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Asimismo, en el caso el ser humano, ocurre algo parecido pues no es difícil comprobar que hemos sufrido una transformación bastante importante en lo que a nuestra forma de expresión se refiere.
Ya, desde los primeros pobladores de la Tierra, que se comunicaban
mediante la articulación de sonidos guturales para expresarse, además
de otros medios escritos como las pinturas rupestres de las cuáles
quedan vestigios muy valiosos en nuestra geografía nacional, y pasando
por distintas culturas tales como: el Antiguo Egipto con sus jeroglíficos,
los mayas o la cultura china, etc.., todos ellos adoptaron sistemas de
comunicación diferentes pero que en definitiva encerraban el mismo
objetivo que no era otro que el de mostrar a los demás mediante
la asociación de frases, ideas o pensamientos, formas de sentir,
acciones a realizar y puesta en marcha de mecanismos de ayuda, cooperación
e información y cooperación a sus congéneres.
Con la aparición de frases se creó el lenguaje
humano, una forma de expresión que, unido a los gestos y al tacto,
es parte esencial de nuestra persona. Unas herramientas primordiales en
nuestro desenvolvimiento con nuestro entorno.
Hoy en día, y a las puertas del siglo XXI, debido a los avances tecnológicos, es posible la comunicación con personas en cualquier punto del globo, incluso transmitir imágenes transformadas en señales electrónicas en forma de ondas a través del espacio exterior. Todo ello nos ilustra de la importancia que tiene la comunicación en nuestras vidas. Analizando todo esto desde el punto de vista material, el método es un hecho; el mensaje una responsabilidad nuestra.
Y, ¿por qué de esta reflexión? Porque al ser conscientes de que poseemos ese medio de comunicación y expresión, como es la palabra, asimismo hemos de saber la responsabilidad que tiene su utilización, ya que es la forma más directa que tenemos de enviar al exterior para que otros conozcan lo que pensamos, sentimos o sabemos de una situación en concreto.
Teniendo en cuenta estas cuestiones, observaremos que la comunicación no es lo mismo que el diálogo ya que, a mi parecer este último tiene un sentido más profundo de relación entre las personas, aunque claro está, para que exista diálogo debe haber una comunicación previa.
Centrando este tema en la vida espiritual, podremos comprender que al ser espíritus en evolución, mediante una materia y otros elementos como el habla se ha de relacionar, vivir experiencias y pruebas que nos harán madurar para lograr avanzar hacia la perfección en determinadas existencias, es conveniente saber ejercitar y hacer uso correcto de nuestras palabras en beneficio de los demás, ya que puede ser un factor a tener en cuenta para la atención de nuestra felicidad y paz interior. Para lograr la plenitud y el desarrollo de nuestra personalidad, para conseguir la tranquilidad anhelada, es imprescindible poder y saber transmitir esas sensaciones y sentimientos a quienes nos rodean: familia, amigos...
De nada sirve ser personas introvertidas y poco abiertas a expresarnos porque en la convivencia diaria, en nuestras relaciones cotidianas es donde mayor trabajo interior podremos realizar. Mostrando una actitud pasiva y de contemplación ante los problemas que la vida nos depara no nos hace avanzar en el camino de nuestro progreso, que en definitiva es a lo que hemos venido a este planeta.
Es así como se muestran nuestros defectos y debilidades, que cuando realmente nos damos a conocer como somos. Es cierto que hemos de tener en cuenta que existen peligros al mostrar nuestras imperfecciones y virtudes pues otros pueden hacer uso indebido de estos para sus propios intereses personales, pudiendo perjudicarnos y crearnos una actitud de rechazo ante estas circunstancias. No obstante si nuestras acciones siempre son realizadas con limpieza, predominando el optimismo y el amor por los demás y siendo conscientes de que hay otros valores que nos pueden servir para no vivir experiencias negativas, como la prudencia, nos enseñaremos a comportarnos poco a poco mejor en nuestra vida.
Mantener una actitud dialogante, es una muestra de respeto, de escuchar lo que otro quiere decirnos y tener predisposición para una conversación distendida, algo que lamentablemente, está en decadencia en la sociedad en que vivimos.
Pensamos que hablando y diciendo en todo momento lo que pensamos, conseguimos más, cuando estar a disposición de que otros expresen lo que sienten nos puede permitir descubrir razones para la propia superación al confrontar diferentes puntos de vista. Además no hemos de olvidarnos de la ayuda y cooperación de la solución de dificultades que podemos prestar con ese momento de desahogo de otros con nosotros. Puede ser el punto de arranque de una relación de amistad más sólida y firme.
Para que esto ocurra ha de haber una voluntad de acercamiento recíproco con nuestros interlocutores así como una manifestación de que sus dudas, problemas y temores también me interesan a mí puesto que estamos aquí y ahora, en este planeta, con una responsabilidad muy importante: ayudarnos unos a otros buscando nuestra felicidad en la felicidad del semejante.
Humanizarnos, es hablar, crear un clima acogedor, de interés y confianza aceptando de antemano que nadie es perfecto ni está en posesión de la verdad y que ni el miedo a mostrar nuestras diferentes facetas ni la excesiva prudencia, pueden beneficiarnos en absoluto si lo que pretendemos es aportar ese granito de arena para lograr, si no la paz mundial que puede parecer algo utópico, sí la estabilidad y la armonía a quienes nos rodean, y ¡quién sabe si con ese ejemplo puede transmitirse a otros una visión diferente de ver la vida que quieran seguir por el bien común!
Comencemos pues por escuchar los problemas de los demás sin prisas ni excusas, compartiendo su angustia y estaremos en el camino de la comprensión, donde los egoísmos e intereses particulares, que actualmente rigen cada acción de nuestra vida social, vayan perdiendo valor hasta el punto de que lo que más llene nuestro corazón sea la alegría de comprobar cómo hemos podido cambiar un semblante de tristeza de un ser querido, por una sonrisa de felicidad.
Oyendo y siendo receptivos, aun pudiendo molestarnos comentarios o palabras de los demás, seremos personas transigentes con ánimos y deseos de cambio interior, de conseguir llenar nuestra vida de recuerdos inolvidables, que en la mayoría de las ocasiones, sólo se propicia a raíz del enriquecimiento que obtenemos de las experiencias que por su expresión nos transmiten otros.
Aprendamos día a día, acogiendo las opiniones y cediendo la palabra a lo que nos quieren comunicar nuestros semejantes porque con una actitud constructiva, sin reservas ni condiciones, consolidaremos el acercamiento de los seres humanos, sin obstáculos de razas ni idiomas porque el lenguaje por el que nos tenemos que guiar en esta escuela que es la vida es el del amor sincero y fraternal.
Reflexionemos sobre nuestra actitud frente a los demás y no pensemos que es algo irrealizable, sino que pongamos en funcionamiento la maquinaria de ese elemento tan importante como es el corazón, la vida en sí, por el bien y la felicidad de nuestro prójimo.
Tomemos como base de esta palabra que hoy analizamos, la siguiente
cita de Joan Bestard: "Dialogar es abrirse sinceramente al otro desde la
escucha y desde la palabra. El que sólo habla, no dialoga, y el
que sólo escucha tampoco."