SEP-99 Nº 206 |
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Cabe pensar que sería lícito creer que es fácil desilusionarnos en una sociedad que vivimos donde el estrés, las tensiones propias de la vida cotidiana y la acumulación de todo tipo de información en nuestro cerebro, favorecen en gran medida nuestros descuidos. Por esto, podría ser conveniente ser condescendientes con nuestras dificultades para así poder permitirnos avanzar en el aprendizaje de cualquier cosa mediante la asimilación de pruebas, pues la preparación para poder llegar a ciertos logros y reconocimientos sociales, exige de una experiencia que únicamente se adquiere de esta forma. Además que nos resultaría más fácil desenvolvernos en cada circunstancia si no tuviéramos esa presión que ejerce el pensamiento, las emociones y otros factores sobre nuestra persona.
Seríamos capaces de hacer mucho en poco tiempo porque seríamos indulgentes con los errores de los demás para que estos lo fueran con nosotros. Además, comprenderíamos que todos tenemos unas características más acentuadas que otras y no nos adaptamos de igual forma a una tarea determinada. En definitiva, la vida sería más placentera y llevadera.
Todos estos preceptos bien podrían ser la base en que se rigieran nuestras realizaciones, la guía para cumplir con éxito cualquier trabajo que nos dispusiéramos a emprender. Incluso sería positivo implantarlo en nuestro modo de vida ya que practicaríamos la solidaridad con nuestros semejantes y nos costaría menos conseguir nuestros propósitos.
Pero si observamos con objetividad la realidad que nos rodea, advertiremos que no todo es tan sencillo, que la existencia del conglomerado de seres que forman nuestro planeta está marcada por una serie de situaciones y comportamientos, en base a la presencia de un libre albedrío, de la posibilidad de elegir alternativas a seguir, así como las tendencias propias de cada individuo.
No todo ser humano está dispuesto a renunciar a sus gustos y apetencias personales a favor de otros, ni de rebajarse y actuar con humildad cuando el error aparece en su existencia.
Al contrario de intentar esa renovación interior donde se trate de eliminar las imperfecciones que dificultan nuestro progreso espiritual y la relación con nuestros semejantes, se buscan mil y un pretexto para justificar nuestras acciones o se opta por el camino más sencillo y perjudicial que es el de la pasividad, la falta de motivación y de ponernos en acción, con mayor o menor éxito, no importa, lo importante es esa predisposición de construir un futuro más humano y limpio allá donde nos encontremos, con buenas intenciones y actitud crítica con nuestros defectos sin estar pendientes de los deslices que otros cometan.
Todos somos libres de una opción u otra pero hemos de ser consecuentes con nuestros actos, sabiendo que hemos de convivir y relacionarnos con los demás y que el formar una sociedad, como hemos expuesto anteriormente, exige de una aportación a nuestros propios gustos, construyendo nuestro futuro de tranquilidad y paz interior y el de nuestros semejantes.
Pero ¿por qué es tan difícil de conseguir si sabemos la forma de enfocarlo? A mi parecer es un problema de análisis y trabajo interno porque las herramientas, los valores, las tenemos y el medio donde utilizarlas como son las experiencias, también, pero lamentablemente, chocamos con nosotros mismos, con la comodidad por reconocer en qué hemos errado, que no somos perfectos sí, pero no por ello estamos libres para obrar a nuestra conveniencia sin pensar en que podemos interferir gravemente en las vidas de otras personas.
Pensemos que más que las armas, que efectivamente sirven para matar, hay algo que tenemos al alcance de cualquiera, la palabra, que en muchas ocasiones se utiliza para herir, para insinuar comentarios y emitir juicios que, como podemos apreciar a lo largo de la historia, ha sido desencadenante de muchas situaciones conflictivas que han puesto en peligro la paz de muchos países. Pero no hace falta que profundicemos en nuestra historia porque todos hemos vivido momentos de tensión donde ha prevalecido nuestro modo de ver una situación frente a sugerencias u opiniones de otros y no hemos sido sinceros con nosotros mismos aceptando con humildad y entereza las interpretaciones que se nos ofrecían porque de nuevo pensamos que se actúa deliberadamente contra nosotros y que no somos merecedores de ese trato. Todo menos comprender que hemos de ayudarnos unos a otros, que pertenecemos a un mundo en el que es posible defendernos de las adversidades si ponemos lo mejor de nuestra parte para facilitar la convivencia pacífica y donde la envidia y los recelos hacia nuestros compañeros, brillen por su ausencia.
Si somos conscientes de que cuando obramos arbitrariamente y con intenciones poco claras, nuestra conciencia nos indica mediante la inseguridad y el nerviosismo que ese no es el camino ni la forma idónea de enfocar nuestra existencia, ¿por qué insistimos en nuestra actitud si no nos reporta más que perjuicios?
Esta es una pregunta que deberíamos de formularnos diariamente porque sería una prueba de la predisposición que tenemos a intentar, al menos reconocer, que no estamos en posesión de la verdad, que nuestra vida es un continuo aprendizaje y que por nosotros mismos, con autosuficiencia, es casi imposible poder asimilar pruebas que alguien, nuestros padres, hermanos, amigos, etc. estarían en disposición de aconsejarnos si fuéramos accesibles.
Observemos lo más profundo de nuestro corazón y analicemos nuestras debilidades y tendencias. Sólo así nos sentiremos en paz y seremos capaces de ofrecernos totalmente, sin condiciones, a quienes nos dan su corazón para hacernos vivir momentos de felicidad y estabilidad emocional que tanto deseamos.