ENE-00 Nº 210 |
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Y como es tradición, en nuestra cultura occidental, se han celebrado unas festividades para recordar la efeméride del nacimiento de Jesús, de su llegada a nuestro mundo donde dejó un gran ejemplo a seguir.
Aparte de los sucesos a que estamos acostumbrados, uno nuevo hizo acto de presencia, el consabido efecto 2000 y el posible caos que crearía en la economía y bienestar social. Problema del que mucho se ha hablado pues era, para gran parte de la población de la Tierra, algo que preocupaba ya que cabía la posibilidad de desordenes en todos los niveles y claro está se encontró la solución para que nuestros intereses y vida siguieran por el camino más cómodo, sin mayores sobresaltos.
El hombre, aferrado únicamente a bienes materiales, a sacar el mejor partido de su posición en la sociedad, no somos capaces de observar más allá de lo que tenemos enfrente. Porque si en verdad hemos sido capaces, como todos los años, de sentarnos para pasar una velada o varias con nuestros seres queridos y alrededor de nosotros se respiraba esa paz y alegría por las jornadas de unión y emotividad que se estaban propiciando, no creo que estuviera de más el plantearnos por qué esto no es algo que ponemos en práctica el resto del año, en vez de dedicarnos a pensar en qué podrá afectar a nuestro futuro este efecto tan temido.
Son días que como marca la tradición, se ha de estar feliz, tratando de agradar la vida a quien se encuentra cerca de nosotros, pero pienso que aunque es maravilloso el comportamiento que, de repente todo el mundo experimenta, hay algo de hipocresía, de falta de sinceridad en nosotros mismos y en lo que realmente deseamos.
Las Navidades pasadas fueron fechas de mucha importancia por la cantidad de situaciones que pudimos vivir, es cierto, pero no hemos de ser tan ignorantes de olvidar que para gran parte de nuestro planeta eran unos momentos más de angustia y desesperación ante la incapacidad de lograr una estabilidad que disfruta el resto del mundo.
A pesar de ser días tan significativos, los problemas y lacras que asolan nuestra sociedad, no dejan de existir de repente, sino que es algo que está ahí, pero a lo que el ser humano, lamentablemente nos hemos ido acostumbrando porque, en nuestro egoísmo no somos capaces de tratar de paliar tanto mal. La primera respuesta que buscamos como excusa ante tanta catástrofe es que, por algo tendrá que ocurrir esto o aquello y en segundo lugar nos consolamos pensando que a nosotros felizmente no nos ocurre.
La forma de cooperar para paliar el mal ajeno todos la sabemos, sólo es cuestión de renuncia a los condicionantes que nosotros mismos nos planteamos como forma de evadir tales problemas. Dificultades de personas como nosotros pero que no han tenido la suerte de haber nacido en el seno de una familia que todos los años, con mayor o menor poder adquisitivo, es capaz de aunar esfuerzos por convivir en armonía y paz con todos aquellos a quienes aman de verdad.
Como he señalado en otras ocasiones, no tenemos la varita mágica que todo lo pueda cambiar y con un simple chasquido de dedos eliminar el hambre, la miseria y las catástrofes de nuestro planeta, pues estaríamos coartando la propia ley de evolución de la Tierra, pero en absoluto sería coherente querer evolucionar y avanzar en el camino de nuestra vida, cruzándonos de brazos, manteniendo una actitud pasiva a la espera de acontecimientos. Hay sucesos que no está al alcance de nuestra mano darle solución pero al compañero que tenemos tan cerca y que no nos fijamos por qué se encuentra malhumorado o triste, ni nos planteamos la forma de ayudarle, ahí sí que hay más medios de poner en práctica todo lo que sabemos. Mucho acerca de lo que enseña la Doctrina Espírita y los conocimientos recopilados en la codificación de Kardec y su aprendizaje, en los momentos que vivimos, donde es urgente ayudar, no son suficientes, pues se ha de ver una intención, un gesto de preocupación por las adversidades de los demás porque así como existe la Ley de Acción y Reacción, causa y efecto, etc... no podemos olvidar que a todas estas le precede una, sin la cual serían vanos todos nuestros intentos por querer hacernos llamar espiritistas, espiritualistas o personas comprometidas con el prójimo. La Ley del Amor no tiene límites y su práctica es lo que debería hacernos diferentes y hacernos sentir orgullosos de nuestra condición de humanos.
La realidad es que este año que finalizamos fueron muchas las situaciones que se nos presentaron y que, en base, la mayoría de las veces a nuestras reacciones, han acabado felizmente o por el contrario puede ser un lastre que arrastramos en esta nueva etapa.
Sería positivo que hiciéramos un examen interior para ver si realmente nos encontramos en paz con nosotros mismos o algo nos falta. Esa persona querida que no está compartiendo nuestras ilusiones, falta de motivación, deseos de abandonar cuando creemos que todo nos sale mal, que se actúa injustamente con nosotros o que la vida nos maltrata porque no conseguimos aquello que pensamos nos dará la estabilidad emocional que tanto ansiamos.
Cantidad de situaciones pueden acudir a nuestra mente y que seguramente no nos encontraremos muy satisfechos por haberlas pasado pero, si sentimos que todo tiene una causalidad, que hay algo por encima de nosotros que será quien juzgue nuestras acciones y, obramos positivamente, las adversidades pueden tornarse retos para superar en el nuevo año.
Lógicamente hay hechos que no pueden solucionarse por sí mismos porque nuevamente entra en funcionamiento otra ley que rige nuestro destino y es la que nosotros libremente variamos en función de nuestros deseos. El libre albedrío y la posibilidad de obrar como creamos conveniente es un factor que puede ayudarnos mucho, aunque también hemos de comprender que puede obstaculizar nuestras realizaciones y compromisos adquiridos antes de encarnar.
Demos el verdadero sentido que tiene para nosotros la Navidad y no tratemos de seguir unos parámetros de comportamiento cuando somos conscientes que mucho podríamos hacer si dejáramos a un lado incomprensiones, juicios precipitados y críticas a actuaciones de nuestros semejantes pues no somos perfectos y la práctica de la indulgencia, fue otra de las bases del proceder del Maestro.
Si pensáramos en ver la manera de hacer más feliz la existencia del que, por alguna razón se encuentra triste, si nos hiciéramos cargo de los problemas de los demás y sintiéramos en nuestro interior el dolor por las dificultades de otros, creo que nos encontraríamos en el camino de conseguir lograr ser esa gran familia espiritual esperanzada en hacer ver a la sociedad que hay otros métodos para hacer legítimos todos esos sueños de paz y concordia de los que tanto nos acordamos cuando vienen fechas tan entrañables, pero que tan pronto quedan en el olvido cuando volvemos a la vida diaria, a nuestros quehaceres y nos falta tiempo de pensar en nada que no sea únicamente algo que pueda favorecernos o facilitarnos el ascenso o reconocimiento ante el mundo.
No nos quedemos en el simple examen de conciencia porque si tenemos la posibilidad de modificar nuestras vidas y buscar la felicidad, sería de necios obstinarnos en no cambiar. Aprovechemos esa mano amiga que nos enseña que hay algo por lo que luchar, que juntos lograremos muchos objetivos y que la unión de esfuerzos e ideales nos hará más fuertes frente a tanta incomprensión que reina en nuestro planeta. Solos no podemos alcanzar muchos objetivos y debemos comenzar por la renuncia a nuestros propios gustos personales para ser personas accesibles a la aportación de ideas y formas de enfocar nuestra existencia, tratando de eliminar, en la medida de lo posible todo síntoma de desilusión, desesperación, ideas equivocadas y enfrentamientos por diferencia de opiniones con aquellos que a diario compartimos nuestras vivencias.
Es posible que si todos pensáramos algo en los demás, quizá no existirían tantas desigualdades ni tanto abuso en las personas porque actuaríamos con el corazón, con la sinceridad que tanto se necesita para poder expresar todo lo que llevamos dentro pero que tanto cuesta ofrecer a nuestros semejantes.