|
|
|
|
Estas tendencias o instintos serán los que determinen nuestra capacidad de progreso en base a cómo actuemos frente a las pruebas y dificultades que se nos plantean en nuestro camino. No podemos olvidar que al nacer libres en la elección de nuestros objetivos, disponiendo de una materia, podremos poner en práctica los conocimientos espirituales con mayor o menor éxito dependiendo del nivel espiritual que hayamos conseguido.
Por ello y para darle un sentido mas transcendente y moral a nuestra vida, que responda a tantos interrogantes que se nos presentan cuando vivimos momentos de desanimo y desequilibrio, tenemos que tener algo en qué apoyarnos, unas cualidades que sirvan para encontrar la paz y armonía interior, un baremo que determine nuestro grado de espiritualidad, que las acciones realizadas tienen un significado y no han sido resultado de la casualidad sino la causalidad. Si el efecto que de éstas vivencias se pueda derivar es positivo, deberemos tener en consideración la importancia que tiene transmitirlo a los demás para que tengan la posibilidad de experimentarlo en toda su grandeza. En cambio, si se torna contrario, evitar rebelarnos contra la adversidad, aprendiendo de los errores cometidos, aceptándolos y comportándonos, adoptando una posición humilde al ser conscientes de la probabilidad de incurrir en errores que como espíritus en evolución podemos tener.
Esas cualidades que diferencian a unos individuos de otros, son los que generalmente denominamos, valores humanos.
Pero esos valores, nos preguntamos ¿Para qué pueden servirme? ¿Qué recompensa obtengo materialmente con ellos?. Al ser algo intangible, ideas, acciones determinadas, sensaciones o sentimientos, es fácil pensar que si con ellos no se pueden conseguir otros logros diferentes, son inservibles e incluso pueden entorpecernos. Algunos de ellos, como el respeto por los demás a la hora de desenvolvernos en esta sociedad materialista donde el egoísmo y la avaricia nos influyen de forma decisiva, podemos llegar incluso a dejarlo en el olvido porque va en contra de mis intereses materiales y en esas circunstancias también dejaremos de lado la generosidad, el altruismo, la tolerancia... en definitiva, principios morales y éticos que lógicamente no están acordes con ese modo de actuar egoísta.
El concepto de lo que es la vida, desde otra perspectiva, podríamos verlo reflejado a lo largo de la historia en personajes tales como: Jesús, Gandhi, Buda, Teresa de Calcuta, etc., que consagraron sus existencias a un fin concreto, la ayuda desinteresada a los demás y en algunos casos incluso entregando su vida por intentar transmitir un mensaje donde el amor y la renuncia a los gustos y tendencias personales a cambio del bienestar del prójimo eran sus ideales principales.
Fueron considerados seres casi de ficción en un mundo totalmente opuesto a sus metas que devolvieron el amor como moneda de cambio por las ofensas recibidas. Vivieron en unas circunstancias diferentes, adversas en muchos casos, pero demostraron un espíritu luchador y permanecieron firmes, decididos a continuar ofreciendo mediante su conducta una visión renovadora y más profunda de la realidad que vivían.
Tantos seres de los que deberíamos tomar ejemplo, pero que los tenemos en el recuerdo como algo quimérico, muy bonito pero inalcanzables ya que priman factores que creemos imprescindibles como el crecimiento social en vez del interno. Pues, pensándolo fríamente, preferimos valorar los triunfos y gestas materiales conseguidas por otros individuos que al igual que los anteriormente reseñados, tenían unos fines concretos de lo que sería su existencia, con la diferencia de la actitud con que enfocaron la forma de conseguirlos. En raras ocasiones se tienen ilusiones de imitar el comportamiento ejemplar de un compañero, más bien preferimos reprobarle su actitud antes que aceptar el valor que tienen sus acciones, nos fijamos antes en lo negativo que en lo positivo y no reconocemos nuestras propias limitaciones, estancándonos y aislándonos de los demás.
Con esto, no quiero decir que tengamos que apartarnos de la sociedad y del materialismo que la envuelve, sino que sepamos o queramos enfrentarnos día a día, con una actitud constructiva, con interés sincero por "sacar" a la luz nuestras mejores facetas personales, controlando las negativas, con el fin de aportar nuestra ayuda, el amor, el cariño y la comprensión a quién así lo necesite. De ésta forma, veríamos la vida desde un prisma espiritual donde sí, el dinero, los bienes constituyen un medio, algo necesario para relacionarnos con los demás, pero no un fin ni el primer pensamiento con el que comenzáramos cada mañana porque la felicidad y la armonía de nuestros hogares se consigue a través de una práctica diaria del bien.
Sería de necios pensar que algo material, por muy bonito o espectacular que fuera, pudiera aportarnos valores como: seguridad, sinceridad, decisión, equilibrio, amor...
Nosotros, sólo nosotros, tenemos la llave de nuestra tranquilidad, de cambiar el rumbo hacia una vida espiritual más placentera, es cuestión de decidirnos a obrar aceptando nuestros errores y limitaciones, siendo así posible la disculpa de los que puedan cometer nuestros semejantes.
Tratando de observar en cada momento de nuestra existencia esa conducta verdadera, le encontraremos mayor sentido y entenderemos que estamos facultados en hacer mucho por el cambio de los parámetros morales que rigen la sociedad de hoy día.
Trasladando esta reflexión al entorno inmediato, pienso que en la familia, la base esencial de nuestro desarrollo personal, es donde sería necesario crear un vínculo de nuestros deseos, ideales y expectativas, haciendo partícipes de nuestros sentimientos y dudas a quienes nos rodean, así como escuchar los consejos de nuestros hermanos, padres y personas mayores, enriqueciendo así nuestra comunicación en la exposición y solución de problemas.
Basando la unidad familiar en los valores humanos y tomando como referencia el amor a los demás, tendríamos en consideración la importancia de educar, pero no únicamente para saber desenvolvernos en la vida, ni guiarnos por el camino de la estabilidad material, y adquirir conocimientos para aprovechar habilidades o destrezas en una profesión determinada. ¡Qué esto no fuera lo principal!
Sería bonito, utópico quizás, no clasificar a las personas o cosas según su apariencia o aspecto externo, o por la inteligencia conseguida en un período de tiempo, sino que carecieran de importancia dichas características y se analizara más el trasfondo que encierran las acciones que protagonizamos o recibimos cotidianamente. Como ejemplo diría que, sosteniéndonos en la valoración de la persona, la expresión de sentimientos, la muestra de afecto con personas queridas, una palabra de aliento al desvalido, son hechos que servirán para analizarnos objetivamente y así comprenderemos que nuestra premisa es dar, renunciando a cosas que son de nuestro agrado pero sintiéndonos plenos y satisfechos por el bien practicado.
Hay algunos aspectos dentro de los valores espirituales que es aconsejable tener en cuenta, puesto que su desconocimiento podría traer dificultades en nuestro trato con los demás. La sobrevaloración es uno de ellos pues al saber de nuestras cualidades, podemos utilizarlas en nuestro provecho perjudicando a nuestros compañeros, creyendo que todo lo que hacemos está exento de error y que al tener ese "don" concreto, tenemos la capacidad de enseñar, cuando es al contrario, en muchas ocasiones, pues se aprende mucho más de las acciones de otros. No es nada beneficioso resaltar nuestras habilidades y despreciar o infravalorar otras porque nuestras opiniones han de ir orientadas siempre a la construcción y al diálogo sincero, no a la desunión de las personas.
Para concluir, quisiera comentar que si de las experiencias vividas
normalmente recordamos las que nos han aportado momentos de mayor felicidad,
al tener la posibilidad de elegir qué hacer de nuestra existencia,
sería de desear que pusiéramos todo el esfuerzo y entusiasmo
en que cada instante de la vida sea un momento inolvidable, transformando
con entereza y decisión los problemas en lecciones aprendidas y
asimiladas que nos serán de mucha utilidad cuando, ya desencarnados,
queden como signo de identidad, el bagaje conseguido, la expresión
más íntima y personal de nuestro espíritu.