones de racionalidad: cognitiva, práctica y evaluativa. Rescher llama a esta concepción la "Unidad Sistémica de la Razón".
No ganamos nada con buscar una completa y absoluta unidad racional, ideal y nunca alcanzable; debemos hacer lo mejor posible con lo mejor que tengamos a nuestro alcance, esta modestia epistemológica de ninguna forma nos transforma en seres no racionales, todo lo contrario, esto nos sugiere que el riesgo, la pluralidad y la incompletitud siempre serán parte fundamental de toda empresa humana.
Hemos observado en el desarrollo de este capítulo ciertas características comunes relacionadas de diversas formas con la noción de racionalidad. Hablamos principalmente de creencias, opiniones, juicios, evaluaciones, acciones y preferencias que se calificaban como racionales cuando estaban sustentadas por razones, además hablamos de individuos y colectivos que se comportaban como agentes racionales cuando sustentaban sus creencias, acciones, evaluaciones, etc., en razones. Al hablar de estos términos observamos ciertas formas más o menos parecidas de diferenciar y clasificar los dominios de aplicación del término racionalidad, un domino teórico que se refería a creencias, opiniones, juicios y valores y otro práctico, de acciones y conductas. Dos usos principales, uno normativo, como guía de nuestras acciones y valores y otro positivo o cognitivo, como descripción, explicación y predicción de nuestras creencias y acciones. Además de dos connotaciones básicas del concepto de racionalidad, una formal o instrumental y otra sustantiva. Estas clasificaciones y categorías nos sugieren una primera forma de agrupar los diferentes dimensiones o sistemas de nuestra constelación o modelo multidimensional. Como primer paso podemos recurrir a la tradición filosófica y hacer uso de los tres contextos básicos de la epistemología kantiana, como dominios o esferas iniciales de aplicación de este modelo de racionalidad. Así tenemos el contexto cognitivo, que trata de responder la pregunta ¿Qué puedo creer o aceptar?, el cual esta representado por nuestras creencias; el práctico que trata de responder la pregunta ¿Qué debo hacer? y que está formado por las acciones; y el evaluativo que responde a la pregunta ¿Qué debo valorar o preferir? formado por valores y preferencias. De esta forma, obtenemos tres coordenadas sobre las cuales podemos dimensionar el concepto de racionalidad, tres hilos que traman el tejido de la racionalidad El dominio cuyos objetos de deliberación son las creencias, lo llamaremos racionalidad cognitiva, al dominio de las acciones, lo llamaremos racionalidad práctica, y por último, el dominio de los fines y valores que conforman la racionalidad evaluativa.
Podemos llamar a este modelo de racionalidad, modelo multidimensional de racionalidad, aunque también podríamos llamarlo modelo sistémico de racionalidad, y de esta forma hacer más explícita la vaguedad o concepción abierta de nuestro modelo, ya que, siempre existe un punto de vista desde el cual cualquier cosa puede ser considerada un sistema. Pero lo que en realidad queremos destacar con este modelo es el hecho de considerar la racionalidad como el tramado o la constelación de diferentes sistemas, dimensiones o teorías. En este sentido vamos a concebir la racionalidad como la siempre inacabada resultante de la interacción de diferentes nociones de racionalidad o de múltiples racionalidades. Así enfatizamos la idea principal que hemos querido destacar con la discusión de este capítulo, es decir, que la racionalidad no puede ser completamente descrita, entendida o explicada, por medio de un solo modelo, teoría o metáfora.
En vez de una unidad sistémica vamos a optar por una mezcla o constelación. A pesar de que consideramos el enfoque sistémico quizás como el mejor intento para estudiar nociones tan complejas como la racionalidad, siempre corremos el peligro de ser atrapados en su misma complejidad, es decir, el sistema se va haciendo tan complejo, sistemas de sistemas, metasistemas, que perdemos el rumbo original de nuestro discurso dentro del laberinto sistémico de la complejidad. Por otro lado, aún más peligroso, es el tipo de infalibilidad que adquieren las teorías que se escudan en la complejidad. La complejidad crea tal confusión teórica que la hace impenetrable a la crítica. También una pretensión de unidad sistémica nos hace caer en la tentación de crear jerarquías y bases fundacionales con el fin de reducir y unificar bajo un mismo común denominador una multiplicidad de teorías. Por lo tanto vamos a optar por un modelo amplio y con el menor número de restricciones que podamos mantener sin perder un sentido mínimo de racionalidad. Este modelo pretendido quizás sea mejor definido por el término de "constelación", tal como ha sido usada por Benjamin-Adorno-Bernstein, como una yuxtaposición más bien que un conglomerado integrado de elementos cambiantes que resisten la reducción a un común denominador, corazón esencial, o primer principio generativo. (Bernstein, 1991: 201)