AGO-99 Nº 205 |
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El sentirnos elogiados o halagados en cualquier momento de nuestra existencia, no cabe duda que a todos agrada pero, no son las acciones materiales las que en realidad determinan nuestra actitud sino el trasfondo, el interés y los fines que se quieran conseguir con ese gesto de acercamiento a nuestros semejantes.
No es fácil diferenciar claramente cuando actuamos con sentimiento y cuando el sentimentalismo interfiere en nuestros corazones, ya que si somos personas inseguras, faltos de autoestima y firmeza en nuestros ideales seremos presa fácil para individuos con una inteligencia superior destinada únicamente para aprovechar nuestra buena fe y altruismo para sus fines e intereses meramente particulares.
En la sociedad que vivimos, hemos de ser conscientes de que la evolución espiritual es diferente entre las personas y por tanto, si no se comprende y se pone en práctica que estamos aquí con el único propósito de avanzar en la escala evolutiva, y que los medios que disponemos han de ser puestos al servicio del prójimo, nos pueden resultar injustos algunos comportamientos de las personas que nos rodean. No olvidemos que las pautas generales de comportamiento tienen un enfoque principalmente material (enriquecimiento personal...), dejando a un lado otros aspectos de mucha importancia.
Cabría hacer una clara distinción entre lo que definiríamos como sentimiento y sentimentalismo. Dos conceptos parecidos pero con unas connotaciones claramente diferenciadas ya que el sentimiento en sí podría ser un estado anímico que se produce como respuesta emocional a situaciones que nos ocurren o afectan directa o indirectamente.
Sentimientos hay de muchas clases y la forma de exteriorizarlos sería tan grande como el ser humano es capaz de expresar. La reacción y el impulso ante iguales situaciones diferenciadas entre las personas, está motivada principalmente por la condición moral y evolutiva que se tenga, aparte del dominio y la templanza para controlar nuestras emociones.
Sería conveniente hacer mención de diferentes tipos de sentimientos que en muchos casos son totalmente antagónicos por su propia identidad tales como: amor, odio, rencor, envidia, respeto, etc..., pero que no por ello se denominan de igual forma.
En cambio la palabra sentimentalismo como se puede observar podríamos definirla como una actitud afectiva desmedida e incontrolada, superior a nuestra razón porque no se reacciona en ningún momento con justicia y rectitud ya que las emociones que se experimentan impiden la libertad de pensar si, efectivamente un acto está dentro de los valores morales que dicta nuestra conciencia o si por el contrario se aparta totalmente de nuestros ideales y de la forma en que, en circunstancias normales actuaríamos.
Es fácil caer en las redes del sentimentalismo porque si somos personas sensibles con un afecto hacia alguien que atraviesa por momentos dificultosos, nuestro deseo inmediato será el de ayudar, el de hacerle comprender que por el camino que ha escogido sólo va a encontrar entorpecimientos y soledad, pero muchas veces habremos podido comprobar que puede más el ánimo de cooperar con el afligido o confundido que el observar de forma objetiva su problema.
Además hemos de tener en cuenta la influencia que ejerce en nosotros nuestro propio estado de ánimo al afrontar la cuestión porque no es lo mismo actuar con firmeza, que no con falta de sentimiento, pero haciendo lo posible por construir y solucionar, que si nos mostramos personas inseguras y faltas de madurez en nuestras decisiones y comportamientos. Así, de poco pueden servir nuestras opiniones.
Son factores muy importantes que determinan la solución de cualquier inconveniente, definitivamente, o lo dejamos “aparcado” como algo sin importancia pero que luego no podemos tener garantías de que vuelva a aparecer en otro momento de nuestra vida.
Podríamos pensar que al ser espíritus en evolución, todos tenemos defectos y que a las personas que nos han ofrecido su cariño y amistad, no somos quienes debemos juzgarles por sus acciones siendo así que nos une un sentimiento muy fuerte y que seríamos incapaces de hacerles daño.
A mi parecer, es observar los problemas desde una perspectiva irreal y acomodaticia ya que es una forma más de evitar comprometernos con nuestro principal cometido, el de evolucionar pero en compañía de los seres queridos, aportando nuestras experiencias y aprendiendo de las de los demás, con la intención de actuar correctamente como indica la vida espiritual, ofreciendo amor a nuestros semejantes, correspondiendo con el bien y observando en todo momento unas leyes de evolución donde las relaciones entre los espíritus, por simpatías o antipatías, juega un papel decisivo a la hora de conseguir corregir diferencias existentes entre ellos para así tener superada esa prueba.
La idea de que no tenemos potestad para decir si algo está bien o mal porque hemos venido a quitar imperfecciones, pienso que es errónea porque, si bien Jesús dijo: “Practicar la indulgencia y sed más duros con vuestros defectos que con los de los demás”, también es cierto que nuestra libertad de hacer lo que realmente sintamos, empieza donde termina la de otros. Por esto, se ha de ser tolerante pero a su vez firme en nuestras valoraciones evitando en todo momento sucumbir por exceso de celo y apego material a ideas que otros nos quieran imponer.
Una tendencia que, lamentablemente, tenemos muy arraigada en nuestra sociedad y por tanto obramos de esa manera, es la de hacer ver a los que nos rodean que estamos ahí, que merecemos que se preocupen por nosotros y por nuestras necesidades, pero este comportamiento puede ser un “arma de doble filo”, ya que si somos personas posesivas e influimos sobre otras que son más sumisas, perjudicamos y limitamos su capacidad de acción tan sólo por cumplir nuestros intereses, evidentemente egoístas. También hemos de tener conciencia que no podemos echar la culpa de errores que cometamos o de la situación en que nos encontremos a los demás porque somos espíritus libres y no debemos de adueñarnos, mediante el sentimentalismo ni otros medios, de la libre elección del tipo de vida o gustos de nuestros semejantes.
La práctica diaria y sucesión de experiencias, nos hace ir madurando poco a poco y nos enseña a saber discernir para poder emitir una opinión más o menos acertada de la conducta que hemos de tener y de que la ayuda que ofrezcamos sea efectiva tanto para la persona que la recibe como para que no sea motivo de indecisiones y altibajos emocionales por nuestra parte, sino que sea algo que realicemos sintiéndolo desde nuestro interior sabiendo que es una forma muy positiva para conseguir evolucionar sin problemas.
Lógicamente, todo esto, dependerá en gran medida de la labor educacional de los padres, porque el crecimiento y madurez que el niño obtenga será directamente proporcional a la facilidad de expresión y autonomía que se le dé, en base siempre a un progreso en su responsabilidad y confianza con sus mentores. Es un aspecto de vital importancia para el desenvolvimiento del niño que desde temprana edad, sienta que puede contar con sus progenitores para socorrerle en cualquier duda, que va a gozar de total confianza para exponer sus ideas sin miedo a no ser comprendido. Pero, proteger al pequeño en demasía, evitándole problemas y situaciones comprometidas, pensando por él y diciéndole siempre lo que ha de hacer, es contraproducente a muy corto plazo porque le hace endeble e inseguro, incapaz de buscar alternativas en su vida y sin respuestas claras a sus deseos existenciales, así como ser una víctima potencial para asumir desgracias ajenas que, incluso, le pueden abocar a depresiones, decaimientos, etc...
En conclusión, pienso que ser buenos y no justos con una situación donde afloren nuestros sentimientos, no nos beneficia en absoluto porque una cosa no exime de la otra y, reaccionar con firmeza, aunque parezca lo contrario para la persona afectada, significa que realmente tenemos un gran afecto o cariño por ella.