JUN-99 Nº 203 |
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Comprendiendo por qué estamos aquí con una materia determinada y viviendo en un entorno diferente a otros seres humanos, hemos de ser conscientes del gran compromiso que aceptamos antes de encarnar, de las tareas por realizar y los medios con que contábamos para su consecución.
No somos espíritus encarnados sin ninguna obligación pues hay mucho por hacer y nuestra evolución se fundamenta en la asimilación de pruebas y adquisición de valores que nos harán conseguir lo que nos propongamos, el logro final del éxito en el ámbito espiritual.
Es cierto que cuando encarnamos, hay unos factores favorecedores que traemos del pasado pero también surgen unos inconvenientes a medida que vamos creciendo y tomando conciencia de nuestra persona porque al igual que aprendemos cosas buenas, hay otras tendencias que no nos benefician en absoluto y que pueden desviarnos de nuestro verdadero cometido, que no es otro que la eliminación de defectos y obtención de bienes espirituales, no materiales, como estamos acostumbrados a pensar en esta sociedad de objetivos diferentes, tales como la sinceridad, respeto, amor por nuestros semejantes, etc.
Es desde que empezamos a articular palabras cuando, a medida que pasa el tiempo, vamos formando nuestra personalidad y desde niños se tiene que aprender con la ayuda de nuestros padres y educadores a sentar unas bases sólidas de seguridad y autoconfianza que nos ayudarán, en definitiva a desenvolvernos en la vida, a no tener que depender siempre de las opiniones de otros y tener un criterio propio de las situaciones que nos ocurran.
El primer paso para adquirir nuestra personalidad es la aceptación, conocernos y saber que somos poseedores de ciertas características, no todas buenas y que es nuestro deber potenciar las positivas y tratar de eliminar las que puedan perjudicarnos.
Es por esto que nuestra conducta podríamos decir que es la fachada del alma y es importante crear una propia identidad, definiendo claramente nuestros objetivos desde el momento en que tenemos consciencia de nuestras obligaciones.
Como decía Gracián "son muchos los personajes, no personalidades, en sentido psicológico, que se aferran a la máscara, a ofrecer algo que en su interior no tiene la sustancia, el valor que se consigue transmitir cuando realmente se siente."
La autenticidad, mostrarnos tal y como somos pero con el deseo de cambio de renovación interna nos ofrece mayores posibilidades que el ser meros actores de nuestra vida, donde nuestro comportamiento no obedezca, en absoluto, a los anhelos y sentimientos personales, solamente por querer agradar a quienes nos rodean.
Conociendo la vida espiritual y todo lo que de ella se aprende, seguimos por un camino que nosotros mismos con nuestras acciones y con los impedimentos de defectos y errores trazamos, pero con la diferencia que sabemos a qué hemos venido y cuál es el compromiso espiritual que tenemos que realizar y no debemos hacer caso omiso a esta responsabilidad.
Con la asimilación de pruebas y dificultades obtenemos la madurez mental y psicológica tan importante para llevar a buen fin nuestras realizaciones, pero hemos de ser conscientes que nos hacemos mayores y las obligaciones aumentan a medida que crecemos, por lo que la pasividad y el ocio no deberían entrar en nuestros parámetros de una vida que se ha de aprovechar al máximo para ofrecer a los demás y no ser una carga para ellos.
Pero ¿cómo podemos saber que hemos alcanzado un grado mínimo de madurez? Pienso que es en las situaciones cotidianas donde la solución de problemas está sujeta a nuestra capacidad de obrar y decidir. Aunque las circunstancias en que nos encontremos sean tensas o dificultosas, el individuo maduro, actúa con objetividad y justicia desechando dudas y recelos. Logrando dominar la situación y renunciando, en muchas ocasiones a recompensas materiales por ser fieles a nuestros ideales es cuando la integridad de la persona permanece inquebrantable.
Esa estabilidad y control de nuestras emociones no se consigue tan fácilmente, pero con el tiempo obtendremos ese equilibrio que nos permita ver con claridad lo que realmente deseamos conseguir de la vida y lo que estamos dispuestos a ofrecer de nuestro interior.
Podríamos ejemplificar, de alguna manera, la madurez cuando, ante un obstáculo, la persona hace frente a él con todas las consecuencias, reconociendo sus errores y sin "esconderse", sin dejar pasar el tiempo a la espera de que otros lo solucionen, con una actitud infantil que refleja claramente la falta de problemas y preocupaciones más importantes.
La persona madura, analiza los errores, no se imbuye en ellos cerrándose a las opiniones o sugerencias de otros, aislándose, evitando ser ayudados y rebelándose por su desgracia.
Así pues, seamos francos y sinceros
con nosotros mismos analizando nuestros fallos, con deseos de búsqueda
de paz y armonía interior, apartándonos de posturas negativas
que nos hacen convertirnos en seres sin un fondo espiritual porque nuestros
defectos y tendencias son superiores a otras inclinaciones que, es posible
que tengamos pero no sabemos cómo manifestar.